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Una llaga que da vida
Hispanos Católicos en Estados Unidos /Homilías Mons. Enrique Díaz

Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net

Ojos que no ven…

 

Al quemarse unas miserables chozas en la orilla de la ciudad, un grupo de personas de la parroquia organizaron una colecta de víveres, utensilios y ropa para ayudar a aquellos hermanos en tan grave necesidad. La mayoría entregaban lo colectado en los centros pero algunos preferían ir a entregarlo personalmente para tratar de aliviar a los damnificados. Se presentó un grupo de señoras que había colectado bastantes cosas y al preguntarles si querían ellas mismas llevarlas al lugar, me sorprendieron con la respuesta: “Con mucho gusto hemos juntado lo que pudimos, pero preferimos que  alguien lo lleve. Es muy doloroso ver la situación en que viven estas personas y después quedamos perturbados muchos días. Así que mejor alguien que haga el favor de entregarlo” Me quedé pensando en sus razones: siempre la pobreza, las llagas de la sociedad, el dolor y los rostros de los que sufren, alteran las buenas conciencias y nos ponen en crisis. Preferimos no verlas ¿Por eso mostraría Cristo sus llagas ante sus discípulos?

 

 

Transformación

 

Este día tenemos uno de los evangelios más bellos y conmovedores y no tanto por la situación simpática o anecdótica del incrédulo Tomás, que también tiene mucho que enseñarnos, sino porque en unos cuantos instantes se cambia toda la perspectiva y situación de los discípulos. Se encontraban en la oscuridad, al anochecer, encerrados, con miedo y con incredulidad. Al presentarse Jesús se transforma la escena  y se llena de luz, todo pasa a ser alegría, paz y nueva misión para perdonar los pecados.  Termina este  escenario con la afirmación: “para que creyendo, tengan vida en su nombre”, que nos manifiesta la verdadera finalidad de toda la misión de Jesús. Todo cambia con la presencia de Jesús resucitado. Los que nos decimos creyentes con frecuencia vivimos la misma situación que los discípulos, estamos inmersos en la vieja creación; no hemos visto ni experimentado al resucitado; comunidades vacías, huecas, ocultas, replegadas en sí mismas como si Cristo no hubiera resucitado. Pero la presencia de Jesús lo cambia todo si nos permitimos experimentarlo, tocarlo y dejarnos tocar por su luz.

 

Shalom

 

De capital importancia resulta el saludo de Jesús que insiste hasta por tres veces: “La paz esté con ustedes” y no como algo externo, porque las insidias y las dificultades de parte de los judíos seguirán, es más, cada día se agravarán.  Jesús ofrece la verdadera paz, la paz interior, la paz que es armonía con el propio corazón. Paz es la verdadera unidad tanto interior como exterior. Podemos decir que para los primeros discípulos, la resurrección fue una experiencia que los llenó de paz. Hoy la palabra paz con dificultad significa ausencia de guerra, cese de hechos violentos. Pero para los israelitas paz o “shalom” designa la armonía del ser humano consigo mismo y con los demás, con la naturaleza y con Dios. Es tener la vida en plenitud y para todos, en la convivencia, en el respeto y en la justicia.

 

Paz y heridas

 

La paz que Jesús ofrece y que  pide construir no es la paz superficial de quien no quiere meterse en problemas y prefiere “no ver” u “ocultar” las heridas, las dificultades y los problemas, como si esto pudiera solucionarlo. Pero bien sabemos que una herida que no se cura, se encona y se pudre. Quizás por eso Cristo hoy antes de enviar a sus discípulos les muestra las heridas y quizás por eso también San Juan nos insiste en la terquedad de Tomás, para hacernos ver muy claramente que el resucitado es el mismo que fue crucificado y al revés que el C rucificado ha resucitado. El triunfo no ha llegado sin pasar por el dolor, pero tampoco la cruz ha terminado en el fracaso. Ha sido un camino de entrega que hace posible el triunfo sobre la muerte y el egoísmo. Ahora también quiere Jesús que sus discípulos den vida y por eso les envía su Espíritu que los capacita y los anima.

 

Sanar heridas

 

Tocar la llaga de los demás, mirar la llaga de Jesús en cada uno de los hermanos, es camino de conversión. Sentir el dolor de los hermanos y asumirlo como propio, compartirlo, es camino para encontrarse con el Resucitado. Rehuir al dolor, no querer asumirlo, esconder nuestras llagas y no querer curarlas, no nos lleva a la sanación. En cambio manifestar la herida, buscar la sanación, es camino de restauración. Este día también de un modo especial se celebra a Cristo como Señor de la Misericordia, a Él acudiremos manifestando todos nuestros dolores y todas nuestras heridas, infectadas y podridas, sólo Él puede sanarlas. El perdón ofrecido y el perdón otorgado nos llevan a una verdadera misericordia y reconciliación. Así lo ha hecho Jesús, ningún reproche a los abandonos y negaciones, solamente amnistía y salvación, como el Señor de la Misericordia, del amor y de la paz. Es la misión de la Iglesia, de cada uno de nosotros como Iglesia: perdonar y reconciliar.

 

¿Hemos dejando atrás nuestros miedos y temores al contemplar a Cristo resucitado? ¿Qué estamos haciendo para sanar nuestro mundo de las heridas del odio, de la venganza? ¿Somos capaces de perdonar y perdonarnos? ¿Cómo asumimos y sanamos las propias heridas? ¿Qué hacemos para construir la verdadera paz?

 

Dios de eterna misericordia, que en las llagas de los hermanos nos dejas la tarea de descubrir las llagas de Jesús, concédenos descubrir la verdadera paz en el amor, el perdón y la reconciliación. Amén