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La aventura de una palabraÂ… del Concilio Vaticano II al magisterio de Benedicto XVI.
Escritores Actuales /Sánchez Griese Germán

Por: Germán Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net

Una palabra puede representar toda una historia. Y tal es el caso de la palabra carisma. Como palabra, el carisma es un signo que viene a significar muchas cosas. Sin entrar demasiado en la filosofía del lenguaje, bien podemos establecer con S. Agustín que “signum est enim res praeter speciem quam ingerit sensibus aliud aliquis ex se faciens in cogitationem venire” (el signo es una cosa que más allá de la imagen que representa a los sentidos, hace llegar a la mente una cosa diversa de sí misma) 1 . O también como dice Kierkegaard: “Un segno é la negazione della immediatezza, l’essere secondo che differisce dall’essere primo.” 2 La historia de la palabra carisma, tal y como la concebimos en la actualidad, y más concretamente, en la vida consagrada, inicia su camino con el concilio Vaticano II.

Los objetivos del Concilio Vaticano II no eran otros que conocer, profundizar y desarrollar la doctrina cristiana de tal forma que su riqueza pudiera llegar con mayor frescura al hombre. 3 La labor de los padres conciliares consistió en dar válidas indicaciones que pudieran generar en todas las realidades de la Iglesia un movimiento hacia el hombre, un movimiento mediante el cual cada una de esas realidades, con las riquezas en ellas contenidas, pudiera ser más accesible al hombre. De esta manera, la historia de la salvación daría un paso más por llevar al hombre el mensaje lanzado por Cristo desde hacía dos mil años.

Cada uno de los elementos que integran la Iglesia, con la ayuda del Espíritu y las indicaciones de los padres conciliares, debería encontrar los medios más adecuados para hacer llegar el mensaje de salvación inscrito en sus propias realidades a todos los hombres. Este movimiento ha sido conocido como renovación. Se habla por tanto de renovación de la liturgia, renovación de la pastoral, renovación de la vida consagrada. Un esfuerzo que puede sintetizarse parafraseando las palabras de Benedicto XVI: conocerse bien para darse a conocer mejor4 . Un esfuerzo que debe traducirse en un mejor conocimiento de su propia realidad para adaptarla a las cambiantes situaciones de tiempos y lugares.

Conviene hacer una aclaración pertinente que será de importancia capital para conocer el proceso de renovación que ha venido teniendo la Iglesia en estos 40 años. El hombre de todos los tiempos es siempre el mismo. Su capacidad intelectiva y volitiva, así como la capacidad que tiene de sentir, permanecen siempre en toda persona humana, ya sea que haya nacido en los albores de la cristiandad, en la Edad Media o en la postmodernidad. Lo que cambia y llega a influir radicalmente en el hombre son las circunstancias en las que le toca vivir. Definitivamente las circunstancias que rodeaban al hombre de la Edad Media eran distintas al hombre de la Revolución industrial e influían sobre las capacidades antes citadas. Quizás era un hombre más dado a la reflexión y al análisis y no se dejaba guiar tanto por las pasiones o los sentimientos. El hombre de la postmodernidad, al estar más expuesto a los mensajes visuales y auditivos de los medios de comunicación, puede ser que desarrolle menos sus capacidades de reflexión, de introspección y tenga una voluntad un poco disminuida o atrofiada. Pero sigue siendo hombre y sigue teniendo esas capacidades.

No debemos olvidar tampoco el papel que juega la gracia y la libertad en el hombre, siempre presentes en cualquier hombre de cualquier época. La ayuda que recibe de Dios, la gracia, está siempre a disposición del hombre para ser acogida y así revestir todas sus capacidades y sus facultades, pudiendo quedar todos sus actos revestidos de esta gracia de Dios. O, con su misma libertad puede rechazar esta gracia y hacer caso sólo a sus pasiones o instintos, a su racionalidad o a su volubilidad.

