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El mundo de los jóvenes: ¿quiénes son? ¿Qué buscan?
Tony Anatrella,es psicoanalista francés, especialista en psiquiatría social, quien escribe para la preparación de las Jornadas Mundiales de la Juventud de Colonia, organizado por el Consejo Pontificio para los Laicos.


Por: Tony Anatrella |



Introducción

Se me ha pedido trazar el perfil de los jóvenes de hoy desde un punto de vista sociológico y psicológico, subrayando cómo los jóvenes pueden ser influidos por movimientos ideológicos y cómo se ponen en contacto con la Iglesia. Esta es una tarea vasta y ambiciosa que intentaré respetar respondiendo de manera sintética.


Hablaré de los jóvenes a partir de mi experiencia psicoanalítica y psiquiátrica del mundo occidental. Hay que estar muy atentos cuando se habla de los jóvenes para no caer en la generalización: por lo tanto, en base a vuestros orígenes culturales os ruego me confirméis o complementéis cuanto diré. Aún se pueden constatar trazos comunes en la psicología y en la sociología de los jóvenes del mundo entero. El peso del modelo económico del liberalismo, de la globalización, de los cambios en la pareja y la familia, de las representaciones de la sexualidad, del impacto de la música, de la televisión, del cine y de Internet influyen y unifican considerablemente la mentalidad juvenil de casi todos los países.

Los jóvenes manifiestan una variada fragilidad aunque permanezcan abiertos, disponibles y generosos. Ya no pesan sobre ellos ideologías como en las generaciones precedentes. Aspiran a relaciones auténticas y están en búsqueda de la verdad, pero al no encontrarlas en la realidad, esperan encontrarlas en su propio interior. Tal actitud los predispone a replegarse dentro de sus propias sensaciones y del individualismo, poniendo a su disposición el vínculo social y el sentido del interés general. Aunque el contexto social no les ayuda a desarrollar una verdadera y propia dimensión espiritual, están dispuestos a comprometerse con algunas causas más grandes que las suyas.

1. ¿Quiénes son?

Los jóvenes que aquí nos interesan son aquéllos entre los 18 y 30 años, es decir, se encuentran en la edad post-adolescente y quieren hacerse psicológicamente autónomos buscando al mismo tiempo afirmar el propio yo. Para ser más precisos, cada uno de ellos necesita poder ser él mismo y renunciar a la educación recibida y a las presiones sociales. Los jóvenes en cuestión pueden estar bastante insertos en el campo del estudio o en una actividad profesional, mientras algunos pueden encontrarse en situaciones profesionales o personales bastante precarias: desocupación, inestabilidad psicológica, comportamientos disgregados y numerosos problemas de la vida. A menudo expresan el deseo de tener fe en sí mismos, quieren liberarse de las dudas respecto a la existencia y de los miedos ligados a la idea de un compromiso afectivo. A veces piden ayuda a sus padres, a pesar de experimentar una cierta incomodidad en el trato con ellos. La mayor parte de ellos sigue viviendo con sus padres[1], mientras otros, a pesar de vivir solos, aún son dependientes. A menudo tienen necesidad de ser apoyados cuando se encuentran confrontados con la realidad, para poderse aceptar, para aceptar la vida y comenzar a actuar[2] en la realidad.


Igualmente están en búsqueda de las razones para la vida sobre las que construir la existencia: la mayoría está lejos de preocupaciones religiosas y a menudo reconoce no haber sido sensibilizada ni educada en este campo. Aún les impresiona a estos jóvenes el fenómeno sectario, el terrorismo y la guerra, que les da una visión inquietante y conflictiva de la religión, en particular el Islam. La religión los atrae y al mismo tiempo los inquieta, sobre todo cuando es presentada como fuente de conflictos en el mundo, cosa que es un error de interpretación, porque los conflictos en cuestión son de origen político y económico. Debemos aprender siempre a vivir los unos con los otros. Por último, su conocimiento de la fe cristiana y de la Iglesia queda ligada a un cliché y a la reconstrucción intelectual que circulan en las representaciones sociales, en la ciencia ficción de la televisión y del cine.


En una sociedad que, por diversas razones, cultiva la duda y el cinismo, el miedo y la impotencia, la inmadurez y el infantilismo, los jóvenes tienden a asirse a modalidades de gratificaciones primarias y tienen dificultad en madurar, entendiendo por madurez la personalidad que ha completado la organización de las funciones basilares de la vida psíquica y que por lo tanto es capaz de diferenciar la propia vida interior del mundo externo. Muchos jóvenes, que aún permanecen en una psicología de fusión, tienen dificultad en realizar esta diferenciación; aquello que sienten e imaginan, a menudo es sustituido por los hechos y la realidad del mundo externo. Este fenómeno es ampliado y alimentado por la psicología mediática, que inerva hoy los ánimos y el universo virtual, creado por videojuegos y el Internet. Todo esto los predispone a vivir en lo imaginario y en un mundo virtual, sin contacto con la realidad la que no han aprendido a conocer y que los delude y deprime. Tienen un acercamiento lúdico a la vida, con la necesidad de ir de juerga, sobre todo los fines de semana, sin saber bien por qué; pero de este modo buscan ambientes totalizantes y sensaciones que les dan la impresión de que existen. Queda aún por verificar si estas experiencias crean o no relaciones verdaderas y contribuyen al enriquecimiento afectivo e intelectual de su personalidad. Finalmente, son ambivalentes porque quieren encontrar el modo tanto de entrar en la realidad como de huir de ella.

Los jóvenes de hoy son como las generaciones precedentes: capaces de ser generosos, solidarios y comprometidos con causas que los movilizan, pero tienen menos referencias sociales y sentido de pertenencia que sus predecesores. Son individualistas, quieren hacer su propia elección sin tener en cuenta el conjunto de los valores, de las ideas o de las leyes comunes. Toman sus puntos de referencia de donde sea para después experimentarlos en su modo de vivir. Tienden con facilidad al igualitarismo y a la tolerancia, embebidos de la moda y de los mensajes impuestos por los modos mediáticos, que de hecho les sirve de norma en la cual se basan. Corren el peligro de caer en el conformismo de las modas, como las esponjas que se dejan impregnar, en vez de construir su libertad partiendo de las razones para vivir y amar, hecho que explica su fragilidad afectiva y la duda sobre ellos mismos en la que se debaten.

Su vida afectiva está marcada por muchas dudas, comenzando por aquéllas sobre la identidad, el sexo, la familia. A veces experimentan una gran confusión respecto a los sentimientos y no saben distinguir entre una atracción a nivel de amistad y una tendencia homosexual. La coeducación, en la que han vivido desde la infancia, puede complicar en el momento de la post-adolescencia la relación entre hombre y mujer. Por último, el considerable aumento de los divorcios no favorece la fe en el otro ni en el futuro.


