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Familias amablemente agresivas
Entrevista realizada por Marta Román al Profesor Melendo, Director Académico de los Estudios Universitarios sobre la Familia


Por: Marta Román | Fuente: Catholic.net



Se oye con frecuencia, entre gente bienintencionada, que el problema del hombre de hoy es que quiere ser como Dios. No lo niego. Pero es mucho más profundo lo contrario: el gran handicap de nuestros contemporáneos es la falta de conciencia de su propia valía, de que todo hombre, varón o mujer, es una auténtica maravilla.

Esa ignorancia les lleva a tratarse y tratar a los demás de un modo absurdamente infrahumano.
Hace ya siglos que Schelling escribía, más o menos: «El hombre se torna más grande en la medida en que se conoce a sí mismo y a su propia fuerza. Proveed al hombre de la conciencia de lo que efectivamente es y aprenderá inmediatamente a ser lo que debe; respetadlo teóricamente y el respeto práctico será una consecuencia inmediata. El hombre debe ser bueno teóricamente para devenirlo también en la práctica».

¿Y qué tiene todo esto que ver con la familia?

Es sencillo: el hombre actual necesita de manera perentoria advertir su propia grandeza y actuar de acuerdo con ella. Y el «lugar» donde eso se aprende es, por fuerza, la familia.
No solo el niño, sino el adolescente que aparenta negarlo, el joven ante el que se abre un abanico de posibilidades deslumbrante, el adulto en plenitud de facultades, el anciano que aparenta declinar… se forjan y se rehacen, día tras día, en el seno del propio hogar. Y, así templados y reconstituidos —¡personalizados y re-personalizados!, si se me permite decirlo de este modo—, son capaces de darle la vuelta al mundo, de humanizarlo.
Por eso la familia… y por eso un Master en Ciencias para la Familia.

¿Ofrece este Master una capacitación laboral?

Le contesto indirectamente. Como puede leerse en nuestra web, estos estudios tienen algo de «revolucionarios», también porque se dirigen a un público muy amplio.
Entre otros, a quienes han comprendido: la importancia de las relaciones familiares y de la integración armónica de trabajo y familia para la propia felicidad (padres y madres de familia, principalmente); el origen «familiar» de muchos fracasos escolares (directivos de centros de enseñanza, docentes, tutores…); la mejora de la familia como uno de los remedios más eficaces para buena parte de los desórdenes sociales, cívicos y urbanos (orientadores familiares, responsables de la seguridad ciudadana, abogados, trabajadores sociales, asesores políticos…); la salud como función del entorno familiar y no como simple problema del individuo aislado (pediatras, médicos de familia, puericultores, psicólogos y psiquiatras…); el bienestar y equilibro familiares como factor determinante de la rentabilidad en el trabajo (empresarios, directores de recursos humanos…); la oportunidad de ensanchar el panorama profesional, incluyendo en él las tareas de prevención y ayuda a las familias (terapia y mediación familiar, etc.); y otros muchos.

¿Cómo ve la situación de la familia en la sociedad?

Quizás le parezca un tanto loco, pero afirmo con absoluta seguridad que su situación es excelente. ¿Significa eso que ignoro las circunstancias que, en relación a estos extremos, atraviesa hoy la humanidad y, en concreto, nuestro país? En absoluto. Pero añado de inmediato que, desde mi personal perspectiva, el revuelo y los cambios en torno a estas cuestiones no pasa de ser una simple «anécdota».
Obviamente, los considero importantes y dignos de una atención continua y esmerada. Más aún, desde hace mucho tiempo vengo insistiendo en que las «disfunciones» familiares llevan consigo un alto coste social, económico y, sobre todo, humano (de sufrimiento personal, a menudo), que, curiosamente, la sociedad se resiste a reconocer… e incluso fomenta de forma más o menos descarada y descarnada.

Pero me importa más aclarar que el Master no es en absoluto fruto de tales circunstancias. Por una parte, porque se planteó bastante antes de los cambios a que acabo de referirme. Por otra, y más central, porque no surge ni solo ni principalmente para dar respuesta a esas cuestiones (aunque sin duda las tendrá muy en cuenta), sino con una dimensión más absoluta y universal: la atención a la familia, con alcance estrictamente universitario, es una tarea digna de ser realizada al margen de cualquier situación o hecho concreto… porque en ella se juega la felicidad de muchas personas, ¡de todas!

¿De verdad es eso lo que piensa?

Por supuesto. Además, existe otro motivo más de fondo por el que, personalmente, no concedo un peso excesivo a la complejidad del momento presente.

