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Introducción a mujer y varón

¡Estoy contento de ser hombre! o ¡Estoy contenta de ser mujer! Esta es la reacción que motiva principalmente este escrito. Descubrir mejor la hondura humana en su doble perspectiva de la femineidad o de la masculinidad. Ver en la sexualidad dos reflejos de Dios mismo que se manifiesta en el alma, en el cuerpo y en la comunión de personas.

En ocasiones, al estudiar al ser humano la imagen es como la de un espejo distorsionado que no acaba de reflejar bien lo que tiene delante. Se trata de una cierta oscuridad que no deja ver bien. Puede ser el pecado personal, o pueden ser realizaciones culturales insuficientes. Pero la imagen puede verse mejor si se limpia el espejo y se mira el fondo de la imagen que es Dios mismo. Así se puede contemplar mejor quién son el hombre y la mujer, y enamorarse de su belleza y perfección originarias.

Un mejor conocimiento de Dios en su Trinidad de personas nos permite llegar muy lejos, y así ver de una manera muy profunda y bella lo que somos. Después se pueden estudiar cuestiones de actualidad, pero con el fondo de saber quién son el hombre y la mujer es su identidad intocable. Sirvan los siguientes comentarios de una colaboradora de este trabajo para desear al lector que experimente algo similar.

"Me resulta especialmente grato -o quizás mejor, estimulante - el leer esas páginas que me ha dejado. Es "mi tema", algo que a mí me viene una y otra vez a la cabeza. Quizás porque soy mujer, porque desde mi infancia he deseado ser mujer pero no me gustaba el papel que se me asignaba por el hecho de serlo. Me parece que la mujer, como el hombre, es un ser libre y, por ello, debe elegir el camino a seguir en su vida en función de las capacidades recibidas y de las posibilidades que se le ofrecen desde la sociedad y cultura en que Vive. No siempre será posible, pero lo mejor, sin duda, sería el intentar encontrar nuevos caminos: buscar soluciones, abrir nuevas puertas, mejorar, dentro de nuestras posibilidades, lo más cercano que tenemos ya que es la forma que todos tenernos de influir en nuestra sociedad. Siempre habremos de actuar tratando de ser coherentes con el propio yo, con lo más propio, específico de tu ser, con sus capacidades...

La mujer puede ser lista o tonta, guapa o fea, introvertida o abierta, pero hay un algo más amplio que abarca todo su yo, informándolo de un modo específico y que resulta la base desde la que cumplirá la misión para lo que fue creada. Y ese "algo" es el hecho de ser mujer. "Se es" mujer. No se hace ni se elige, sino que soy Mujer desde el momento en que mi cuerpo, la primera célula de mi cuerpo, se hace. Y -¿por qué no?- hasta su alma, esa que Dios crea para mi cuerpo, de forma individual y específica, será "un alma con sus capacidades y características adecuadas para unirse a un cuerpo femenino". No sé si esto es demasiado decir, porque no creo que el espíritu tenga sexo, pero sí puedo suponer que Dios dará a cada alma sus capacidades en función de la finalidad que le ha marcado al crearla. Si cada ser humano es "único e irrepetible" pero hay unas características "humanas" comunes, pienso que esas características deben estar moduladas, no sólo desde el punto de vista físico o psicológico, sino al nivel más ínfimo del ser, a nivel ontológico, como masculino o femenino, desde el mismo momento de la concepción.

Hasta aquí todos estaremos más o menos de acuerdo pero, hasta hace unos años, la mujer era mujer. Y ya estaba. La mujer era mujer por su propia existencia inscrita en su ser. Pero también era mujer por cultura, como profesión, en su papel social... Mis antepasados decían que la mujer era el "arcón de la vida". Daba vida, física o espiritual, y cuidaba de esa vida. Era mujer y ya estaba. No había adjetivos para ella. Sólo le dejaban los que servían para adornarla o denigrarla. Al hablar de un hombre en edad adulta se le podía designar como un panadero, un abogado, un campesino. La mujer era una mujer. No había otras posibilidades. Si era culta daba un ambiente más agradable a su familia... Todo lo más su campo se ampliaba en la ayuda a otras personas. Podía ser enfermera, costurera, cocinera, comadrona, maestra de niños... Siempre era una cuidadora de la vida, de las actividades más vitales, básicas, del ser humano...

