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Soy libre... ¿Para qué?...
No cabe duda que la libertad es un valor muy preciado por el cual muchas personas han llegado a dar su vida


Por: Liliana Esmenjaud | Fuente: mujer nueva



Cada país conmemora a sus propios héroes de la libertad recordando a su gente, con esto, que la libertad de la que gozan ha sido pagada a precio de sangre y heroísmo. Unos la han defendido contra la esclavitud, otros han luchado por la libertad de expresión, algunos más por la religiosa. Todos ellos de alguna manera nos enseñan que la libertad es una conquista importante que se ha de custodiar.

No solo los grandes héroes han apostado por ella. Cada nueva generación busca reivindicar sus derechos a la libertad en todos los campos. Hoy en día se ha convertido en el valor supremo de nuestra sociedad, donde cualquier límite es considerado como un ataque a la misma.

La libertad, sin duda es un derecho de todo ser humano, que lo ennoblece y lo pone por encima de cualquier otro ser en el planeta. Pero este derecho tiene sus propios límites, nos guste o no. Tenemos, por ejemplo, libertad de expresión, pero no para ofender a cuantos se me pongan en frente. El respeto a la dignidad de la otra persona, me marca un cierto límite en mis relaciones con ella. Todo lo que haga o diga tendrá consecuencias, las quiera o no, y soy responsable de ellas aunque no las elija directamente. Podemos decir que somos libres para escoger y decidir sobre nuestras propias acciones, pero las consecuencias de las mismas quedan fuera de nuestro control. Yo decido si fumo o no. Si lo hago, estoy aceptando las consecuencias en mi salud. No existe una opción tal que me permita fumar sin dañar los pulmones, por ejemplo. Si no quiero tener problemas respiratorios, la decisión a tomar será necesariamente la de no fumar. Soy libre para criticar o no a una persona, pero una vez que lo he hecho queda fuera de mi control hasta dónde llegará la influencia de ese comentario. Puedo decidir seguir tomando copas de alcohol en una fiesta, pero he de asumir las consecuencias que vengan auque no esté en mis manos definirlas.

Por otra parte, existen otra serie de implicaciones detrás de toda decisión, en las que uno no tiene entera libertad. Al optar por carrera y universidad, por ejemplo, se entiende que ya acepté el ideario, los profesores, las normas, el programa, etc. de dicha institución. Y me comprometo a seguirlos sin tener la “libertad” de cambiarlos a mi antojo.

Esta serie de elementos no voluntarios que entran en juego en el ejercicio de nuestra libertad, nos ayudan a entender la importancia de educar al joven para el uso y ejercicio adecuado de la misma. Si sólo se tratara de escoger entre dos cosas según el propio gusto, no implicaría mucho problema. Cualquiera lo podría hacer desde la más tierna edad. Pero cuando hablamos de la responsabilidad que se adquiere ante las decisiones tomadas y sus consecuencias, es ahí donde no se puede lanzar al joven al ruedo sin capota. Hacerlo sería una traición, pues sabemos que todavía no tiene la experiencia ni la capacidad necesaria para prever y medir muchas de las consecuencias de sus actos y mucho menos para responder de ellos.

Ordinariamente no se cierran contratos de compra y venta con adolescentes, porque no están en condiciones de asumir las obligaciones que esto implicaría. Siempre se pide a un adulto que sea el que se comprometa. Esto se entiende fácilmente como un acto de elemental prudencia, y no como uno en contra de la libertad del joven. Al contrario, de no hacerlo, se podría manipular fácilmente al chico aprovechándose de su inocencia y metiéndole en apuros que comprometerían su libertad, como podría ser la cárcel, o el perder sus posesiones en caso de no cumplir con lo firmado. Del mismo modo, un joven de 16 años no tiene todavía la capacidad de hacerse cargo de las posibles consecuencias que una relación sexual le pueden acarrear (embarazo, enfermedad venérea, sida, desilusiones amorosas, etc.). Por este motivo lo conveniente es motivarle y ayudarle a no tenerla hasta que esté en edad y en condiciones para asumir las consecuencias. Nadie le coarta su libertad con esto, al contrario, se le custodia para que no la pierda por una aventura juvenil pasajera, y pueda ser libre para escoger el tipo de vida que quiera, llegado el momento de la verdadera elección.

