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La catequesis de adultos
Catequistas y Evangelizadores /Metodología de la Catequesis

Por: Mons. Jose Luis Chavez Botello Obispo Auxiliar de Guadalajara y Presidente de la Comision Episcopal de Evangelizacion y Catequesis | Fuente: Tiempos de Fe, Anio 2 No. 12, Septiembre - Octubre 2000

Quisiera compartir solo al­gunos elementos, alguna reflexión sobre un reto pastoral. Un reto pastoral que los obispos han asumido y quieren instrumentar, me refiero a la catequesis de adultos.

Actualmente hay mucha actividad en catequesis de adultos: hay cateque­sis presacramentales, hay grupos de reflexión, se han multiplicado formas muy variadas de evangelización y ca­tequesis hacia los adultos. Pero sí po­demos constatar, también, que estas actividades tan variadas y numerosas todavía no llenan este vacío, no llenan a satisfacción la tarea de la evangeli­zación. Por ejemplo, no es todavía co­mún que esta tarea de catequesis de adultos vaya realizada en procesos concretos, en itinerarios que tengan metas precisas, una meta final concre­ta.

Otra debilidad es que varias de es­tas actividades con los adultos no es­tán dentro de una catequesis integral y orgánica que amarre las distintas ac­tividades y todas de manera comple­mentaria vayan llevando a la meta de la catequesis.

Ya que, en el magisterio de la Igle­sia, es claro que la catequesis de adul­tos tiene que ser el punto de referen­cia que inspire cualquier forma de ca­tequesis. No se trata, al hablar de ca­tequesis de adultos, considerar a los adultos como destinatarios solamente. No, es toda una orientación de fondo que estamos preparando y trabajando. Repito, no basta llegar a más adultos, no estaríamos satisfechos con sólo te­ner a la mayor parte de los adultos como destinatarios.

Hablar de la catequesis de adultos es revisar, reestructurar toda la cate­quesis tratando de darle una orienta­ción hacia la adultez en la fe de tal manera que, una vez instrumentada la catequesis de adultos, sus diferentes etapas, sea el punto de referencia para revisar, renovar, reestructurar la cate­quesis de niños, la catequesis de ado­lescentes, la catequesis escolar, las ca­tequesis presacramentales.

A la luz de este proyecto habría que revisar e instrumentar todas las otras formas de catequesis y tratar de definir. No pensar solo en los adultos en edad, en la edad adulta biológica, sino sería, más que todo, ir definiendo, precisando el perfil de la adultez en la fe en cada etapa. ¿Cuál sería la meta que la catequesis tiene que procurar para que los niños, pueda decirse, lleguen a la madurez de la fe como niños?

El perfil de un niño maduro en la fe, de un adolescente maduro en la fe, de un joven o de un adulto, en edad, maduro en la fe. Más que hablar de adul­tos en relación a la edad, queremos enfocar e instrumentar la adultez en la fe e interpelar a todas las formas de catequesis una revisión y un insertar­se en estos procesos.

Razones creo que nos sobran para emprender esta tarea. Una de las ra­zones sería, sin duda, los vacíos con que nos encontramos. Otra de las ra­zones, no podemos olvidar que la tra­dición cristiana genuina de la cateque­sis, propiamente dicha, ha sido un trabajo sobre todo con adultos ya desde los primeros siglos.

La identidad cristiana tiene que ser la meta final de todo proceso catequístico. Fortalecer, cultivar, asegurar la identidad cristiana del catequi­zando. Meta que no está clara ni en muchos catequistas ni en procesos concretos. No puede ser otra esta meta que la identidad del cris­tiano. Nos estimula tam­bién a dar prioridad a la catequesis de adultos en el sentido ya señalado el que es la edad de las opciones funda­mentales. El adulto se enfrenta a re­tos constantes que le exigen profundi­zar y tomar decisiones. Es, por eso, la etapa más adecuada para fortalecer y asegurar la madurez en la fe. Las personas adultas son las que tienen las responsabilidades en la sociedad, las responsabilidades en la familia, las responsabilidades en el mundo del traba­jo, en el campo de la educa­ción, en el campo social, en el campo de la política.

