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Autor: | Editorial:



Los mercenarios y siervos infieles

Conviene estar apercibido sobre el enemigo común de las tres etapas del camino de perfección. Quiero decir que es necesario evitar tres cosas que impiden a los hombres ser fieles en el seguimiento de Cristo trocándolos en mercenarios, merecedores de la reprobación y desprecio de Dios.

Fárrago de siervos infieles

Lo primero es buscarse a sí mismo en todo ejercicio y conseguir la propia utilidad. Por ejemplo, una gracia sensible, devoción, mérito y gloria, o también evitarse de inconvenientes, como perjuicios temporales, confusión, sufrimientos, Purgatorio, Infierno y cosas semejantes. No sólo esto. Algunos hay que menosprecian todas las cosas, ingresan en una Orden de rigurosa observancia o se imponen duras penitencias; sostienen gozosamente toda adversidad para conseguir la vida eterna o evitar las penas del Infierno. Y, sin embargo, no permanecerán en gracia ni en el amor de Dios. De igual modo procedió un discípulo de Platón, que, al oírle hablar de la felicidad futura, ardió en deseos de alcanzarla, se echó por un precipicio y rompió la cabeza para poder conseguir lo que había oído recomendar. Con todo, se condenó, porque él mismo y Platón, ambos eran infieles. De igual forma los judíos y los herejes aceptan voluntariamente la muerte por su fe y esperanza de la vida eterna.

Lo segundo es que considera sus obras y ejercicios de gran valor. De ahí que tenga más complacencia en sí mismo que en Dios. Con tal confianza se apoya más en sus actos y virtudes que en la libertad de los hijos de Dios, comprados muy amorosamente con la preciosísima sangre de Jesús.

Lo tercero es que nunca serviría a Dios tan fielmente, si no esperase recibir de allí un buen premio, o si supiese que no había Infierno, Purgatorio o juicio riguroso; porque teme más estas cosas que ofender a Dios. Son mercenarios, indignos de llegar a la vida eterna y alcanzar la gracia y el amor de Dios.




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