Estas personalidades son el resultado de una educación, de una escolarización, y a veces de una catequesis que no forman suficientemente la inteligencia. Han sido acostumbradas a vivir constantemente a nivel afectivo y sensorial, en detrimento de la razón en cuanto a conocimiento, memoria y reflexión. Se mantienen cerca de todo tipo de sensaciones, como las que han probado a través de la droga. En vez de decir: "Pienso, luego existo", afirman con su comportamiento: "pruebo las sensaciones, luego estoy calmado".


Cuando encuentran adultos que de verdad lo son, que están en el puesto correcto y que son en grado de transmitirles los valores de la vida, tal como lo sabe hacer el Papa Juan Pablo II, escuchan lo que se les transmite sobre la experiencia cristiana, a la espera de poder a su vez inspirarse en ella.

2. Un contexto social que favorece la dependencia psicológica

Nos encontramos en una atmósfera verdaderamente paradójica que afecta casi todas las áreas culturales: por un lado se les quiere hacer autónomos a los niños cuanto antes, ya desde la cuna y la guardería, y por el otro lado se ven adolescentes, y sobre todo post-adolescentes, que se esfuerzan por llevar a cabo las operaciones psíquicas de la separación, aunque desean hacerlo con palabras. Para liberarse de esta dificultad, buscan apoyos psicológicos, sociales y espirituales en los cuales apoyarse.


2.1 Una sociedad que favorece el infantilismo

La educación contemporánea produce sujetos demasiado apegados a las personas y a las cosas, por lo tanto, aunque lo niegue produce seres dependientes. Durante la infancia sus deseos y expectativas han sido de tal manera estimulados a costa de la realidad externa y de las exigencias objetivas, que terminan por creer que todo es maleable sólo en función de los propios intereses subjetivos. Después, al inicio de la adolescencia, a falta de recursos suficientes y de un puntal interior, intentan desarrollar lazos de dependencia en la relación con el grupo o la pareja. Si he inventado la expresión de "pareja- bebé"[3] <#_ftn3> , lo he hecho precisamente para designar su economía afectiva, que no siempre se distingue entre sexualidad infantil y sexualidad relativa al objeto. De hecho pasan del apego a los padres al apego sentimental, quedándose siempre en la misma economía afectiva.

Preocupándose justamente de la calidad de la relación con el niño, la educación se ha centrado demasiado en el bienestar afectivo, a veces a costa de la realidad, del saber, de los códices culturales y de los valores morales, sin ayudar a los jóvenes a edificarse interiormente. Por consiguiente, tienden más a una expansión narcisista que a un verdadero y auténtico desarrollo personal, que a menudo crea personalidades ciertamente moldeables y simpáticas, pero a menudo también superficiales e incluso insignificantes, que no siempre tienen el sentido del límite y de la realidad. Pueden ser descarados, a veces demasiado familiares, confundiendo el códice personal con el social, olvidándose del sentido de la jerarquía, de la autoridad, de lo sacro y de las formas y las reglas del "cómo se debe hablar". Algunos ni han aprendido las reglas de la convivencia social, comenzando por aquéllas del código vial y terminando con los ritos de la vida familiar y social.


Los adultos que han hecho de todo para que no les faltase nada, inducen a los jóvenes a que crean que tienen que satisfacer cada uno de sus deseos, confundiéndolos con la necesidad; los deseos, en cambio, no son destinados para ser realizados, pues son únicamente fuente de inspiración. Al no haber hecho la experiencia de la falta, de la cual se elaboran los deseos, los jóvenes son indecisos e inciertos y por ello les cuesta diferenciarse y destacarse de los objetos primarios para vivir la propia vida. Crecer implica separarse psicológicamente, abandonar la infancia y la adolescencia; pero para muchos tal separación es difícil porque los espacios psíquicos entre padres e hijos se confunden.


Significativa es la experiencia de Laurent, 28 años, casado y padre de un niño:


"Me clasifican de adulto, pero no me reconozco como tal, y el mundo de los adultos no me interesa. Tengo dificultad en hacer mía esta dimensión. Para mí, los adultos son mis padres. Estoy en contradicción conmigo mismo: interiormente me veo como un niño o un adolescente, con angustias terribles, pero hacia afuera ya soy un adulto y en el trabajo me consideran como tal. En la sociedad nada nos ayuda a hacernos adultos."


También es verdad que, al magnificar la infancia y la adolescencia, la sociedad deja entender que no quiere crecer y existir como adulto, de modo que es difícil liberarse de los modos de gratificación de la infancia para acceder a satisfacciones superiores.


2.2 Una esperanza de vida más larga

El alargamiento de la vida deja suponer que el individuo tenga todo el tiempo para prepararse a vivir una vida comprometida. La esperanza de vida crea por lo tanto hoy más que en el pasado las condiciones objetivas para poder permanecer joven, entendiendo la juventud como el período de la indecisión, si no de la indistinción, entre uno mismo, los demás y la realidad, o aún de la indiferenciación sexual , con la ilusión de que la mayor parte de las posibilidades se quedarán siempre abiertas. Esta vaga concepción de la existencia, propia de la adolescencia, es muy preocupante cuando continúa en los post-adolescentes, tan inciertos en sus motivaciones al no tener fe en sí mismos. Algunos sufren de este estado de cosas, temiendo incluso una cierta despersonalización en el trato con los demás. Muchos postergan los plazos y viven de modo provisional, sin saber si podrán continuar con lo que han empezado en los diversos ámbitos de la existencia. Otros aún viven la época de la juventud como finalidad en sí y como un estado duradero.

En efecto, hoy hay jóvenes metidos en procesos de maduración que requieren mucho tiempo y se caracterizan por una condición de moratoria, es decir, por una suspensión de los plazos y de las obligaciones ligadas al paso hacia la vida adulta. Aquéllos, a los que no les interesa particularmente hacerse adultos[4] , no viven su juventud como una fase propedéutica para el ingreso de la vida adulta, sino como un tiempo que tiene validez en sí. En el pasado, en cambio, el período de la juventud se vivía en función de la vida sucesiva y de una existencia autónoma: la juventud era, por lo tanto, una etapa preparatoria. En nuestros días, una juventud así prolongada provoca una cierta indeterminación en la elección del tipo de vida. Algunos prefieren postergar los plazos definitivos y atrasar así el ingreso en la vida adulta o la asunción de compromisos definitivos. Al no preguntarse sobre sus problemas de autonomía, no se sienten obligados a hacer elecciones fundamentales. Por otro lado, en diversos sectores de la vida se nota una fuerte tendencia a la experimentación: así los jóvenes pueden dejar la familia, pero vuelven a ella después de un fracaso o una dificultad. La diferencia principal respecto a la mayor parte de las generaciones precedentes (que hacían una elección precisa con una prioridad precisa) consiste en la propensión de vivir contemporáneamente diversos aspectos de la vida, aspectos a veces contradictorios, sin jerarquizar las propias necesidades y valores. Algunos jóvenes son hoy muy dependientes de la necesidad de hacer experiencias porque, por la falta de transmisión de valores, piensan que no se sabe nada de esta vida y que todo aún se debe descubrir e "inventar". Por eso, a menudo presentan una identidad vaga y flexible frente a la multiplicidad de las solicitudes contemporáneas, sean éstas regresivas o, por el contrario, enriquecedoras.


