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Diversas formas de hacer oración
Distintas formas de hacer oración.

Los caminos de la oración son muchos. Se puede orar de varias formas. Existen muchos modos de entrar en contacto con Dios. Cada quien elegirá el suyo de acuerdo a su personalidad, a sus circunstancias personales, a lo que le llene más espiritualmente en cada momento determinado.

Éstas son:

1. Oración vocal:

Consiste en repetir con los labios o con la mente, oraciones ya formuladas y escritas como el Padrenuestro, el Avemaría, el ángel de la guarda, la Salve. Para aprovechar esta forma de oración es necesario pronunciar las oraciones lentamente, haciendo una pausa en cada palabra o en cada frase con la que nos sintamos atraídos. Se trata de profundizar en su sentido y de tomar la actitud interior que las palabras nos sugieren. Es así como podemos elevar el alma a Dios. Podemos apoyarnos en la oración vocal para después poder pasar a otra forma de oración. Todos los pasos en la vida se dan con apoyos y la oración vocal es un apoyo para las demás. La palabra escrita es como un puente que nos ayuda a establecer contacto con Dios. Por ejemplo, si yo leo “Tú eres mi Dios” y trato de hacer mías esas palabras identificando mi atención con el contenido de la frase, mi mente y mi corazón ya están “con” Dios.

2. La lectura meditada:

Un libro nos puede ayudar mucho en el camino a encontrarnos con Dios. No se trata de leer un libro para adquirir cultura, sino de tener un contacto más íntimo con Dios y el libro puede ser una ayuda para conseguirlo. No se trata de aprender cosas nuevas, sino de platicar con Dios acerca de las ideas que nos inspire el contenido del libro. Hay que leer hasta que encontremos una idea que nos haga entrar en contacto con Dios y ahí frenar la lectura “saboreando” el momento. Es así como se profundiza en las ideas del libro para escuchar a Dios. Si cuando estamos leyendo, se produce una visita de Dios, abandonémonos a Él. Al orar hay algo que nos “llama”, una idea en la que sentimos la necesidad de profundizar. Para profundizar volvemos a la idea para verla en todos sus aspectos hasta que llegue a sernos personal, hasta que la hagamos propia. Esta idea mueve nuestra voluntad, nuestra capacidad para el amor, el deseo y el afecto. Esta oración debe terminar con un propósito de vida de acuerdo a las ideas en las que hemos profundizado en compañía de Dios.

3. Contemplación del Evangelio:

Consiste en leer un pasaje del Evangelio, contemplarlo, saborearlo y compararlo con nuestra vida, tratando de ver qué es lo que debo cambiar para vivir de acuerdo a los criterios de Cristo. Al leer el Evangelio nos vamos a familiarizar con los gestos y las palabras de Cristo, y a comprender su sentido. Poco a poco iremos cambiando nuestra mentalidad y nuestra conducta de acuerdo a los criterios del Evangelio. Comparamos nuestro actuar en la vida con la vida de Jesús en el Evangelio. Se trata de mirar a Jesús más que mirar el pasaje del Evangelio, escuchar su Palabra. Al orar de esta forma, hemos pasado de la reflexión que se detiene a mirar en cada punto a un mirar simplemente a Cristo. Para ponerlo en práctica se necesitan seguir los siguientes pasos:

a) Ponernos en presencia de Dios y ofrecerle nuestra oración. Leer lentamente la escena del Evangelio para tener una visión rápida de conjunto, del lugar donde sucede. Por ejemplo, en Belén, en el templo de Jerusalén, etc. Después pedirle a Dios que adquiramos un conocimiento más hondo de Jesús para amarlo más y poderlo servir mejor.

b)Volvemos sobre el pasaje evangélico y vemos las personas y:
- Vemos a los personajes que hablan y actúan en el pasaje. Fijarnos en cada uno en particular viendo primero su exterior para luego contemplar sus sentimientos más íntimos, sean buenos o malos. Sacar algún fruto personal.
- Después escuchamos las palabras: Penetrar en su sentido, poner atención a cada una de ellas. Algunas palabras las podemos escuchar dirigidas a nosotros personalmente. Sacar un fruto personal.
- Como tercer punto, consideraremos las acciones: seguir las diversas acciones de Jesús o de las demás personas. Penetrar en los motivos de tales acciones y los sentimientos que los han inspirado. Sacar algún fruto personal, recordando que la oración nos debe llevar a la conversión de corazón.

c) Terminar platicando con Jesús o con su Madre la Santísima Virgen María acerca de lo que hemos descubierto.

