Menu


Inteligencia de la fe
La formación intelectual de los candidatos al sacerdocio encuentra su justificación específica en la naturaleza misma del ministerio ordenado


Por: S.S. Juan Pablo II (Pastores dabo vobis) | Fuente: vatican.va



Formación intelectual: inteligencia de la fe

TEXTO TOMADO DE: "PASTORES DABO VOBIS"

51. La formación intelectual, aun teniendo su propio carácter específico, se relaciona profundamente con la formación humana y espiritual, constituyendo con ellas un elemento necesario; en efecto, es como una exigencia insustituible de la inteligencia con la que el hombre, participando de la luz de la inteligencia divina, trata de conseguir una sabiduría que, a su vez, se abre y avanza al conocimiento de Dios y a su adhesión[156].

La formación intelectual de los candidatos al sacerdocio encuentra su justificación específica en la naturaleza misma del ministerio ordenado y manifiesta su urgencia actual ante el reto de la nueva evangelización a la que el Señor llama a su Iglesia a las puertas del tercer milenio. "Si todo cristiano -afirman los Padres sinodales- debe estar dispuesto a defender la fe y a dar razón de la esperanza que vive en nosotros (cf. 1 Pe. 3, 15), mucho más los candidatos al sacerdocio y los presbíteros deben cuidar diligentemente el valor de la formación intelectual en la educación y en la actividad pastoral, dado que, para la salvación de los hermanos y hermanas, deben buscar un conocimiento más profundo de los misterios divinos"[157]. Además, la situación actual, marcada gravemente por la indiferencia religiosa y por una difundida desconfianza en la verdadera capacidad de la razón para alcanzar la verdad objetiva y universal, así como por los problemas y nuevos interrogantes provocados por los descubrimientos científicos y tecnológicos, exige un excelente nivel de formación intelectual, que haga a los sacerdotes capaces de anunciar -precisamente en ese contexto- el inmutable Evangelio de Cristo y hacerlo creíble frente a las legítimas exigencias de la razón humana. Añádase además, que el actual fenómeno del pluralismo, acentuado más que nunca en el ámbito no sólo de la sociedad humana sino también de la misma comunidad eclesial, requiere una aptitud especial para el discernimiento crítico: es un motivo ulterior que demuestra la necesidad de una formación intelectual más sólida que nunca.

Esta exigencia "pastoral" de la formación intelectual confirma cuanto se ha dicho ya sobre la unidad del proceso educativo en sus varias dimensiones. La dedicación al estudio, que ocupa una buena parte de la vida de quien se prepara al sacerdocio, no es precisamente un elemento extrínseco y secundario de su crecimiento humano, cristiano, espiritual y vocacional; en realidad, a través del estudio, sobre todo de la teología, el futuro sacerdote se adhiere a la palabra de Dios, crece en su vida espiritual y se dispone a realizar su ministerio pastoral. Es ésta la finalidad múltiple y unitaria del estudio teológico indicada por el Concilio[158] y propuesta nuevamente por el Instrumentum laboris del Sínodo con las siguientes palabras: "Para que pueda ser pastoralmente eficaz, la formación intelectual debe integrarse en un camino espiritual marcado por la experiencia personal de Dios, de tal manera que se pueda superar una pura ciencia nocionística y llegar a aquella inteligencia del corazón que sabe "ver" primero y es capaz después de comunicar el misterio de Dios a los hermanos"[159].

52. Un momento esencial de la formación intelectual es el estudio de la filosofía, que lleva a un conocimiento y a una interpretación más profundos de la persona, de su libertad, de sus relaciones con el mundo y con Dios. Ello es muy urgente, no sólo por la relación que existe entre los argumentos filosóficos y los misterios de la salvación estudiados en teología a la luz superior de la fe[160], sino también frente a una situación cultural muy difundida, que exalta el subjetivismo como criterio y medida de la verdad. Sólo una sana filosofía puede ayudar a los candidatos al sacerdocio a desarrollar una conciencia refleja de la relación constitutiva que existe entre el espíritu humano y la verdad, la cual se nos revela plenamente en Jesucristo. Ni tampoco hay que infravalorar la importancia de la filosofía para garantizar aquella "certeza de verdad", la única que puede estar en la base de la entrega personal total a Jesús y a la Iglesia. No es difícil entender cómo algunas cuestiones muy concretas -como lo son la identidad del sacerdote y su compromiso apostólico y misionero- están profundamente ligadas a la cuestión, nada abstracta, de la verdad: si no se está seguro de la verdad, ¿cómo se podrá poner en juego la propia vida y tener fuerzas para interpelar seriamente la vida de los demás?

