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Autor: | Editorial:



La salvación de las almas


El único asunto importante de nuestra vida es la salvación de nuestra alma. Ya Jesús nos advirtió: ¿De qué sirve ganar el mundo entero, si perdemos el alma? (Mt 16, 26). Por salvarnos, Él se dejó insultar y pegar, y entregó su vida. Y desde la cruz sigue diciéndonos: Tengo sed. Tengo sed de la salvación de las almas, pues hay muchas que van por el camino de la perdición eterna. No debemos olvidar que existe el infierno, que es, como dice el Catecismo: Un estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados (Cat 1033). El infierno es pasarse toda la eternidad con un corazón lleno de odio y de violencia en compañía de los demonios. El infierno es terrible, es un estado personal de rechazo de Dios y de su amor, queriendo vivir eternamente sin Dios. Pero, sin Dios y sin amor, nadie puede ser feliz.

¡Qué terrible es pensar que hay millones de hombres que no creen en Dios y lo rechazan en su vida y en sus acciones; hombres que matan sin compasión y que sólo piensan en los placeres y cosas materiales! Incluso no faltan quienes prefieren adorar a Satanás que a Dios. ¡Y Jesús ha muerto por todos y sigue esperándolos hasta el último momento, dándoles la oportunidad de convertirse! ¿Qué hacemos nosotros para ayudar a Jesús en esta tarea?

Los santos son los que más intensamente han vivido este deseo de la salvación de las almas y se han ofrecido a Dios como víctimas para sufrir todo lo que les envíe para conseguir la salvación de los pecadores. Decía santa Catalina de Siena: ¿Cómo podré yo descansar mientras haya un alma creada a tu imagen, Señor, que esté expuesta a perderse? ¿No valdría más que todos se salvasen y que me condenase yo sola con tal de seguir amándote?

Santa Teresa de Jesús dice: Acertó a venirme a ver un fraile franciscano llamado fray Alonso Maldonado, harto siervo de Dios, y con los mismos deseos del bien de las almas que yo y podíalos poner por obra, por lo que le tuve yo harta envidia. Venía de las Indias y me comenzó a contar de los muchos millones de almas que allí se perdían por falta de doctrina e hízonos un sermón y plática animando a la penitencia. Yo quedé tan lastimada de la perdición de tantas almas que no cabía en mí. Me fui a una ermita y con hartas lágrimas clamaba a Nuestro Señor, suplicándole diese medio cómo yo pudiese hacer algo para ganar algún alma para su servicio, pues tantas llevaba el demonio; y que pudiese algo mi oración. Tenía gran envidia a los que podían por amor de nuestro Señor emplearse en esto, aunque pasasen mil muertes; y así me acaece que, cuando en las vidas de los santos leemos que convirtieron almas, mucha más devoción me hace y más ternura y más envidia que todos los martirios que padecen .

Y sigue diciendo: Estando un día en oración, me hallé sin saber cómo en un punto que me parecía estar metida en el infierno. Esto fue en brevísimo espacio, mas aunque viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme... Sentí un fuego en el alma que yo no puedo entender cómo poder decir de la manera que es. Los dolores corporales tan insoportables, que con haberlos pasado en esta vida gravísimos y según dicen los médicos los mayores que se pueden acá pasar, no hay nada en comparación de los que allí sentí y ver que habían de ser sin fin y sin jamás cesar... No quiso el Señor entonces viese más de todo el infierno; después he visto otra visión de cosas espantosas... El quemarse de acá es muy poco en comparación de este fuego de allá. Yo quedé tan espantada, y aun lo estoy ahora escribiéndolo después de casi seis años, que me parece que el calor natural me falta de temor, aquí donde estoy... Me da grandísima pena las muchas almas que se condenan..., y me parece cierto a mí que por librar una sola de tan gravísimos tormentos, pasaría yo muchas muertes de muy buena gana .

