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Homilia en la misa del Profesor Jérôme Lejeune
Escritores Actuales /Schooyans Michel

Por: Michel Schooyans | Fuente: Catholic.net

Queridos Hermanos y Hermanas,

Estamos aquí reunidos en el corazón de la Semana Santa para celebrar los sufrimientos redentores del Señor y para seguirlo en su Pasión. Pero la evocación y la celebración de sus sufrimientos no pueden hacernos olvidar que la Misa es siempre celebración de Cristo Resucitado, de Aquel que los discípulos de Emaús van a reconocer enseguida en la fracción del Pan (Lc 24, 13-35). Es el Jesús vencedor del mal, de la mentira y de la muerte que nos reúne en torno a tres grandes servidores de la vida: el Doctor John Billings, fallecido en Melbourne el sábado pasado, día 31 de marzo 2007, Michel Raoult, fallecido el 27 de marzo de 2002 y Jérôme Lejeune.

Dirigiéndome primero a usted, querida Señora Raoult, y a sus hijos, quisiera decirle cuánto la muerte trágica de su marido conmovió a la gran familia internacional de aquellos que luchan por la defensa de la vida. Sabemos que su marido dio prueba de heroísmo interponiéndose frente a un injusto agresor. Sabemos también y sobre todo, que su marido, vuestro padre, nuestro amigo murió como testigo viviente del precepto del cual Jesús va a darnos el ejemplo durante toda esta semana: « No hay amor más grande que dar la vida por los que uno ama. » (Jn, 15,13).

Pero si no nos reunimos en torno a Michel traspasado por las balas, tampoco nos reunimos en torno a John o a Jérôme postrados por la enfermedad. Reunidos, sí, lo estamos, pero en torno a Michel, a John y a Jérôme, transfigurados e invitados a compartir sin otra demora la vida del Resucitado.

Este reencuentro deslumbrante, Hermanos y Hermanas, Jérôme lo preparó a lo largo de toda su vida. Lo preparó con una coherencia y una constancia sorprendente. Fiel a la prestigiosa tradición de la Escuela francesa de Medicina, Jérôme aprendió temprano a consentir con la verdad científica. Observó, constató la presencia de un individuo humano, portador de una carta de identidad genética; él ofreció este pequeño ser humano al reconocimiento de todos. No se preguntó si este pequeño ser humano respondía a las directrices de la Unión Europea, siempre pronta a sospechar que lo real no está en conformidad con las normas consensuales de la Comunidad. Jérôme tuvo el atrevimiento de pensar y de decir, que ¡la carta de identidad genética, tenía más valor que la carta de identidad civil! En este dominio, el Método Lejeune ya había sido probado con suceso por el Samaritano de la parábola (Lc, 10, 29-37), más apurado en asistir al herido que en preguntarse si el objeto sufriente no identificado respondía a la definición políticamente correcta de prójimo.

Esta sumisión a lo real surgía, en Jérôme, de su corazón de poeta. ¿Recuerdan el azul de su mirada? Querida Birthe, ¡usted no se equivocó, el día bendito en que un joven estudiante de medicina, de una imprevisión premeditada, se acercó a usted en una sala de biblioteca, con el pretexto de pedirle tinta! Los acontecimientos posteriores autorizan a pensar que el efecto de la mirada azul fue fulgurante y duradero.

Jérôme – hablo del poeta – estaba fascinado por el misterio; lo acechaba. Y allí donde otros murmuraban contra la melancolía de la vida, Jérôme se maravillaba frente a una flor o frente al enloquecimiento de la pupila de los enamorados. Esta avidez de someterse a lo real, esta disposición a sorprenderse conducían a Jérôme a no separarse jamás de su lupa de bolsillo. Es que – ¿lo ven ustedes? – la palma de una mano rebosa de preciosas informaciones sobre la historia genética de un sujeto.

Jérôme Lejeune conservó hasta el fin su mirada de niño. En su dominio de investigación y de acción, el conocimiento progresó en el júbilo frente al misterio que cede poco a poco al investigador mientras que finge resistirle.

El respeto del misterio protegió a Jérôme de la tentación del cientificismo. El no pidió a la disciplina que suntuosamente honró de resolver los problemas pertenecientes a la filosofía o a la teología. Él sabía que el campo de ejercicio de la razón humana no se limitaba al nivel del cómo, sino que el cómo mismo propulsaba al nivel del por qué. A diferencia de algunos de sus colegas, y sin embargo enemigos, Jerôme Lejeune no rechazaba sumariamente las cuestiones esenciales, relativas al sentido de la existencia – al sentido de la vida y de la muerte. Él hubiera contribuido generosamente, si esa hubiera sido su vocación, a la renovación de la antropología filosófica, que él puso en práctica en todo lo largo de su actividad al servicio de la vida. Estoy además convencido que él podría haber desarrollado una teología de la Creación decantada de las nebulosidades teilhardianas.