Soy Mujer. Algo extraña ha sido la percepción de mi yo frente a lo social que me rodeaba. Era mujer. De niña me sentía igual a los niños en muchas cosas... Incluso podía verme como superior: mi desarrollo estatural, intelectual y afectivo superaba a la media de los chicos en mis primeros 13 años de vida. Fue una época de desarrollo armónico y estable pero siempre me sentí "diferente" a la vez que igual a ellos... No sabía cuál era esa diferencia pero me daba la impresión de tener las mismas cualidades que ellos y algo más, difícil de definir. Quizás tenia intuición, algo que las mujeres poseen de forma general mientras que son pocos los hombres que disponen de esta capacidad intuitiva.

Tuve mucha suerte de mis padres y les estoy muy agradecida porque, a los 9 años, me llevaron a examinarme en un Instituto y me permitieron acceder a unos estudios que, en aquellos años, pocas personas, y menos aún chicas, poseían. Por entonces, mi modelo de mujer no estaba claro. Las mujeres que me rodeaban podían ser encantadoras pero yo no quería parecerme sólo a ellas. Eran "mujeres de su casa", desarrollaban las características propias de su femineidad pero se olvidaban de otras. A mí eso no me gustaba. Sí, claro que era mujer pero, además, yo quería aprender otras cosas, aparte de las domésticas. Mi cabeza funcionaba bien y no hubo crisis hasta la adolescencia.

A menudo me pregunto por qué noto en mi psicología algo más que un hombre no tiene cuando, a nivel cromosómico, sucede lo contrario. El hombre tiene todos los cromosomas análogos a los míos y, además, un Y, algo que a mí me falta. Pero esa falta yo no la noto, no puedo descubrirla porque me es imposible meterme en la piel de otro, sentir lo que siente el otro. Por eso sólo puedo sentir ese más que yo tengo, que es como si a mi ser se le hubiere dado una sobreabundancia de algo (¿será esa doble X?), una capacidad extra de algo, que muy bien puede ser de intuición y de emotividad que el hombre también posee, pero que en él queda neutralizada por el Y que yo no tengo. Me gustaría que ellos me dijeran cómo son, qué tienen, cómo se perciben, para saber qué es lo que ellos tienen y a mí me falta.

Sí, las mujeres tienen unas características de emotividad e intuición altas que resultan su gran recurso para funcionar por la vida pero me parece que son también la causa de la gran mayoría de sus frustraciones y patologías.

La mujer ha debido ser creada para dar la vida y guardarla de forma más intensa que al hombre. Por eso Dios le ha dado unas dosis extras de intuición y de emotividad, cualidades que le permiten acercarse con más facilidad al otro, tener una mayor capacidad de empatía, para acogerle, para comprenderle, para compadecer, para quererle, para protegerle al fin, porque cuando uno quiere a otro, ese otro forma parte de tu vida más que tu propio yo y, si el instinto de supervivencia te lleva a defender la vida, el instinto de amor lleva a proteger la vida del otro de forma preponderante y total.

Por eso creo que las mujeres tenemos la gran necesidad de querer. El corazón se nos va con más fuerza y usamos menos el raciocinio para conocer que el varón porque nos resulta mucho más fácil conocer a través de la intuición. Son dos características que nos pertenecen, no de manera exclusiva pero si preponderante, Y están a nivel ontológico, no cultural o aprendido, y son cualidades buenas porque Dios nos ha hecho así y Dios no ha hecho nada mal. Si ha hecho al ser humano, hombre y mujer, para trabajar, a la mujer le ha hecho amante, para amar de forma más intensa que el hombre, para que de esta manera le sea más fácil dar y proteger la vida.

El pecado original supuso una ruptura, una alteración en el orden de la creación y trajo consigo un castigo divino. Pero Dios impone el castigo no en la persona sino en su función, en aquello para lo que la persona fue creada.

