.
11.- Celina: ¿Qué le pasó a nuestro amor?
Familias Católicas /Biblioteca Familiar

Por: Horacio Bojorge | Fuente: Catholic.net

Quería ser catequista
en lugar de amiga de mi esposo


A su libro lo daría como lectura obligatoria
en las clases de teología de las universidades católicas.
Es ameno, revelador, disparador
y me da una gran alegría comprobar
lo coherente que es Dios y su doctrina.
Me hace amar más a mi Iglesia.
De parte de todas las personas a quienes les ayudó su libro ¡gracias!

Bueno Padre, la alegría y la emoción tal vez no me dejan ser clara porque son muchas las sensaciones que produce y moviliza la lectura de su libro ¿Qué le pasó a nuestro amor?

He tenido muchos conflictos con mi marido, desde el momento en que me di cuenta de que su constante acercamiento a mí lo motivaba su instinto y no cuidaba la afectividad. Al menos así lo sentía. Sentía una falta de afectividad.
Me disgustaba su relación con el trabajo, que parecía su prioridad número uno y su fuente de seguridad. Yo me sentía postergada.
A mí, las ocupaciones diarias de mi vida doméstica me dejaban tiempo suficiente para calmar mi vacío afectivo. Poco a poco, me fui dando cuenta de que se trataba de un vacío existencial. Y empecé a dedicarle más tiempo a trabajar mi espiritualidad. Pero… en la medida en que yo creía estar creciendo y madurando interiormente, la relación con mi marido empeoraba. También por los celos que ahora le provocaba a él mi dedicación a Dios.

Me fui formando con la idea de que Dios es primero que todo, y mi marido fue sintiendo que él quedaba relegado a un segundo lugar. No era que yo desatendiera mi hogar, sino que él es un hombre muy demandante y él sentía que yo estaba menos con él. Yo no llegaba a comprender bien qué orden debían tenían realmente las cosas. Con el tiempo fui aprendiendo a compatibilizar los tiempos de mis obligaciones espirituales y domésticas. Me distendí y me liberé de esta óptica, cuando supe que lo primero es el deber de estado, porque así se obedece a Dios.

En mi camino he conocido muchas hermanas en la fe, que padecen similares conflictos y problemas. Los maridos sienten que la mujer privilegia los asuntos de la fe por encima de la presencia debida al hogar, lo cual genera conflictos en la pareja. Porque no sabemos cómo ordenarnos.
He creído que el esposo no entiende lo que debe ser un matrimonio ni el lugar de Dios en él. Y he creído que yo sí lo entiendo porque tengo más clara la “misión”. Me he equivocado, claro está, y ahora me doy cuenta de ello. De mi parte quisiera reparar este error. Desearía que mi esposo se diera cuenta también y pudiera ser más indulgente, sin resentimiento y entender que todo depende de que empecemos a vivir poniendo nuestro matrimonio en las manos de Dios, para que Él reconstruya lo que estuvo mal durante tanto tiempo.
Padecemos una confusión de lenguas parecida a la de la Torre de Babel, porque no podemos hablar el mismo idioma. Ellos no saben explicarse, y tampoco comprender qué es lo que una necesita; ni por qué nos es tan necesario sentir que nos escuchan, que comprendan por qué hablamos, contamos y desmenuzamos. A ellos los cansa, los agota. No entienden por qué son tan importantes para nosotros los pequeños gestos, los detalles, la exteriorización del afecto. No lográbamos demostrarles que Dios no es obstáculo sino, al contrario, fuente de amor.
Por eso esa era nuestra pregunta, la mía y de mis amigas. La misma de Angélica y la que viene a respondernos su libro: ¿Qué le pasó a nuestro amor? ¿Qué fue del hombre que conocí y del que me enamoré? ¿Qué le pasó a ése por quién me sentía capaz de escalar montañas?!

Ahora comprendo que yo quería ser catequista de mi marido, para nada maestra de amistad, es decir: ¡a-mi-ga!. Con una ausencia de la caridad, con resentimiento y tristeza, muy ignorante respecto a lo que Dios espera de una, como esposa, frente a un marido que no sabe cómo comunicarse. Mi marido buscaba intimidad pero yo era una “mujer nueva” (más religiosa) que no sabía ya cómo manejar la intimidad con mi marido para resolver las diferencias en la convivencia, ante las cuales ninguno de los dos sabía qué hacer.