Y si no está bien fincada su fe, si no está clara su iden­tidad cristiana no podemos esperar esta coherencia y esta proyección de la fe en la sociedad.

Otra razón que añadiría, mirando hacia el futuro próximo, no muy leja­no, el número de adultos irá aumentando cada vez más. Irá aumentando porque por una parte el adelanto en el campo de la salud es patente, ya se puede aspirar a llegar a una edad ma­yor que antes, pero también por el gran número de niños, adolescentes y jó­venes con que cuenta el país, y en un futuro próximo, el número de adultos será alto. Son algunas de las razones que yo recordaría, el por qué, la urgen­cia de una tarea conjunta en relación a la catequesis de adultos.

Quisiera tocar de manera, aunque sea muy rápida, algunos otros puntos. El interlocutor de la catequesis de adul­tos, o en el lenguaje tradicional, el des­tinatario. Pero esta palabra interlocu­tor pone al catequista en otro nivel de diálogo, de ayuda mutua en esta res­puesta en la fe, en el camino de la edu­cación en la fe. En un tercer punto to­caría, aunque sea sólo enunciándolo: la catequesis de adultos dentro del proceso evangelizador. Un cuarto punto, finalidad y tareas de la catequesis de adultos. Un quinto punto, la pedagogía y metodología de la catequesis de adultos. Un sexto punto, las etapas de la catequesis de adultos y terminar, con el catequista de adultos.

¿Quién es el adulto?

Nos invita a preguntarnos ¿quién es el adulto? ¿a qué adulto nos referi­mos? No podemos limitarnos simple­mente a la edad. Si es del punto de vista jurídico en algunos países no son los 18 años la edad adulta. Si nos re­ferimos desde el punto de vista de la psicología, nos damos cuenta también que no hay una edad precisa. Si nos referimos en el campo de la fe, lo mis­mo. Creo que es bueno simplemente recordar el punto de vista etimológico. Adulto viene de una palabra latina, de un verbo, adolescere que significa cre­cer, y de ese verbo sería el participio pasado "adultum", crecido, el que ya ha crecido y todavía no envejece.

Eso nos invita ya a ver que el adul­to está en relación al crecimiento, de acuerdo a la etimología. Es bueno una mirada a cada etapa en el crecimiento del adulto, parecería que en el adulto son situaciones concretas que se le presentan como desafíos; algunos los ven como problemas y otros como oportunidades. El adulto está invitado a tomar opciones y decisiones, que pueden ser deteriorantes si sólo las considera así como problemas, como obstáculos, pero si las considera y las sume como oportunidades lo lanzan a una respuesta que lo va llevando al crecimiento en calidad y en el desa­rrollo.

Muchos hablan del joven adulto ya llegando a los veinte años, la transi­ción de los veinte años con algunas ca­racterísticas muy interesantes para la catequesis. El período de los veinte años también que pide un acompaña­miento muy concreto, hablan de que es la etapa para encontrar el equilibrio en la búsqueda de la intimidad, sobre todo a través de una relación amorosa con una persona con quien comparta la vida y, al mismo tiempo, lucha con la tendencia al aislamiento. El ideal de vida comporta todavía ilusiones. La edad de los 30 años es muy interesan­te y la edad de la madurez que hablan más adelante después de los 30 años. Lo que importaría sería cuáles serían algunas características del adulto en este sentido que la catequesis tiene que cuidar y tiene que inyectar y apo­yarse en ella. Aunque la personalidad de cada individuo tiene características muy diferentes, sin embargo podemos sí señalar algunos rasgos generales del adulto.

Un adulto, una persona madura es aquella que posee una amplia exten­sión del sentido de sí mismo, tiene la capacidad de establecer relaciones con los demás. Encontramos en la persona madura adulta una seguridad emocional y aceptación de sí misma. El percibir, pensar y actuar compene­tración y de acuerdo con la realidad exterior, capaz de verse objetivamen­te a sí misma y poseer el sentido de humor, vivir en armonía con una filo­sofía de la vida.