2.3 Una infancia acortada por una adolescencia más larga

¡Una de las mayores paradojas de nuestra sociedad occidental consiste en hacer crecer a los niños demasiado rápido, animándolos al mismo tiempo a permanecer adolescentes el mayor tiempo posible![5]

Se incita a los niños a tener comportamientos de adolescentes cuando aún no tienen las competencias psicológicas para asumirlos. De ese modo, desarrollan una precocidad que no es fuente de madurez, saltándose las tareas psicológicas propias de la infancia, lo que les puede perjudicar en su futura autonomía, como lo demuestra la multiplicación de los estados depresivos de muchos jóvenes.

Los mismos post-adolescentes se lamentan de una falta de puntales interiores y sociales, en particular aquéllos que, después de largos estudios, se embarcan en empresas con su diploma recién sacado y deben de repente asumir responsabilidades. En algunos jóvenes, entre los 26 y 35 años, se detecta una serie de depresiones existenciales, porque no tienen imágenes-guía de la vida adulta que les ayuden a poner su existencia en armonía con la realidad.

El tiempo de la juventud siempre se ha caracterizado por una cierta inmadurez: ciertamente esto no es ninguna novedad. En cierta época esta inmadurez era compensada por la sociedad que se ponía más de lado de los adultos, incitándolos por lo tanto a crecer y a alcanzar la realidad de la vida. Hoy, por el contrario, la sociedad no sólo ofrece menos apoyo dejando que cada uno se las arregle por sí mismo, sino que les hace incluso creer que se puede permanecer en los primeros estadios de la vida sin tener que elaborarlos ni tener que vivir demasiado pronto un cierto número de experiencias. Hay que decir a un adolescente, que asume conductas precoces, que no tiene la edad para hacerlo, situándolo así en una óptica histórica de evolución y maduración. Es de este modo que se adquiere la madurez temporal.

3. Las tareas psíquicas a desarrollar

Desde hace algunos años observamos atrasos en la formación de la personalidad juvenil. La mayor parte de los adolescentes[6] vive bastante bien el proceso de la pubertad y de la adolescencia propiamente dicha, sin tener verdaderas dificultades, salvo alguna rara excepción. Por el contrario, la situación de los post-adolescentes entre los 22 y 30 años, es a menudo más delicada, subjetivamente conflictiva y atormentada por luchas psíquicas que antes aparecían y se trataban en la adolescencia (18-22 años). A la confrontación entre la representación de sí mismo y la vida se suma ahora un conflicto interno.


3.1 La fe en sí mismo

La necesidad de conocerse y de tener confianza en sí mismo es una aspiración propia de esta fase de la vida. Pero bajo el peso de los interrogativos no resueltos y de los fracasos, el sentido de sí mismo se puede volver a poner en discusión. De repente el sujeto se siente más frágil porque ya no es capaz de asegurar, como en el pasado, la propia continuidad. Por ello intenta ser él mismo y se hace muy sensible a todo aquello que no es auténtico en él.
El desarrollo psicológico de la post-adolescencia se efectúa esencialmente en la articulación de la vida psíquica con el ambiente circundante, que puede suscitar y reactivar angustias e inhibiciones ligadas, por ejemplo, a un sentido de impotencia que se traduce en el temor de no poder acceder a la realidad y por ello en la autoagresión o en la agresión de las figuras parentales extendidas al mundo de los adultos. Esto incluso puede favorecer una actitud anti-institucional o anti-social, pero también puede hacer surgir el problema de la capacidad de valorarse (ligada a la estima o al desprecio de sí mismo) y la necesidad de ser reconocido por los padres, sobre todo por el padre. El sujeto puede estar aún más centrado en sí mismo evitando la realidad externa, que a veces está poco o mal interiorizada: la prueba de la realidad da miedo. Pero cuando choca con los límites de lo real, arriesga de perder el propio equilibrio y de ceder a pensamientos depresivos, sin poderse identificar con objetos que despierten su interés o su amor. Uno de estos límites es el del tiempo.

La catequesis puede ayudar a los jóvenes a aprender y a amar la vida, a imagen de Cristo, que se ha encarnado en el mundo revelándonos que somos llamados por Dios a la vida y al amor.


3.2 La relación con el tiempo

El post-adolescente a menudo está empeñado en una tarea psíquica que le permitirá acceder a la madurez temporal, la que no obstante entre los 24 y 30 años presentará también una dificultad. A veces, en vez de conjugar su existencia asociando el pasado, presente y futuro, algunos jóvenes la viven en un hoy ilimitado, yendo de un instante al otro, de un acontecimiento al otro, de situaciones y decisiones tomadas en el último minuto hasta el momento en que se interrogan sobre la coherencia entre todas las cosas que viven, a menos que no inventen otras divisiones que no les ayudarán a hacer la síntesis en ellos mismos.

La inmadurez temporal no siempre permite proyectarse en el futuro, futuro que puede angustiar a los post-adolescentes no a causa de una incerteza social y económica, sino porque, psicológicamente hablando, no saben anticipar ni valorar los proyectos ni las consecuencias de la circunstancias y de sus acciones, porque viven únicamente en el presente. Cuando aún no han llegado a la madurez temporal, a algunos post-adolescentes les cuesta desarrollar una conciencia histórica. No saben inserir su existencia en el tiempo - o temen de hacerlo - y por ello son incapaces de tener el sentido del compromiso en muchísimos campos. Viven con mayor facilidad en la contingencia y en la intensidad de una situación particular que en la constancia y continuidad de una vida que se elabora en el tiempo. Lo cotidiano aparece como la espera de un momento excepcional, en vez de ser el espacio en el que se teje el compromiso existencial.


El aprendizaje del sentido del compromiso inicia con el desarrollo de una solidaridad y de proyectos en el ámbito de la comunidad cristiana al servicio de los demás. Tal aprendizaje del compromiso, entendido como entrada en la historia, puede ser estimulado por el descubrimiento y la reflexión en torno a la historia de la salvación en Jesucristo.

3.3 Ocupar el propio espacio interior

A muchos jóvenes les cuesta llenar su vida psicológica y espacio interior. Incluso se pueden sentir incómodos al probar dentro de sí diversas sensaciones que no saben identificar o, por el contrario, al buscarlas fuera de las relaciones y de las actividades humanas.

