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Rosarium Virginis Mariae (16 oct. 2002)
Octubre 2002 - Octubre 2003: Año del Rosario. Carta Apostólica del Sumo Pontífice Juan Pablo II, al episcopado, al clero y a los fieles, sobre el Santo Rosario


Por: S.S. Juan Pablo II, 16 octubre del año 2002 |



INTRODUCCI?

1. El Rosario de la Virgen Mar? difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Esp?tu de Dios, es una oraci?preciada por numerosos Santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo tambi?en este tercer Milenio apenas iniciado una oraci?e gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, despu?de dos mil a? no ha perdido nada de la novedad de los or?nes, y se siente empujado por el Esp?tu de Dios a «remar mar adentro» (duc in altum!), para anunciar, m?a?´proclamar´ a Cristo al mundo como Se?y Salvador, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilizaci?1

El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su car?er mariano, es una oraci?entrada en la cristolog? En la sobriedad de sus partes, concentra en s?a profundidad de todo el mensaje evang?co, del cual es como un compendio.2 En ?resuena la oraci?e Mar? su perenne Magnificat por la obra de la Encarnaci?edentora en su seno virginal. Con ? el pueblo cristiano aprende de Mar?a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibi?olas de las mismas manos de la Madre del Redentor.


Los Romanos Pont?ces y el Rosario

2. A esta oraci?e han atribuido gran importancia muchos de mis Predecesores. Un m?to particular a este respecto corresponde a Le?III que, el 1 de septiembre de 1883, promulg? Enc?ica Supremi apostolatus officio,3 importante declaraci?on la cual inaugur?ras muchas intervenciones sobre esta oraci?indic?ola como instrumento espiritual eficaz ante los males de la sociedad. Entre los Papas m?recientes que, en la ?ca conciliar, se han distinguido por la promoci?el Rosario, deseo recordar al Beato Juan XXIII4 y, sobre todo, a PabloVI, que en la Exhortaci?post?a Marialis cultus, en consonancia con la inspiraci?el Concilio Vaticano II, subray? car?er evang?co del Rosario y su orientaci?ristol?a.

Yo mismo, despu? no he dejado pasar ocasi?e exhortar a rezar con frecuencia el Rosario. Esta oraci?a tenido un puesto importante en mi vida espiritual desde mis a?j?es. Me lo ha recordado mucho mi reciente viaje a Polonia, especialmente la visita al Santuario de Kalwaria. El Rosario me ha acompa? en los momentos de alegr?y en los de tribulaci?A ?he confiado tantas preocupaciones y en ?siempre he encontrado consuelo. Hace veinticuatro a? el 29 de octubre de 1978, dos semanas despu?de la elecci? la Sede de Pedro, como abriendo mi alma, me expres?s?«El Rosario es mi oraci?redilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. [...] Se puede decir que el Rosario es, en cierto modo, un comentario-oraci?obre el cap?lo final de la Constituci?umen gentium del Vaticano II, cap?lo que trata de la presencia admirable de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia. En efecto, con el trasfondo de las Avemar? pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, y nos ponen en comuni?ital con Jes? trav?–podr?os decir– del Coraz?e su Madre. Al mismo tiempo nuestro coraz?uede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la naci?la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del pr?o, sobre todo de las personas m?cercanas o que llevamos m?en el coraz?De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana ».5

Con estas palabras, mis queridos Hermanos y Hermanas, introduc?mi primer a?e Pontificado en el ritmo cotidiano del Rosario. Hoy, al inicio del vig?mo quinto a?e servicio como Sucesor de Pedro, quiero hacer lo mismo. Cu?as gracias he recibido de la Sant?ma Virgen a trav?del Rosario en estos a? Magnificat anima mea Dominum! Deseo elevar mi agradecimiento al Se?con las palabras de su Madre Sant?ma, bajo cuya protecci?e puesto mi ministerio petrino: Totus tuus!