Por supuesto tenemos que tener muy en cuenta en este campo, al rela­cionarnos con el adulto en la cateque­sis tener muy en cuenta el contexto exterior global. Con todo lo que esta­mos viviendo hoy no podemos ser aje­no a la evangelización, la globalización de la cultura, la complejidad organizativa cada vez mayor, la apari­ción de una sociedad fundada en in­formaciones y en el conocimiento, el acelerado avance del conocimiento y la tecnología, la mundialización de la economía, la crisis ecológica, las desigualdades, fricciones de grupos socia­les, la crisis de valores. Una serie de elementos muy concretos que la cate­quesis no podrá olvidar. Y un contexto religioso que tenemos que asumir tam­bién.

Existe una falta generalizada de for­mación integral de la vida de fe, existe una debilidad de la identidad cristiana. Es de ahí de donde hay que partir en este trabajo, en esta tarea con la cate­quesis de adultos. Pero tenemos que tomar muy en cuenta que en nuestro país hay una base también muy fuer­te, un sentido religioso muy fuerte.

Con todas sus debilidades pode­mos decir que contamos con una fe fuertemente expresada al interior de la religiosidad popular de nuestro pueblo. De aquí que la catequesis tiene que tener muy en cuenta esta realidad. Un anuncio como la catequesis y que la catequesis tiene que insertarse en el proceso evangelizador.

La catequesis de adultos den­tro del proceso evangelizador

Un tercer punto. No basta al catequista simplemente acercarse a los adultos y realizar una buena actividad. La catequesis tiene su identidad pro­pia y la catequesis de adultos tiene que insertarse en este proceso evangelizador.

Sólo enuncio que son las etapas principales de este proceso la acción misionera, la acción catequética pro­piamente dicha y la acción pastoral.

La acción misionera dirigida a los no creyentes y a los que viven en la indiferencia religiosa (en nuestro país urge mucho esta acción misionera, porque hay muchas personas bautiza­das pero alejadas, no evangelizadas). El kerigma es una de las lagunas que, de manera sistemática, existe en nues­tra acción pastoral. Sólo con este cimiento, después del encuentro vivo con el Señor, vendría la acción catequética. Es la etapa que tratará de conducir a la adultez en la fe a quienes han opta­do ya por el Evangelio y la acción pas­toral que va complementando y llevan­do precisamente, dentro de la comuni­dad concreta, con esa participación activa, consciente y responsable de la comunidad cristiana.

Por eso es importante retomar y re­afirmar la prioridad de la catequesis en la misión de la Iglesia. No quiere de­cir que sea más importante que los otros elementos, pero sí tenemos que recordar y tenerlo muy presente que, en buena parte, se debe a una buena catequesis la madurez en la fe, la madurez del creyente y de las comunida­des. Un creyente débil en la fe que no ha llegado a la madurez, en buena parte grita un vacío de catequesis au­téntica.

Finalidad y tareas de la catequesis de adultos

Anuncio y enuncio la finalidad, de manera muy breve. El fin de toda ca­tequesis, de todo proceso catequístico es poner a la persona en contacto, en comunión, en intimidad con Jesucris­to. Nos decía ya Juan Pablo II: "Se propone, entonces, fundamentar y ha­cer madurar la primera adhesión a Je­sucristo en el kerigma. Esta finalidad se expresa en la profesión de fe, en el único Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo".

La catequesis de adultos, al tener como modelo referencial el catecumenado, debe tener una dimen­sión fuertemente bautismal, el ir con frecuencia a lo que sucedió en el Bau­tismo; la importancia del Bautismo tie­ne que ser una de las fuentes de re­creación y de reestructuración y forta­lecimiento de la identidad cristiana que culmine precisamente en la confesión de la fe.