Nos encontramos cada vez más ante personalidades impulsivas, muy ocupadas en hacer cosas, pero que difícilmente saben, en el mejor de los casos, cómo se debe tomar la acción y relacionarla con la reflexión. Puesto que no disponen de recursos internos y culturales, ni saben hacer funcionar la mente, se lamentan a menudo de la falta de concentración y de la dificultad de un trabajo intelectual continuo a largo plazo, demostrando así la pobreza de su interioridad y de los cambios inter-psíquicos; la reflexión los preocupa. Tienen la necesidad de educar la propia voluntad que amenaza con ser inconstante y frágil.

Ponerlos frente a interrogativos o ante algunos problemas que deben afrontar les desespera, como es el uso de la droga con la que quieren animarse, controlarse u obtener los mejor de sí mismos. Prefieren refugiarse en la acción y utilizan en modo repetitivo el pasar al acto, no para obtener un placer, sino para descargar la tensión interior, para partir de cero, para no experimentar más tensiones dentro de sí. De este modo no sólo descartan lo que sucede dentro de ellos, sino también su propia actividad interna.

En los post-adolescentes a menudo se nota la falta de objetos de identificación fiables y válidos, que les ayude a desarrollar un material psíquico con el que construir su interioridad. Aquí nos encontramos con el problema de la transmisión en el mundo contemporáneo: transmisión cultural, moral y religiosa. La carencia de interioridad favorece psicologías ansiógenas, más prontas a responder a los estados primarios de la pulsión que a empeñarse en la formación interior[7]. Pero la inmensa mayoría se busca un pretexto en la propia existencia para alimentarse intelectualmente; lo hace más a partir de lo que percibe subjetivamente que inspirándose en las grandes tradiciones religiosas o morales, de las que permanece relativamente distante.

Tienen un modo de pensar narcisista, en el que cada uno debe bastar se a sí mismo y debe reconducir todo a uno mismo, según la moda actual del "todo psicológico", la cual quiere hacer creer que es posible hacerse a uno mismo, inspirándose más en las propias emociones y sensaciones que en los principios de la razón, en una palabra inteligible como la de la fe cristiana y de los valores de la vida. La mínima dificultad existencial es etiquetada con términos psicopatológicos que debería ser tratada con la psicoterapia: es un error de la perspectiva que se infiltra en el acompañamiento psico-espiritual o en los ritos de curación. De hecho es aberrante querer afrontar los dos discursos, el psicológico y el religioso, desde el ángulo de la psicoterapia. También el tema de la "resiliencia"[8]es la nueva ilusión de las personalidades narcisistas. Por otro lado se trata de una noción confusa que busca tener en cuenta el hecho de que algunos individuos se las arreglan mejor que otros, mientras que el cristianismo, desde hace mucho tiempo, ha demostrado que la persona no se reduce a su propio determinismo. En un mundo privo de recursos morales y religiosos, la "resiliencia" será pronto superada, porque, para propagarse necesita un dinamismo interior que no se puede constituir y nutrir si no es mediante el aporte del mundo externo. El sujeto no puede organizar su propia vida interior en un cara a cara consigo mismo, sino sólo en la interacción con una dimensión objetiva.

Así la catequesis y la educación religiosa corren el riesgo de adoptar el subjetivismo imperante, sobre todo ahora que se afirma que no hay una "revelación objetiva" de la palabra de Dios, sino que ésta puede manifestarse sólo en la fe vivida subjetivamente. En este contexto, Jesús no es otro que uno de tantos "profetas" o "sabios", completamente apartado de su papel de mediador entre el Padre y los hombres, en cuanto Hijo de Dios. Influidos por una visión imanente y subjetiva de Dios, tan vecina a la de una divinidad pagana, los jóvenes se comprometen en las catequesis escolares y universitarias, en el diálogo interreligioso (confundido con una especie de ecumenismo) sin estar estructuradas en la fe cristiana; mezclan las ideas de las diferentes confesiones, como si se tratase de la misma representación de Dios. Al no haber interiorizado la inteligencia de la fe en el Dios trino, construyen un discurso religioso sobre el modelo de los mecanismos de la relación de fusión, entregándose a la tolerancia, a la confusión de los espacios, al igualitarismo para no diferenciarse, y también a un modo de expresarse de manera sensorial. Pero las diferentes ideas sobre la representación de Dios, según las diversas confesiones religiosas, no dan el mismo sentido del hombre, de la vida social y de la fe.

La mayor parte de la sociedad occidental no ha querido efectuar la transmisión hasta poner en duda los fundamentos sobre los cuales ésta se ha desarrollado. La dimensión cristiana a menudo ha sido excluida, mientras - por el contrario - contribuye en la edificación del vínculo social y en la constitución de la vida interior de los individuos. La crisis de la interioridad contemporánea comienza precisamente con carencia de iniciación para después perderse en el individualismo y subjetivismo psicológico. La psicologización ideológica de la sociedad es desestructurante porque los individuos no hacen otra cosa que contarse cosas y analizarse hasta el desvanecimiento. La reflexión subjetiva, que en ciertos casos puede ser necesaria, nunca es exclusiva: hace falta poder construir la propia existencia teniendo en cuenta también otra dimensión que no sea la de uno mismo, dimensión que a su vez revela y dinamiza al individuo, dimensión que es social, cultural, moral y religiosa. Hace falta poder concebir la propia vida en un contexto de todas estas realidades, sin encerrarse en las propuestas psicológicas tan de moda hoy en día.

La catequesis, la educación para el sentido de la oración y de la vida litúrgica y sacramental puede hacer mucho para ayudar a los jóvenes a apropiarse de su interioridad, de su espacio psíquico y físico. Los ritos, las insignias y los símbolos cristianos pueden participar en esta construcción interior y precisamente por esto son tan apreciados por los jóvenes, para sorpresa de los adultos. La vida interior se constituye así en relación con una realidad y una presencia externa. La Palabra de Dios, transmitida por la Iglesia, desempeña este papel poniendo a los jóvenes en relación con Dios, que se puede encontrar a través de las mediaciones humanas inauguradas por Cristo, que de este modo se han convertido en signo de su presencia. En la oración confiada, guiada y sostenida por la Iglesia, se establece una relación privilegiada entre Dios y aquellos que Él llama para que lo conozcan. La experiencia orante es el crisol de la interioridad humana como en tantas ocasiones lo ha demostrado la JMJ. Es por lo tanto en esta línea en la que se debe continuar con el esfuerzo educativo.

4. La vida afectiva de los jóvenes


4.1 Estado general de la afectividad

Las psicologías contemporáneas están influidas por representaciones sociales centradas en una vida afectiva y sexual fragmentada. La expresión afectiva debe ser inmediata, como una llamada telefónica o una conexión por Internet, sin respetar los términos y el sentido de la construcción de una relación. También las imágenes de los medios de comunicación y de las películas se caracterizan actualmente por una expresión sexual fácil, de fusión y del momento.