Pienso contar con razones bien fundadas para sostener que «lo decisivo» para el buen funcionamiento de cualquier comunidad es el temple de las personas que la componen: de «cada una de todas», como gustaba repetir Carlos Cardona, mi maestro. Y como ese temple se forja, redefine y recupera sobre todo en la familia, a ella le corresponde el protagonismo más definitivo en la vida humana.

Vienen aquí muy a cuento unas palabras de nuestro siempre desconcertante don Miguel de Unamuno, que paradójicamente señalan el único camino adecuado para conseguir justo aquello que parecen rechazar. Aunque las cito de memoria, no creo apartarme mucho del original: «No quieras influir en eso que llaman la marcha de la cultura, ni en el ambiente social, ni en tu pueblo, ni en tu época, ni mucho menos en el progreso de las ideas, que andan solas. No en el progreso de las ideas, no, sino en el crecimiento de las almas, en cada alma, en una sola alma y basta. Lo uno es para vivir en la Historia; para vivir en la eternidad lo otro. No quieras influir sobre el ambiente ni intervenir en eso que llaman señalar rumbos a la sociedad. Las necesidades de cada uno son las más universales, porque son las de todos. Coge a cada uno, si puedes, por separado y a solas en su camerín, e inquiétalo por dentro, porque quien no conoció la inquietud, jamás conocerá el descanso. Sé confesor más que predicador. Comunícate con el alma de cada uno y no con la colectividad».

¿Cree que leyes como el matrimonio gay son un ataque a la familia?

Si me permite ser sincero, voy a decirle que estoy harto de oír hablar de «ataques» a la familia. Y no porque no los haya. Ya Lenin se planteó de forma expresa que destruir a la familia, comenzando por la mujer, era el modo más práctico de manipular la sociedad. Y a Gramsci le cupo el «honor» de introducir estas ideas en la Europa Occidental y hacer que se llevaran a la práctica.

Pero todo ello fue posible por la pasividad de «los buenos», de las familias buenas… «buenecitas». Las que hablan constantemente de defenderse.
¡Y no! ¡Ya está bien de andar a la defensiva! La familia ha de pasar de una vez al ataque, transformarse en una realidad «amablemente agresiva»… porque tiene mucho que ofrecer a la sociedad.

Más todavía, la revolución que nos conducirá a la civilización del amor tan anhelada, tiene como «arma» fundamental a la familia. Esa maravillosa subversión que dará un vuelco al mundo de hoy, o será familiar o simplemente… no será.

¿Estima que la familia está valorada en su justa medida?

Sin duda. Pero no tanto por los que, según dicen las encuestas, la consideran como la principal institución humana, el lugar donde se encuentran más a gusto… y otras afirmaciones por el estilo.

Quienes han apreciado hasta el fondo el auténtico valor de la familia son quienes, como usted antes sugería, la han convertido en el centro de sus ataques.

Son ellos los que han comprendido que, deshecha la familia, tienen el mundo —¡el auténtico poder!— en sus manos. El individuo aislado es lo más manipulable que existe.

Al hilo lo que acaba de sugerir, ¿cuál es el papel de la institución familiar en una sociedad individualista como la nuestra?

No sé si usted recordará aquellas palabras de Camus, que a mí me llegaron muy hondo: «Solo es tristeza —soledad sufrida o querida— no ser amado y no amar. Lo que ocurre es que hoy nuestro mundo agoniza a consecuencia de esta desgracia: la larga reivindicación de la justicia ha desterrado el amor que, sin embargo, fue el que le dio nacimiento».

O esas otras, más actuales: «como es la familia, así es la sociedad, porque así es el hombre». O, por fin: «el conjunto de las relaciones que se instauren en la humanidad depende radicalmente de las que se establecen en el seno de la familia».

Realmente, son expresiones fuertes…

¡Y tanto! En mi opinión significan que la célebre condición «social» del ser humano (el zoon politikón aristotélico) tiene una traducción mucho más radical y precisa: el hombre, varón o mujer, es ante todo un «ser familiar».
Lo cual quiere decir, en la teoría, que no es posible comprender a una persona al margen de la familia en que se integra. Y, en la práctica, que cualquier ser humano, en todas sus actividades —sociales, laborales, de recreo…— «lleva consigo», gozosa o dolorosamente, su propia familia.
Y, por tanto, que el ambiente familiar influye de manera decisiva en cada una de nuestras actuaciones; y que para mejorarlas, y ayudar a que mejore cualquier persona, es imprescindible conocer más a fondo lo que es y cómo funciona una familia.
De nuevo el porqué de un «Master en Ciencias para la Familia».
 

Tomás Melendo Catedrático de Filosofía (Metafísica)
Director Académico de los Estudios Universitarios sobre la familia
Universidad de Málaga
tmelendo@masterenfamilias.com

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