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Autor: | Editorial:



Tú no irás a la guerra
Gracieta vive estas semanas con un temor secreto que la trae desasosegada. Está viendo preparativos y está oyendo retazos de conversaciones que la llenan de aprensión. ¿Qué es lo que andan preparando para Francés? Ella, tan dispuesta siempre a interrogar y a hacer averiguaciones, no se atreve ahora a plantear preguntas por miedo a lo que una respuesta clara le pueda revelar.

Ha llegado un correo que viene de Pamplona y doña María, con la carta en la mano, informa:
-Ya ha fijado el señor obispo la fecha para la ceremonia: será el 20 de julio. Y Miguel de Goñi recibirá también la tonsura al mismo tiempo que Francés... Me satisface pensar que su gente nos acompañará en ese acto. Faltan casi tres semanas para el día señalado. Hay tiempo de sobra para los preparativos. Iremos solamente Francés y yo. Y bastará con que Diego nos acompañe para conducir la acémila de los equipajes...

Gracieta se pregunta: "¿Qué es eso de tonsura? ¿A qué va Francés a Pamplona con doña María? ¿De qué ceremonia hablan?¿Qué es lo que el señor obispo le va a hacer a Francés? ¿Volverá Francés con doña María o se quedará en Pamplona con el señor obispo?"
Y sigue sin atreverse a hablar de ello.
Doña María mencionó preparativos que había tiempo de sobra para hacer. Gracieta viene observando hace ya días que para Francés se está preparando una vestimenta muy especial. En el gran cesto de labores que comparten doña Violante y Pachica se guarda cuidadosamente plegada al final de cada sesión de costura una túnica de lino blanco que entre las dos están confeccionando a la medida exacta de Francés. Se la han probado un par de veces. Gracieta lo ha visto. Es igual que la que usan los sacerdotes en algunos rezos de la iglesia. ¿Para qué necesita Francés una prenda como esa?

Gracieta anda cavilosa y ensimismada estos días; casi nadie lo ha notado y menos que nadie Francés, que también aparece más serio y sosegado que de costumbre.
Se marchan los viajeros camino de Pamplona. Francés monta su potro castaño. Diego cabalga el cuatralbo y lleva sujeto al arzón de su silla el ronzal de la acémila que porta alforjas y baulillos. Los dos varones acomodan el paso de sus monturas al andar más lento y pesado de la mula blanca sobre la que se ha acomodado doña María.

Doña Violante, Pachica y Gracieta han salido a despedirles hasta el pie de la rampa exterior:
-¿Cuándo volverán? ¿Volverán los tres? -se atreve ahora a preguntar, por fin, la muchacha.
-La semana que viene los tendremos de nuevo aquí -ha contestado doña Violante.
-¿Todos? ¿Volverán todos?
-Pues claro, criatura. ¿Qué iba a hacer ninguno de ellos quedándose en Pamplona?
¡Qué alivio siente Gracieta ante esta contestación tan categórica! Y ahora ya se decide a seguir averiguado:
-¿Qué quiere decir tonsurar, doña Violante?
-¿Tonsurar? Tonsurar es cortar el pelo... A los clérigos los tonsura el obispo.

¡Todos los temores de Gracieta han vuelto de golpe! ¡Francés no regresará! ¡A Francés le cortará el pelo el obispo como lo llevan cortado los frailes franciscanos que algunas veces pasan por Xavier, y luego lo enviará a vivir en algún convento de Pamplona!
Y sin embargo, doña Violante ha asegurado que volverá... ¿Será cierto? Gracieta se siente tan completamente confusa y preocupada...

También se sintió confuso y perplejo Francés hace unas semanas cuando doña María le habló para anunciarle que había escrito al obispo y había solicitado que le admitiera como clérigo de primera tonsura.
-¡Pero, madre, cómo has podido hacer eso? Yo no sé si quiero...
-Justamente, tú no sabes lo que quieres. Yo sí se lo que conviene. Lo que te conviene a tí y lo que nos conviene a todos los de esta familia. Lo sé, lo sé muy bien... Tú no irás a la guerra..., no irás a la guerra como han ido tus hermanos mayores. Tú no irás a la guerra porque esa tonsura te convertirá en clérigo y te eximira de tomar las armas. Y si tus hermanos, ¡Dios no lo quiera!, cayesen en esta contienda o no pudiesen volver nunca a casa, el castillo de Xavier no se quedará sin señor. Tú serás el heredero del patrimonio familiar y tuyos serán el señorío de Azpilcueta y el de Idocin y la casa de Pamplona y el molino de Burguete y los derechos sobre los prados de El Real y el Escampadero...