Algunos jóvenes también están condicionados por la separación y el divorcio de sus padres, que en lo profundo de su vida psíquica han imprimido la desilusión y la falta de confianza en el otro y a veces en el futuro. Las personalidades actuales reivindican la autonomía, mas no saben separarse de los objetos infantiles. El problema es trasladado a las personas, de las cuales se separan cuando apenas surge un problema. Paradójicamente, los jóvenes manifiestan también el miedo de ser rechazados, unido a la necesidad de ser tranquilizado por la imagen que les es remitida por los demás. Esta actitud es el resultado del tipo de vida familiar fragmentada que se está difundiendo en el occidente.

Finalmente, son bastante influidos por el exhibicionismo sexual que se ensaña por medio de la pornografía y la banalización de una sexualidad impulsiva y anti-relacional. Estudios recientes han mostrado que el 75% de las películas que se ven en la televisión por cable son pornográficas, con escenas cada vez más violentas y agresivas, porcentaje que aumenta hasta un 92% entre los clientes de los hoteles. La proliferación de imágenes sexuales demuestra que vivimos en una sociedad erótica, que permanentemente excita a los individuos desde el punto de vista sexual, condicionando fuertemente la elaboración de la sexualidad juvenil. Muchos jóvenes, de hecho, visitan las páginas web pornográficas, y algunos de ellos, así alimentados, se encierran en una sexualidad imaginaria y violenta, en la que domina una masturbación vivida como fracaso de llegar al otro y que por lo tanto puede complicar la elaboración del impulso sexual. La masturbación, si dura en el tiempo, es siempre síntoma de un problema afectivo y de una falta de madurez sexual: la posterior vida de pareja, en su expresión sexual, puede resentirse de esta dependencia de una sexualidad narcisista.

La mayor parte de los jóvenes aún es sensible a un discurso que revele el sentido del amor humano, de pareja y de la familia, hecho que manifiesta la necesidad de aprender a amar y de ser creadores de relaciones y de vida.


4.2 De la coeducación a la relación unisexuada

Los jóvenes están acostumbrados a una forma de coeducación de ambos sexos que no contribuye, como se había esperado, al desarrollo de una relación igualitaria y de mejor cualidad entre el hombre y la mujer, por el contrario, ha favorecido la confusión de la identidad sexual y de la vacilación en las relaciones. Recojamos aquí los frutos ideológicos del feminismo que confunde la igualdad de sexos, que no existe, con la de las personas. El feminismo norteamericano y conductual ha empujado al odio hacia el hombre y al rechazo de la procreación, animando al puritanismo y a nuevas inhibiciones, interpretando el mínimo gesto, palabra o mirada como un intento de agresión, de acoso sexual o incluso de estupro. Además de estas aberraciones, que se incluyen cada vez más en las leyes europeas, se ha presentado la procreación como una limitación para la mujer y como una dimensión que no debe entrar en la definición de la femineidad. La coeducación ha sido condicionada por este feminismo, que no ha preparado a los jóvenes para que aprendieran a vivir una relación de pareja formada por un hombre y una mujer, y por ello es una coeducación que oscila entre la unisexualidad (confusión sexual) y el alejamiento de los individuos (celibato y aislamiento).

La mayor parte de los post-adolescentes ha pasado la infancia en el universo de la coeducación. Era fácil de prever[9] <#_ftn9> que la coeducación, que nunca se había pensado en términos de psicología diferencial y de pedagogía, diera origen a nuevas inhibiciones entre chicos y chicas y a la alteración de los vínculos sociales. Hoy apenas se comienza a prestar atención a los interrogativos que suscita y a salir del moralismo que la ha provocado. Hay edades en las que la coeducación es más indicada que otro tipo de educación. La experiencia demuestra una vez más que durante la adolescencia ésta es un freno y que impide el desarrollo de la inteligencia, de la afectividad y de la sexualidad. A menudo termina por ser vivida por medio de la seducción y agresión sexual o, por el contrario, algunos jóvenes se apartan de ahí para volverse a encontrar con los del propio sexo; este pasatiempo corresponde con la necesidad de asegurar y sostener la propia identidad, mientras que la coeducación desemboca en la confusión de los sexos. La coeducación ha favorecido la indecisión en la relación entre el hombre y la mujer durante la post-adolescencia, incluso el celibato y una forma de homosexualidad reactiva para diferenciarse, paradójicamente, del otro sexo y confirmarse en la propia identidad sexual. Los niños y los adolescentes necesitan elaborar su tendencia de fusión, mientras que la coeducación termina por encerrarlos en ésta, impidiéndoles adquirir el sentido de la diferencia sexual y de la relación entre un sujeto y otro.

Así algunos han podido vivir durante la adolescencia uniones sentimentales y relaciones de pareja provisionales, o incluso experiencias sexuales. Su despertar afectivo-sexual comienza por lo tanto por medio de elecciones sentimentales, pero que por lo general no perdurarán o que se mantendrán como relaciones fraternales sin expresión sexual. Después, en el momento de la post-adolescencia, cuando podrían comprometerse en una relación afectivo-sexual, sucede todo lo contrario. De hecho a menudo experimentan la necesidad de encontrarse entre "solteros" y con compañeros sociales del mismo sexo para compartir juntos diversas actividades y momentos de diversión. Después de haber hecho la experiencia de uniones sentimentales sin llegar a un compromiso y finalizados a manera de Edipo, en la post-adolescencia quieren vivir su vida afectiva a nivel social y de mantener las distancias en relación al sexo opuesto, cosa que no han podido hacer durante la adolescencia.

Algunos jóvenes adultos, pero también los menos jóvenes, están descubriendo la necesaria separación de los sexos. Por ejemplo, hay mujeres que tienen la necesidad de estar entre ellas para discutir sus cosas, salir o compartir actividades sólo "entre mujeres", sin sus compañeros. Los hombres a su vez hacen exactamente lo mismo, frecuentando lugares y manteniendo actividades sólo para ellos. Volvemos a encontrar este fenómeno en la nueva situación de co-inquilinos en la que los jóvenes entre 25 y 35 años, con una actividad profesional, alquilan juntos un apartamento que comparten con jóvenes del mismo sexo, pero raramente con jóvenes de ambos sexos.

Es importante que los hombres y las mujeres se puedan estructurar en su propia y respectiva identidad, y la educación debe preocuparse de esto desde la infancia.


