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Su evangelización en América


La presencia de la Madre Ágreda en la evangelización de los indios de Norteamérica es un hecho histórico, aceptado hasta por los historiadores norteamericanos. Algunos de los cuales desean que se le nombre patrona de Texas. Esta evangelización fue realizada por bilocación, mientras se encontraba en su convento de Ágreda y ocurrió entre los años 1620 y 1631, en los territorios norteamericanos del Estado de Nuevo México y parte de los actuales Estados de Texas, Colorado y Arizona.

Según datos confiables, los padres franciscanos, desde 1608 hasta 1616, habían bautizado unos 10.000 indios, pero en los siguientes años, por efecto de la evangelización de la Madre María de Jesús, entre otros factores, y también por el aumento de los misioneros, las conversiones llegaron a 500.000. Una cosecha extraordinaria, sobre todo, si consideramos las extensas distancias y la oposición de muchos indios rebeldes.

En 1622 salió una misión de 26 franciscanos dirigidos por el padre Alonso de Benavides para evangelizar los territorios de Nuevo México. Allí estaban las tribus de los apaches, navajos, comanches y otros muchos que, anteriormente, habían matado a algunos religiosos y eran considerados salvajes y sanguinarios con los blancos; pero los religiosos se dieron con la grata sorpresa de que venían a suplicarles que fueran a sus tierras para administrarles el bautismo y los demás sacramentos. Ellos hablaban de La Dama azul (haciendo alusión a su capa azul), que los había preparado y evangelizado. Los padres Juan de Salas y Diego López los acompañaron a sus tierras y fueron reconocidos por los paganos como hombres enviados por Dios. Ellos llegaron a bautizar en un solo día hasta 10.000 .

El padre Alonso de Benavides, ante estos milagrosos sucesos, decidió viajar a España desde México para informar a sus Superiores de las cosas tan notorias y particulares, como él dice, que estaban sucediendo en la Misión. Llegó a España el 1 de agosto de 1630 y, antes de conocer a la Madre Ágreda, escribió un Memorial de los hechos, que se imprimió en Madrid ese mismo año y que entregó al rey Felipe IV y al Consejo de Indias y al General de su Orden, padre Bernardino de Siena.

En este primer Memorial del padre Benavides del año 1630, se dice:

El Padre Juan de Salas, hablando a aquella multitud (de diez mil hombres o más) los interrogó si querían el bautismo. Respondieron por todos los capitanes que para esto habían venido allí y para esto habían llamado a los padres. El padre dijo: Quisiera que todos y cada uno dé una señal cierta y que cada uno, desde su puesto, levante el brazo para manifestar su deseo del bautismo. Todos alzaron los brazos y con gran clamor exclamaron que querían ser bautizados. Lo que más conmovió a nuestros padres fue que las madres, que tenían los niños al pecho, alzaban sus bracitos en alto...

Los dos padres, Juan de Salas y Diego López, permanecieron junto a ellos algunos días, predicando la palabra de Dios y las cosas necesarias que debían creer, y enseñándoles las oraciones cristianas, mientras la multitud los escuchaba con suma avidez. Mientras tanto, llegaron embajadores de los otros pueblos vecinos: Yapis, xabatoas, quiviras y aixaos insistiendo que también fueran a sus pueblos y diciendo que también entre ellos se aparecía y predicaba la llamada Sierva de Dios... Antes de despedirse los dos padres les recomendaron que cada día se acercasen a la cruz y recitaran devotamente las oraciones aprendidas. Entonces, el jefe supremo de los indios dijo: “Padre, hasta ahora nosotros somos como ciervos y animales salvajes, pero vosotros tenéis mucho poder ante Dios. Hay entre nosotros muchos enfermos, curadlos antes de vuestra partida”. Había muchos enfermos y, desde las tres de la tarde, por toda la noche, hasta las diez del día siguiente, llevaron continuamente ciegos, cojos, paralíticos. Y los padres, estando de pie, uno de una parte y el otro de otra, con la señal de la cruz y leyendo el Evangelio “Loquente Jesu” (Marcos 16) y la oración “Concede nos”, quedaban curados instantáneamente. Bendito sea Dios que, por medio de sus pobres siervos, ha obrado tantos milagros. Los padres estaban atónitos. Y tanta devoción tomó aquel pueblo hacia la santa cruz que, desde entonces, cada uno de ellos la colocaba encima de su tienda o cabaña y la tenía consigo todo el tiempo .