Al mismo tiempo en que servía la verdad científica de manera ejemplar, Jérôme puso en evidencia los peligros a los cuales está expuesto el sabio. El principal de estos peligros, es el rechazo a ver; peor aún: el rechazo a mirar lo real. Durante toda su carrera, Jérôme honró una concepción de la ciencia que coloca al sabio al amparo de la tentación del poder y de la tutela del poder. Así, Jérôme es un maestro para nosotros y para las generaciones futuras. Clarividencia sorprendente, en una época en que proliferan todo tipo de ideologías oscurantistas reducidas a invocar la autoridad de ciertos sabios, más que la de la ciencia, para «validar» programas de selección, de eugenismo, de erradicación, de eliminación, como lo recordó recientemente el Profesor Didier Sicard con fuerza y coraje (cf. Le Monde del 4 de febrero de 2007, y la débil respuesta del 3 de marzo).

John Billings quería, con sus investigaciones, excluir el aborto de la faz de la Tierra. Jérôme, él, se encontró en el corazón de los debates concernientes a la legalización del aborto; es, por otra parte, en este marco que nosotros nos conocimos. Lo que siempre me impresionó en estos debates, y ya en las publicaciones anteriores a estos debates, es que no se explica nunca en qué consiste exactamente un aborto. El único parámetro que se toma en cuenta, es la realidad de la mujer. Víctima del lenguaje estereotipado e indirecto, un pedazo entero de la realidad se silencia: a saber, la realidad del niño. Y como la realidad de este ser humano se oculta, se ignora voluntariamente, el legislador estima tener las manos libres para legislar en el supuesto beneficio de la mujer y de ella sola. Esta es la paradoja: al legalizar el aborto, el legislador ratifica la no-protección, la no-existencia jurídicas del niño. El lenguaje mismo es falseado: se interrumpe lo que se presenta como un proceso, a saber el embarazo, mientras que el manto eufemista disimula la supresión de un individuo humano real y en pleno crecimiento. La magia del lenguaje interviene, por tanto, para operar una doble mistificación: ocultar la presencia de un individuo humano, y ocultar en consecuencia la naturaleza homicida del gesto que lo suprime.

Estamos aquí en el corazón de una actitud de mala fe, pues se pide al personal biomédico de callar voluntariamente una realidad humana viviente que es, por otra parte, el objeto mismo de sus investigaciones y eventualmente de sus curas. El no-reconocimiento de la realidad del niño es la condición previa para que sea proclamado el «derecho» de la mujer a disponer libremente de su cuerpo. El niño es percibido como un obstáculo a la afirmación de la libertad de su madre; y entonces la muerte del niño es presentada como el precio de la libertad de la mujer. Esta muerte es en primer lugar una muerte jurídica querida por el legislador, luego ejecutada por el personal médico.

Esta situación es no solo violenta sino que también mentirosa. Ella se apoya en la exaltación unilateral de un solo aspecto de la realidad. En el binomio madre-hijo, la mujer es discriminada positivamente. Ella sola emerge como sujeto de derecho - ¡y qué «derecho»! El niño es como máximo un objeto, el objeto de un proceso: el embarazo; el objeto de un acto criminal: el aborto. ¿Cómo podríamos nosotros, Hermanos y Hermanas, no reaccionar públicamente, y políticamente, frente a esta nueva revolución cultural?

La ocultación deliberada de la realidad, operada por el lenguaje, es validada, si se lo puede decir, por el legislador, que no tiene ya más que reconocer ni defender la realidad del niño puesto que este es voluntariamente escamoteado. Así, a partir de un problema que parece circunscrito, a saber la unión vital que une el niño a aquella que lo porta, todo el proceso legislativo de las sociedades democráticas es puesto en duda. El derecho no tiene más como objeto la justicia; tiene como objeto la ley. Y, según Kelsen, la ley es la expresión de la voluntad de aquel que puede imponer su ley. Las leyes que liberalizan el aborto nos han así vendido una concepción puramente positivista del derecho. Este voluntarismo jurídico es confirmado e ilustrado por los proyectos parlamentarios concernientes, entre otros, al eugenismo, la experimentación sobre ser vivo, la eutanasia.

