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Mortificación de los vanos y peligrosos pensamientos. Daños que de ellos se siguen
La quinta consiste en mortificar perfectamente los deseos de vivir rodeados de criaturas. Es necesario convertirse a una total soledad no ya por aislamiento físico, sino mucho mejor liberando el corazón y los pensamientos, conforme dice Séneca en el libro de Las Cuatro Virtudes: «No des cabida a cualquier divagación: tu alma quedará triste, si te recreares en ello cuando tratas de ordenar todas las cosas».
Pensamientos varios
Distingamos tres clases de pensamientos. Primeramente los superficiales al hombre, aunque incidan con frecuencia en la sensualidad. Son como las olas del mar o el vuelo de las aves. Estas imaginaciones no son de suyo malas ni constituyen pecado; con todo, vienen a ser impedimento para el progreso en la vida interior. Revelan un corazón vacío y entibian la devoción. Cuando el corazón está lleno de amor divino no hay cabida para la frivolidad y tibieza, como rebota un clavo si se intenta meterlo donde hay otro.
Pensamientos nocivos
Los pensamientos nocivos tienen lugar, por ejemplo, cuando alguien se detiene morbosamente en recuerdos o imágenes, aunque no lleguen a pecado grave. Estos pensamientos traen gran daño al corazón, porque obstaculizan seriamente la acción de la gracia divina o las mociones internas, contristan al Espíritu Santo, manchan la morada de Dios y causan hastío en las prácticas piadosas. Si, por el contrario, tales pensamientos e imaginaciones tuviesen lugar a disgusto nuestro, resistiéndolas con prontitud y aceptando esta molestia como un martirio espiritual, nos proporcionarían entonces notable mérito, a no ser que nosotros, por deseos inmortificados de la sensualidad, hayamos dado ocasión a esos pensamientos e imaginaciones, como queda dicho.
Causa de los malos pensamientos
Las dos clases de pensamientos mencionados se originan generalmente de nuestra incuria e inmortificación. Porque no somos diligentes para enderezar con energía el corazón hacia los buenos pensamientos, sino que le dejamos, por costumbre, divagar en cosas superfluas y pensamientos inútiles o nocivos, perdiendo el tiempo tontamente. En especial, mientras nos sentimos privados de la gracia y devoción sensible, experimentamos desgana para todo ejercicio espiritual, y entonces requerimos cierto consuelo fuera de nosotros, distrayéndonos, hablando, riendo y otros pasatiempos. Cuando queremos luego recogernos en soledad, el corazón está saturado de distracciones. Ocupado con tales pensamientos es imposible progresar en la virtud. La soledad, el silencio y la estrecha guarda de nuestro corazón son el principio y fundamento del progreso espiritual.
Pensamientos que intranquilizan el corazón
La tercera clase de pensamientos son de suyo buenos, pero hacen perder la paz del alma. Unos provienen del justo cuidado de los bienes temporales. Otros por devaneos escrupulosos y pusilánimes. Pueden ser también sobre bienes espirituales, como ocurre a los que investigan curiosamente los misterios de Dios y la vida eterna.
A los hombres de sutil ingenio y activos por naturaleza les resulta más difícil librarse de todo pensamiento. Sin embargo, es necesario deshacerse de cuanto pueda turbar la paz del corazón: esta paz favorece en gran manera la comunicación amorosa con Dios. Dios es uno: nada mejor que la simplicidad de corazón para encontrarle. Y porque es amor eterno, el mejor modo de conquistarle es el deseo y el .amor.
Memoria de Cristo en el corazón
Esto no quiere decir que te prives de toda representación. Te propongo la imagen Jesucristo, «reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios» (Sab 7,26). Tendrás siempre ante tus ojos la imagen de Cristo crucificado con deseos de imitarle y grabarás en tu alma su disposición de humildad profunda, menosprecio, paciencia, suavidad, y las demás virtudes insondables, que sobrepasan la capacidad humana. Actualiza esta imagen en todo lugar, en todo tiempo, en toda palabra, en toda ocupación; interior y exteriormente, en la prosperidad y en la adversidad. Si estás comiendo, moja tus bocados de pan en su sangre. Cuando bebas, acuérdate del brebaje que le dieron estando crucificado. Si te lavas las manos o el cuerpo, piensa en la sangre con que Él lavó tu alma. Si vas a dormir, considera el lecho de la Cruz y acuérdate de la corona de espinas al apoyarte sobre la almohada. Con estas consideraciones aumentarás la compasión amorosa y el deseo de seguir sus pisadas. Con mayor fidelidad reflexionarás sobre el amor infinito con que todas las cosas fueron creadas por Él. Considera asimismo el misterio de la Encarnación, a Cristo dechado de todas las virtudes, cómo nos redimió con su muerte, nos preparó la vida eterna y ha prometido dársenos a sí mismo. De este modo, los pensamientos que pudieran distraer se convertirán en combustible para la llama del amor. El conocimiento se trocará en caridad perfecta, porque, a impulsos del amor sobrenatural, brota la mortificación de la naturaleza, aumenta la vida divina en el alma, se vigorizan las virtudes más nobles y nos elevamos a Dios por el desprendimiento de las criaturas.