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Las tres vidas. Aptitud para la vida contemplativa
Hay tres vidas en el hombre; a saber: la activa, significada por Lía «de ojos tiernos»; espiritual contemplativa, de la que es figura Raquel, «de bella presencia» y «buen ver», pero «no daba hijos a Jacob» (Gén 29,17; 30,1), y la contemplativa supraesencial, representada por María Magdalena, «quien ha elegido la parte buena que no le será quitada» (Lc 10,42). En cualquiera de estas tres vamos a distinguir una preparación, ornato y aprovechamiento, si queremos realmente vivirlas y ofrecerlas a Dios con provecho.
La actividad
Ante todo, es preciso que nos preparemos para la vida activa, si queremos vivir como fieles siervos, conforme se dice en el Evangelio: «Bien, siervo bueno y fiel... entra en el gozo de tu Señor» (Mt 25,21). Notemos que se le llama bueno y servidor, porque eligió en todas las cosas obedecer los preceptos de Dios y de la Santa Iglesia, ejercitarse en las obras buenas, buenas costumbres, virtudes y ejercicios de la vida activa; no buscándose a sí mismo en nada. Solamente la honra y gloria de Dios, su divina voluntad, o el arrepentimiento y salvación de las almas. Llaman buenos a los que proceden así. Pero se llaman aún siervos de Dios y no amigos, porque hacen consistir toda su perfección en los ejercicios de la vida activa, y el Señor todavía no los trae más al interior, sino que permite permanezcan fuera, en los ejercicios de vida activa. Necesitan ser familiares de Dios y conocer sus secretos, pues deben llamarse amigos suyos, como el Señor decía a los Apóstoles: «No os llamo ya siervos.., porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15,15).
Nótese de paso que Dios concede su gracia, ayuda y auxilios en la medida que cada uno se haya preparado y ejercitado, sea con obras virtuosas de la vida activa, sea por el ejercicio interno del amor.
Quiénes son aptos para la vida interior
Para esto ayudan mucho ciertas disposiciones naturales, porque los amargados, los melancólicos por naturaleza, los escrupulosos y orgullosos, muy difícilmente pueden tener acceso a la vida interior espiritual. Mientras que los alegres, amorosos y comprensivos o fáciles para el arrepentimiento, tienen muchas disposiciones para la vida interior, con tal que quieran morir a sí mismos, según la gracia de Dios, y desprenderse por completo de todas las cosas creadas. Porque nadie puede verdaderamente llegar al ejercicio interior si de antemano no hubiera despreciado todas las cosas, incluso a sí mismo, y se hubiese entregado a Dios con todas sus fuerzas y con todo el corazón. De otra manera, dividido en el corazón, siempre permanece inestable e inquieto; porque frecuentemente se deja llevar por los deseos y se le desenfrenan las pasiones naturales, todavía vivas. Por eso recibe muy escasas luces internas, ni conoce en qué consiste el ejercicio interior.
Se contenta con saber y sentir que busca a Dios con sinceridad y le parece que las prácticas son más útiles que cualquier ejercicio de espíritu. Las obras que hace por Dios están más presentes en su corazón que Dios mismo por quien las hace. Efectivamente, piensa en sus obras más que en agradar a Dios con ellas.


