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Reflexiones a la luz de la Palabra de Dios y la doctrina social de la Iglesia
Ambas Conferencias Episcopales nos hacemos eco de la abundante tradición de la enseñanza de la Iglesia respecto a la migración


Por: Carta pastoral de los Obispos Católicos de los Estados Unidos y México sobre la migración | Fuente: Catholic.net



Capítulo II

La migración a la luz de la Palabra de Dios


22. La Palabra de Dios y la Doctrina Social de la Iglesia que en ella se fundamenta, ayudan a comprender de manera definitivamente esperanzadora las luces y sombras que forman parte de las dimensiones éticas, sociales, políticas, económicas y culturales de las migraciones entre nuestros dos países. La Palabra de Dios y la Doctrina Social de la Iglesia también iluminan las causas que llevan a las migraciones, así como las consecuencias que éstas tienen para las comunidades de origen y destino.

23. Desde una visión de fe estas luces y sombras son parte de la dinámica de la creación y la gracia, así como del pecado y la muerte, que conforman el escenario de la historia de la salvación.

Antiguo Testamento

24. Aun en las duras historias de la migración, Dios está presente y se revela a Sí Mismo. Abraham dio un paso en la fe para responder al llamado de Dios (Gn 12,1). Abraham y Sara extendieron su hospitalidad a tres forasteros que en realidad eran una manifestación del Señor, generosidad que se convirtió en paradigma de respuesta ante todo forastero para los descendientes de Abraham. La gracia de Dios irrumpió hasta en situaciones de pecado: durante la migración forzada de los hijos de Jacob, José, vendido como esclavo, se convirtió eventualmente en el salvador de su familia (Gn 37,45) como una figura de Jesús, quien traicionado por un amigo por treinta monedas de plata, salva a la familia humana.

25. Los acontecimientos fundamentales de la esclavitud por parte de los egipcios y de la liberación por Dios en la historia del pueblo elegido, se plasmaron en los mandamientos del Antiguo Testamento referidos al trato debido a los forasteros (Ex 23,9; Lv 19,33). La actitud hacia el extranjero constituye tanto una imitación del Señor, como una manifestación primordial y específica del gran mandamiento de amar al prójimo: “Pues el Señor su Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores: el Dios grande, fuerte y temible que no hace distinción de personas ni acepta sobornos; que hace justicia al huérfano y a la viuda, y ama al extranjero suministrándole pan y vestido. Amen ustedes también al extranjero, ya que extranjeros fueron ustedes en el país de Egipto” (Dt 10,17-19). Para los israelitas, estos mandatos no consistían solamente en exhortaciones personales. La bienvenida y acogida del extranjero fueron inclusive vinculadas a las leyes del espigueo y del diezmo (Lv 19,9-10; Dt 14,28-29).

Nuevo Testamento

26. Haciendo memoria de la migración a Egipto del pueblo elegido, Jesús, María y José fueron refugiados en ese país: “De Egipto llamé a mi hijo” (Mt 2,15). Desde entonces, la Sagrada Familia es una figura con la que se pueden identificar migrantes y refugiados de todos los tiempos, dándoles esperanza y valor en momentos difíciles. Así mismo, San Mateo resalta la misteriosa presencia de Jesús en los migrantes, a quienes con frecuencia se detiene en prisión, o carecen de comida y de bebida (cfr. Mt 25,35-36). El “Hijo del hombre” que vendrá “en su gloria” (Mt 25,31) juzgará a sus discípulos según la respuesta que den a quienes pasen estas necesidades: “Les aseguro que cuando lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25,40).