4. Oración sobre la vida cotidiana:

Dios está presente en nuestra vida. Los acontecimientos de la vida son un camino natural para entrar en contacto con Dios. Es necesario buscar la presencia de Dios en nuestra vida y descubrir qué es lo que Dios quiere de nosotros. Esta búsqueda y este descubrimiento son ya una oración. Estar atentos a lo que Dios quiere de nuestra vida es hacer oración y nos invita a colaborar con Él. De esta “mirada” sobre mi vida nacerá el asombro, el agradecimiento, la admiración, el dolor, el pesar, etc. De esta manera nuestra vida entera será una oración.

5. Contemplación:

Se le conoce también como silencio en presencia de Dios. Este es el punto donde culminan todos las formas de orar de las que hemos hablado con anterioridad. Es el momento en que se interrumpe la lectura, o se deja la reflexión sobre un acontecimiento, una idea o un pasaje del Evangelio. Se da cuando ya no hay deseos de seguir lo demás, se ha encontrado al Señor con toda sencillez, después de recorrer un camino. Hemos experimentado interiormente que Dios nos ama a nosotros y a los demás. Es guardar silencio en presencia de Dios con un sentimiento de admiración, de confusión, de gratitud, cuando nos sentimos invadidos por la grandeza de Dios y su amor hacia nosotros y nos ofrecemos a Él.
La oración contemplativa es mirar a Jesús detenidamente, es escuchar su Palabra, es amarlo silenciosamente. Puede durar un minuto o una hora. No importa el tiempo que dure ni el momento que escojamos para hacerla.
Para tener una oración contemplativa, debemos:

a) Recoger el corazón: Olvidarnos de todo lo demás, encontrándonos con Él tal y como somos, sin tratar de ocultarle nada.

b) Mirar a Dios para conocerle: No se puede amar lo que no se conoce. Al mirarlo debemos tratar de conocerlo en su interior, sus pensamientos y deseos.

c) Dejar que Él te mire: Su mirada nos iluminará y empezaremos a ver las cosas como Él las ve.

d) Escucharle con espíritu de obediencia, de acogida, de adhesión a lo que Él quiere de nosotros. Escuchar atentamente lo que Dios nos inspira y llevarlo a nuestra vida.

e) Guardar silencio: Silencio exterior e interior. En la oración contemplativa no debe haber discursos, sólo pequeñas expresiones de amor. Hablar a Jesús con lo que nos diga el corazón.

Ejercicio de oración:

El que dirige el taller de oración deberá ir leyendo los siguientes párrafos en voz alta, de una manera tranquila y muy pausada. Al terminar cada párrafo, deberá dejar unos minutos de silencio para que los asistentes se ejerciten en la oración.

Encuentra una postura que te acomode antes de comenzar a orar. Si te ayuda hacer un ejercicio de relajación respirando profundo, lo puedes hacer.

Ahora, prepara tu corazón deteniéndote un momento a pensar con quien vas a hablar. Reconoce que necesitas de Dios, de su amor.
Aleja el ruido que pueda haber en tu alma: odios, rencores, egoísmo, orgullo. Siéntete pequeño al lado del Señor. Dile que lo amas y ponte en su presencia diciéndole “Aquí estoy Señor para dialogar contigo”.

A continuación leeremos una serie de frases que se escribirán en el pizarrón para que cada quien escoja la que más le llame la atención: “Tú me conoces”, “desde siempre y para siempre Tú eres mi Dios”, “Mi Dios y mi todo”, “Tú eres mi Señor”. Repítela en voz alta y suave, tratando de profundizar en lo que nos quiere decir.

Toma la siguiente cita del Evangelio: Lucas 2. 1-21 y léela. Si una idea te parece interesante, detente y levanta tus ojos del texto. Profundiza en la idea. Sigue leyendo despacio y meditando en lo que estás leyendo. Si no entiendes un párrafo, vuelve a leer las veces que sea necesario para entender la idea que Dios te quiere dar a conocer. Si de pronto viene un pensamiento que te impresiona mucho, cierra tus ojos y saca todo el jugo a ese pensamiento aplicándolo a tu vida. Saca un propósito concreto para tu vida. Si de pronto sientes ganas de platicar con Dios, hazlo. Pídele fuerza, agradécele, adóralo. Si no pasa nada especial, sigue con tu lectura.

Contempla la escena del nacimiento de Cristo en la cueva de Belén. Están presentes la Virgen María, San José y el Niño Dios. María arropa al Niño Jesús porque hace frío y el lugar es muy pobre. La vaca y el buey ayudan a dar calor al recién nacido. José le ayuda y los dos se encuentran en una gran paz y alegría porque saben que ese Niño es el Hijo de Dios y que ha venido a salvar al mundo. Luego llegan los pastores a visitar al Niño Jesús con todo amor, cariño, respeto sabiendo en su corazón de quien se trataba.