Octubre 2002 - Octubre 2003: A?el Rosario

3. Por eso, de acuerdo con las consideraciones hechas en la Carta apost?a Novo millennio ineunte, en la que, despu?de la experiencia jubilar, he invitado al Pueblo de Dios « a caminar desde Cristo »,6 he sentido la necesidad de desarrollar una reflexi?obre el Rosario, en cierto modo como coronaci?ariana de dicha Carta apost?a, para exhortar a la contemplaci?el rostro de Cristo en compa?y a ejemplo de su Sant?ma Madre. Recitar el Rosario, en efecto, es en realidad contemplar con Mar?el rostro de Cristo. Para dar mayor realce a esta invitaci?con ocasi?el pr?o ciento veinte aniversario de la mencionada Enc?ica de Le?III, deseo que a lo largo del a?e proponga y valore de manera particular esta oraci?n las diversas comunidades cristianas. Proclamo, por tanto, el a?ue va de este octubre a octubre de 2003 A?el Rosario.

Dejo esta indicaci?astoral a la iniciativa de cada comunidad eclesial. Con ella no quiero obstaculizar, sino m?bien integrar y consolidar los planes pastorales de las Iglesias particulares. Conf?que sea acogida con prontitud y generosidad. El Rosario, comprendido en su pleno significado, conduce al coraz?ismo del vida cristiana y ofrece una oportunidad ordinaria y fecunda espiritual y pedag?a, para la contemplaci?ersonal, la formaci?el Pueblo de Dios y la nueva evangelizaci?Me es grato reiterarlo recordando con gozo tambi?otro aniversario: los 40 a?del comienzo del Concilio Ecum?co Vaticano II (11 de octubre de 1962), el «gran don de gracia» dispensada por el esp?tu de Dios a la Iglesia de nuestro tiempo.7


Objeciones al Rosario

4. La oportunidad de esta iniciativa se basa en diversas consideraciones. La primera se refiere a la urgencia de afrontar una cierta crisis de esta oraci?ue, en el actual contexto hist?o y teol?o, corre el riesgo de ser infravalorada injustamente y, por tanto, poco propuesta a las nuevas generaciones. Hay quien piensa que la centralidad de la Liturgia, acertadamente subrayada por el Concilio Ecum?co Vaticano II, tenga necesariamente como consecuencia una disminuci?e la importancia del Rosario. En realidad, como puntualiz?blo VI, esta oraci?o s?no se opone a la Liturgia, sino que le da soporte, ya que la introduce y la recuerda, ayudando a vivirla con plena participaci?nterior, recogiendo as?us frutos en la vida cotidiana.

Quiz?hay tambi?quien teme que pueda resultar poco ecum?ca por su car?er marcadamente mariano. En realidad, se coloca en el m?l?ido horizonte del culto a la Madre de Dios, tal como el Concilio ha establecido: un culto orientado al centro cristol?o de la fe cristiana, de modo que «mientras es honrada la Madre, el Hijo sea debidamente conocido, amado, glorificado».8 Comprendido adecuadamente, el Rosario es una ayuda, no un obst?lo para el ecumenismo.


V?de contemplaci?b>

5. Pero el motivo m?importante para volver a proponer con determinaci?a pr?ica del Rosario es por ser un medio sumamente v?do para favorecer en los fieles la exigencia de contemplaci?el misterio cristiano, que he propuesto en la Carta Apost?a Novo millennio ineunte como verdadera y propia ´pedagog?de la santidad´: «es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oraci?9 Mientras en la cultura contempor?a, incluso entre tantas contradicciones, aflora una nueva exigencia de espiritualidad, impulsada tambi?por influjo de otras religiones, es m?urgente que nunca que nuestras comunidades cristianas se conviertan en «aut?icas escuelas de oraci?10

El Rosario forma parte de la mejor y m?reconocida tradici?e la contemplaci?ristiana. Iniciado en Occidente, es una oraci??camente meditativa y se corresponde de alg?odo con la «oraci?el coraz? u «oraci?e Jes? surgida sobre el humus del Oriente cristiano.