27. Es Cristo Resucitado quien envía a sus discípulos a todas las naciones para anunciar la Buena Nueva de su resurrección, y para unir a todos los pueblos, por medio de la fe y el bautismo, en la vida de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo (cfr. Mt 28,16-20). Cristo Resucitado selló este mandato al enviar al Espíritu Santo (cfr. Hch 2,1-21). El triunfo de la gracia de la Resurrección de Cristo siembra así la esperanza en el corazón de todo creyente. Es el Espíritu Santo quien actúa en la Iglesia para unir a todos los pueblos, de toda raza y cultura, en la única familia de Dios (cfr. Ef 2,17-20). Él ha estado presente a lo largo de la historia de la Iglesia para actuar ante la injusticia, la división y la opresión, y para lograr el respeto de los derechos humanos, la unidad de las razas y las culturas, y la incorporación de los pobres y marginados en la vida plena de la Iglesia. Una de las formas en que estas obras del Espíritu se han manifestado en tiempos modernos, es la Doctrina Social de la Iglesia, en particular por medio de los principios de dignidad humana y de solidaridad.

La migración a la luz de la enseñanza social de la Iglesia

28. La Doctrina Social de la Iglesia posee una larga y abundante tradición en defensa del derecho a migrar. Basada en la vida y enseñanza de Jesús, esta doctrina ha desarrollado los principios básicos sobre el derecho de migrar para quienes quieran ejercerlo como uno de los derechos humanos que Dios les ha dado. Así mismo, define que es necesario atender las causas profundas de la migración: pobreza, injusticia, intolerancia religiosa, conflictos armados, para que los migrantes tengan la opción de permanecer en su tierra natal y mantener a sus familias.

29. Esta doctrina se ha desarrollado aún más en los tiempos modernos como respuesta al fenómeno mundial de las migraciones. En la constitución apostólica Exsul Familia, el Papa Pío XII confirma el compromiso de la Iglesia de atender y cuidar a los peregrinos, forasteros, exiliados y migrantes de todo tipo, afirmando que todo pueblo tiene el derecho a condiciones dignas para la vida humana, y si éstas no se dan, tiene derecho a emigrar: “En este caso, según señala Rerum Novarum, se respeta el derecho de la familia a un espacio vital.[6] Donde esto suceda, la emigración logrará – según a veces confirma la experiencia – su fin natural”.[7]

30. Aun reconociendo el derecho que posee un Estado soberano de controlar sus fronteras, Exsul Familia establece que tal derecho no es absoluto, pues declara que deben conjugarse las necesidades de los migrantes con las necesidades de los países que los reciben: “[El] creador de todas las cosas creó todos los bienes principalmente para beneficio de todos: por eso, aunque el dominio de cada uno de los Estados debe respetarse, no debe aquel dominio extenderse de tal modo que por insuficientes e injustas razones se impida el acceso a los pobres, nacidos en otras partes y dotados de sana moral, en cuanto esto no se oponga a la pública utilidad pesada con balanza exacta”.[8]

En su gran encíclica Pacem in Terris, el Beato Papa Juan XXIII profundiza aún más la cuestión del derecho del individuo a migrar, así como su derecho a no tener que migrar: “Todo hombre tiene derecho a la libertad de movimiento y de residencia dentro de la comunidad política de la que es ciudadano; y también tiene el derecho de emigrar a otras comunidades políticas y establecerse en ellas”.[9] Sin embargo, él mismo estableció límites a la migración “cuando así lo aconsejen legítimos intereses”. Aún así, en la misma encíclica confirmó la obligación de los estados soberanos de promover el bien universal cuando sea posible, incluyendo una obligación de adaptarse a los flujos migratorios, indicando que para las naciones más poderosas existe una mayor obligación.

31. La Iglesia también reconoce la dura situación de los refugiados y exiliados que sufren a causa de la persecución. En su encíclica Sollicitudo Rei Socialis, el Papa Juan Pablo II hace referencia a la crisis mundial de los refugiados como “una plaga típica y reveladora de los desequilibrios y conflictos del mundo contemporáneo”[10]. En su mensaje de cuaresma de 1990, el Papa Juan Pablo II enumeró los derechos de los refugiados, incluyendo el derecho a reunirse con sus familiares y el derecho a un trabajo digno con un salario justo. El derecho al asilo jamás debe negarse cuando la vida de la persona peligre realmente si permanece en su tierra natal.[11]