El Concilio Vaticano II, al proponer este gran movimiento de acercar al hombre todas las riquezas inagotables del mensaje de salvación, no buscaba ni suplantar la acción de la gracia ni puntar todo sobre las capacidades del hombre. Para realmente hacer que el mensaje de salvación llegara con eficacia al hombre debería lanzarse a un doble movimiento. Por un lado, reflexionar muy bien sobre cada uno de las verdades que contenían el mensaje de salvación con el fin de acercarlas al hombre. Pero para adaptar dichas verdades al hombre se necesitaba conocer las circunstancias que rodeaban al hombre y que, sin cambiar su esencia, lo conformaban en una manera muy peculiar. Por ello, en este afán de acercar dichas verdades al hombre, se necesitaba también conocer de la mejor manera posible al hombre al que le querían hacer accesibles dichas verdades y las circunstancias que lo rodeaban y que influían en forma determinante sobre la acogida de dicho mensaje. Se trataba por tanto de buscar las mejores herramientas para desarrollar las realidades, transmitirlas al hombre, habiendo conocido antes al hombre y sus circunstancias. La renovación se iniciaba a partir de un doble movimiento que era el conocimiento del hombre, de sus circunstancias y el proceso de desarrollo de las realidades de la salvación que había que acercar al hombre.

Para cada una de dichas realidades los padres conciliares dieron directrices claras y específicas. La vida consagrada, como una realidad más que conformaba la Iglesia recibió también de los padres conciliares cinco directrices claras y precisas (Decreto Perfectae caritatis, n.2). De alguna manera en estas directrices se querían dar las herramientas necesarias para que este movimiento, llamado renovación, pudiera llevarse a cabo. Pero los padres conciliares no podían decir simplemente hágase. Las indicaciones emanadas servirían para que cada congregación, cada Instituto religioso, al poner en práctica esta directrices pudiera lograr la adecuada renovación.

De esta manera, la vida consagrada, gracias a estas reflexiones, llego a descubrirse como una gracia para la Iglesia, es decir un don enviado por Dios para edificar y construir la Iglesia. “La presencia universal de la vida consagrada y el carácter evangélico de su testimonio muestran con toda evidencia —si es que fuera necesario— que no es una realidad aislada y marginal, sino que abarca a toda la Iglesia. Los Obispos en el Sínodo lo han confirmado muchas veces: « de re nostra agitur », « es algo que nos afecta ».En realidad, la vida consagrada está en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión, ya que « indica la naturaleza íntima de la vocación cristiana »y la aspiración de toda la Iglesia Esposa hacia la unión con el único Esposo. En el Sínodo se ha afirmado en varias ocasiones que la vida consagrada no sólo ha desempeñado en el pasado un papel de ayuda y apoyo a la Iglesia, sino que es un don precioso y necesario también para el presente y el futuro del Pueblo de Dios, porque pertenece íntimamente a su vida, a su santidad y a su misión.” Como don de Dios a la Iglesia, la vida consagrada debería descubrirse a sí misma5 , conocer las circunstancias que rodeaban al hombre, 6 para hacer llegar toda la riqueza que contenía en sí misma, al hombre.

A partir de este momento inicia lo que podríamos considerar la aventura de la vida consagrada en la época postconciliar. Como todo elemento integrante de la Iglesia se lanza a descubrirse a sí misma, a conocerse más a sí misma para ofrecer al hombre las riquezas con las que su fundador7 , Cristo, le había donado. Necesitaba por tanto algunas herramientas útiles, direcciones seguras para lograr este cometido. El Magisterio de la Iglesia fue pródigo en dar estas indicaciones y en sugerir las herramientas necesarias. Sin embargo, no podía, ni es su finalidad, la de resolver todas las cuestiones prácticas que los Institutos religiosos debían afrontar una vez que se habían puesto en marcha en esta odisea. Por ello, considero que una de estas herramientas, que a lo largo de estos años del postconcilio, y siempre sugerida y auspiciada por el Magisterio de la Iglesia, fue el descubrir, o mejor dicho, el re-descubrir el propio carisma y aplicarlo en todos aquellos aspectos que constituían la vida consagrada8 . Al inicio de la época postconciliar no se podía hablar de carisma, ya que la acepción de esta palabra fue siempre circunscrita al ámbito de los dones que había recibido la Iglesia primitiva, para su nacimiento y su consolidación. Un primer tentativo de utilizar esta palabra en un contexto más amplio, lo encontramos ya en un documento conciliar, la Lumen gentium: “Además, el mismo Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al Pueblo de Dios por los Sacramentos y los ministerios y lo enriquece con las virtudes, sino que "distribuye sus dones a cada uno según quiere" (1Cor., 12,11), reparte entre los fieles de cualquier condición incluso gracias especiales, con que los dispone y prepara para realizar variedad de obras y de oficios provechosos para la renovación y una más amplia edificación de la Iglesia según aquellas palabras: "A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad" (1Cor., 12,7). Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo. Los dones extraordinarios no hay que pedirlos temerariamente, ni hay que esperar de ellos con presunción los frutos de los trabajos apostólicos, sino que el juicio sobre su autenticidad y sobre su aplicación pertenece a los que presiden la Iglesia, a quienes compete sobre todo no apagar el Espíritu, sino probarlo todo y quedarse con lo bueno (cf. 1Tes., 5,19-21).” 9

