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Jornada en ocasiĆ³n del aniversario de la muerte del Cardenal Pironio
Clero /Hombres de la Iglesia

Por: Cardenal Eduardo F. PĆ­ronio | Fuente: Pontificio Ateneo Regina Apostolorum

El Cardenal Eduardo F. Píronio nació en Nueve de Julio, provincia de Buenos Aires, el 3 de diciembre de 1920; fue ordenado sacerdote el 5 de diciembre de 1943; elegido obispo titular de Ceciri y auxiliar de La Plata el 24 de marzo de 1964; recibió la ordenación episcopal el 31 de mayo de 1964; trasladado como obispo diocesano de Mar del Plata el 19 de abril de 1972; promovido a arzobispo titular de Tigre y Pro-prefecto de la Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares el 20 de diciembre de 1975; creado cardenal del título de los Santos Cosme y Damián por Pablo VI el 24 de mayo de 1976; declarado Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos el 8 de abril de 1984.

Fue además, miembro del Consejo de la II Sección de la Secretaría de Estado; miembro de las Congregaciones: para la Causa de los Santos, para las Iglesias Orientales, para los Obispos, para la Educación Católica y para la Evangelización de los Pueblos; consejero de la Comisión Pontificia para la Interpretación de los Textos Legislativos.

Falleció en Roma el jueves 5 de Febrero de 1998.

Sus restos descansan en la Basílica de Luján, provincia de Buenos Aires.



Testamento espiritual

¡En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén! ¡Magnificat!

Fui bautizado en el nombre de la Trinidad Santísima, creí firmemente en Ella, por la misericordia de Dios; gusté su presencia amorosa en la pequeñez de mi alma (me sentí inhabitado por la Trinidad). Ahora entro “en la alegría de mí Señor”, en la contemplación directa, “cara a cara”, de la Trinidad. Hasta ahora “peregriné lejos del Señor”. Ahora “lo veo tal cual Él es”. Soy feliz ¡Magnificat!

“Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre”. Gracias, Señor y Dios mío, Padre de las misericordias, porque me llamas y me esperas. Porque me abrazas en la alegría de tu perdón.

No quiero que lloren mi partida. “Si me amáis, os alegraréis: porque me voy al Padre”. Sólo pido que me sigan acompañando con su cariño y oración y que recen mucho por mi alma.

¡Magnificat! Me pongo en el corazón de María, mí buena Madre, la Virgen Fiel, para que me ayude a dar gracias al Padre y a pedir perdón por mis innumerables pecados.

¡Magnificat! Te doy gracias, Padre, por el don de la vida. ¡Qué lindo es vivir! Tú nos hiciste, Señor, para la Vida. La amo, la ofrezco, la espero. Tú eres la Vida, como fuiste siempre mí Verdad y mi Camino.

¡Magnificat! Doy gracias al Padre por el don inapreciable de mí Bautismo que me hizo hijo de Dios y templo vivo de la Trinidad. Me duele no haber realizado bien mi vocación bautismal a la santidad.

¡Magnificat! Agradezco al Señor por mi sacerdocio. Me he sentido extraordinariamente feliz de ser sacerdote y quisiera transmitir esta alegría profunda a los jóvenes de hoy, como mi mejor testamento y herencia. El Señor fue bueno conmigo. Que las almas que hayan recibido la presencia de Jesús por mí ministerio sacerdotal, recen por mí eterno descanso. Pido perdón, con toda mi alma, por el bien que he dejado de hacer como sacerdote, Soy plenamente consciente de que ha habido muchos pecados de omisión en mi sacerdocio, por no haber sido yo generosamente lo que debiera frente al Señor, Quizás ahora, al morir, empiece a ser verdaderamente útil: "Si el grano de trigo... cae en tierra y muere, entonces produce mucho fruto". Mí vida sacerdotal estuvo siempre marcada por tres amores y presencias: el Padre, María Santísima, la Cruz.

¡Magnificat! Doy gracias a Dios por mi ministerio de servicio en el episcopado. ¡Qué bueno ha sido Dios conmigo! He querido ser "padre, hermano y amigo" de los sacerdotes, religiosos y religiosas, de todo el Pueblo de Dios. He querido ser una simple presencia de "Cristo, Esperanza de la Gloria". Lo he querido ser siempre, en los diversos servicios que Dios me ha pedido como Obispo: Auxiliar de La Plata, Administrador Apostólico de Avellaneda, Secretario General y Presidente del CELAM, Obispo de Mar del Plata y luego, por disposición del Papa Pablo VI, Prefecto de la Sagrada Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares y finalmente, por benigna disposición del Papa Juan Pablo II, Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos. Me duele no haber sido más útil como obispo, haber defraudado la esperanza de muchos y la confianza de mis queridísimos Padres los Papas Pablo VI y Juan Pablo 11. Pero acepto con alegría mí pobreza. Quiero morir con un alma enteramente pobre.

Quiero manifestar mi agradecimiento al Santo Padre, Juan Pablo II, por haberme confiado, en abril de 19 84, la animación de los fieles laicos. De ellos depende, inmediatamente, la construcción de la "civilización del amor". Los quiero enormemente, los abrazo y los bendigo; y agradezco al Papa su confianza y su cariño.