La filosofía ayuda no poco al candidato a enriquecer su formación intelectual con el "culto de la verdad", es decir, una especie de veneración amorosa de la verdad, la cual lleva a reconocer que ésta no es creada y medida por el hombre, sino que es dada al hombre como don por la Verdad suprema, Dios; que, aun con limitaciones y a veces con dificultades, la razón humana puede alcanzar la verdad objetiva y universal, incluso la que se refiere a Dios y al sentido radical de la existencia; que la fe misma no puede prescindir de la razón ni del esfuerzo de "pensar" sus contenidos, como testimoniaba la gran mente de Agustín: "He deseado ver con el entendimiento aqullo que he creído, y he discutido y trabajado mucho"[161].

Para una comprensión más profunda del hombre y de los fenómenos y líneas de evolución de la sociedad, en orden al ejercicio, "encarnado" lo más posible, del ministerio pastoral, pueden ser de gran utilidad las llamadas "ciencias del hombre", como la sociología, la psicología, la pedagogía, la ciencia de la economía y de la política, la ciencia de la comunicación social. Aunque sólo sea en el ámbito muy concreto de las ciencias positivas o descriptivas, éstas ayudan al futuro sacerdote a prolongar la "contemporaneidad" vivida por Cristo. "Cristo, decía Pablo VI, se ha hecho contemporáneo a algunos hombres y ha hablado su lenguaje. La fidelidad a El requiere que continúe esta contemporaneidad"[162].

53. La formación intelectual del futuro sacerdote se basa y se construye sobre todo en el estudio de la sagrada doctrina y de la teología. El valor y la autenticidad de la formación teológica dependen del respeto escrupuloso de la naturaleza propia de la teología, que los Padres sinodales han resumido así: "La verdadera teología proviene de la fe y trata de conducir a la fe"[163]. Esta es la concepción que constantemente ha enseñado la Iglesia católica mediante su Magisterio. Esta es también la línea seguida por los grandes teólogos, que enriquecieron el pensamiento de la Iglesia católica a través de los siglos. Santo Tomás es muy explícito cuando afirma que la fe es como el habitus de la teología, o sea, su principio operativo permanente[164], y que "toda la teología está ordenada a alimentar la fe"[165].

Por tanto, el teólogo es ante todo un creyente, un hombre de fe. Pero es un creyente que se pregunta sobre su fe (fides quaerens intellectum), que se pregunta para llegar a una comprensión más profunda de la fe misma. Los dos aspectos, la fe y la reflexión madura, están profundamente relacionados entre sí; precisamente su íntima coordinación y compenetración es decisiva para la verdadera naturaleza de la teología, y, por consiguiente, es decisiva para los contenidos, modalidades y espíritu según los cuales hay que elaborar y estudiar la sagrada doctrina.

Además, ya que la fe, punto de partida y de llegada de la teología, opera una relación personal del creyente con Jesucristo en la Iglesia, la teología tiene también connotaciones cristológicas y eclesiales intrínsecas, que el candidato al sacerdocio debe asumir conscientemente, no sólo por las implicaciones que afectan a su vida personal, sino también por aquellas que afectan a su ministerio pastoral. Por ser la fe aceptación de la Palabra de Dios, lleva a un "sí" radical del creyente a Jesucristo, Palabra plena y definitiva de Dios al mundo (cf. Heb. 1, 1 ss.). Por consiguiente, la reflexión teológica tiene su centro en la adhesión a Jesucristo, Sabiduría de Dios. La misma reflexión madura debe considerarse como una participación de la "mente" de Cristo (cf. 1 Cor. 2, 16) en la forma humana de una ciencia (scientia fidei). Al mismo tiempo la fe introduce al creyente en la Iglesia y lo hace partícipe de su vida, como comunidad de fe. En consecuencia, la teología posee una dimensión eclesial, porque es un reflexión madura sobre la fe de la Iglesia hecha por el teólogo, que es miembro de la Iglesia[166].