Luego de contemplar esta escena, debes preguntarte si vives ese espíritu de pobreza a ejemplo de Jesucristo…, si lo visitas con frecuencia como lo hicieron los pastores…, si eres sencillo y humilde como la Virgen María…, si aceptas la voluntad de Dios en tu vida como la aceptó José…, si sabes reconocer que Dios es lo más importante de tu vida…

Contempla a Dios en el Evangelio por el tiempo que quieras. Haz silencio dentro de ti para escucharlo a Él, para que Dios pueda hablarte de los planes que tiene para ti y el mensaje que quiere darte a través del pasaje que acabas de leer.

Hazte un propósito de vida de acuerdo a esta meditación del Evangelio.


Conclusión : Oración y vida.

A lo largo de este taller, hemos orado de varias formas para acercarnos a Dios sacando frutos para nuestra vida. Nos ha escuchado y nosotros lo hemos escuchado. Hemos logrado establecer un diálogo.

Pero aquí no acaba el taller, sino que más bien es el punto de arranque para una sólida vida de oración que ejercitaremos todos los días hasta que nos encontremos con el Señor “cara a cara” el día de nuestra muerte.

Es importante analizar de vez en cuando la relación que existe entre nuestra oración y nuestra vida. Debe existir una correlación directa entre las dos porque si oramos con profundidad nuestra vida forzosamente debe cambiar. En otras palabras, se nos debe “notar” la oración.

Si no se nos nota… es que algo anda mal…

Debemos analizar si tal vez estamos pretendiendo orar, pero en lugar de alabar a Dios, nos hemos dado culto a nosotros mismos. No hemos dialogado con Dios sino con nosotros mismos. En lugar de amar a Dios, nos hemos amado a nosotros mismos. Tal vez nos hemos fabricado un dios a la medida de nuestros deseos, intereses y temores. Tal vez nunca hemos salido de nosotros, sino que al rezar hemos continuado centrados en nosotros.

Pero, tal vez sí hemos orado bien y sentimos que no se nos nota porque seguimos cayendo en los mismos pecados que antes; hay que tener en cuenta que cada persona es distinta y a algunas nos cuesta más trabajo superar los defectos y la parte negativa de nuestra personalidad. Se hacen muchos esfuerzos y nuestro progreso puede ser muy lento. Estos esfuerzos suelen ser silenciosos. Dios los conoce y los aprecia, aunque ante los ojos de los hombres pueda parecer que no hemos cambiado.

El secreto para ser fieles a Dios, para lograr la unidad entre la oración y la acción es prestar atención a Dios, es “sacar nuestras antenas” para encontrar a Dios no sólo en la Iglesia, en la capilla o en la Misa de domingo, sino en nuestras ocupaciones, en los acontecimientos del día, en el trabajo, en la familia. Si Dios está ausente en nuestros deberes de hombres, también lo estará en la oración.

El examen de conciencia es un buen medio para conocer la coherencia que existe entre nuestra oración y nuestra vida. Por la noche nos ponemos en presencia de Dios para conocer nuestras faltas, pedir perdón a Dios, fijándonos un propósito a cumplir para ser mejores y pidiéndole su ayuda. Vernos como somos a la luz de Dios. El examen de conciencia es una oración personal con Dios. Nos abrimos al Él y lo escuchamos.

Nada nos toca más personalmente que la luz de Dios. Él nos ama con un amor personal, no en “general”. A cada uno nos toca en lo más profundo de nuestro ser. Sólo al experimentar ese amor vamos a reconocer nuestros pecados, y a corresponder a Dios con un amor personal que invada nuestra vida y la transforme.

Atentos a Dios y a su constante acción, aprenderemos a juzgar según Cristo, a que nuestras acciones sean como las de Él, a encontrar a Dios en todas los acontecimientos y circunstancias de la vida, en cualquier hecho y en todo hombre.

La oración debe dar sentido a cada una de nuestras actividades, a cada minuto de nuestra vida. El encuentro con Dios que se produce en la auténtica oración, debe perdurar durante todo el día dándoles un colorido especial a las cosas. Quien ora con profundidad, descubre a Dios en todo y establece un diálogo continuo con Él. La unión con Dios abre el corazón a su amor y el amor lo llena todo.

La oración nos debe llevar a la conversión, a cambiar internamente para cambiar el mundo y construirlo desde Jesucristo.


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