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Familia: construyamos el Reino de Dios
Escritores Actuales /Schwizer Nicolás

Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Retiros y homilías del Padre Nicolás Schwizer

Es un llamado a construirlo en medio de este mundo, reflejo fiel del Reino celestial. Nuestra actitud fundamental ha de ser la de Cristo: “Aquí estoy para cumplir tu voluntad” (Hebr 10, 9). La búsqueda permanente de la voluntad del Padre forja un hombre dinámico como un desafío a luchar por un mundo digno del Padre, donde reinan la fraternidad, la verdad, la justicia y la paz.

Ese es el ejemplo que nos dio Jesucristo. Él no se refugia en la intimidad con el Padre. Esa misma intimidad lo impulsa a comprometerse con todos los intereses del Padre. Por la forjación del Reino de Dios se entrega plenamente: la anuncia y testimonia, la implanta y siembra en las almas, y por ello sufre y muere en la cruz.

Un héroe es quien consagra su vida a lo grande. Recordemos que la grandeza o la miseria de la vida de un hombre no se mide por sus capacidades, ni por sus límites, sino por la magnitud de la obra a la que se consagra.

Ahora, ¿qué significa en concreto para nosotros consagrar la vida al Reino del Padre? Significa dar todo por ello, dejar de lado el propio yo, los estados de ánimo, la comodidad.

Significa también entregar los criterios propios, tan limitados, y hacer suyos los criterios de Dios Padre, que son infinitamente sabios y llenos de amor paternal.

Si pensamos en la familia, significa en concreto que el primer campo y el prioritario donde hemos de construir el Reino de Dios es el propio hogar: transformar el matrimonio en un “matrimonio santo”, educar a los hijos en los grandes valores del Reino, etc.

En la casa se juega, en el fondo, la santidad y la forjación de un mundo nuevo. Allí aprendemos y vivimos la filialidad, la paternidad y la fraternidad.
Allí empezamos a compartir responsabilidades y a comprometernos. Desde allí nos sentimos impulsados para conquistar el mundo.

Familia, escuela del apostolado. Una de las tareas de padres es inculcar a nuestros hijos la conciencia de su propia vocación apostólica. En la medida que crezcan, hemos de hacerlos participar en nuestras obras apostólicas.

Tenemos que educar a nuestros hijos para que sean más agresivos en sus convicciones. Tienen que superar el temor humano que roba la libertad interior y descuida la posibilidad de ayudar. El lema debe ser: ¡o conquistamos o somos conquistados! En nuestra educación no debemos separar nunca pensamiento y acción, fe y obras. Ser cristiano no es sólo “ir a la iglesia”: esto sería esterilizar el cristianismo, hacerlo antipático a los jóvenes, convertirlo en reliquia de museo.

Es el peligro de la familia “light” cuyos miembros tienen una fe débil, sin médula y sin fuerza. Es el hogar albergue, donde se reúnen sólo para comer y dormir; donde no florecen conversaciones espirituales; donde uno se muere de aburrimiento; donde la única preocupación es que los hijos obtengan su diploma o título y que se casen ventajosamente. El verdadero cristianismo es acción, no reposo; es vida, no muerte; es fuego, no hielo.

Nuestras familias deben ser gérmenes de la Iglesia del futuro y de un nuevo orden social. Y lo serán, más que a través de nosotros, a través de nuestros hijos que serán los grandes constructores de un mañana mejor.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Qué tareas apostólicas estoy desarrollando?
2. ¿Qué apostolado realizo con mi familia?
3. ¿Qué acciones puedo desarrollar?



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