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El dinero de la Iglesia

El dinero de la Iglesia
Como los primeros cristianos, hemos que ser nosotros quienes proporcionemos el soporte económico a la acción pastoral de la Iglesia


Por: Lluís Martínez Sistach. Arzobispo de Tarragona y Primado | Fuente: E-cristians.net



¿Las instituciones de Iglesia pueden invertir los bienes de que disponen? La respuesta es clara: no sólo pueden hacerlo, sino que tienen que invertirlos convenientemente a fin de que esos bienes que reciben de los fieles no se devalúen y también para poder garantizar el cumplimiento fiel de las finalidades para las cuales han hecho sus aportaciones. En la mayoría de los casos se trata de dinero procedente de fundaciones, y es bien sabido que el capital de las fundaciones no se puede gastar, puesto que con los beneficios han de realizarse determinados fines señalados por el fundador, como pueden ser la ayuda a los pobres, becas de estudio, actividades pastorales, culturales y sociales, misiones, etc. No podemos olvidar que los bienes de la Iglesia son para la pastoral y para los pobres, y por ello tienen que administrarse con responsabilidad y prudencia.

El hecho de que instituciones de Iglesia inviertan sus bienes no significa que esas instituciones sean ricas. Todas las diócesis presentan anualmente los balances de su actividad económica, y puede observarse el equilibrio que hay entre las entradas y las salidas. También se ve claramente que la aportación que llega a las diócesis provenientes de la asignación tributaria y de la dotación presupuestaria es un tanto por ciento no demasiado elevado respecto del total de los ingresos. Es bonito ver que la aportación directa de los fieles representa una cantidad considerable en aquel total.

Cualquier proyecto pastoral —el que se hace al servicio de los jóvenes, de la catequesis, de la familia, la construcción de nuevos templos y la conservación de las iglesias y centros parroquiales, la ayuda a los necesidades, etc..— tiene un presupuesto económico y comporta unos gastos. La Iglesia no es ni tiene que ser rica. Sin embargo tiene que atender las necesidades pastorales propias de su misión. Por eso debemos avanzar con el fin de conseguir una economía suficiente.

Como los primeros cristianos, hemos que ser nosotros quienes proporcionemos el soporte económico a la acción pastoral de la Iglesia. Ser solidarios con nuestra parroquia es relativamente fácil, porque vemos las necesidades y las actividades que se realizan. Ahora bien, ser solidarios con la diócesis ya cuesta más. Sin embargo, si sólo viéramos nuestro campanario y nos desentendiéramos del resto de la diócesis no entenderíamos adecuadamente la Iglesia de Jesucristo, la cual es una comunión. Hay que crecer en la comunicación cristiana de bienes entre las parroquias, y eso se alcanza gracias a la acción del fondo común diocesano, que hace un reparto equitativo de los bienes que aportan todas las parroquias. De esta manera, quien tiene más da más y quien tiene menos da menos, y si lo necesita recibe más.

San Pablo, en su carta a los corintios, insiste en una colecta que se promovió para ayudar a la comunidad cristiana de Jerusalén, y dice: «El sembrador mezquino tendrá una cosecha mezquina, el generoso la tendrá generosa. Que cada uno dé aquello que ha decidido de corazón. […] Dios ama a quien da con alegría.»




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