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Voluntad inflamada en amor
El arroyo de la voluntad
Fluye el tercer arroyo del amor, tranquilo. Sus aguas son fuego manso. Del manantial del espíritu se deslizan al estanque de la voluntad superior o potencia del amor Este ya no estalla como aquel amor práctico que se infunde en el hombre inferior Vierte la corriente en aguas remansadas del espíritu, las potencias espirituales. Lodos del cuerpo allí no alcanzan. Silencioso, puro, perfectamente en fragua depurado es este amor Parece aceite hervido, que el fuego no hace desbordar, reposado. Como el oro excede al barro de la tierra; más noble aquel primero. Así es este amor, más sutil; como el aire es más que el agua. Es fuerza de imán irresistible, que atrae las fuerzas superiores a su origen. Cuanto mayor es su fuerza, menos halla en nosotros resistencia. El calor de este amor es tan vehemente que parece abrasar y consumir al hombre enteramente. Lo transforma y enciende en carbón vivo. Lo arrastra al fuego inmenso del amor divino. Allí el amor humano aniquila imperfecciones. Allí el alma enamorada suplica amor divino sin cesar: que tu inmensa grandeza penetre, devore y aniquile con presteza.
Amor que clama
El amor de Dios dama con voces incesantes que graba en nuestro espíritu, para amar a aquel amor que se amó eternamente. Es voz de interna moción en nuestro espíritu, terrible y violenta más que el trueno. Su fulgor abre el cielo al espíritu y le muestra la luz de la eterna verdad. El amor nunca descansa sin que desee multiplicarse. Cuanto más ama el espíritu, tanto más encendido es el deseo. Consiguientemente, lo que resulta fuego de amor tan intemperado y vehemente vadea el mismo ejercicio de amor entre Dios y el espíritu. Es amor como un rayo fulgurante, ávido de consumir en su fuego al mismo espíritu. Causa de esto es que el amor práctico y el fruitivo igualmente se refuerzan. Nunca sucede así en los grados precedentes, a no ser a veces por especial don de Dios. Aquí en parte se equiparan.
Amor práctico
Y para que entiendas, propiamente se dice amor práctico cuando nuestro espíritu opera con su amor creado e impele hacia Dios y todo lo que puede ser de su agrado. Se llama amor fruitivo, si el espíritu nuestro es actuado felizmente por el Espíritu de Dios. La actuación interna de Dios consolida todas las apariciones y elevaciones en total perfección del hombre.
Amor fruitivo
Hay cierta fruición en todo amor divino, pero prevalece el amor práctico en el precedente grado, según el proceso común. Disminuye en el fruitivo. En los siguientes, por el contrario, obtiene la primacía en la conversión a Dios y cede el amor práctico. El espíritu es más actuado por el divino Espíritu y se aniquila de tal modo que expira en sí mismo, derritiéndose en amor de Dios. Resulta un solo espíritu en el ardor de la caridad. En el grado presente se interfieren con igual violencia. Conviene que nuestro espíritu a veces ceda al divino. Se produce en el hombre gran conflicto, porque las aguas son impetuosas. Más aún porque nuestro espíritu no está habituado a la expiración. La humana naturaleza se resiste con fuerza. Ninguno de estos espíritus se resigna a ceder, ambos quieren prevalecer El espíritu humano desea en todo momento absorber la inmensidad de Dios. Resulta devorado mientras piensa absorber y devorar Como el pez que va a comer el cebo: queda atrapado por el anzuelo.
Amor muy ferviente
A este grado de la consurrección pertenece el séptimo del amor En las Escrituras se llama amor supraférvido, amor que hiere con demasiado calor De éste dice Hugo en el capítulo séptimo de Coelestis Hierarchiae: «Conociste cómo eso que hierve es arrojado fuera de sí con cierta violencia de su incendio. Es llevado sobre sí y produce una gran moción por efervescencia invisible. Así también el amor supraférvido lanza al espíritu sobre sí mismo y fuera de si mismo». Este amor, por su gran fervor, arroja lejos del hombre todas las desordenadas aficiones, todas las ocupaciones y ansiedades, todos los afanes y ejercicios que no convienen a su afecto e impulso. Como dice San Bernardo en el Sermón XXXV Super Cantica, el alma que aprendió una vez del Señor y aceptó entrar en sí misma, para respirar la presencia de Dios en su interior y disfrutarla en parte, tendrá como fuego horrible el salir otra vez a satisfacer los atractivos y molestias de las tendencias humanas, habiendo ya gustado la suavidad de la conquista espiritual».
Así, pues, hemos expuesto muy brevemente esta consurrección de las potencias superiores. Porque nada digno podemos decir de esto en comparación con la realidad. Nada vamos a decir de las operaciones que el Espíritu Santo realiza en tales hombres. Podrían multiplicarse y variarse más que pelos hay en la cabeza. La principal obra de esto consiste en la extracción o intracción (expiración e inspiración) de que trataré en el grado siguiente, para gloria de Dios.