¡Magnificat! Doy gracias a Dios que, por el Santo Padre Pablo VI, me ha llamado a servir a la Iglesia Universal en el privilegiado campo de la vida consagrada. ¡Cómo los quiero a los Religiosos y Religiosas y a todos los laicos consagrados en el mundo! ¡Cómo pido a María Santísima por ellos! ¡Cómo ofrezco hoy con alegría mí vida por su fidelidad! Soy Cardenal de la Santa Iglesia. Doy gracias al querido Santo Padre Pablo VI por este nombramiento inmerecido. Doy gracias al Señor por haberme hecho comprender que el Cardenalato es una vocación al martirio, un llamado al servicio pastoral y una forma más honda de paternidad espiritual. Me siento así feliz de ser mártir, de ser pastor, de ser padre.

¡Magnificat! Agradezco al Señor el privilegio de su cruz. Me siento felicísimo de haber sufrido mucho. Sólo me duele no haber sufrido bien y no haber saboreado siempre en silencio mí cruz. Deseo que, al menos ahora, mi cruz comience a ser luminosa y fecunda. Que nadie se sienta culpable de haberme hecho sufrir, porque han sido instrumento providencial de un Padre que me amó mucho. ¡Yo sí pido perdón, con toda mi alma, porque hice sufrir a tantos!

¡Magnificat! Agradezco al Señor que me haya hecho comprender el Misterio de María en el Misterio de Jesús y que la Virgen haya estado tan presente en mí vida personal y en mí ministerio. A Ella le debo todo. Confieso que la fecundidad de mi palabra se la debo a Ella. Y que mis grandes fechas -de cruz y de alegría- fueron siempre fechas marianas.

¡Magnificat! Agradezco al Señor que mí ministerio se haya desarrollado casi siempre, de un modo privilegiado, al servicio de sacerdotes y seminaristas, de religiosos y religiosas y últimamente de los fieles laicos. A los sacerdotes a quienes, en mí largo ministerio, pude hacerles algo de bien les ruego la caridad de una Misa por mi alma. A todos les agradezco el don de su amistad sacerdotal. A los queridos seminaristas -a todos los que Dios puso un día en mi camino- les auguro un sacerdocio santo y fecundo: que sean almas de oración, que saboreen la cruz, que amen al Padre y a María. A los queridísimos religiosos y religiosas, "mí gloria y mí corona", les pido que vivan con alegría honda su consagración y su misión. Lo mismo les digo a los queridísimos laicos consagrados en la providencial llamada de los Institutos Seculares. A todos les pido que perdonen mis malos ejemplos y pecados de omisión.

¡Magnificat! Doy gracias a Dios por haber podido gastar mis pobres fuerzas y talentos en la entrega a los queridos laicos, cuya amistad y testimonio me han enriquecido espiritualmente. He querido mucho a la Acción Católica. Sí no hice más es porque no he sabido hacerlo. Dios me concedió trabajar con los laicos desde la sencillez campesina de Mercedes (Argentina) hasta el Pontificio Consejo para los laicos, ¡Magnificat!

Pido perdón a Dios por mis innumerables pecados, a la Iglesia por no haberla servido más generosamente, a las almas por no haberlas amado más heroica y concretamente. Sí he ofendido a alguien, le pido que me perdone: quiero partir con la conciencia tranquila. Y si alguien cree haberme ofendido, quiero que sienta la alegría de mi perdón y de mí abrazo fraterno.

Agradezco a todos su amistad y confianza.

Agradezco a mis queridos padres -a quienes ahora encontraré en el cielo- la fe que me transmitieron. Agradezco a todos mis hermanos su compañía espiritual y su cariño, especialmente a mi hermana Zulema.

Amo con toda mi alma al Papa Juan Pablo II, le renuevo mí entera disponibilidad, le pido perdón por todo lo que no supe hacer como Prefecto de la Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares y como Presidente del Pontificio Consejo para los laicos, Dios es testigo de mi absoluta entrega y de mi total buena voluntad. Le agradezco la delicadeza y la bondad de haberme querido nombrar Cardenal Obispo de la Diócesis Suburbicaria de Sabina - Poggio Mirteto.

Renuevo a las queridas Siervas de Cristo Sacerdote, que me acompañaron durante tantos años, toda mi gratitud, mi cariño paterna¡ y mi profunda veneración por su vocación específica, tan providencial en la Iglesia. Las quiero mucho, rezo por ellas y las bendigo en Cristo y María Santísima.

Agradezco a mi querido y fiel Secretario, el R. P. Fernando Vérgez, Legionario de Cristo, su cariño y su fidelidad, su compañía tan cercana y eficaz, su colaboración, su paciencia y su bondad.
Pido que hagan celebrar misas por mí y rezar por mi aln1d y las de tantos por quienes nadie se acuerda. De un modo especial quiero que hagan rezar por la santificación de los sacerdotes, de los religiosos y religiosas y de todas las almas consagradas.

Quiero morir tranquilo y sereno: perdonado por la misericordia del Padre, la bondad maternal de la Iglesia y el cariño y comprensión de mis hermanos. No tengo ningún enemigo, gracias a ])¡os¡ no siento rencor ni envidia a nadie. A todos les pido que me perdonen y recen por mí.

¡Hasta reunirnos en la Casa del Padre! ¡Los abrazo y bendigo con toda mí alma por última vez en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo! Los dejo en el corazón de María, la Virgen pobre, contemplativa y fiel. ¡Ave María! A Ella le pido: “Al final de este destierro muéstranos el fruto bendito de tu vientre, Jesús”.
Roma, 11 de febrero 1996.




Jornada de estudio
6 de febrero de 2007

Pontificio Ateneo "Regina Apostolorum"
Via degli Aldobrandeschi 190 - 00163 Roma
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