El padre Benavides fue a visitar a la Madre Ágreda con autorización del Padre General para que la Madre pudiera decir por obediencia toda la verdad. Escribió su segundo Memorial sobre los sucesos de América en mayo de 1631, después de haber hablado varias veces con ella. En este Memorial, incluía una carta, fechada el 15 de mayo de 1631, escrita por la misma Madre Ágreda, donde confirma lo dicho por el padre Benavides en este segundo Memorial. Veamos lo que nos dice el padre Alonso de Benavides:

Escribo aquí parte de las maravillas que la divina Majestad ha obrado y va obrando en las conversiones del Nuevo México por ministerio e instrucción de la dichosa Madre María de Jesús, abadesa de su convento de la Concepción descalza de nuestro seráfico Padre san Francisco, en protección y gobierno de la santa provincia de Burgos en la villa de Ágreda. Las cuales maravillas la misma Madre María de Jesús me manifestó y dijo a solas en el confesionario a mí, fray Alonso de Benavides, de la Orden de nuestro Padre san Francisco y por mandato de nuestro Reverendo Padre General vine a esta villa con carta suya para la dicha Madre, en la que se mandaba me satisfaciese a todo como lo hizo y todo es de la suerte que yo allá lo he visto y experimentado en el Nuevo México…

Los indios xumanas habían venido a pedir que fuese a bautizarlos el padre fray Juan de Salas; algunos años antes ya habían pedido cada año. Preguntándoles qué motivo tenían de pedir con tanta insistencia el bautismo dijeron que una mujer parecida a un retrato que allí había de la Madre Luisa de Carrión, pero mas moza y hermosa, les andaba predicando en su tierra, y les dijo que viniesen a llamar a los padres de san Francisco para que fueran a bautizarlos; y los reprendían de flojos y perezosos porque no venían.

Fueron el padre fray Juan de Salas con su compañero fray Diego López, entrambos sacerdotes y predicadores, hijos de la provincia del santo Evangelio, y en su compañía fueron dos soldados españoles y otros dos mozos, a los cuales salieron a recibir los indios en su tierra con cruces altas en procesión y allí pidieron a voces el bautismo y hasta las mujeres que tenían a sus criaturas de pecho les alzaban los bracitos tiernos, pidiendo por ellas a voces el bautismo…

Vinieron también allí los de la nación Sapie y los de la Gabatoa y pidieron el mismo bautismo por haberlo enseñado así la misma mujer, y viendo que estaban bien dispuestos los indios y que la mies era mucha y los obreros pocos, se determinaron a volverse de donde salieron que hay más de ciento doce leguas para llevar más religiosos y lo necesario para fundar iglesia; y despidiéndose de la gente, les dijeron que tuviesen siempre gran fe en aquella cruz que allí les dejaban, que en todas sus necesidades hallarían en ella remedio.

Los indios dijeron que antes que fuesen les curasen sus enfermos y así los fueron trayendo luego; sería esto a las tres de la tarde y permitió Nuestro Señor que hubiese tantos que hubo que hacer hasta el otro día a las 10 y con sólo hacer los religiosos la señal de la cruz sobre el enfermo y decir el Evangelio de san Lucas y la oración de nuestra Señora “Concédenos” y la de Nuestro Padre san Francisco, quedaban sanos de todas sus enfermedades.

Cuando los religiosos querían partir, despidiéndose de las sobredichas naciones, llegaron también allí los embajadores del reino de Quivira que dista de allí seis o siete jornadas al Oriente y dijeron que de parte de los suyos venían también a llamar a los religiosos, porque también la mujer que allí andaba enseñándoles la fe, andaba en su reino de Quivira, haciendo lo mismo; y como los religiosos estaban ya de partida, respondieron a los embajadores que a la vuelta acudirían de buena gana a darles el bautismo, porque traerían más religiosos para todos, con lo cual los embajadores quedaron contentos y algunos de ellos desde allí se volvieron a su tierra de Quivira para avisar de lo que pasaba, y los otros se vinieron con los dichos dos religiosos a donde estábamos para volver con ellos y guiarlos a sus tierras. Yo los vi y dejé a un muchacho en el Nuevo México para que aprendiese la lengua española.