4.3 El miedo a comprometerse

Es típico que la pareja formada por jóvenes sea incierta y temporal, cuando está fundada únicamente en la necesidad de ser protegidos y estar cobijados, y también en la inestabilidad de los sentimientos, sin que éstos estén integrados en un proyecto de vida y en el sentido del amor.
La mentalidad reinante, a su vez, tampoco simplifica la tarea de los jóvenes, porque presenta la separación y el divorcio como norma para tratar los problemas afectivos y relacionales en el ámbito de la pareja. En Francia, la ley del 1974 sobre el divorcio consensual no ha hecho más que extender y normalizar el divorcio, que sigue siendo un flagelo social. Una sociedad que pierde el sentido del compromiso y la elaboración de los conflictos y de las fases del desarrollo es una sociedad priva del sentido del futuro y de la continuidad. El divorcio se ha convertido en una de las causas de la inseguridad afectiva de los individuos que repercute en los vínculos sociales y en la visión del sentido del compromiso en todos los campos de la vida, visión esta que se transmite a los jóvenes. Queriendo facilitar cada vez más el divorcio, el poder público pierde el tiempo con el síntoma, sin ver las causas sobre las que habría que actuar, y mucho menos las consecuencias de las leyes que están minando la cohesión social.

El temor a comprometerse afectivamente domina la psicología juvenil, que es vacilante, incierta y escéptica en el sentido de una relación duradera. Los jóvenes piensan que permanecen libres al no comprometerse, y mientras actúan así terminan por rechazar la libertad, porque al comprometerse se descubren libres y se hace uso de la propia libertad. El celibato prolongado los habitúa a vivir y a organizarse por su cuenta. A algunos les cuesta aceptar la presencia continua de otro en su vida cotidiana; esto les angustia, dándoles la sensación de perder la propia libertad. Por lo tanto alternan momentos en los que viven con otros y momentos en los que viven solos. A los 35 años piensan todavía que son inmaduros y que no están preparados para comprometerse, y que aún necesitan tiempo. Pero cuánto más pasa el tiempo, menos se desarrolla su mentalidad para hacerlos capaces de relacionarse con el otro que, por otro lado, quieren amar.

Los sondeos aún demuestran que la mayoría de los jóvenes quiere casarse y fundar una familia, aunque los jóvenes no siempre sepan cómo se constituye una relación en el tiempo. Quisieran estabilizar la relación ya desde el inicio y resolver todos los problemas respecto al presente y al futuro. Sin duda los jóvenes tienen la necesidad de aprender a hacer la experiencia de la fidelidad en la vida cotidiana: es un valor que recoge el consenso unánime de los jóvenes, pero que no es valorizado por los medios contemporáneos. En el mensaje de la sociedad predominan el miedo al matrimonio y a tener hijos, hecho que no ayuda a tener fe en sí mismo y aún menos en la vida, que según ellos debería limitarse y agotarse con su historia personal.


De hecho, tanto la sociedad como sus leyes (ver en Francia el "pacs", pacto civil de solidaridad, que da un estatuto jurídico a una relación antinómica y a menudo provisional) no favorecen el sentido de la duración y del compromiso, mientras cultivan la precariedad afectiva y la fragilidad del vínculo social en vez de privilegiar el matrimonio. Sin embargo muchos jóvenes sienten la necesidad de saber perseverar frente a una concepción de tiempo breve y dividido.

Vivimos en una sociedad que siembra la duda respecto a la idea de comprometerse en el nombre del amor. Los jóvenes desean hacerlo y por ello se les debe acompañar para que puedan descubrir que es posible la fidelidad como también los caminos que conducen a ella.

4.4 La bisexualidad psíquica

El post-adolescente también debe afrontar la bisexualidad psíquica, resultado de sus identificaciones con ambos sexos y no debido al hecho de ser a la vez hombre y mujer, para así poder interiorizar la propia identidad sexual y encaminarse hacia la heterosexualidad. La bisexualidad psíquica es la capacidad de relacionarse con el otro sexo, en coherencia con la propia identidad sexual tanto en la vida afectiva como en la social. Ya lo hemos dicho, durante la post-adolescencia la vida psíquica comienza a interactuar con la realidad externa. Pero la sociedad actual mantiene una cierta confusión acerca de las dos únicas identidades sexuales existentes, aquélla del hombre y la de la mujer, mediante tendencias sexuales multíplices y prácticas sexuales relativas a la separación de las pulsiones. No hay que confundir la identidad con las orientaciones sexuales, y menos aún cuando éstas están en contradicción con la identidad sexual. En tal contexto no es fácil encontrar la propia identidad y la coherencia a nivel sexual, sobre todo cuando la homosexualidad es valorizada y presentada como una alternativa a la heterosexualidad. La elaboración de la bisexualidad psíquica corre el riesgo de comprometerse y, como las relaciones entre hombres y mujeres se complican hasta el punto de animar al celibato del ´cada uno en su casa´, el modelo social de la homosexualidad es banalizado.

Muchos adolescentes y post-adolescentes son inquietos e inestables cuando se encuentran con que tienen que afrontar la bisexualidad psíquica. Algunos a veces interpretan como homosexualidad constitutiva y permanente su ambivalencia pasajera, frecuente en la adolescencia. Piensan que son homosexuales sin desearlo ni quererlo, pero a veces viven de pasada como tales para experimentar la homosexualidad, hecho que los irá minando psicológicamente. Cierto que todos los individuos han sido llevados a vivir identificaciones homosexuales para confrontar la propia identidad sexual, comenzando por el padre o la madre del mismo sexo, pero cuando estas identificaciones sufren un fracaso, corren el riesgo de ser erotizadas y desembocan en la homosexualidad. Hay que recordar que la elección del objeto homosexual, inherente a la vida psíquica, no se confunde con la homosexualidad en la cual un sujeto puede eventualmente orientarse.

La homosexualidad no es una "variante" de la sexualidad humana comparable con la heterosexualidad, pero es la expresión de una tensión conflictiva no resuelta en el ámbito de una tendencia que se aparta de la identidad sexual.

La educación al sentido del otro y al sentido de la diferencia entre el hombre y la mujer es el punto cardinal del descubrimiento del verdadero sentido de la alteridad.

5. Los jóvenes y las nuevas influencias ideológicas

El derrumbe de las ideologías políticas en provecho del liberalismo de la sociedad de consumo y del crecimiento del individualismo, han favorecido el menosprecio respecto a la actividad política y del sistema de representación democrática. Los grandes desafíos sociales han sido reemplazados por las reivindicaciones subjetivas y sectoriales.

Por otro lado se nota que la actividad política pierde crédito ante los ojos de las jóvenes generaciones cuando ya no es capaz de perseguir el interés general. La valorización del matrimonio, la familia compuesta de un hombre y una mujer con sus hijos, la escuela y la educación, la formación al sentido de la ley civil y moral, la inserción social y profesional de las nuevas generaciones, la calidad del ambiente, el sentido de la justicia y la paz, son algunos de los proyectos que hay que sostener para despertar el interés de los jóvenes en la vida política. Examinemos ahora la influencia que algunas tendencias ideológicas ejercen sobre los jóvenes.