Estas perspectivas cristológicas y eclesiales, que son connaturales a la teología, ayudan a desarrollar en los candidatos al sacerdocio, además del rigor científico, un grande y vivo amor a Jesucristo y a su Iglesia: este amor, a la vez que alimenta su vida espiritual, les sirve de pauta para el ejercicio generoso de su ministerio. Tal era precisamente la intención del Concilio Vaticano II, cuando pedía la reforma de los estudios eclesiásticos, mediante una más adecuada estructuración de las diversas disciplinas filosóficas y teológicas para hacer que "concurran armoniosamente a abrir cada vez más las inteligencias de los alumnos al misterio de Cristo, que afecta a toda la humanidad, influye constantemente en la Iglesia y actúa sobre todo por obra del ministerio sacerdotal"[167].

La formación intelectual teológica y la vida espiritual -en particular la vida de oración- se encuentran y refuerzan mutuamente, sin quitar por ello nada a la seriedad de la investigación ni al gusto espiritual de la oración. San Buenaventura advierte: "Nadie crea que le baste la lectura sin la unción, la especulación sin la devoción, la búsqueda sin el asombro, la observación sin el júbilo, la actividad sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia divina, la investigación sin la sabiduría de la inspiración sobrenatural"[168].

54. La formación teológica es una tarea sumamente compleja y comprometida. Ella debe llevar al candidato al sacerdocio a poseer una visión completa y unitaria de las verdades reveladas por Dios en Jesucristo y de la experiencia de fe de la Iglesia; de ahí la doble exigencia de conocer "todas" las verdades cristianas y conocerlas de manera orgánica, sin hacer selecciones arbitrarias. Esto exige ayudar al alumno a elaborar una síntesis que sea fruto de las aportaciones de las diversas disciplinas teológicas, cuyo carácter específico alcanza auténtico valor sólo en la profunda coordinación de todas ellas.

En su reflexión madura sobre la fe, la teología se mueve en dos direcciones. La primera es la del estudio de la Palabra de Dios: la palabra escrita en el Libro sagrado, celebrada y transmitida en la Tradición viva de la Iglesia e interpretada auténticamente por su Magisterio. De aquí el estudio de la Sagrada Escritura, "la cual debe ser como el alma de toda la teología"[169]: de los Padres de la Iglesia y de la liturgia, de la historia eclesiástica, de las declaraciones del Magisterio. La segunda dirección es la del hombre, interlocutor de Dios: el hombre llamado a "creer", "vivir" y a "comunicar" a los demás la fides y el ethos cristiano. De aquí el estudio de la dogmática, de la teología moral, de la teología espiritual, del derecho canónico y de la teología pastoral.

La referencia al hombre creyente lleva la teología a dedicar una particular atención, por un lado, a las consecuencias fundamentales y permanentes de la relación fe-razón; por otro, a algunas exigencias más relacionadas con la situación social y cultural de hoy. Bajo el primer punto de vista se sitúa el estudio de la teología fundamental, que tiene como objeto el hecho de la revelación cristiana y su transmisión en la Iglesia. En la segunda perspectiva se colocan aquellas disciplinas que han tenido y tienen un desarrollo más decisivo como respuestas a problemas hoy intensamente vividos, como por ejemplo el estudio de la doctrina social de la iglesia, que "pertenece al ámbito... de la teología y especialmente de la teología moral"[170], y que es uno de los "componentes esenciales" de la "nueva evangelización", de la que es instrumento[171]; igualmente el estudio de la misión, del ecumenismo, del judaísmo, del Islam y de otras religiones no cristianas.