Habiendo, pues, sucedido esto y por otras partes grandiosas conversiones como tengo dicho de más de quinientas mil almas, a donde pocos años antes todo era idolatría y todos ahora adoran al Señor y Criador universal…

Cuando comenzamos a tratar (con la Madre María de Jesús) de las conversiones de Nuevo México, le pregunté si había sido ella la que andaba por allá, predicando nuestra santa fe católica entre aquellas bárbaras naciones. Me dijo que sí, que Nuestro Señor había sido servido de enviarla allá por ministerio de sus ángeles y que es verdad que envió a los indios xumanas para encontrarse con los religiosos en el camino. Y que ella enseñó y dispuso a los demás indios cómo habían de salir con cruces altas y recibir a los religiosos y asistió con ellos al recibimiento y a sus predicaciones y a los milagros que hicieron, y dio las señales verdaderas de los religiosos en la forma que yo los conozco, diciendo que eran blancos y de rostros colorados como en efecto lo son los dichos padres, y también dio señas del capitán de los indios que era tuerto, aunque no le faltaba el ojo.

Todo esto es así y me lo dijo el mismo padre fray Juan de Salas y estas cosas no hay quien las sepa; y la Madre María de Jesús me las dijo como ellas pasan por allá, y que aquella gente toda andaba vestida de pellejos de animales con pelo y que es gente bien inclinada y dócil; y que los indios pintaban mantas y las hilaban para dar a las mujeres y que ellos también las vestían, no al modo que se visten los españoles, sino rodeando aquellas mantas al cuerpo y que en las caras solían traer unas rayas y que los indios solían traer el cabello compuesto y cortado a su modo, y unas conchas en la cabeza para gala; y preguntándole yo si estaba cierta de estas cosas, me respondió:

- Sí, Padre, me acuerdo muy bien y aun he tenido por ello también mis reprensioncitas, porque estando yo mirando a un indio cómo estaba vestido y la cabeza y cabellos de aquel modo, me reprendió uno de mis ángeles, porque son más de dos los de mi guarda y custodia, y me dijo que no me divirtiese en aquello. Dijo haber sido ella propiamente la que envió desde el reino de Quivira aquellos embajadores a los religiosos para que fuesen a predicarles y que, por aquella parte a donde salieron aquellos embajadores, es lo último del reino de Quivira, el cual estaba al Oriente de allí; y que la gente de este reino, es muy dócil y mucha, y el reino muy grande y que está al Oriente del Nuevo México, donde dice que ha estado muchas veces; unas, presencialmente; otras, sus ángeles en su lugar y forma, predicando nuestra santa fe católica, y todo esto lo hemos sabido allá de los mismos indios que la han visto personalmente, porque nosotros no lo hemos merecido, aunque ella sí nos ha visto a todos…

Le pregunté si había visto aquel río grande donde el padre Ortega llegó, cuando pasó aquellas señales en los caminos, y me dijo que sí lo había visto y que era verdad que pasaba de donde se pone el sol a donde nace, hasta salir a la mar, y se holgó de que el padre Ortega se puso nombre “de San Francisco”; y que por aquella parte estaba el reino de Quivira y mucho más adelante el reino de Siclar, que es mayor que el reino de Quivira y de gente negra y muy feroz y muy belicosa; y que a este reino, a su parecer, milagrosamente aportaron dos religiosos de nuestro padre san Francisco, viejos, que ya son muertos o los martirizaron, y que le parece no eran españoles sino de otra nación y que bautizaron allí mucha gente.

Le pregunté si había estado en los pueblos de Nuevo México ya cristianos, donde estamos los religiosos de un lado y otro del río del Norte, y dijo que sí y que había asistido con nosotros algunas veces a los bautismos, y me dio las señales de algunos religiosos, en particular del padre fray Cristóbal de Quiroz, mediano de cuerpo, algo flaco, carilargo y colorado y, aunque es ya de edad, tiene pocas canas y es todo así como lo dice la Madre. Este religioso estaba una vez bautizando y mucha gente estaba entrando en la iglesia y la Madre con sus propias manos los iba desviando, haciendo entrar y acomodar en la iglesia, y los indios, cuando no veían quién lo hacía, se reían. Dice que se acuerda muy bien de haberme visto y asistir conmigo en el bautismo y, antes que me viese, me dijo todas las señales como que era alto de cuerpo y pocas canas en la cabeza y otras cosas, y esto me lo dijo en el confesionario, donde no podía verme ni me había visto antes por acá…

Me dijo que en el reino de Tidar hay todavía muchos cristianos bautizados y que no hay vivo ya ningún religioso, que quizás los han martirizado los indios infieles y que allí la mies y la viña del Señor es grandísima, porque es infinita la gente. Este reino de Tidar es el que hace la guerra al reino de Quivira y se la hacía cuando los Quiviras vinieron a pedir socorro a los españoles del Nuevo México, siendo gobernador Don Pedro de Peralta.