Oraci?or la paz y por la familia

6. Algunas circunstancias hist?as ayudan a dar un nuevo impulso a la propagaci?el Rosario. Ante todo, la urgencia de implorar de Dios el don de la paz. El Rosario ha sido propuesto muchas veces por mis Predecesores y por m?ismo como oraci?or la paz. Al inicio de un milenio que se ha abierto con las horrorosas escenas del atentado del 11 de septiembre de 2001 y que ve cada d?en muchas partes del mundo nuevos episodios de sangre y violencia, promover el Rosario significa sumirse en la contemplaci?el misterio de Aqu?que «es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad» (Ef 2, 14). No se puede, pues, recitar el Rosario sin sentirse implicados en un compromiso concreto de servir a la paz, con una particular atenci? la tierra de Jes?a?hora tan atormentada y tan querida por el coraz?ristiano.

Otro ?ito crucial de nuestro tiempo, que requiere una urgente atenci? oraci?es el de la familia, c?la de la sociedad, amenazada cada vez m?por fuerzas disgregadoras, tanto de ?ole ideol?a como pr?ica, que hacen temer por el futuro de esta fundamental e irrenunciable instituci?, con ella, por el destino de toda la sociedad. En el marco de una pastoral familiar m?amplia, fomentar el Rosario en las familias cristianas es una ayuda eficaz para contrastar los efectos desoladores de esta crisis actual.


« ¡Ah?ienes a tu madre! » (Jn 19, 27)

7. Numerosos signos muestran c?la Sant?ma Virgen ejerce tambi?hoy, precisamente a trav?de esta oraci?aquella solicitud materna para con todos los hijos de la Iglesia que el Redentor, poco antes de morir, le confi? la persona del disc?lo predilecto: «¡Mujer, ah?ienes a tu hijo!» (Jn 19, 26). Son conocidas las distintas circunstancias en las que la Madre de Cristo, entre el siglo XIX y XX, ha hecho de alg?odo notar su presencia y su voz para exhortar al Pueblo de Dios a recurrir a esta forma de oraci?ontemplativa. Deseo en particular recordar, por la incisiva influencia que conservan en el vida de los cristianos y por el acreditado reconocimiento recibido de la Iglesia, las apariciones de Lourdes y F?ma,11 cuyos Santuarios son meta de numerosos peregrinos, en busca de consuelo y de esperanza.


Tras las huellas de los testigos

8. Ser?imposible citar la multitud innumerable de Santos que han encontrado en el Rosario un aut?ico camino de santificaci?Bastar?on recordar a san Luis Mar?Grignion de Montfort, autor de un preciosa obra sobre el Rosario12 y, m?cercano a nosotros, al Padre P?de Pietrelcina, que recientemente he tenido la alegr?de canonizar. Un especial carisma como verdadero ap?l del Rosario tuvo tambi?el Beato Bartolom?ongo. Su camino de santidad se apoya sobre una inspiraci?entida en lo m?hondo de su coraz?« ¡Quien propaga el Rosario se salva! ».13 Bas?ose en ello, se sinti?amado a construir en Pompeya un templo dedicado a la Virgen del Santo Rosario colindante con los restos de la antigua ciudad, apenas influenciada por el anuncio cristiano antes de quedar cubierta por la erupci?el Vesuvio en el a?9 y rescatada de sus cenizas siglos despu? como testimonio de las luces y las sombras de la civilizaci?l?ca.

Con toda su obra y, en particular, a trav?de los «Quince S?dos», Bartolom?ongo desarroll? meollo cristol?o y contemplativo del Rosario, que ha contado con un particular aliento y apoyo en Le?III, el «Papa del Rosario».




CAP?ULO I
Contemplar a Cristo con Mar?

CAP?ULO II
Misterios de Cristo, misterios de la Madre

CAP?ULO III
«Para m?a vida es Cristo»

CONCLUSI?



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