5.1 La teoría del gender

Como ya hemos dicho, nuestra sociedad está actualmente influenciada por la confusión sexual. La teoría del gender deja entender que la diferencia sexual, o sea el hecho de ser un hombre o una mujer, es de una importancia secundaria a la hora de fundar el vínculo social y las relaciones afectivas que se contraen en le matrimonio y que contribuyen a crear una familia. Según esta teoría se debería, por el contrario, privilegiar y reconocer el género sexual, que ya no depende del género masculino o femenino, sino aquél que cada uno se construye subjetivamente y que se orienta hacia la heterosexualidad, la homosexualidad, la transexualidad. Así se podrá hablar de pareja y de familia heterosexual u homosexual, dicho de otra manera, la diferencia sexual se sustituiría por la diferencia de la sexualidad.

La teoría del gender está ampliamente difundida por la Comisión de las Poblaciones de la ONU y del Parlamento europeo para obligar a los países a que modifiquen su legislación para que reconozcan, por ejemplo, la unión homosexual o la "homogenitorialidad" mediante la adopción. Esta nueva ideología representa una verdadera manipulación semántica porque aplica la noción de pareja y de ser padres a la homosexualidad, mientras que la pareja implica la asimetría sexual y se basa sólo en la relación entre un hombre y una mujer. Además la homosexualidad no puede estar en el origen del matrimonio y del ser padres y carece de cualquier valor social. En cuanto a la problemática individual, aquélla no puede ser una norma social reconocida como valor a partir de la cual se eduque a los hijos.

La educación tiene que tener como meta la renovación de una civilización fundada en la pareja formada por un hombre y una mujer. No en vano la Biblia comienza con la existencia de una pareja cuya relación es a imagen de la relación de Dios con la humanidad. Tenemos que abrirnos a una cultura de la alianza para no caer en el torbellino de una lucha de poderes entre los sexos.


5.2 La sociedad del mercado y liberalismo

La mayor parte de los jóvenes es esclavo de las normas de la sociedad del mercado; la publicidad exige ampliamente la satisfacción de los deseos inmediatos. La organización política de la sociedad reposa en la mentalidad mercantilista, que transforma a los ciudadanos en consumidores. Las reglas económicas reemplazan las reglas morales, dictan leyes e imponen su sistema de referencia y de valoración en todos los campos de la existencia con el consenso del poder político: la educación, la enseñanza, la salud, el trabajo, la vejez son regulados según las normas económicas en detrimento de los valores de la vida. Al centro de este mecanismo no están la persona y el bien común, sino el costo y el beneficio. La dictadura del dinero y de la economía construye, a través de la publicidad, una visión de la existencia en la que aquello que no rinde no debe existir, lo que contribuye a alterar el sentido de la persona humana, del vínculo social y del bien común.

5.3 Laicización y exclusión de lo religioso

El cristianismo está al inicio de la noción que distingue el poder religioso del poder temporal. En el curso de la Historia, aunque hayan existido momentos de confusión, el poder político a menudo a querido dictar leyes a la Iglesia, interviniendo, por ejemplo, en las decisiones de los concilios. No es tanto el poder religioso el que ha querido extender la propia influencia sobre el poder temporal, aunque en alguna sociedad la Iglesia a veces ha tenido que organizar la vida de la sociedad antes de devolverle el poder a aquel que debía ejercerlo; pero es el poder político el que a menudo se ha mostrado celoso del poder religioso, vigilándolo, encuadrándolo, poniéndolo en duda e incluso neutralizándolo.

La laicización, cuando supera el ámbito de la diferenciación de los poderes, pone varios problemas e influye en concepción de la dimensión religiosa inherente a la existencia. La laicización así se ha desarrollado en oposición al papel y a la influencia de la Iglesia: se debía excluir lo religioso del campo social, relegándolo a una cuestión privada dependiente de la conciencia individual; esta era la manera de mutilar a la Iglesia. Es un fenómeno que ha continuado con la laicización de la moral, separada de los principios universales que pueden ser descubiertos por la razón, para confundirla con la ley civil votada democráticamente. Así la legalidad ha sustituido la moralidad creando confusión en las conciencias de muchos jóvenes, de modo que llegan a creer que aquello que es legal tiene también un valor moral. La ley civil, al contrario, no dice qué cosa es moral: organiza sólo la vida de la sociedad, pero esta organización o reglamentación mediante los derechos y los deberes de los ciudadanos sólo se pueden fundar sobre los principios que respeten la dignidad de la persona humana y los valores de la vida[10] que trascienden todas las leyes.

Después de haber laicizado a la sociedad y la moral, le toca ahora a la religión de ser laicizada. La vida espiritual se confunde con la vida intelectual y poética, la Biblia es traducida por no-creyentes y por escritores de diferentes corrientes de opinión, mientras se va promoviendo una lectura laica de los Evangelios. El Papa Juan Pablo II a menudo ha subrayado el modo contradictorio en el que se aborda la Biblia: "...el hombre de hoy, defraudado por numerosas respuestas insatisfactorias a los interrogantes fundamentales de la vida, parece abrirse a la voz que proviene de la Trascendencia y se expresa en el mensaje bíblico. Pero, al mismo tiempo, se muestra cada vez más refractario a la exigencia de comportamientos en armonía con los valores que la Iglesia presenta desde siempre como fundados en el Evangelio. Se producen entonces intentos muy variados de separar la revelación bíblica de las propuestas de vida más comprometedoras".[11] Por ello la palabra de Dios se trasladaría a un discurso mundano, al unísono con las costumbres y a la inteligencia religiosa, reducida al mínimo denominador común en nombre de la "modernidad" y de una "religión moderada". Serían, por lo tanto, los cánones imperantes en una sociedad los que deberían regular la religión y sobre todo la fe cristiana: visión que consiste en eliminar del campo social la dimensión religiosa y las exigencias que derivan de ella.

El rechazo de reconocer la herencia religiosa y cristiana como una de las bases del desarrollo de la civilización en Europa y en el mundo occidental, como también en otras zonas culturales, es el testimonio de esta laicización rampante. La laicización así concebida no respeta la dimensión religiosa de la existencia humana. Los que sostienen este orden de cosas son los primeros en reconocer la libertad de la fe, que según ellos depende únicamente de la vida privada, pero que rechazan aceptar la realidad religiosa y el derecho a la religión, que implica una dimensión social e institucional, mientras que es importante que el poder religioso, en cuanto a institución, pueda estar representado en el concierto europeo y de las naciones al servicio del bien común y de los intereses superiores de la conciencia humana. Dios no puede estar ausente del campo social.

Las jóvenes generaciones necesitan ser educadas hacia una dimensión social e institucional de la religión cristiana; lo que no necesitan es experimentar la Iglesia como un grupo puramente intimista e individual.