"A tí te quedará optar, como al tercero y el menor de los hijos de esta familia, por hacer unos estudios y obtener unos títulos que te capaciten para conseguir un trabajo digno que te permita ganarte la vida dentro de la administración civil o del estado eclesiástico..."

Francés la escuchó entonces adusto y en silencio. Así, de pronto, no sabía qué pensar de aquella decisión tan repentina de su madre.
Él había sabido desde siempre que era deseo de sus padres que estudiase... Había asistido con interés y con gusto a las clases de los clérigos de la parroquia desde que era un niñito... Y había aprovechado sus enseñanzas... Le gustaba aprender... Se había entrevisto a sí mismo en el futuro como un doctor en leyes, igual que su padre..., o quizá como un clérigo... Claro que no un clérigo como don Miguel de Azpilcueta, sólo un simple párroco, aunque fuera tenido por santo, en una diminuta iglesia perdida en medio del campo, como era Xavier, no. Si él llegase en algún momento a ser clérigo, aspiraría a ser como el otro Azpilcueta, Martín, del que se decía que era el mejor doctor en cánones de su tiempo y que estaba enseñando en la universidad de Salamanca.

Y acudió a reflexionar ante el Cristo, ante el Amigo... Expuso sus dudas:
-Si mis hermanos faltasen... Si mis hermanos faltasen, Señor... ¿Querría yo llegar a ser señor de Xavier? ¿Qué te parecería que yo fuese señor de Xavier? ¿Qué te parecería que yo viviese siempre en este castillo y en estas tierras, defendiendo continuamente sus derechos contra labradores recalcitrantes, leñadores furtivos, almadieros rebeldes y pastores tozudos y tramposos? ¿Me gustaría a mí, te gustaría a ti?

Y se planteó y planteó ante el Cristo una cuestión todavía mucho más seria:
-¿Quiero yo ser clérigo de primera tonsura? En realidad, ¿a qué me obligo con ello? Ya sé, porque don Miguel me lo ha explicado, que esto es sólo un primer paso para llegar al sacerdocio, y que puedo quedarme ahí y no seguir adelante, si no lo deseo... ¿Querría yo seguir adelante? ¿Querrías Tú que siguiese adelante? ¿Podré yo llegar a ser sacerdote tuyo algún día...?

-"He aceptado ir a Pamplona porque madre lo quiere así... Y también porque pensar en verme libre de la obligación de la guerra me seduce... No soy cobarde, Tú lo sabes, Señor..., pero la idea de combatir, de herir, de hacer daño, de matar quizá..., me resulta insoportable...; ¡bastante estoy luchando aquí en nombre de mi madre y de los derechos de esta casa! Y Tú sabes cuantas veces he hecho cosas que no me gustaban nada...
"Di, Señor, ¿te gusta a Ti que vaya ahora a Pamplona? ¿Lo quieres Tú también?"
Y todavía con la mente llena de interrogaciones ha salido este día de julio camino de Pamplona, acompañado de doña María y seguido por Diego, el caballerizo, que conduce la acémila de los equipajes.

La ceremonia en la catedral está resultando más impresionante de lo que esperaba. Don Miguel le había explicado, paso por paso, lo que iba a suceder, pero...
El obispo está revestido con todos los ornamentos propios de su alta dignidad: capa, mitra, guantes, báculo..., y rodeado de un nutrido grupo de asistentes: subdiáconos, acólitos...

Para Miguel de Goñi y para Francisco de Jaso hay un espacio reservado ante el altar.
En un cierto momento de la misa, después del Kyrie, el obispo se ha vuelto al pueblo y Francisco de Jaso y Miguel de Goñi han sido llamados por su nombre desde el altar. Y los dos se han aproximado, llevando una vela en la mano derecha y la blanca vestidura plegada sobre el brazo izquierdo.