La catequesis tiene que terminar precisamente formando confesores de la fe. Y los santos y nuestros mártires nos muestran cuál es el estilo de esos confesores.... No se trata de una con­fesión individual, tiene que ser perso­nal, pero siempre dentro de la comuni­dad cristiana. Aunque digamos "creo", este creo se realiza en la Iglesia y con la Iglesia, comporta el "creemos". La confesión de fe tiene, por lo mismo, un fuerte sentido eclesial, nunca individua­lista, siempre abierto y vibrando con toda la Iglesia.

Pedagogía y metodología de la catequesis de adultos

Tareas, pues, de esta labor de la ca­tequesis tiene que ser la iniciación or­gánica en el conocimiento del misterio de Cristo. Una iniciación, quizá en se­guida haré otro acento, una capacita­ción para orar y celebrar en la Liturgia, porque sólo es verdadera la fe cuando se proclama, se celebra, se confiesa y se hace oración. Comporta también la tarea del entrenamiento en las acti­tudes evangélicas.

Esta es la catequesis integral, un en­trenamiento, una ascesis, un ejercitar­se en las actitudes evangélicas. Debe por lo mismo todo trabajo catequístico, todo servicio catequístico, entrenar en estas actitudes básicas del Evangelio. Pero también es tarea de la cateque­sis la iniciación en la misión apostóli­ca. Se trata entonces de formar para asumir las responsabilidades en la Igle­sia. Aunque no sea como agentes de pastoral, todos tienen una misión im­portante. Sólo diré muy rápido que esta pedagogía y metodología de la catequesis de adultos requiere un cuidado especial para que sea una pedagogía experiencial, transformadora, comunitaria, testimonial, personalizante, integral. Una metodología que como todo método catequístico no descuide al menos tres elementos: el punto de partida que se centra en la experiencia de la fe del catequista en el conocimiento de la realidad y en los medios que se usan. Segundo, el proceso que asegure los pasos graduales para llegar a forjar de veras la identidad cristiana y el punto de llegada que no puede ser sino esa experiencia con Jesucristo y la intimidad con Él.

Las etapas de la catequesis de adultos

La catequesis carismática

Quisiera también hacer mención de las etapas de la catequesis de adultos. Una primera etapa sería precisamente, la catequesis carismática que tendría como meta el desarrollar, el

propiciar el primer encuentro y el desarrollar esta primera evangelización en orden a la conversión y explicitar el kerigma, es decir, si alguien no ha tenido, si llegan algunos sea a pedir el sacramento de la Confirmación o a pedir un acompañamiento hay que constatar: ya tuvieron este primer encuentro con Cristo, ya hubo esta experiencia personal con el Señor, si no habrá que asegurarla en ese momento. Vale la pena retomar y llenar ese vacío y desarrollarlo en forma muy breve. Este tiene que ser el punto de partida de todo proceso catequístico, aún en los niños pequeños, de forma muy sencilla.

Es una labor más testimonial que doctrinal. La doctrinal será muy breve, se limitará a los puntos fundamentales, pero tiene que ser el punto de partida indispensable en cualquier proceso catequístico, no directamente ya a la parte doctrinal, sino avivar, a propiciar el encuentro con Jesucristo y a profundizar. El núcleo central, en cuanto al contenido, tendrá que ser sin duda la experiencia de Cristo Salvador que nos revela el grande amor del Padre, la acción del Espíritu Santo.

Sugerimos y en cada etapa vamos a ir trabajando los signos. Todas estas etapas van a estar muy en relación con la Liturgia, no son sólo partes doctrinales sino también celebrativas. Estamos pensando en cada etapa como parte del mismo proceso, la celebración y la vivencia, la caridad también. Se sugiere ahí algún signo para la admisión, un rito muy concreto para la admisión.

La catequesis de iniciación

Una segunda etapa sería la catequesis de Iniciación. Es la etapa amplia, no puede ser muy breve. Una etapa suficientemente amplia que asegure precisamente la identidad cristiana en el catequizando. Por eso es la eta­pa de la formación sistemática y orgá­nica de la fe. La oración, la vida eclesial, la caridad. No se trata, pues, sólo de una etapa, la catequesis no se reduce a doctrina, sino a una vida, la educación en la fe es ante todo abrirse a esta vida de Dios. Aquí sugerimos también algún signo, señalamos una meta concreta de algún signo que pu­diera ser la entrega de los Evangelios con todo lo que esto ha significado en los primeros signos y ha significado para la Iglesia.