La beata Ana Catalina Emmerick decía:

Señor, yo deseo que en esta vida hagáis y deshagáis de mí, queméis, corrijáis, afligiéndome y matándome, con tal que yo no me condene ni tampoco ninguno de mis prójimos. Señor, que ninguno sea condenado..., que me pongáis en la puerta del infierno y que esté yo allí padeciendo atravesada, para que ninguno pase ni entre en aquellas penas. Padézcalas yo todas y no se condene ninguna criatura de vuestras manos, ni entren más en aquellas cavernas. Yo estaré padeciendo toda la eternidad el fuego y las penas... Mas os pido, Señor, que nadie se condene, pues son almas hechuras vuestras que os costaron mucho. Y, si para que no entre ninguno en el infierno es menester que yo esté hasta el día del juicio atravesada en la puerta del infierno mismo, no lo rehusaré... Me ofrezco, aunque sea a morir mil muertes y aun padecer las penas del infierno, para que una sola alma se salve con tal que sea no perdiendo a Dios. Clamar, orar y pedir, yo lo haré, suponiendo mi pobreza y llevando delante los méritos de Cristo nuestro Redentor .

Dice santa Faustina Kowalska: Bajo la guía de un ángel, he estado en los abismos del infierno. Es un lugar de grandes tormentos en toda su extensión espantosamente grande... Habría muerto a la vista de aquellas horribles torturas, si no me hubiera sostenido lo omnipotencia de Dios. El pecador sepa que con el sentido con el que peca, será torturado por toda la eternidad. Escribo esto por orden de Dios para que ningún alma se justifique diciendo que el infierno no existe, o que ninguno ha estado nunca y ninguno sabe cómo sea. Yo, Sor Faustina, por orden de Dios estuve en los abismos del infierno con el fin de relatarlo a las almas y atestiguar que el infierno existe...

La mayor parte de las almas que allí están son almas que no creían que el infierno existía. Cuando volví en mí, no lograba reponerme del espanto al pensar que unas almas allí sufren tan terriblemente; por eso, ruego con el mayor fervor por la conversión de los pecadores e invoco incesantemente la misericordia de Dios para ellos. Oh Jesús mío, prefiero agonizar hasta el fin del mundo en las más grandes torturas antes que ofenderte con el más pequeño pecado .

La Venerable Sor Josefa Menéndez era llevada frecuentemente al infierno con permiso de Dios para poder sufrir por tantas almas que estaban en camino de condenación. Dice ella:

Yo no puedo decir lo que se oye: toda clase de blasfemias y de palabras impuras y terribles. Unos maldicen su cuerpo, otros maldicen a su padre o madre, otros se reprochan a sí mismos el no haber aprovechado tal ocasión o tal luz para abandonar el pecado. En fin, es una confusión tremenda de gritos de rabia y desesperación... En frente de mí y cerca, tenía almas que me maldecían y blasfemaban. Es lo que más me hizo sufrir, pero lo que no tiene comparación con ningún tormento es la angustia que siente el alma, viéndose apartada de Dios... Me pareció que pasé muchos años en este infierno, aunque sólo fueron seis o siete horas...

No puedo decir lo que sintió mi alma, cuando me di cuenta de que estaba viva y que todavía podía amar a Dios. Pero para poder librar un alma de este infierno, yo no sé a lo que estoy dispuesta. Veo con mucha claridad que todo lo del mundo no es nada en comparación del dolor del alma que no puede amar, porque allí no se respira más que odio y deseo de la perdición de las almas .

En las apariciones de Fátima, Nuestra Madre la Virgen les hizo ver a los niños el infierno. Dice Lucía: Nuestra Señora nos mostró un gran mar de fuego que parecía estar debajo de la tierra. Sumergidos en este fuego los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas con forma humana que fluctuaban en el incendio, llevadas por las llamas que de las mismas salían juntamente con nubes de humo cayendo hacia todos los lados, semejantes al caer de las pavesas en los grandes incendios, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por las formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, también transparentes y negros... Nuestra Señora nos dijo con bondad y tristeza: Habéis visto el infierno donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón .

En la primera aparición del ángel de Portugal, él les dijo a los tres pastorcitos: Ofreced sacrificios en acto de reparación por los pecados con que Dios es ofendido y suplicando por la conversión de los pecadores...

En la tercera aparición, el ángel les enseñó la oración: Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente y te ofrezco el preciosísimo cuerpo, sangre, alma y divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de María, te pido la conversión de los pobres pecadores. Y al darles la comunión les dijo: Tomad y bebed el cuerpo y la sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios .

Y les decía María en la aparición del 13 de agosto de aquel año 1917: Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, porque van muchas almas al infierno, porque no hay quien se sacrifique ni ore por ellas.

¿Qué quiere decir todo esto? Que Dios nos necesita en la gran tarea de la salvación de nuestros hermanos. ¿Estás dispuesto a ayudarle? Dios cuenta contigo. Tú tienes la respuesta.

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