El sentido de la persona es la entrega, la donación de sí. Cuando la mujer se entrega al marido, éste la domina. Hombre y mujer, después del pecado original no se tratan bien , no se respetan, porque los hombres no se respetan, porque la naturaleza está desordenada. Pero en el caso de la mujer ha resultado mucho más malparada. Tuvo un papel más importante en el pecado original y Dios le deparó por ello un castigo "extra". En el pecado original, la mujer dominó a Adán pero ahora ella debe pagar un castigo mayor,

Para muchas personas el trabajo es un castigo, un mal contra el que hay que luchar y, durante siglos el ideal del hombre ha sido el de poder vivir sin trabajar, considerándose al trabajo como un castigo de Dios. Pero esto no es así. El trabajo es actividad divina, no castigo. El castigo consiste en el esfuerzo, en el dolor que sentimos al ejercitar esa actividad laboral. De la misma manera, el ser mujer, con sus características propias, no es un castigo divino, pero sí lo es el dolor que se sufre al ejercitar esas características propias de la feminidad. El ser mujer, el ejercitar la feminidad supone esfuerzo, dolor y ello forma parte del castigo, específico y propio de la mujer. La mujer sufre por el simple hecho de "ser mujer", de ejercer de mujer, y este dolor es difícil de evitar, de la misma manera que el dolor humano es difícil de evitar aunque es misión nuestra el luchar contra él, el intentar ordenar lo alterado, lo desordenado.

Hoy el ser humano tiene una tendencia más acusada que en otras épocas a rechazar el dolor que supone el simple hecho de vivir. Se nace con dolor y se muere con dolor. Es algo inevitable. Se vive con dolor, de diferentes tipos, sea físico, psicológico o moral. Los médicos sabemos mucho de esto y una de las grandes misiones suyas será el intentar aliviar ese dolor y estar al lado del que sufre para que la ansiedad y la soledad no supongan un incremento en ese sufrir. Pero hoy el hombre no quiere sufrir. No comprende que hay muchos dolores que no pueden ser eliminados. La medicina se ha convertido en un dios que ha de tener remedio para toda alteración. Se vive para el placer, para gozar, con un hedonismo a ultranza que, sin quererlo y muchas veces sin saberlo, lleva a un dolor en muchas ocasiones más rabioso porque es un dolor sin sentido.

Los cristianos no somos masoquistas, no buscamos el dolor en sí mismo, pero sabemos que el dolor tiene una finalidad. El dolor sirve, el dolor enseña, nos marca límites y, sobre todo, el dolor es camino normal de corredención.

De la misma manera la mujer tiene que saber que el hecho de ser mujer, de ejercitar las características femeninas, es algo costoso, doloroso, porque amar cuesta, porque al amar metemos al ser querido dentro de nuestro ser y el amado se rebela, nos domina o nos utiliza y con ello sufrimos. Y sufrimos al ser madres, porque ello implica renuncia, dolor, preocuparse más del hijo que de tus gustos, renunciar a cosas, a veces muy importantes para nosotras. Hasta hace pocos años la mujer no podía elegir ser mujer o dejar de serlo. No podía elegir usar su sexualidad sin las consecuencias naturales de este ejercicio. Hoy ser mujer cuesta más, porque es más libre, pero siempre es doloroso ser mujer. También es más hermoso pensar que, por el simple hecho de serlo, tienes una posibilidad extra de participar en la Redención.

Por esto me gusta este tema. Lo que ocurre es que esas ideas son difícilmente aceptadas por la mujer de hoy. Hay que buscar su sentido más positivo para poderlas hacer deseables, porque la mujer hoy tiene la tendencia masiva a dejar de ser mujer, a imitar todos los aspectos masculinos y, en muchas ocasiones, los defectos masculinos más estereotipados.

Por otro lado, es tema de teólogos, no de médicos o psicólogos. Pero yo siempre llego a María como modelo de mujer, como modelo de madre. Y ahí me quedo".

Bella introducción al tema que incluirá también el estudio de la masculinidad, pero, indudablemente la mujer es más tema de hoy. A lo largo de este trabajo empezaremos por la mirada teológica que observa desde Dios mismo la realidad de la femineidad y de la masculinidad en la unidad esencial del ser humano. Después avanzaremos por los estudios psicológicos que aportan sus luces mirando desde el fenómeno humano la realidad. Después será el trabajo, especialmente el de la mujer en la vida social, el que ocupará nuestra mirada. Con algunas soluciones prácticas para los retos de nuestro tiempo. El final será una conclusión con un anexo sobre reacciones de actualidad que vale la pena tener en cuenta.


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