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Reflexión final
La Madre Ágreda estuvo más de quinientas veces en aquellos territorios, según lo que ella dice, pero pudieron ser muchas veces más. Dice que había días en que iba hasta tres o cuatro veces. En una ocasión, les entregó a los indios unos rosarios que tenía en su celda y que ya no vio más. En sus viajes instantáneos, dice que la llevaba un ángel. A veces, como dice el padre Andrés de la Torre, parece que su ángel se quedaba en Ágreda, haciendo sus veces para que nadie pudiera darse cuenta de nada. De todos modos, no importa cómo iba, lo importante es saber que iba realmente y que predicó a los indios y en pocos años se convirtieron a nuestra fe 500.000 indios. Y este hecho ha quedado grabado para las generaciones futuras como una obra sobrenatural realizada por Dios por medio de su Sierva.
En 1699, el capitán español Juan Mateo Mange guiaba una expedición por el río Colorado y pidió a los indígenas que encontraba, si habían visto a otros europeos que, al mando del capitán Juan de Oñate, habían partido antes sin encontrarlos. Los ancianos de la tribu dijeron que, cuando eran niños (La Madre Ágreda murió en 1665 hacía 34 años) una señora con un velo en la cabeza y vestida de azul, se les había aparecido, mostrándoles una cruz e invitándolos a besarla. Ellos le tiraron flechas y la dejaron dos veces como muerta, pero la Dama no solo no moría, sino que volvía a predicar. Y así ellos habían decidido escucharla .
De hecho, estos sucesos animaron a los misioneros de entonces y de siglos posteriores. El doctor William H. Donahue, en 1953, decía: Incluso hoy, al igual que antaño, hay misioneros en el gran suroeste de los EEUU, que se ven impulsados por el caso de María de Ágreda hacia un mayor amor por las almas de aquellos entre los cuales están trabajando. Tal como fue vaticinado por el padre Benavides, el caso de María de Ágreda no moriría, sino que se extendería a los siguientes siglos como un recuerdo de las mercedes de Dios y como un acicate para quienes se dedican a trabajar por las almas . Así lo hicieron los grandes misioneros posteriores como los jesuitas Francisco Kino, Marcos Antonio Kappus o el franciscano beato Junípero Serra, fundador de San Francisco, Los Ángeles y otras grandes ciudades norteamericanas.
En resumen, la obra de la Madre Ágreda es un ejemplo de espíritu misionero y de celo por la salvación de las almas. Ojalá que nuestro amor a los demás sea tan grande que amemos a todos y podamos ir a ellos, si no en bilocación, sí con las alas de la oración, que llega hasta los confines de la tierra. Todos debemos ser misioneros y ofrecer nuestra oración y nuestros sacrificios y sufrimientos por la salvación de los demás. ¿Eres ya misionero? ¿Evangelizas con el ejemplo y el testimonio de tu vida? ¿Oras por los demás? ¿Amas a todos sin excepción?
Amar en plenitud es la meta y el ideal de tu vida cristiana. ¡Qué seas un misionero sin fronteras con tu oración y tu amor a todos! Amén.