6. Los jóvenes y la Iglesia


6.1 Jóvenes sin raíces religiosas

La mayor parte de las encuestas sobre los jóvenes y la religión confirma cuanto ya sabemos. Los jóvenes son los hijos de aquellos que fueron adolescentes entre 1960 y 1970 y que en su tiempo habían hecho la elección de no transmitir siempre aquello que ellos mismos habían recibido en su educación. Por lo tanto, han dejado que sus hijos se las arreglaran por sí mismos en el ámbito moral y espiritual, sin tener otra preocupación en la educación que cuidar de su realización afectiva. Así en muchos casos han carecido de referencias espirituales, quedándose desamparados. Los querían ver felices, pero sin enseñarles las reglas de la urbanidad, de cómo se emplean las riquezas de un pueblo y de la fe cristiana, que ha sido la fuente de muchas civilizaciones. Hay que reconocerlo, el sentido de la persona humana, el sentido de la propia conciencia, el sentido de la libertad, el sentido de la fraternidad, el sentido del igualitarismo, todo esto se lo debemos al mensaje de Cristo transmitido por la Iglesia. Se han banalizado estos valores separándolos de su fuente, con el riesgo de ya no poderlos transmitir, una vez que se desconoce su origen. Por este planteamiento mental anti-educativo, los hijos no han sido bautizados ni catequizados. Necesitaban hacer tabula rasa del pasado para liberarse de la tradición, actitud que ha producido ignorantes culturales, privados de una formación y cultura religiosa. Son incapaces de entender períodos enteros de la Historia de nuestra civilización, como también del arte, de la literatura, de la música. No son alérgicos a los dogmas, o sea a las verdades de la fe cristiana, y menos a la Iglesia; ¡la cosa es que no saben nada de ella! Por ello, en las encuestas más serias, sus respuestas revelan ignorancia, indiferencia y falta de educación religiosa. Están condicionados por todos los clichés y por todos los conformismos que circulan sobre la fe cristiana. En pocas palabras, están lejos de la Iglesia, porque al no haber sido educados en ella no se han integrado en la tradición religiosa.

6.2 Confusión entre lo religioso y lo paranormal

Hay que reconocer que muchos jóvenes son bastante ajenos a cualquier dimensión religiosa, la cual, a pesar de todo, no quiere otra cosa que surgir. ¿Cómo podría ser de otro modo en un mundo que elimina lo religioso? Lo confunden con lo parapsicológico, lo irracional y la magia. Son atraídos por los fenómenos del "más allá de la realidad" que provocan una resonancia emotiva y suscitan sentimientos capaces de hacerles creer en la existencia de un ser del más allá. Pero en este caso sólo se encuentran a sí mismos, sus sensaciones y su imaginación. La espiritualidad que está ahora de moda es aquélla carente de palabras, de reflexiones y de contenido intelectual, o sea, aquélla consistente en muchas corrientes de filosofía y de sabiduría sin Dios que, venidas del Oriente y de Asia; éstas son en sí interesantes, pero no son religiones, a pesar de ser valorizadas y deformadas actualmente, aún sin representar un movimiento de masas. Según esta mentalidad hay que ser "cool", "zen" y tranquilos, o sea, no hay que probar nada, sino hay que vivir en una inercia moderada. Toda desviación es posible porque no hay ningún control institucional o intelectual.


Todo, y lo contrario de todo, puede ser puesto en lugar de Dios, actitud totalmente opuesta al cristianismo que es la religión de la Encarnación del Hijo de Dios y que transmite un mensaje de verdad y de amor con el que se puede construir la vida y luchar contra todo lo que la arruina y la destruye. Los jóvenes cristianos advierten que la presencia de Dios y su mensaje llevan consigo una esperanza inmensa que les abre los caminos de la vida. Pero cuando el sentimiento religioso, inherente a la psicología humana, no ha sido educado y enriquecido con un mensaje auténtico, permanece primitivo y prisionero de una mentalidad supersticiosa y mágica. La falta de educación religiosa anima a las sectas y a los falsos profetas a que se autoproclamen como tales para hablar en nombre de una divinidad hecha a su imagen. El hombre necesita ser introducido en una dimensión diferente a la suya, dimensión que el Creador ha inscrito en el corazón de cada ser humano. Así es vinculado por Dios a los demás, a la Historia, y, sobre todo, a un proyecto de vida que lo revela a sí mismo, lo humaniza y lo enriquece. He aquí el sentido de la Palabra del Evangelio transmitida por la Iglesia.

6.3 Los jóvenes de la JMJ están en búsqueda de una vida espiritual

La mayor parte de los jóvenes que participan en la JMJ irradian bienestar y la alegría de vivir, llaman la atención por su calma, la sonrisa, la delicadeza, la gentileza, la cooperación y la apertura. Tenemos que tener fe en estos jóvenes, que preparan una revolución espiritual silenciosa, pero muy activa. Como sus coetáneos, también ellos tienen problemas: alguno ya habrá tenido cierta experiencia con la droga o se habrá comportado de cierta manera sin tener en cuenta la moral cristiana. Viven experiencias y fracasos, pero tienen hambre de otra cosa y están en búsqueda de una esperanza. Anhelan un ideal de vida y una espiritualidad fundada en alguien, en Dios. La sociedad europea que cada vez está más vieja, escéptica y sin esperanza, es sacudida por estos jóvenes que creen en Dios y que quieren vivir en consecuencia. La mayor parte proviene de comunidades cristianas y ha invitado a jóvenes que están en búsqueda. Saben que la vida no es fácil, pero al tener una esperanza firme no se resignan. Más o menos cristianos, se dirigen a la Iglesia para encontrar respuestas a su inmensa necesidad espiritual. Su presencia radiante deja un signo en todos países en los que se desarrolla la JMJ. Invierten, de hecho, la imagen reducida que se tiene de la juventud, porque cada vez que se habla de ella, es sólo para evocar una sexualidad impulsiva, la droga, la delincuencia, etc. Pero si algunos viven de ese modo es porque han sido abandonados a su suerte.


La sociedad es infantil hacia los jóvenes porque los utiliza como modelo, cuando en realidad son los jóvenes los que necesitan puntos de referencia. Se les adula, pero la sociedad no ama a los propios hijos, a juzgar por todas las dimensiones educativas de las cuales son objeto. También la acción pastoral local tiene su propia parte de responsabilidad en la medida en que a veces se han desatendido las tareas educativas o han sido abandonadas por las órdenes religiosas y los sacerdotes, que las habían tenido como vocación. Pero hay que reconocer que su tarea no era fácil en aquella época de rotura (1960-1970), en la que los jóvenes rechazaban masivamente toda reflexión religiosa. Los jóvenes de hoy carecen totalmente de una base desde el punto

 

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