55. La formación teológica actual debe prestar particular atención a algunos problemas que no pocas veces suscitan dificultades, tensiones, desorientación en la vida de la Iglesia. Piénsese en la relación entre las declaraciones del Magisterio y las discusiones teológicas; relación que no siempre se desarrolla como debería ser, o sea, en la perspectiva de la colaboración. Ciertamente "el Magisterio vivo de la Iglesia y la teología -aun desempeñado funciones diversas- tienen en definitiva el mismo fin: mantener al Pueblo de Dios en la verdad que hace libres y hacer de él la "luz de las naciones". Dicho servicio a la comunidad eclesial pone en relación recíproca al teólogo con el Magisterio. Este último enseña auténticamente la doctrina de los Apóstoles y, sacando provecho del trabajo teológico, replica a las objeciones y deformaciones de la fe, proponiendo además, con la autoridad recibida de Jesucristo, nuevas profundizaciones, explicitaciones y aplicaciones de la doctrina revelada. La teología, en cambio, adquiere, de modo reflejo, una comprensión cada vez más profunda de la Palabra de Dios, contenida en la Escritura y transmitida fielmente por la Tradición viva de la Iglesia bajo la guía del Magisterio, a la vez que se esfuerza por aclarar esta enseñanza de la Revelación frente a las instancias de la razón y le da una forma orgánica y sistemática"[172]. Pero cuando, por una serie de motivos, disminuye esta colaboración, es preciso no prestarse a equívocos y confusiones, sabiendo distinguir cuidadosamente <>[173]. No existe un magisterio "paralelo", porque el único magisterio es el de Pedro y los apóstoles, el del Papa y los Obispos[174].

Otro problema, que se da principalmente donde los estudios seminarísticos están encomendados a instituciones académicas, se refiere a la relación entre el rigor científico de la teología y su aplicación pastoral, y, por tanto, la naturaleza pastoral de la teología. En realidad, se trata de dos características de la teología y de su enseñanza que no sólo no se oponen entre sí sino que coinciden, aunque sea bajo aspectos diversos, en el plano de una más completa "inteligencia de la fe". En efecto, el caracter pastoral de la teología no significa que ésta sea menos doctrinal o incluso que esté privada de su carácter científico; por el contrario, significa que prepara a los futuros sacerdotes para anunciar el mensaje evangélico a través de los medios culturales de su tiempo y a plantear la acción pastoral según una auténtica visión teológica. Y así, por un lado, un estudio respetuoso del carácter rigurosamente científico de cada una de las disciplinas teológicas contribuirá a la formación más completa y profunda del pastor de almas como maestro de la fe; por otro lado, una adecuada sensibilidad en su aplicación pastoral hará que sea el estudio serio y científico de la teología verdaderamente formativo para los futuros presbíteros.

Un problema ulterior nace de la exigencia -hoy intensamente sentida- de la evangelización de las culturas y de la inculturación del mensaje de la fe. Es éste un problema eminentemente pastoral, que debe ser incluido con mayor amplitud y particular sensibilidad en la formación de los candidatos al sacerdocio: "En las actuales circunstancias, en que en algunas regiones del mundo la religión cristiana se considera como algo extraño a las culturas, tanto antiguas como modernas, es de gran importancia que en toda la formación intelectual y humana se considere necesaria y esencial la dimensión de la inculturación[175]. Pero esto exige previamente una teología auténtica, inspirada en los principios católicos sobre esa inculturación. Estos principios se relacionan con el misterio de la encarnación del Verbo de Dios y con la antropología cristiana e iluminan el sentido auténtico de la inculturación; ésta, ante las culturas más dispares y a veces contrapuestas, presentes en las distintas partes del mundo, quiere ser una obediencia al mandato de Cristo de predicar el Evangelio a todas las gentes hasta los últimos confines de la tierra. Esta obediencia no significa sincretismo, ni simple adaptación del anuncio evangélico, sino que el Evangelio penetra vitalmente en las culturas, se encarna en ellas, superando sus elementos culturales incompatibles con la fe y con la vida cristiana y elevando sus valores al misterio de la salvación que proviene de Cristo[176]. El problema de esta inculturación puede tener un interés específico cuando los candidatos al sacerdocio provienen de culturas autóctonas; entonces, necesitarán métodos adecuados de formación, sea para superar el peligro de ser menos exigentes y desarrollar una educación más débil de los valores humanos, cristianos y sacerdotales, sea para revalorizar los elementos buenos y auténticos de sus culturas y tradiciones"[177].