Poco a poco se comienza a utilizar esta palabra también en el contexto de la vida consagrada. En forma tímida, pero decisiva, Paulo VI la menciona en su Exhortación apostólica Evangelica testificatio: “Solo così voi potrete ridestare i cuori alla verità e all’amore divino, secondo il carisma dei vostri fondatori, suscitati da Dio nella sua chiesa. Non altrimenti il concilio giustamente insiste sull’obbligo, per i religiosi e per le religiose, di esser fedeli allo spirito dei loro fondatori, alle loro intenzioni evangeliche, all’esempio della loro santità, cogliendo in ciò uno dei principi del rinnovamento in corso ed uno dei criteri più sicuri di quel che ciascun istituto deve eventualmente intraprendere. Il carisma della vita religiosa, in realtà, lungi dall’essere un impulso nato " dalla carne e dal sangue " né derivato certo da una mentalità che " si conforma al mondo presente ", è il frutto dello Spirito santo, che sempre agisce nella chiesa.” 10 Pero será necesario que llegue el documento Mutuae relations para fijar los límites y las posibilidades de esta palabra aplicada al contexto de la vida consagrada: “El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (Evang. test. 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne.” 11

Es a partir de esta definición o de esta aproximación a la palabra carisma de donde nace toda una teología del carisma, toda una aplicación de su significado a los distintos contextos en dónde debe actuar la vida consagrada, desde la vida fraterna en comunidad hasta la misión propia de cada Instituto. Todo debería quedar permeado por el carisma para llevar la adecuada renovaciónde la vida consagrada.

Nos encontramos por tanto que esta palabra, carisma, que la Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata utiliza más de 70 veces, se convierte en una palabra de uso común, no sólo por la frecuencia con la que se le utiliza en todos los contextos de la vida consagrada, sino porque su significado es ya unívoco en todas las personas consagradas. Y así lo explicita uno de los últimos documentos del Magisterio, El servicio de la autoridad y la obediencia: “La autoridad está llamada a mantener vivo el carisma de la propia familia religiosa. El ejercicio de la autoridad comporta también el ponerse al servicio del carisma propio del Instituto de pertenencia, custodiándolo con cuidado y actualizándolo en la comunidad local o en la provincia o en todo el Instituto, según los proyectos y orientaciones ofrecidos, en particular, por los Capítulos generales (o reuniones análogas).31 Esto exige en la autoridad un conocimiento adecuado del carisma del Instituto; un conocimiento que habrá asumido en la propia experiencia personal e interpretará después en función de la vida fraterna en común y de su inserción en el contexto eclesial y social.” 12

De esta manera Benedicto XVI la utiliza en forma corriente, y muy pocas veces aclara su significado, sólo cuando se sirve de la definición para ampliar un concepto o dejar unas enseñanzas claras, como es el caso del Discurso del 19 de abril de 2008. Podemos por tanto concluir que la aventura de la palabra carisma en el contexto de la vida consagrada se encuentra por iniciar una etapa más floreciente, de la que Benedicto XVI está sacando mucho provecho. Una vez terminadas las polémicas sobre su correcto significado y aplicación a la vida consagrada, una vez que los Institutos religiosos se comienzan a dar cuenta que la clave de la renovación se encuentra en la aplicación de una verdadera espiritualidad sustentada por el propio carisma13 y teniendo en cuenta que el servicio de al autoridad tiende fundamentalmente a velar por el desarrollo del carisma, 14 podemos esperar finalmente, como se lo auguraba el Concilio Vaticano II, que cada uno de los carismas sirva como herramienta para renovar la vida consagrada. Benedicto XVI es consciente de todo ello y lo aplica en sus enseñanzas a la vida consagrada, como veremos en el siguiente inciso.