Todas estas cosas que aquí refiero me dijo nuestra Madre María de Jesús, desde el jueves primero de mayo hasta el jueves ocho, las cuales cosas nadie las ha oído en España y son de Nuevo México; sin revelación milagrosa, no pudo saberlas ni yo hasta ahora me había acordado de decirlas, y dice que ha estado allá muchas veces personalmente por ministerio de sus ángeles, y otras los mismos ángeles representaban allá su persona y que hará mes y medio que estuvo allá la postrera vez… Y dijo que una vez un indio la había asido de un escapulario y se lo quería quitar por devoción, y ella le dijo que no se lo podía dar porque no podía andar sin él y que le dio un rosario; y a otros muchos les dio rosarios, cruces e imágenes que les había llevado de acá…

Estas son las cosas que he merecido oír de nuestra Madre María de Jesús y por ser tales y tan considerables y de tanto aprecio, aunque las escribo con toda verdad y puntualidad, y haber entendido con cuidado lo que oía tanto para mi consuelo como por haberlo mandado nuestro Reverendísimo Padre General… Doy fe y testimonio. Fray Alonso de Benavides .

La Madre Ágreda escribió una carta para confirmar lo escrito por el padre Benavides y en ella dice:

Obedeciendo lo que me mandan su Reverendísima, Nuestro Padre General, nuestro padre fray Sebastián de Marcilla, maestro Provincial de esta Provincia de Burgos y nuestro padre fray Francisco Andrés de la Torre, que es quien gobierna y rige mi alma; a Vuestra Paternidad, mi padre custodio de Nuevo México (padre Benavides), digo que todo lo que contienen estos cuadernos y hojas retro escritas es lo que yo he dicho y referido estos días que he hablado con Vuestra Paternidad de lo que por la misericordia del Altísimo y de sus ocultos juicios ha obrado con mi pobre alma, para manifestar la fuerza de su brazo poderoso y para que los vivientes conozcan que toda dádiva se deriva del Padre de los hombres que habita en las alturas…

Y así digo lo que he sucedido en las provincias y reinos de Nuevo México, de Quivira, Yumanas y otras naciones, aunque no fueron estos dos reinos los primeros a donde fui llevada por la voluntad y poder del Señor y por mano y asistencia de sus santos ángeles. Allí me sucedió, vi e hice todo lo que a Vuestra Paternidad he dicho y otras muchas cosas que por ser tantas me es imposible referirlas para instruir y alumbrar en la santa fe católica a todas aquellas naciones.

Los primeros reinos adonde fui, creo están al Oriente y se ha de caminar hacia Oriente para ir a ellos desde el reino de Quivira. Yo llamo a estos reinos respecto de nuestros términos de hablar: Tidar y a otro Chillescas y Caburcos, los cuales no están descubiertos y para ir a ellos me parece ha de haber grandes dificultades por los muchos reinos y naciones que hay antes de llegar a ellos, de gente muy belicosa, los cuales no dejan pasar a los indios cristianos de Nuevo México, porque recelan de ellos… El demonio los tiene engañados, haciéndoles entender y creer que han de estar sujetos y esclavos siendo cristianos… Descubriendo estas provincias, se podría hacer grande obra en la viña del Señor, porque hay gran multitud de gente que no conoce a nuestro verdadero Dios y Señor. Los sucesos que he dicho y comunicado, me han sucedido desde el año 1620 hasta este presente de 1631. El reino de Quivira y Yumanas fueron los últimos a que fui llevada, que son los que Vuestra Paternidad dice ha descubierto por su buena inteligencia y las personas mismas de aquellos santos padres, a quienes ruego y amonesto de parte del Señor, que trabajen en obra tan dichosa alabando al Altísimo por su buena suerte y dicha que es muy grande, pues su Majestad los hace tesoreros y distribuidores de su preciosísima sangre y les ha puesto en sus manos el precio de ella, que son las almas de tantos indios que, por falta de luz y de quien se la administre, andan en tinieblas y ceguedad, y carecen de lo más santo y deseable de la ley más inmaculada y pura, suave, deleitable y dulce, y del bien y gloria eterna.

