Autor: | Editorial:
Orar es amar
Una de las mejores maneras de expresar nuestro amor a los demás es rezando por ellos. Y todos necesitan de nuestra oración, porque todos necesitan de nuestro amor para ser un poco más felices. Por eso, no pongas límite a tu oración por los demás. Nunca guardes rencor en tu corazón. Nunca digas: Yo no te perdono, que te perdone Dios. Nunca maldigas. Vete por la vida, bendiciendo a todo el mundo. ¡Qué hermoso poder decir a los enfermos: ¡Que Dios te bendiga y te sane! Muchos enfermos se sanarán a través de tu oración, porque, como dice el mismo Dios: La oración del hombre bueno es poderosa. Orad unos otros para ser curados (Sant 5, 16).
Nunca olvidaré lo que afirmaba aquella madre, a quien Dios sanó milagrosamente a su hijo. Decía: Muchos niños no se curan, porque sus padres no rezan. Pero no solamente niños, sino también adultos. Muchos podrían haber sido curados, si hubieran tenido más fe para pedir su curación o si más familiares y amigos hubieran rezado por él. La oración atrae inmensas bendiciones de Dios para nosotros y para los demás. Nunca niegues la oración a quienes te pidan rezar por ellos. Por otra parte, nunca creas que ya tienes suficientes intenciones para rezar como para no admitir a otros. No creas que tus peticiones u oraciones tienen un límite ante Dios. No, Dios se siente feliz de que le pidamos y le pidamos sin cesar por todos y cada uno. No seas celoso de tu oración para orar sólo por unos pocos amigos y familiares. Tu oración puede llegar a todos. No seas egoísta ni cerrado en tus peticiones. Dios es poderoso para realizar todas las cosas mucho más de lo que podemos pedir o imaginar (Ef 3, 20). Por eso, no excluyas a nadie de tu oración, pensando que así les tocará más a tus seres queridos.
Pide por tus familiares, pero también por los que no lo son. Pide por los vivos, pero también por los difuntos. Pide por tus cosas, pero también por las necesidades ajenas. Pide por los que viven cerca de ti, en tu país, en tu región, pero pide también por quienes nunca verás ni conocerás. Pide por todo el mundo, pues tu oración llega hasta los extremos del mundo. Qué hermoso es poder decir a alguien: ¡Te llevo en mi corazón y en mi oración! Pues bien, lleva a todo el mundo en tu corazón. Incluso, te pediría más, lleva a todos tus antepasados y a los que vendrán después de ti. Toda tu gran familia debe ser objeto de tu oración. Y Dios habrá podido bendecir hace miles de años a tus antepasados, porque sabía que tú rezarías por ellos. Lo mismo que puede bendecir dentro de miles de años a los de tu familia que vendrán después. Reza por todos los hombres del mundo, por todos los que existen, pero también por todos los que han existido y existirán, pues eres parte de la familia humana y todos deben ser tus hermanos. Esto deben pensarlo especialmente los sacerdotes, que son otros cristos en la tierra y son padres espirituales de todos los hombres. Y también las religiosas, como madres de todos, al igual que María.
Así que ama a todos y ora por todos sin excepción. Dios te bendecirá más de lo que te puedas imaginar (Ef 3, 20) y te sentirás padre (madre) de millones de hombres, que algún día en el cielo te lo agradecerán.