La integración a la comunidad

Una tercera etapa, la integración a la comunidad. Como que pensamos que la integración y la experiencia co­munitaria vienen solas. No. Hay que instrumentarla. Alguien tiene que acoger a nombre de la comu­nidad, es decir, la fe de la Iglesia.

Pero en la prác­tica en algunas comunidades no se siente. Los que reciben la catequesis, quienes que van caminando en un proceso carecen con fre­cuencia de la experiencia y del amor de la comuni­dad eclesial concreta.

La catequesis, nos dice el Directorio General de Catequesis del 97, es por tanto una acción educativa reali­zada a partir de la responsabilidad pe­culiar, rica en relaciones, dentro de la comunidad. La catequesis debe bus­car más decididamente una sólida co­hesión eclesial. Un signo de que se va madurando en la fe es la eclesialidad, la comunión. Allí donde hay división, por lo menos hay que sospechar de la no autenticidad, sea de grupos, sea de individuos. Por eso esta etapa es muy fuerte. Generar por lo mismo en los cristianos, nos dice este documen­to de la Santa Sede, una sólida espiri­tualidad eclesial, y la catequesis tiene que asumir también parte de esta ta­rea. Es para ello urgente promover y ahondar una auténtica eclesiología de comunión a fin de fortalecer esta eclesialidad.

Yo pienso que en esto no han llena­do un vacío, un vacío de un trabajo más coherente y más decidido de algunas comunidades. El punto de referencia sin duda es la Diócesis. Nada puede estar ajeno a la Iglesia Diocesana. Cualquier forma pastoral, cualquier tarea apostólica tiene que estar precisa­mente insertada, porque es ahí, es al servicio de la Iglesia, en una Iglesia local, en la Diócesis es ahí el Obispo la cabeza, es toda esa iglesia local, sea a través de institutos de vida consa­grada que ahí realizan que ahí viven su compromiso y ahí muestran su ca­risma al servicio de la comunidad y de la Iglesia sea movimiento. Esta es una tarea que hay que trabajar en esta eta­pa muy fuerte. Que todo catequizan­do, en este sentido hacia a la adultez, experimente precisamente ese servi­cio.

Última etapa, la formación para la misión. Hablando de laicos creo que hay una tarea urgente aquí. La misión no es sólo al interior de la Iglesia, para los laicos es la transformación de la realidades temporales, pero hay que dar las herramientas para ello y que continúen. No tenemos todavía un per­fil claro, más que perfil teórico, una praxis, una práctica de catequista de adultos. Se le va a exigir una forma­ción sin duda muy propia, muy espe­cial. No se puede ir lejos si no se cuenta con catequistas bien formados y el catequista de adultos no puede ser el catequista de niños simplemente que se adapte a los adultos, no, son otros los retos, otros los desafíos que requie­ren una formación muy peculiar.

Termino diciendo que la formación de catequistas en este servicio, hablan­do de la catequesis, es una de las in­versiones mejores que la Iglesia pue­de hacer. La inversión principal tiene que ser en la formación de los agen­tes, más que en los métodos, más que en los instrumentos, más que en los catecismos y subsidios.

A unos cuantos días de la canoni­zación de estos mártires y confeso­res, varios de ellos muy buenos ca­tequistas -yo creo que esos son los mejores catequistas, los santos- siempre encuentran con creatividad la manera más adecuada. Ya no bas­tan hombres y mujeres de buena vo­luntad, se requieren catequistas tes­tigos, maduros en la fe, santos y así queremos y así quieren los Obispos iniciar el Tercer Milenio, después de este Año Santo ofrecer al país un estilo de catequesis, un estilo de ca­tequistas, un proyecto global y gene­ral de catequesis que sea más fiel a la Iglesia y más fiel al Señor Jesús, como uno de los homenajes de los 2000 años de la Encarnación del Se­ñor Jesús.