Es importante tener en cuenta que educar a una persona para la libertad, no es únicamente ayudarle a quitar las trabas externas que pueda encontrar en su camino, sino principalmente acompañarle en la conquista de su libertad interior. No siempre está en nuestras manos tener la exterior, pero una vez alcanzada la interior, podremos decir que somos realmente libres. Una simple enfermedad o un accidente pueden despojarme de mi libertad exterior al verme obligado a estar confinado en un hospital conectado a aparatos, por ejemplo. Pero mi verdadera libertad no me la podrán quitar ni aún cuando me encarcelen o me prohíban hablar sobre ciertos temas.

En los mismos campos de concentración, hubieron numerosos testimonios de personas que no perdieron su libertad interior a pesar de los tratos tan inhumanos que recibieron. Un ejemplo muy elocuente de esto nos lo da Víctor Frankl al escribir sobre su experiencia en Auschwitz durante la segunda guerra mundial. En esos años constató que de entre los mismos prisioneros había quienes eran capaces de dividir su escasa ración de comida diaria con quienes lo necesitaban más. Estos no perdieron su libertad interior para decidir la actitud con la que querían afrontar las circunstancias tan dolorosas que la vida les presentaba.

La cuestión más importante radica, entonces, no sólo en conservar la libertad exterior, sino en ayudar al joven a ejercitarse en la interior. A no dejarse llevar por las propias fuerzas pasionales, que una vez incitadas por estímulos externos, arrastran a la persona sin darle oportunidad de decidir libremente sobre su propio actuar. La violencia raramente es buscada libremente por el agresor. Ellos son, la mayoría de las veces, más bien víctimas de su falta de dominio personal ante los estímulos externos (alcohol, droga, provocaciones, disgustos) que encienden rápidamente su ira. No son libres para escoger la manera de reaccionar, porque no han conquistado su libertad interior. Aquí no se trata de reprimir estas fuerzas, pues terminarían por explotar haciendo más estragos al final, sino de encausarlas hacia un comportamiento no dañino ni para sí mismo ni para los demás. Esto no es tarea fácil, ni se logra con decirlo una vez. Es labor de toda una vida en la que la educación para la libertad juega un papel muy importante.

Una buena educación para la libertad busca ayudar a la persona a conocerse a sí mismo. Conocer tanto sus puntos fuertes como los débiles, sus maneras de reaccionar ante diversos estímulos, para potenciar todo lo bueno, y fortalecerse en donde se cojea. Esto implica un ejercicio constante de dominio personal, que lejos de traumar o de limitar a la persona, la libera de esas ataduras internas, dándole la satisfacción de saberse dueña de sí misma. Esta postura es muy criticada hoy en día. Hay muchos que no confían en la capacidad que tienen los jóvenes para controlar sus propias reacciones pasionales, pero quien ha hecho la prueba y ha conseguido un cierto dominio personal, entenderá de lo que hablo.

Un aspecto importante de esta educación radica en la prevención. El joven al saber las posibles consecuencias en sí mismo de ciertos estímulos, buscará evitarlos para no caer en el comportamiento no deseado libremente. El ambiente puede ser de gran ayuda en esto, o por el contrario un obstáculo constante a vencer. No se puede negar que cuando se vive en un ambiente de tensión y estrés se está más pronto a reaccionar agresivamente. La música, los programas de televisión, los anuncios comerciales, etc. influyen ampliamente en estos fenómenos. Y qué decir cuando se trata de motivar al joven a la castidad cuando es el mismo ambiente el que lo incita hacia lo opuesto.

La regla de oro para la educación de la libertad es la de “vencer el mal con abundancia de bien”. No basta con decirle a una chica que no pruebe la droga, que no se emborrache, que no copie en los exámenes, que no robe, .. y una larga lista de NOs. Si bien es importante que tenga claro los comportamientos inadecuados y peligrosos, lo será aún más que aprenda a conocer el atractivo de una diversión sana, del logro de una meta exigente, de la belleza de una amistad limpia, de la satisfacción de una ganancia honesta, de la alegría del dar y ayudar al necesitado, de la ilusión de compartir un proyecto, de la paz que se encuentra tras haber hecho felices a los demás, del entusiasmo de un buen partido de soccer, de la inspiración de un paisaje hermoso o de una obra de arte. Una libertad enfocada a alcanzar estas metas es más auténtica y más de fiar, que una basada en restricciones o en el ansia de satisfacer los propios caprichos.

La libertad es un verdadero tesoro únicamente en cuanto que nos ofrece la posibilidad de hacer algo grande de nuestra vida. No la desperdiciemos ni dejemos a nuestros jóvenes hacerlo poniéndola al servicio de conductas dañinas para nosotros mismos y para los demás. A fin de cuentas, ¿de qué nos sirve la libertad si no es para ser lo que realmente queremos haciendo de este mundo uno mejor?

 

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