NOTAS

1 S. Agustín, De doctrina cristiana, II, 1,1.
2 S. Kierkegaard, Scuola di cristianesimo, Milano 1950, p. 140.
3 “Quel che più di tutto interessa il Concilio è che il sacro deposito della dottrina cristiana sia custodito e insegnato in forma più efficace. Tale dottrina abbraccia l’uomo integrale, composto di anima e di corpo, e a noi, che abitiamo su questa terra, comanda di tendere come pellegrini alla patria celeste.” Juan XXIII, Discursos, 11.10.1962, nn. 5.1, 5.2
4 “Aquí quisiera citar solamente las palabras, muy conocidas, del Papa Juan XXIII, en las que esta hermenéutica se expresa de una forma inequívoca cuando dice que el Concilio "quiere transmitir la doctrina en su pureza e integridad, sin atenuaciones ni deformaciones", y prosigue: "Nuestra tarea no es únicamente guardar este tesoro precioso, como si nos preocupáramos tan sólo de la antigüedad, sino también dedicarnos con voluntad diligente, sin temor, a estudiar lo que exige nuestra época (...). Es necesario que esta doctrina, verdadera e inmutable, a la que se debe prestar fielmente obediencia, se profundice y exponga según las exigencias de nuestro tiempo. En efecto, una cosa es el depósito de la fe, es decir, las verdades que contiene nuestra venerable doctrina, y otra distinta el modo como se enuncian estas verdades, conservando sin embargo el mismo sentido y significado" (Concilio ecuménico Vaticano II, Constituciones. Decretos. Declaraciones, BAC, Madrid 1993, pp. 1094-1095).” Benedicto XVI, Discursos, 22.12.2005)
5 “Redunda en bien mismo de la Iglesia el que todos los Institutos tengan su carácter y fin propios. Por tanto, han de conocerse y conservarse con fidelidad el espíritu y los propósitos de los Fundadores, lo mismo que las sanas tradiciones, pues, todo ello constituye el patrimonio de cada uno de los Institutos.”Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis,28.10.1965, n. 2b.
6 “Promuevan los Institutos entre sus miembros un conocimiento adecuado de las condiciones de los hombres y de los tiempos y de las necesidades de la Iglesia, de suerte que, juzgando prudentemente a la luz de la fe las circunstancias del mundo de hoy y abrasados de celo apostólico, puedan prestar a los hombres una ayuda más eficaz.”
7 “El fundamento evangélico de la vida consagrada se debe buscar en la especial relación que Jesús, en su vida terrena, estableció con algunos de sus discípulos, invitándoles no sólo a acoger el Reino de Dios en la propia vida, sino a poner la propia existencia al servicio de esta causa, dejando todo e imitando de cerca su forma de vida”. Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 14.
8 Uno de los documentos del Magisterio de la Iglesia que mejor expresan los elementos integrantes de la vida consagrada, lo es sin duda Elementos esenciales de la doctrina de la Iglesia sobre la vida religiosa, 31.5.1983.
9 Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 21.11.1964, n. 12.
10 Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelica testificatio, 29.6.1971.
11 Sagrada Congregación para los religiosos e Institutos seculares, Mutuae relationes, 14.5.1978, n. 11.
12 Congregación para los Institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, El servicio de la autoridad y la obediencia,11.5.2008, n. 13e.
13 “Ordenándose ante todo la vida religiosa a que sus miembros sigan a Cristo y se unan a Dios por la profesión de los consejos evangélicos, habrá que tener muy en cuenta que aun las mejores adaptaciones a las necesidades de nuestros tiempos no surtirían efecto alguno si no estuvieren animadas por una renovación espiritual, a la que, incluso al promover las obras externas, se ha de dar siempre el primer lugar.” Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis,28.10.1965, n. 2e.
14 Congregación para los Institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, El servicio de la autoridad y la obediencia,11.5.2008, n. 13e.


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