32. El Papa Juan Pablo II también hace referencia a los temas más controvertidos de las migraciones indocumentadas y al migrante indocumentado. En su discurso para el Día Mundial del Migrante de 1995, quiso hacer ver que los países desarrollados utilizan estas migraciones como fuente de mano de obra. Definitivamente, dice el Papa, la solución para la migración indocumentada es la eliminación a escala mundial del subdesarrollo.[12] Ecclesia in America, que se enfoca en la Iglesia presente en Norteamérica y Sudamérica, reitera los derechos de los migrantes y sus familias, y el respeto a su dignidad humana “también en los casos de inmigraciones no legales”. [13]

33. Ambas Conferencias Episcopales nos hacemos eco de la abundante tradición de la enseñanza de la Iglesia respecto a la migración.[14] Cinco principios emergen de la Doctrina Social de la Iglesia que la orientan respecto de la visión que debe adoptarse sobre las cuestiones migratorias:

I. Las personas tienen el derecho de encontrar oportunidades en su tierra natal

34. Toda persona tiene el derecho de encontrar en su propio país oportunidades económicas, políticas y sociales, que le permitan alcanzar una vida digna y plena mediante el uso de sus dones. Es en este contexto cuando un trabajo que proporcione un salario justo, suficiente para vivir, constituye una necesidad básica de todo ser humano.

II. Las personas tienen el derecho de emigrar para mantenerse a sí mismas y a sus familias

35. La Iglesia reconoce que todos los bienes de la tierra pertenecen a todos los pueblos.[15] Por lo tanto, cuando una persona no consiga encontrar un empleo que le permita obtener la manutención propia y de su familia en su país de origen, ésta tiene el derecho de buscar trabajo fuera de él para lograr sobrevivir. Los Estados soberanos deben buscar formas de adaptarse a este derecho.

III. Los Estados soberanos poseen el derecho de controlar sus fronteras

36. La Iglesia reconoce que todo Estado soberano posee el derecho de salvaguardar su territorio; sin embargo, rechaza que tal derecho se ejerza sólo con el objetivo de adquirir mayor riqueza. Las naciones cuyo poderío económico sea mayor, y tengan la capacidad de proteger y alimentar a sus habitantes, cuentan con una obligación mayor de adaptarse a los flujos migratorios.

IV. Debe protegerse a quienes busquen refugio y asilo

37. La comunidad global debe proteger a quienes huyen de la guerra y la persecución. Lo anterior requiere, como mínimo, que los migrantes cuenten con el derecho de solicitar la calidad de refugiado o asilado sin permanecer detenidos, y que dicha solicitud sea plenamente considerada por la autoridad competente.

V. Deben respetarse la dignidad y los derechos humanos de los migrantes indocumentados

38. Independientemente de su situación legal, los migrantes, como toda persona, poseen una dignidad humana intrínseca que debe ser respetada. Es común que sean sujetos a leyes punitivas y al maltrato por parte de las autoridades, tanto en países de origen como de tránsito y destino. Es necesaria la adopción de políticas gubernamentales que respeten los derechos humanos básicos de los migrantes indocumentados.

39. La Iglesia en su enseñanza reconoce el derecho que posee todo Estado soberano de controlar sus fronteras para promover el bien común. Así mismo reconoce el derecho que tienen las personas de migrar para gozar los derechos que poseen como hijos de Dios. Estos principios se complementan. Aun cuando el Estado soberano puede imponer límites razonables a la inmigración, no se sirve al bien común cuando se va contra los derechos humanos básicos del individuo. En la situación actual caracterizada por una pobreza global desenfrenada, se parte de la presunción de que la persona debe emigrar para mantenerse; y de ser posible, las naciones con capacidad de recibirla, deben hacerlo. Este es el criterio por medio del cual valoramos la realidad de la migración que viven en la actualidad los Estados Unidos y México.

Si desea consultar el documento completo:

Carta pastoral sobre la migración: introducción







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