Hermanos y Hermanas, hay negacionistas que niegan Auschwitz. Hay negacionistas que niegan las raíces cristianas de Europa. También hay negacionistas que niegan las realidades naturales más evidentes. Siguiendo, están también los negacionistas que niegan que una sociedad que aborta sus niños, es una sociedad que aborta su futuro.

Jamás agradeceremos lo suficiente al Señor de habernos dado los creadores de belleza, como Mozart o el Beato Fra Angelico. Pero más que nunca necesitamos de intercesores como la Madre Teresa de Calcuta, como John Billings, como Michel Raoult y como Jérôme Lejeune.

Ahora bien, en este día en que celebramos más particularmente el aniversario de la muerte de Jérôme, los invito, Hermanos y Hermanas, a dar gracias al Señor por habérnoslo dado, por que, en un mundo enfrentado con un tsunami relativista, en una Europa que cede al vértigo de la apostasía, este gran sabio nos hace redescubrir la belleza de la verdad. Esta lección esencial que Jérôme nos dejó se modula, ciertamente, siguiendo los diferentes estados de vida en que nos encontremos. Lejeune suscitó vocaciones de políticos al servicio de la vida, como la de Michel Raoult. El Profesor Lejeune, además, invitó a sus colegas médicos a desolidarizarse de los mercaderes de muerte y a ser fieles a su vocación de pastores de la vida. Igualmente, Lejeune apremió a sus colegas juristas a salvar el derecho de la indignidad en la cual cae cuando se deja instrumentalizar para legalizar cualquier práctica. A las mujeres, el esposo y el padre ejemplar que fue Jérôme recuerda que el verdadero feminismo, es aquel que reactiva la ventaja comparativa de la mujer: tener un corazón muy grande, hacer prevaler las relaciones de amor sobre las relaciones de fuerza – en suma, ser el icono de la ternura de Dios.

Testigo de la verdad, Jérôme lo fue hasta el fin. Se volvió para siempre hijo de Dios por el bautismo. Aquel día Jérôme recibió en su corazón la luz del Espíritu Santo. En los Santos Inocentes que asistía el médico, Jérôme, el creyente, reconocía a los hijos queridos de Dios. Se cuenta que en la cercanía de su muerte, el Señor apareció a Santo Tomás de Aquino y le dijo: «Tú hablaste bien de mí, Tomás. ¿Qué quieres como recompensa?» «Señor, respondió Tomas, ¡no quiero otra recompensa que Tú mismo!» ¡Bienaventurado eres tú, Hermano Jérôme, de haber conservado toda tu vida un corazón de pobre! ¡Bienaventurado eres tú de haber tenido hambre y sed de justicia! ¡Bienaventurado eres tú de haber sido perseguido por la justicia como lo fueron y como lo son todos los profetas! ¡Bienaventurado eres tú porque el Reino de los cielos es de los que se te parecen! ¡Bienaventurado eres tú, Jérôme, de haber reconocido en tus enfermos a los hermanitos y las hermanitas de Jesús! Eran ellos todos que te esperaban, hace trece años, en la cima de tu subida dolorosa hacia Aquel que es tu recompensa: ¡el Vencedor de la muerte, el Señor de la Vida!

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Mons. Michel Schooyans es Profesor ordinario emérito de Filosofía política y de Ideologías contemporáneas de la Universidad católica de Lovaina. Es miembro de la Pontificia Academia para la Vida, de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales y de la Academia Mejicana de Bioética. Es consultor del Consejo Pontificio para la Familia.

Preguntas o comentarios al autor

Oración para pedir la beatificación de Lejeune

"Oh Dios, que creaste al hombre a tu imagen y lo destinaste a compartir tu Gloria, te damos gracias por haberle dado a tu Iglesia el profesor Jerôme Lejeune, eminente servidor de la vida.

Él supo poner su penetrante inteligencia y su fe profunda al servicio de la defensa de la vida humana, especialmente de la vida en gestación, en el incansable empeño de cuidarla y sanarla. Testigo apasionado de la verdad y de la caridad, supo reconciliar, ante los ojos del mundo contemporáneo, la fe y la razón.

Concédenos por su intercesión, según tu voluntad, la gracia que te pedimos, con la esperanza de que pronto sea contado entre el número de tus santos. Amén".

Con aprobación eclesiástica, Mons. André Vingt-Trois, Arzobispo de París.

Se ruega comunicar las gracias recibidas a: Postulación de la Causa de beatificación y canonización del Siervo de Dios Jérôme Lejeune Abbaye Saint-Wandrille, F-76490 Saint-Wandrille, Francia