Mucho deben alentarse estos dichosos padres en esta gran heredad del Señor, porque la mies es mucha y los obreros pocos, para dar la mayor gloria y agrado al Altísimo, y usar y merecer la más perfecta y grande caridad que puede haber con estas criaturas y hechuras del Señor, criadas a su imagen y semejanza con alma racional para conocerle y alabarle. No permitan, padres y señores míos, que los deseos del Señor y su voluntad santa se frustren y malogren, pues dice su Alteza que tiene regalos y delicias con los hijos de los hombres y, pues a estos indios los hizo su Majestad idóneos y capaces para servirle y amarle y reverenciarle, no es justo que carezcan de lo que los demás fieles cristianos gozamos. Alégrense en el Señor, doctores y padres míos, pues Dios les ha dado la oportunidad, ocasión y suerte de los santos apóstoles. No la pierdan por rehusar el trabajo.

Padres carísimos, merezca mi buena voluntad y deseo que me hagan partícipe de alguna de las menores obras y trabajos que ustedes hacen y padecen en esas conversiones, que la estimaré más que todo cuanto por mí obrare en toda mi vida, porque juzgo delante del Señor que las obras de las conversiones de las almas son las obras de más valor, estima y agrado. Y esto mismo lo he oído de sus santos ángeles, que me han dicho que les tenían envidia de que el Señor les favoreciese en poder convertir almas. Me aseguraban que las oraciones y obras que Dios recibe con mayor agrado eran las que se obran en la conversión de los indios infieles. Y me dio por razón el santo ángel que la sangre del Cordero era suficiente para todas las almas y que padeció por una lo que por todas y que lo que el Señor más sentía era que un alma se perdiera por falta de la luz de la fe.

Y digo ser verdad todo lo que queda dicho de mi letra y de la del padre custodio de Nuevo México, y por mandármelo la obediencia lo firmo de mi nombre y suplico a todos nuestros reverendos padres, que aquí he nombrado, se sirvan por el Señor mismo, a quien servimos y por quien sólo manifiesto estos secretos, que se oculten y guarden en custodia, pues lo pide el caso sin que lo vea criatura alguna. Dado en esta casa de la Purísima Concepción de la villa de Ágreda a 15 de mayo de 1631, Sor María de Jesús .

En la causa formada en la Audiencia del Santo Oficio de la Inquisición de Logroño a la Madre María de Jesús de Ágreda, del 19 de mayo de 1635, el testigo fray Francisco Andrés de la Torre dijo que: Del año veinte al veintitrés, en que entró en el oficio de Provincial, tuvo noticia de los padres fray Juan y fray Antonio, provinciales anteriores, que la dicha María de Jesús, estando arrobada y otras veces sin estarlo, era llevada por manos de ángeles a unos reinos de idólatras en las Indias y que allá instruía a los indios en la fe del verdadero Dios y les daba noticia del bautismo y de la Iglesia católica.

Les enseñaba cómo y a dónde habían de ir a buscar a los sacerdotes y ministros católicos para que los bautizasen; y después del año veintitrés hasta el veinte y cinco, que la trató este testigo como su Prelado, la examinó secretamente acerca de estas cosas y ella declaró cómo era verdad lo que a este testigo le había dicho y preguntado, que había sido llevada a dichos reinos muy frecuentemente los años precedentes por mano de los ángeles, y que solía ser cada día y, algunos días dos veces, conforme a la necesidad que ella juzgaba o conocía…

Y durante el tiempo que la dicha María de Jesús era llevada al dicho reino de las Indias, nunca se echaba de menos en el convento, en particular cuando era Prelada, porque mientras allá se detenía, suplía por ella y en su figura un ángel, que hacía y ordenaba lo que ella había de hacer y, después, cuando ella venía, de ordinario le advertía lo que en su nombre y por ella había hecho para que no lo olvidase ni hiciera otra vez, y no se echase de ver su ausencia ni quién la suplía; y, en particular, para prueba de lo dicho, este testigo se acuerda de que en tres diferentes ocasiones, estando hablando a su parecer con ella, se interrumpió la conversación en un breve tiempo, menos de media Avemaría.

