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Efectos de los “divorcios amistosos” sobre los hijos
Hasta un buen divorcio reestructura la niñez de los chicos y los deja navegando entre dos mundos distintos


Por: El Clarín, Argentina | Fuente: mujernueva



Incluso en un “buen divorcio”, en el que los padres minimizan amigablemente sus conflictos, los hijos que sufren la separación de sus padres habitan en un paisaje emotivo más difícil que el de aquellos que viven en familias intactas, según una nueva encuesta de 1.500 personas, entre 18 y 35 años.

“Todas las cosas buenas que se dicen sobre el divorcio están destinadas a tranquilizar a los padres”, describe Elizabeth Marquardt, autora del estudio, en su nuevo libro, “Entre dos mundos”.

“Pero no es verdad en el caso de los chicos. Hasta un buen divorcio reestructura la niñez de los chicos y los deja navegando entre dos mundos distintos. De pronto, es tarea de ellos y no de sus padres tener que entender estos dos mundos”. Marquardt, 35, es profesora del Instituto de Valores Norteamericanos, un grupo no partidario que defiende el matrimonio. Según ella misma cuenta, es la primera hija de padres divorciados que publica un amplio estudio sobre cómo la separación afecta a los hijos.

No es un tema menor. La tasa de divorcio en los EE.UU. alcanzó niveles récord a fines de los años 70 y principios de los 80, y Norvan D. Glenn, profesor de sociología en la Universidad de Texas, dice que aproximadamente una cuarta parte de todos los norteamericanos entre 18 y 35 años todavía no tenían 16 años cuando experimentaron el divorcio de sus padres. No existen estadísticas confiables en los EE.UU. sobre el divorcio, pero la mayoría de los expertos dice que, incluso si las cifras de divorcio están bajando, cada año los padres de unos 750.000 chicos estadounidenses se divorcian . El nuevo estudio, basado en la primera muestra representativa a nivel nacional de adultos jóvenes, destaca las muchas maneras en que el divorcio forja el tenor emocional de la niñez.

Por ejemplo, según el estudio, los que crecieron en familias divorciadas tenían más probabilidades que los que tenían sus padres casados de decir que se sentían personas diferentes con cada padre, que a veces se sentían extraños en su propia casa y que, de chicos, se sintieron muy solos. Los que tenían padres casados, en cambio, tenían muchas más probabilidades de decir que los chicos ocupaban el centro de su familia y que, en general, se sentían emocionalmente seguros.

En el estudio, todos los que sufrieron el divorcio de sus padres lo habían hecho antes de cumplir 14 años y habían mantenido contacto con ambos padres. La mayor parte del tiempo, sostiene Marquardt, los chicos con padres casados no necesitan preocuparse por lo que piensan y sienten sus padres, mientras que los hijos de padres separados deben ser más cautelosos, estar más atentos a los estados de ánimo y expectativas de sus padres, tienen que tener más cuidadoso de ajustarse a los hábitos del padre con el que están y de no parecerse o actuar como el otro padre.

El debate sobre de qué manera el divorcio afecta a los hijos estuvo polarizado durante mucho tiempo: muchos investigadores se concentran en los datos estadísticos, haciendo hincapié en que a la mayoría de los chicos de padres separados les va bien en la vida, y muchos clínicos destacan el estrés emocional que experimentan muchos chicos. “La clave está en separar dolor de patología”, dice Robert Emery, director del Centro para Chicos, Familias y Derecho en la Universidad de Virginia . “Si bien muchos jóvenes de familias separadas hablan de recuerdos dolorosos y problemas todavía presentes con respecto a las relaciones familiares, la mayoría son psicológicamente normales”.

Los estudios locales y más pequeños de Emery llegaron a resultados similares a los de Marquardt. Aproximadamente la mitad de la gente que proviene de familias separadas coincidió en que tuvo “una infancia más difícil que la de la mayoría de la gente”, comparado con el 14% de las familias casadas. “Los efectos del divorcio pueden no parecer importantes en un análisis estadístico de los resultados, pero, de una manera subjetiva, pueden tener más relevancia”, dice Andrew Cherlin, demógrafo familiar en la Johns Hopkins University. “Muchos adultos con vidas muy exitosas aún conllevan el trauma residual del divorcio de sus padres”.

El libro de Marquardt pinta un paisaje minucioso de los tipos de tensiones con los que los chicos conviven, utilizando ejemplos tanto de su propia vida –sus padres se separaron con ella tenía 2 años– y de entrevistas con otros 70 jóvenes adultos. Un capítulo sobre secretos comienza con un recuerdo de cuando tenía 10 años, en una mesa en la cocina con su padre y sin saber qué responder cuando él le preguntó: “¿Paul está viviendo con vos y con tu mamá?” Cuenta su esfuerzo por recordar que en la casa de su madre se podía decir “palabras fuertes” mientras que en la de su padre estaba prohibido.

La solitaria tarea de reconciliar los dos mundos es un tema constante. Una mujer joven en el libro describe cómo era pasar de la casa de su madre y su padrastro, donde el ahorro era un valor importante, a la de su padre y su madrastra, donde el dinero circulaba libremente y se valoraba la abundancia. Ella se tomaba tan en serio las reglas de su madre que, incluso cuando estaba con su padre, comía más de lo que quería y hasta le agarraba dolor de estómago en su esfuerzo por asegurarse de que no sobrara nada que hubiera que tirar. Nunca le mencionó a sus padres este conflicto interno, por miedo a que se ofendieran.

“Los chicos de padres separados se sienten menos protegidos por sus progenitores y tienen muchas menos probabilidades de acudir a ellos cuando son jóvenes o en busca de apoyo emocional cuando son más grandes”, dice Marquardt. “Por lo general sienten la necesidad de proteger a su madre emocionalmente”. “Creo que tenemos que reconocer estas cosas”, dice. “En una revista para mujeres, una madre escribió que le dijo a su hija de 7 años que no necesitaba que la protegieran, pero que la nena lo hacía de todas maneras. Decir este tipo de cosas no ayuda a la hija. Sólo la hace sentirse tonta, como si fuera su problema sentir que tiene que proteger a su mamá”.

Traducción de Claudia Martínez.
© The New York Times

 

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