El obispo ha invitado a todos los fieles a orar:
-Oremus, fratres carissimi... "Oremos, queridos hermanos..."
Tan pronto como termina la oración el coro entona los primeros versículos de un salmo.
El obispo se ha sentado en su sillón y le han rodeado sus asistentes. Sobre sus rodillas ha sido colocada una bandeja de plata en la que han depositado unas tijeras también de plata.

A Francés le han invitado a entregar vela y vestidura a dos acólitos, a venir a postrarse con las manos juntas ante el prelado y a inclinar la cabeza sobre la bandeja. Obedece y cierra los ojos.
Mientras procede a la tonsura el obispo recita:
-Dóminus pars haereditatis meae et cálicis mei, tu es qui restitues haereditatem meam mihi.
"Señor, mi herencia y mi cáliz, Tú eres quien restituye mi herencia para mí".
Francés sabe que debe pronunciar este versículo al mismo tiempo que el obispo y lo ha repetido mil veces en los últimos días ensayando esta ceremonia con don Miguel; así y todo, es tanta su turbación que su voz resulta opaca y ha tropezado en la pronunciación de un par de palabras.

Las tijeras de plata, manejadas por las manos del obispo, han siseado suavemente trabajando por encima de su cabeza en forma de cruz: primero han cortado sobre su frente, después en la coronilla, ahora sobre la oreja derecha, más tarde sobre la izquierda, para acabar cortando un mechón en el centro.
¡Ya está! Francés abre los ojos. Sobre la brillante superficie que espejea de puro pulida, unos leves manojillos de pelo son los testigos de que la ceremonia se ha cumplido.
Ahora, por encima de su cabeza, resuena la voz del prelado pidiendo para él fidelidad:
-Praesta, quaésumus, Deus, ut fámulus tuus Franciscus...

"Te rogamos, Señor, que procures que este siervo tuyo, Francisco, cuyos cabellos hemos cortado hoy por el divino amor, permanezca perpetuamente bajo tu predilección y que lo conserves siempre sin mancha..."
Los acólitos han invitado a Francés a ponerse en pie, y entre los dos le han ayudado a revestirse la blanca túnica de lino que ha sido preparada para él por las manos primorosas de Pachica y tía Violante.

Y el obispo se ha levantado también para volver a orar:
-Induat te, Dóminus...
"Que el Señor te revista del hombre nuevo, que fue creado según Dios en justicia y en la santidad de la verdad".
Sí, la ceremonia está resultando mucho más impresionante de lo que Francés hubiera podido prever.
Mientras el ritual prosigue, ahora con Miguel de Goñi como protagonista, tiene tiempo de serenarse lo suficiente como para poder escuchar con atención y retener en su memoria algunas de las palabras de la alocución del obispo:

-Habéis elegido tener al Señor por vuestra suerte y heredad... La ceremonia tonsural es un acto de humilde renuncia a un adorno de la propia cabeza por un sentimiento de homenaje a Dios y de voluntaria consagración a su servicio... Quedáis constituidos en la categoría de los clérigos cuyas leyes obligan a progresar en santidad y ciencia... Deberéis llevar una vida interior y exterior más santa que los seglares, sirviéndoles de modelo y superándoles en virtud y buenas obras... Os habéis despojado del hombre viejo con todos sus actos y os habéis renovado en la mente como lo manifestáis en la cabeza, en donde los pensamientos tienen su asiento.

"La vestidura blanca con la que habéis sido revestidos simboliza al hombre nuevo que de día en día habrá de ir renovándose y progresando en la virtud".
Gracieta, que ha espiado todos estos días el punto del camino que viene de Pamplona por el que deberán aparecer los viajeros, ha llorado de gozo esta tarde. ¡Vuelven! ¡Y vuelven los tres! ¡Loado sea el Señor!

Y cuando tiene a Francés más cerca y puede examinarle a su gusto, entre la pequeña conmoción de los saludos y la descarga de los equipajes, se dice a sí misma tranquilizada: "No se nota nada distinto. Ni siquiera parece que el obispo le haya cortado nada de pelo. No ha cambiado en nada. Es el mismo Francés de siempre..."

Y se equivoca. Algo sí ha cambiado en Francés; ya no es exactamente el mismo que hace unos días salió para Pamplona. Claro que no es extraño que Gracieta no pueda percibirlo; ni siquiera el propio interesado, el propio Francisco de Jaso, de Xavier, ha sido todavía capaz de empezar a descubrirlo...
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