Y conoció que llegaba entonces a la parte que este testigo estaba (que era en el confesionario, donde estaba también por la parte de adentro la que este testigo juraba que era la misma María de Jesús) y conoció la mudanza que había de sujetos, percibiendo alguna diferencia en el modo de hablar o en el tono y mayor diferencia en la materia de la conversación, porque habiendo estado hablando casi una hora con la que entendía que era María de Jesús, ella comenzó a saludarle como quien de nuevo llegaba allí; admirándose este testigo, le preguntó con mandato de obediencia dijese qué novedad era comenzarle a saludar entonces al cabo de tan gran rato que estaba con ella, y ella respondió que en aquel punto llegaba y que hasta entonces había estado en su lugar su ángel y que así ella ignoraba lo que hasta entonces habían hablado, y replicando este testigo cómo no le había dado cuenta el ángel, como en otras ocasiones, de lo que en nombre de ella había hablado y dicho, le respondió que aquello era privilegio de los Prelados, pues no se recataba el ángel de que entendiese había estado ella ausente y él en su lugar y que, por esto, no la había avisado… Y en otras dos ocasiones, de las tres arriba dichas, le sucedió lo mismo o cosa semejante para conocer que en lugar de la dicha María de Jesús se ponía su ángel; y de otra ocasión se acuerda que, estando barriendo las monjas en Comunidad, llegó este testigo a dar un papel a la dicha María de Jesús, que estaba barriendo con las demás, y habiendo venido y hablado con ella un rato en el locutorio y habiéndole dado el papel, al poco tiempo reconoció la misma mudanza que en el caso primero.

Y la dicha María de Jesús, en medio de la conversación, dijo a este testigo cómo su ángel le había dado entonces aquel papel y que la había advertido añadiese una palabra que faltaba en él para el caso en que ella había consultado; y en esta ocasión también reconoció alguna diferencia en el hablar o en el modo de cuando hablaba el ángel, aunque era tan poco que, si no es con mucha advertencia, no se podía percibir. Y esto causaba tan grande reverencia y terror que no daba lugar a preguntar por curiosidad. También ha entendido este testigo por revelación de algunas religiosas de dicho convento, que han tenido ellas algunos indicios y señales en que han conocido que, en lugar de la dicha María de Jesús, algunas veces les hablaba su ángel y les hacía pláticas y tenía Capítulos y se hallaba con ellas en otras acciones de la Comunidad y, en particular, lo advirtió y reconoció una vez una religiosa llamada Sor Atilana, natural de Tarazona, quien se lo refirió a este testigo (Firmado fray Francisco Andrés Provincial de esta Provincia).

Hay que anotar que la Inquisición, que la interrogó en varias ocasiones, no la condenó ni encontró en ella nada censurable. Sobre el don de bilocación, ella respondió a los inquisidores:

Si fue ir o no real y verdaderamente con el cuerpo, no puedo yo averiguarlo y no es mucho lo dude, pues san Pablo estaba a mejor luz y confiesa que sí fue llevado al tercer cielo y que no sabe si fue en el cuerpo o fuera de él; lo que puedo asegurar con toda verdad es que el caso sucedió en hecho de verdad, y que sabiéndolo yo, no tuvo nada del demonio… Para juzgar que iba realmente era que yo veía los reinos distintamente y sabía sus nombres que se me ofrecían al entendimiento distintamente, que son los que van en el Memorial, que veía las ciudades y conocía las diferencias de las de acá y que el temple y la calidad era diferente, más cálido y las comidas más groseras y se alumbraban con una luz a modo de tea; que los amonestaba y declaraba todos los artículos de la fe y los animaba y catequizaba, y lo admitían ellos y hacían como genuflexiones, aclamando por su bien.

El padre José Jiménez Samaniego (1621-1692), que llegó a ser General de la Orden franciscana y conocía muy bien a la Madre María de Jesús, escribió la relación de su vida y en ella dice:

Habíanse descubierto años antes en América las dilatadas provincias de Nuevo México, en cuya espiritual conquista trabajaban infatigables los hijos de san Francisco, obreros que, desde los principios, destinó Dios con especialidad para la conversión del Nuevo Mundo… Era custodio de aquella custodia del Nuevo México el padre fray Alonso de Benavides, varón de mucho espíritu y celo por la conversión de las almas. Él dispuso que fueran con los mismos indios a su reino algunos de aquellos religiosos. Gastando en el camino mucho tiempo y a costa de muchos trabajos por lo dilatado y desacomodado del viaje, llegaron los religiosos a aquellas, hasta entonces incógnitas provincias. Recibiéronlos sus moradores con grandes demostraciones de devoción y alegría. Hallaron los religiosos a los indios tan bien catequizados que, sin otra instrucción, pudieron bautizarlos. Fue el rey de aquellas gentes el primero que recibió el santo bautismo, pues instruido por la Sierva de Dios, quiso comenzase por su persona y familia la profesión de la fe verdadera para dar ejemplo…, y fueron innumerables los que se bautizaron .

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