Algunas, seguramente igual que yo, nos hemos resignado al desamor conyugal. Por lo tanto ni siquiera hemos tenido al alcance, para acercarnos al esposo, esos momentos de intimidad necesaria. Los inculpamos a ellos pero también nos sentimos culpables y, si no lo somos, sí somos corresponsables del debilitamiento del vínculo debido a la ignorancia de nuestra propia parte en ese asunto. Una ignorancia que ignoramos y nos permite extraviarnos en una autosuficiencia soberbia.

He aprendido en su libro, para mi gran alivio, que “la pena” no son los maridos o los sufrimientos familiares, sino nuestra propia naturaleza de hijas de Eva heridas por el pecado original y por nuestros pecados propios. La cruz está en nosotras mismas. ¡La llevamos puesta! ¡No es el marido, es una misma! En realidad ¡somos los dos!

Nosotras necesitamos ser protagonistas en la vida hasta en la fe, y una malentiende que la cruz es el sufrimiento que nos provocan los otros. El sufrimiento que me causa él. Un grave error que demora que asumamos la “pena” y nuestras miserias.

Distanciados física y espiritualmente se ha completado el cuadro y la imposibilidad para resolver las diferencias y poder crecer. Sólo la fe, aunque débil, nos ha mantenido juntos a pesar de un amor languideciente. Mala catequista en vez de buena amiga, no supe tener el amor incondicional, a imagen y semejanza del amor con el que Dios nos sana y bendice. Y entre nosotros ha prevalecido el amor propio. Por tanto nos hemos mirado el uno al otro sólo con una mirada racionalista y meramente humana. Nuestra fe nos permitía ver a Cristo bajo las especies del pan, sabernos perdonados por el ministerio del sacerdote, pero no podíamos creer que pudiéramos estar llamados a ser ministros de un amor que no es nuestro sino que nos viene de Dios. Nuestro amor es como la especie del pan, para que Cristo nos ame al uno a través del otro. Esto también pide ejercicio de fe. Y no lo sabíamos.

En vez de haber crecido, con los años profundizamos las diferencias. Él estancado en lo suyo y yo tan espiritual e inalcanzable.
Las mujeres somos muy lúcidas e intuitivas pero en la búsqueda de la felicidad, todo eso: ¿para qué nos sirve? Falta algo, que nos ayude a concretar esta misión tal como fue pensada por Dios.
Una quiere ser santa, pero el marido no entiende de qué santidad se trata… no comparte el mismo camino de una. Y una tiene sus crisis y con las amigas – que están en las mismas - trata de acercarles un consuelo, apoyándonos moral y espiritualmente las unas a las otras, como el Cireneo.

Me he emocionado con los contenidos de su libro como quien de repente queda libre de una condena, aliviada de una culpabilidad aplastante, porque lo declaran inocente. ¡Que las “penas no son culpa”! Que se trata de nuestra propia naturaleza herida por el pecado original y, por supuesto, de los pecados propios, cometidos por nosotras.
Uno piensa cómo poder elevar al marido, que no desea una mujer ¡tan espiritual! sino una con pies de barro. No hemos comprendido que eso es querer “ser como Dios”. No hemos comprendido el plan de Dios.

Finalmente en Qué le pasó a nuestro amor pude comprender el porqué y el cómo de la misión del varón y la mujer. ¡En su libro está la explicación que yo buscaba!

La hilación de las verdades reveladas que Usted propone es muy importante. Porque antes teníamos respuestas fragmentadas. Ahora tengo el panorama completo.
Tengo ganas de compartirlo con mi marido pero no sé si debo. Él es muy inmaduro y si me sale con una idiotez agarrándose de lo que usted dice de la mujer... ¡lo mato! Pero para mí contiene una luz y una fuerza revitalizadora. Mientras lo leo me voy diciendo cada tanto: ¡Ahhhhh! caramba hubiera sabido todo esto!
Y además siento que Dios me está regalando esta luz a través de sus libros, para que yo la comparta con las demás.

Espero que la presencia de Dios infunda en mi corazón la amistad y el amor para mi esposo que Él había pensado darle a través de mí, y así restablecer el amor esponsal. ¡En su libro está la explicación que yo buscaba!

Yo lo daría como lectura obligatoria en las clases de teología de las universidades católicas. Es ameno, revelador, disparador y me da una gran alegría comprobar lo coherente que es Dios y su doctrina. Me hace amar más a mi Iglesia ¡gracias!
Celina