56. Siguiendo las enseñanzas y orientaciones del Concilio Vaticano II y las normas de aplicación de la Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis, ha tenido lugar en la Iglesia una amplia actualización de la enseñanza de las disciplinas filosóficas y, sobre todo, teológicas en los seminarios. Aun necesitando en algunos casos ulteriores enmiendas o desarrollos, esta actualización ha contribuido en su conjunto a destacar cada vez más el proyecto educativo en el ámbito de la formación intelectual. A este respecto, "los Padres sinodales han afirmado de nuevo, con frecuencia y claridad, la necesidad -más aún, la urgencia- de que se aplique en los seminarios y en las casas de formación el plan fundamental de estudios, tanto el universal como el de cada nación o Conferencia episcopal"[178].

Es necesario contrarrestar decididamente la tendencia a reducir la seriedad y el esfuerzo en los estudios, que se deja sentir en algunos ambientes eclesiales, como consecuencia de una preparación básica insuficiente y con lagunas en los alumnos que comienzan el periodo filosófico y teológico. Esta misma situación contemporánea exige cada vez más maestros que estén realmente a la altura de la complejidad de los tiempos y sean capaces de afrontar, con competencia, claridad y profundidad los interrogantes vitales del hombre de hoy, a los que sólo el Evangelio de Jesús da la plena y definitiva respuesta.


Si tienes dudas consulta con alguno de nuestros asesores vocacionales

 

 

 



 

 

 

Suscríbete aquí
para recibir este servicio en tu e-mail
y visita la
Comunidad de Vocaciones

 



 

 

 

 

 

 

 

 

 

Si tienes alguna duda, conoces algún caso que quieras compartir, o quieres darnos tu opinión, te esperamos en los FOROS DE CATHOLIC.NET donde siempre encontrarás a alguien al otro lado de la pantalla, que agradecerá tus comentarios y los enriquecerá con su propia experiencia.

 

 

 


Imagen: semanario.com.mx



[156] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 15.

[157] Propositio 26.

[158] Cf. Decreto sobre la formación sacerdotal Optatam totius, 16.

[159] La formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales "Instrumentum laboris", 39.

[160] Cf. Congregación para la Educación Católica, Carta a los obispos sobre la enseñanza de la filosofía en los seminarios (20 enero 1972).

[161] "Desideravi intellectu videre quod credidi et multum disputavi et laboravi", De Trinitate XV, 28: CCL 50/A, 534.

[162] Discurso a los participantes en la XXI Semana Bíblica italiana (25 setiembre 1970): AAS 62 (1970), 618.

[163] Propositio 26.

[164] "Fides, quae est quasi habitus theologiae": In Lib. Boetii de Trinitate V, 4, ad 8.

[165] Cf. S. Tomás de Aquino, In I Sent., Q. 1, a. 2.

[166] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo Donum veritatis (24 mayo 1990), 11; 40: AAS 82 (1990), 1554-1555; 1568-1569.

[167] Decreto sobre la formación sacerdotal Optatam totius, 14.

[168] Itinerarium mentis in Deum, Prol., n. 4: Opera omnia, tomus V, Ad Claras Aquas 1891, 296.

[169] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto sobre la formación sacerdotal Optatam totius, 16.

[170] Carta Enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 41: AAS 80 (1988), 571.

[171] Cf. Carta Enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 54: AAS 83 (1991), 859-860.

[172] Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo Donum veritatis (24 mayo 1990), 21: l. c., 1559.

[173] Propositio 26.

[174] Así, por ejemplo, escribía S. Tomás de Aquino: "Es necesario atenerse más a la autoridad de la Iglesia que a la autoridad de Agustín o de Jerónimo o de cualquier otro Doctor": Summa Theol., II-II, q. 10, a. 12; añade que nadie puede defenderse con la autoridad de Jerónimo o de Agustín o de cualquier otro Doctor en contra de la autoridad de Pedro: cf. Ibid. II-II, q. 11, a. 2 ad 3.

[175] Propositio 32.

[176] Cf. Carta Enc. Redemptoris missio (7 diciembre 1990) 67: l. c., 315-316.

[177] Cf. Propositio 32.

[178] Propositio 27.

 

 

 

 

 

 

 







Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |