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Cuando el sufrimiento embarga y fallan las fuerzas
El tema de esta ponencia concierne al problema particular de las estrategias que se pueden adoptar en situaciones de crisis en una condición de globalización


Por: Ermanno Pavesa | Fuente: Fiamc



1. ¿Psicoterapia a favor de la familia?

El tema de esta ponencia concierne al problema particular de las estrategias que se pueden adoptar en situaciones de crisis en una condición de globalización, en la cual la ayuda que el individuo puede esperar de la familia es muy inferior al pasado y por lo tanto se presenta el problema de cómo ayudar a la familia.

Antes de pasar al tema son necesarias algunas aclaraciones de principio.

¿Se puede dar por descontado que la psicología moderna considere la familia como una ayuda en los momentos de crisis y que por lo tanto es necesario apoyar a la familia? Además, en los casos en que la psicología interviene a favor de la familia,

¿Es seguro que esta intervención sea una verdadera ayuda?

La pregunta puede parecer superflua, pero se puede citar el caso de Joachim Schanferberg, psicoterapeuta y teólogo protestante alemán, pastor a cargo de una parroquia y sucesivamente profesor de teología práctica, uno de los
mayores exponentes de la psicología pastoral en Alemania, que durante años ha practicado la terapia de pareja en consultorios alemanes aplicando el psicoanálisis y el setting psicoanalítico. En su libro Introducción a la psicología pastoral, Scharfenberg admite que su intervención terapéutica “ha favorecido (naturalmente sin quererlo) la ruptura precipitada” de la unión conyugal (1). Este ejemplo se presta a muchas consideraciones; por un lado, pueden surgir dudas sobre la capacidad autocrítica de un terapeuta que, por lo que parece, ha necesitado mucho tiempo para reconocer que su intervención, en vez de salvar una relación en crisis, aceleraba solamente su ruptura definitiva.. Lo sorprendente es que Scharfenberg si asombre de este efecto y al mismo tiempo considere necesario poner en discusión lo que define como un “tabú cristiano”, es decir, la concepción tradicional de la familia monogámica, considerándola sólo como una forma que se desarrolló históricamente y sin un valor absoluto (2).

Scharfenberg hace incluso una apología de los experimentos de las “Komunen” alemanas nacidas con el movimiento del ’68, pero se queja del hecho de que también en esas condiciones nacían muchas veces relaciones estables (3) y explica esta “involución” con el hecho de que, no obstante su crítica a la familia burgués, esos jóvenes conocían sólo un modelo de familia, con una fuerte identificación con los padres. Scharfenberg propone como remedio reducir la importancia de los padres en los primeros años de vida del niño, asociando en la educación de los niños “otros adultos como partners con los
mismos derechos que los padres”(4).

No se trata de un caso aislado, se puede recordar todavía a Carl Rogers, el fundador de la “terapia centrada en el cliente”, que con algunos colaboradores había recibido el encargo de aplicar su técnica de dinámica de grupos a una orden religiosa californiana, las Hermanas del Inmaculado Corazón de María (Immaculate Hearth of Mary, IHM). Como ha señalado William “Bill” R. Coulson, que en aquel entonces era el más estrecho colaborador de Rogers, el programa debía durar tres años, pero fue interrumpido al año y medio porque alrededor de la mitad de las religiosas había pedido la reducción al estado laical. Tres años después del inicio del experimento, el número de religiosas de la congregación se había reducido de 600 a 2805. Y en una entrevista Coulson reconoce “pensábamos que estábamos
haciendo a las monjas del IHM mejores de cuanto eran y en realidad las habíamos
destruido”(6).

¿Cómo se puede explicar el hecho de que intervenciones terapéuticas que deberían ayudar a la pareja o a una congregación religiosa, que en este contexto podemos considerar como una gran familia, a superar los propios conflictos, los exasperen llevando a una ruptura definitiva?

Toda psicoterapia presupone una psicología y una antropología bien definidas, así como concepciones propias sobre el sufrimiento, a sus causas y a las terapias. Por lo que en el caso particular se presenta el problema de decidir cuáles son las dificultades, cuál es su causa, cuál es el objetivo de la terapia. Por estos
motivos no es suficiente que un terapeuta se proponga ayudar a una persona o a una familia, sino que es importante saber también cuáles son los criterios con los que se intenta identificar las causas de los trastornos y de las disfunciones, y cuáles son sus objetivos. Por ejemplo, debería ser claro que una teoría que pone en primer plano la autonomía de la persona, su autorrealización, que ve en el control
de los propios sentimientos sólo una forma de remoción peligrosa para el equilibrio
del individuo y del grupo, no es conciliable con la regla de una orden religiosa cuyo modelo está inspirado en una visión del hombre en la que juegan un rol importante los votos de obediencia, pobreza y castidad.


Es importante entender también cómo una tendencia terapéutica ve las relaciones con la filosofía y la teología, si reclama para sí el primado, por lo que el paciente debería adaptar su visión del mundo a los principios de la psicología del
terapeuta.

El juicio negativo sobre una escuela de psicoterapia no puede ser aplicado
automáticamente a todo psicoterapeuta que se inspire en ella, pues muchos
psicoterapeutas utilizan un método personal que atenúa las posiciones radicales
del jefe de la escuela. Por otra parte, en este campo es necesario el discernimiento
de los espíritus, y tratar de entender de qué espíritus están animadas ciertas
teorías.

2. La historia, ¿sólo un progreso?

Una de las ideas más peligrosas de la cultura moderna es la progreso,
entendido como una evolución caracterizada por continuos “saltos cualitativos” o
como un proceso dialéctico en el que las contradicciones actuales serán resueltas
inevitablemente en síntesis superiores. El hombre, por lo tanto, debería confiarse al
fluir de la historia, sin mirar hacia atrás sino para complacerse de los progresos
alcanzados y tratar en lo posible de no obstaculizar ese proceso.

Las contradicciones de la situación actual no deben llevar a la búsqueda y a
la remoción de sus causas, sino más bien a su superación progresiva.
Este esquema vale también para la contraposición moderno-posmoderno. La
crítica de la modernidad y la espera cuasi-mesiánica de la posmodernidad, que en
algunos ambientes ha sustituido la espera de la New Age, no intentan comprender
los pecados originales de la modernidad, para eliminarlos.

Un acercamiento totalmente diferente es el del filósofo Alasdair MacIntyre,
que en una obra destacable, Tras la virtud, intenta analizar los posibles errores de
fondo de la modernidad y en su análisis muestra una actitud crítica frente a
posibles desarrollos futuros que no constituirían necesariamente un progreso, sino que serían más bien un peligro de “nuevas edades oscuras” (7).

MacIntyre identifica la crisis de la civilización moderna con una crisis moral
debida al giro antropológico radical acaecido en los inicios de la época moderna,
con el rechazo de la tradición aristotélico-tomista que consideraba posible con un
sano uso de la razón llegar a un cierto conocimiento de la naturaleza humana, del
fin del hombre y por lo tanto del bien individual y del bien común. Estos
conocimientos daban los puntos de referencia tanto de la sociedad con su
tradición, cuanto del hombre individual.

A esta visión armónica se contrapone la visión moderna, con una concepción, o demasiado pesimista del hombre, homo homini lupus, o demasiado optimista, el hombre es bueno en sí y no se debe interferir en su proceso de desarrollo.

“Para el individualismo liberal, la comunidad es sólo el terreno donde cada
individuo persigue el concepto del bueno vivir que ha elegido por sí mismo” (8). Esta
autonomía individualista se contrapone a la concepción antigua y medieval que
considera que “una de las obligaciones de la autoridad paterna es educar a los
niños para que lleguen a ser adultos virtuosos”(9).

Si la sociedad deja de ser una comunidad con una visión compartida del bien común y a la que todo miembro debe contribuir en base a la propia capacidad, sino que se transforma más bien en un “terreno de encuentro donde los individuos
intentan asegurarse lo que les es útil o agradable”(10), el proceso educativo, como
educación a un comportamiento correcto y virtuoso, se transforma en sólo un
obstáculo, un defecto que pone en desventaja en la lucha por la existencia, frente a competidores más o menos leales.

Pero todavía más, esto representa un obstáculo interior a la propia autorrealización, entendida como logro del máximo de los bienes materiales y gozos sensibles.

3. Las relaciones familiares y la psicología moderna
a. Sigmund Freud


Concepciones de este tipo se encuentran, por ejemplo, en la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud, que intenta explicar sufrimientos actuales con un trauma sufrido en la infancia. Sólo la psicología profunda podría reconocer los nexos inconscientes entre el trauma pasado y los padecimientos actuales. La elaboración de la teoría del complejo de Edipo ha radicalizado todavía más esta situación: para Freud el complejo de Edipo representa la fase de paso del estado de naturaleza, en que el ser humano no ejercitaría todavía un control sobre sus
instintos, al de la civilización con la formación del Superyó y, por lo tanto, con el inicio de la represión de las pulsiones y necesidades del inconsciente. Este implica
también el inicio del conflicto entre el Yo y el Ello y por lo tanto de la neurosis.

El padre, pero en general ambos progenitores, como primer mediador de la
cultura y de la tradición, se convierte en cierto modo en responsable de la neurosis
individual.
La terapia de las neurosis implica entonces la superación del complejo de Edipo. La terapia, o en general la ayuda ofrecida al que sufre, se puede reducir a apoyar la emancipación de los padres, de su influencia y de sus condicionamientos.

b. La psicología analítica

Un colaborador de Carl Gustav Jung, Erich Neumann, considera que la evolución psíquica requiere un nuevo nacimiento, que presupone la muerte del “viejo”. Este proceso estaría simbolizado tanto por una mutilación del padre, cuanto por el matar y desmembrar un dragón: “En la mitología, en efecto, los episodios en que el dios-hijo castra al viejo dios-padre son igualmente frecuentes cuanto aquellos en que corta en pedazos el dragón originario y con esos pedazos construye el mundo. Este desmembramiento –un tema que retorna también en la alquimiaes la premisa de toda creación. Encontramos aquí una conexión fundamental entre dos motivos arqutípicos que regresan en cada mito de la creación.

El asesinato de los viejos progenitores, su desmembramiento y su neutralización son la condición necesaria para todo nuevo inicio” (11).

c. La terapia centrada sobre el cliente de Carl Rogers

Rogers considera que la distinción en el hombre entre autoconciencia y
racionalidad, por una parte, y base biológica por la otra, depende de la educación.

Desde pequeño el hombre es educado para tomar en cada situación decisiones en
base a factores externos, no teniendo en cuenta o removiendo las exigencias del
propio organismo: “El niño tiende a ignorar el proceso de la propia experiencia cada
vez que éste esté en conflicto con los aquellos modelos y entonces se separa a sí
mismo de su funcionamiento orgánico, disociándose” (12). Esto lleva con el tiempo a una condición de disociación, y justamente tal “disociación, que existe en la mayoría de nosotros, constituye el modelo y la base de toda patología psicológica del género humano y el fundamento de toda patología social”(13).

Rogers está también convencido de que un control conciente y racional de la vida instintiva no es necesario para una armónica convivencia civil, al contrario. “Un organismo viviente, cuando se le da la oportunidad, tiende a actualizar sus potencialidades más complejas, más bien que orientarse hacia satisfacciones más simples” (14). En el
organismo se encontraría un sistema de autorregulación que lo conduciría “hacia el
propio acrecentamiento y la propia independencia del sistema externo”(15), con la emancipación de los modelos mediatos de la educación.

El ideal de un hombre realizado, tal como es descrito por Rogers, parece justificar la concepción individualista que fue criticada por MacIntyre: “La persona
naciente abandonará una institución, antes que ceder a ordenes carentes de sentido; los miembros de una facultad se retiran de la universidad, los estudiantes de los colleges, los médicos de la American Medical Association, los curas de sus
iglesias, los dirigentes de las sociedades [...]. Millares de parejas, sean jóvenes que
de mediana edad, abandonan la institución matrimonial, eligiendo ignorar las
costumbres, el ritual y la ley, para vivir juntos como partners sin la sanción del
matrimonio. Esto se ha hecho abiertamente, pero sin ningún desafío: estas parejas
creen simplemente que una unión tiene significado sólo en el caso de una relación
que favorezca el enriquecimiento y el crecimiento de ambos miembros de la
pareja”(16).

“Estos, sean hombres o mujeres, buscan nuevas formas de comunidad, de relación, de intimidad, buscan metas comunes y la posibilidad de actuar nuevos tipos de comunicación –verbales y no verbales, sentimentales e intelectuales.

Siendo concientes de la transitoriedad de la vida personal y de la mayor parte de
las relaciones, consideran necesario establecer lo más rápidamente posible una
forma de intimidad, porque en este mundo tan mudable las personas no permanecen mucho en una comunidad. Estos individuos no están ligados a una familia ni a parientes: son una parte de la sociedad contemporánea. Han comprendido que, debiendo vivir en un contexto humano, es necesario establecer
con los otros ligámenes más íntimos, comunicativos y personales, en un lapso de
tiempo muy breve. Deben aprender a dejar a sus espaldas estas relaciones íntimas
sin sufrir demasiado”(17).

d. La teoría sistémica

La teoría sistémica interpreta los trastornos del individuo en clave relacional, como efecto sobre el individuo de las relaciones disfuncionales de un sistema. La familia no es una excepción.
Todas estas teorías psicológicas hacen referencia a un contexto filosófico
común: el primado del devenir sobre el ser. En Tener o ser el filósofo marxista y
psicoanalista Erich Fromm describe a Heráclito y Hegel como los más decididos
propugnadores del devenir: “[...] la idea de ser implica un cambio, significa devenir,
y tiene sus dos representantes más grandes y más firmes en el inicio y en el cenit
de la filosofía occidental: en Heráclito y en Hegel”(18). El ser humano no está
caracterizado por propiedades, por potencialidades, que son puestas en acto, sino que el desarrollo es sólo devenir, transformación. Herbert Marcuse ofrece una
interpretación análoga de la filosofía de Hegel: “Cada cosa es sólo en cuanto, en
cada momento de su ser, algo que no es todavía emerge al ser y algo que es pasa
al no ser”(19). Las cosas “no pueden desarrollar sus potencialidades si no es
muriendo” (20). “Lo nuevo debe ser necesariamente la negación de lo viejo, y no una simple corrección o revisión” (21)

4. La familia como mediadora de modelos para la solución de crisis

Desde hace décadas hay teorías que interpretan las enfermedades como consecuencia de la educación, del rol del enfermo dentro del sistema familiar y
social. En esta perspectiva los padres han sido considerados como la causa del
malestar y del sufrimiento. En otros casos sería la vida de pareja la que obstaculizaría la autorrealización de uno de los cónyuges. En estos casos se
aconsejaba la terapia correspondiente, que muchas veces creaba una fractura entre el paciente y su familia.

Si, en efecto, todas estas teorías pueden citar casos que pueden justificar sus interpretaciones, nos debemos cuidar de su ideologización, es decir, de la tentación de generalizar casos particulares y de reconducir todo trastorno a un único mecanismo. Ideología que no permite reconocer los casos en que las relaciones familiares no son patógenas, por lo que ciertos acercamientos terapéuticos resultan contraproducentes: la familia y los padres se transforman en chivos expiatorios, pero sobre todo en la terapia, en vez de utilizar los recursos de la familia, el enfermo es alentado a asumir una actitud de autonomía, si no de rebelión, frente a la familia.

En la psicología moderna se encuentran, además, observaciones diferentes.
Erikson, por ejemplo, subraya la importancia de la tradición como transmisora de estrategias para solucionar situaciones de crisis. “El problema-clave de la identidad, por lo tanto, es que (como indica el término mismo) el Yo sea capaz de
mantener la propia unidad y la propia continuidad ante un destino perennemente
cambiante. Pero el destino determina frecuentemente cambios en las condiciones
interiores, que resultan del estadio actual de existencia, y en el milieu, es decir, en
la situación histórica. La identidad define la capacidad elástica necesaria para
mantener constantes ciertos modelos esenciales, aún en los procesos de cambio.
Por eso, aunque pueda parecer extraño, es necesaria una identidad bien firme que
permita tolerar cambios radicales, en cuanto este tipo de identidad se funda sobre
valores permanentes comunes a todas las culturas”(22). Después de haber citado,
por ejemplo, a los campesinos polacos emigrados a los Estados Unidos que han
podido continuar viviendo ciertos valores aun en una ciudad industrial americana,
Erikson prosigue afirmando que “estos ejemplos indican también cómo la identidad
no defina un cerrado sistema interior inaccesible a todo cambio, sino más bien un
proceso psicosocial capaz de preservar algunas características esenciales sea en
el individuo que en la sociedad a la que él pertenece”(23).
La identidad individual se inserta en la tradición, mediada por los varios
cuerpos intermedios, por lo que el individuo siente que pertenece a una familia, a una comunidad que se agranda en círculos concéntricos pasando del vecindario al barrio, a la ciudad, a la región, etc., siente que pertenece a una comunidad religiosa, que también tiene una estructura desde la parroquia, a la confraternidad o al movimiento, a la diócesis, etc., de haber frecuentado una sola escuela, de haber aprendido un oficio.

Para Erikson “la verdadera identidad depende del sostén que el joven individuo están en condición de recibir del sentido colectivo de identidad que caracteriza a los grupos sociales que son significativos para él: su clase, su nación, su cultura”(24).
“El peligro conectado a todo período de desarraigo y de emigración a larga
escala es que las crisis externas subviertan, en muchos individuos y en muchas
generaciones, la normal jerarquía de las crisis de desarrollo con las respectivas
fuerzas correctivas implícitas, y que el hombre pierda aquellas raíces que deben ser
firmemente plantadas en ciclos vitales significativos. En efecto, las auténticas
raíces del hombre toman su alimento en la secuencia de las generaciones y pierde
sus principales raíces en la conmoción de los períodos de desarrollo, no en el
abandono forzado de las localidades”(25).


5. Repercusiones de los cambios demográficos sobre la vida individual

Erikson subraya tanto la existencia de crisis cuanto el hecho de que las
“conmociones de los períodos de desarrollo” llevan a un desarraigo y, por lo tanto,
a la dificultad de utilizar las mismas estrategias que en el pasado, por otra parte se debe tener en cuenta que tales conmociones crean nuevos problemas que a veces no son reconocidos en toda su dimensión.

Los cambios demográficos de la cultura occidental tienen también repercusiones sobre la vida individual. Por ejemplo, mientras hubo familias numerosas, cada miembro de la familia era frecuentemente puesto ante ciertas situaciones de crisis, pensemos solamente al nacimiento y a la muerte.

Cuando las familias eran numerosas, no había un salto generacional: los
hijos del primogénito a veces eran casi coetáneos del último de los hermanos. La
mayoría de las mujeres había empezado desde niña o jovencita a cuidar hermanos,
primos o sobrinos más pequeños, asumiendo en el curso de los años responsabilidades cada vez mayores, por lo que cuando ella misma llegaba a ser madre podía con una larga experiencia. Esta situación es cada vez más rara:
frecuentemente una mujer tiene un solo hermano o hermana y algún primo,
prácticamente coetáneos, y en la familia a veces durante 20-25 años no hay ni
siquiera un nacimiento. Hay mujeres esperando un hijo que en su vida no han
tenido nunca la ocasión de cuidar un niño pequeño, de darle de comer, de bañarlo,
de cambiarle los pañales. Esta inexperiencia puede acentuar de manera incluso considerable los sentimientos de insuficiencia, que en cierta medida son
fisiológicos, frente a la maternidad. Cada problema, verdadero o presunto, puede
evocar en la madre la sensación de haber fallado en algo, de no ser una buena
madre. A esto se agrega el hecho de que, cuando las familias eran numerosas, una
joven madre podía contar con los consejos y con la ayuda de numerosas parientes y
vecinas, mientras hoy en muchos casos la joven madre está todo el día sola con los
propios problemas y espera impacientemente el retorno del trabajo del marido para
hacerlo partícipe de las propias preocupaciones. Pero en mucho casos el marido puede dar como mucho un apoyo moral.

Esta situación puede tener una influencia
en las depresiones que aparecen en los meses posteriores al parto, pero puede
provocar también crisis matrimoniales.
Las modificaciones de la natalidad en la familia han provocado también transformaciones importantes en las fases de la vida de la mujer. El intervalo entre
el último hijo y el inicio de la menopausia en el pasado era mucho más breve que
hoy: en el pasado la mujer que llegaba a la edad de la menopausia frecuentemente
todavía tenía todavía hijos pequeños y todavía estaba totalmente absorbida por el
rol de madre. Hoy, en cambio, cuando la mujer llega a la edad de la menopausia los
hijos son ya grandes y en ciertos casos han dejado ya o están por dejar la casa
paterna. La mujer que durante alrededor de un cuarto de siglo ha sido madre a
tiempo completo se encuentra en una situación difícil, a la posible crisis de la
autoestima por el fin de una fase importante de la propia existencia se agrega el sentido del vacío, la sensación de haberse vuelto inútil. Sensación que a veces es reforzada por las dificultades para intentar reinsertarse en la vida laboral después de años de inactividad, cuando se debe confrontar con colegas más jóvenes y con los estudios más frescos.

El hombre moderno tiende a sustraerse a las ligaduras, a los compromisos duraderos, prefiere las relaciones de corta duración: tanto en el campo afectivo como en el profesional, una relación estable es vivida como negativa para la propia libertad, para la autonomía, como una coerción. La consecuencia es el continuo crecimiento de singles, que en algunas grandes ciudades ya han superado el 50% de las economías domésticas. Este hecho puede tener en el momento aspectos positivos: plena disponibilidad del propio sueldo, posibilidad de preocuparse sólo de sí mismo, pero la otra cara de la moneda es la soledad, que se manifiesta en cada momento de crisis, cuando nos damos cuenta de no tener nadie a quien dirigirnos, nos damos cuenta que aquellos que eran considerados amigos no están dispuestos a renunciar a sus pasatiempos para dar una ayuda. Para las madres que crían solas a sus propios hijos, esta situación puede asumir aspectos
dramáticos.

Un fenómeno frecuentemente no encuadrado exactamente es el aumento de suicidios en los ancianos. A veces la incidencia de los suicidios es tomada en consideración sólo por grandes grupos de edad, por lo que se constata que el riesgo de suicidio aumenta considerablemente por sobre los 65 años. No
raramente la causa de este aumento de los suicidios, que comenzaría después del
65º año y es mayor en los hombres que en las mujeres, es atribuido a la jubilación y
al vacío existencial que provocaría. Si se examina sin embargo la incidencia de los
suicidios por franja de edad, se ve que la incidencia de los suicidios para los
individuos de edad entre los 65 y los 75 años no es muy superior a los adultos de
55-65 años, mientras la incidencia de los suicidios sube exponencialmente después del 75º cumpleaños.

El problema del suicidio del anciano no es entonces reductible a una presunta crisis existencial después de la pensión, sino que depende de otros factores: la polimorbilidad que no sólo compromete la calidad de vida, sino que amenaza también la autonomía y la autosuficiencia (enfermedades de las articulaciones, cardiovasculares, respiratorias, de la vista), soledad, sensación de ser sólo un peso para los otros, temor de no poder vivir más en la propia habitación,
sino de tener que entrar en un geriátrico.
Estamos ante un fenómeno que presenta aspectos paradójicos: políticos y
mass media están muchas veces orgullosos de comunicar que las estadísticas
anuales señalan un aumento de la duración media de la vida, pero ¡entre los
directos interesados que alcanzan una edad veneranda crece exponencialmente el
número de los que se quitan la vida!


6. Conclusión

Los desarrollos en los países occidentales, la globalización, ponen al hombre
muchas veces ante nuevas crisis, que sólo en parte pueden ser afrontadas con
estrategias mediadas por la tradición. Como psicólogos y psicoterapeutas estamos
llamados, entonces, a aclarar estas situaciones de crisis, en colaboración con otros especialistas, de sociólogos a psiquiatras, posiblemente denunciando las
consecuencias negativas de ciertos desarrollos, esperando en la posibilidad de
alguna intervención correctiva, y también para focalizar mejor nuestras intervenciones terapéuticas en las verdaderas causas de estos problemas.

Notas

1 JOACHIM SCHARFENBERG, Einführung in die Pastoralpsychologie, Vandenhoeck & Ruprecht, Göttingen
1985, p. 123.
2 Ibid., p. 132.
3 Ibid., p. 137.
4 Ibid., p. 139.
5 WILLIAM R. COULSON, Groups, Gimmicks, and Instant Gurus. A lively examination of encounter groups
and their distortions, Harper & Row, New York 1972, p. 129.
6 “We overcame their tradition, we overcame their faith. A contrite Catholic psychologist’s disturbing
testimony about his central role in the destruction of religious orders. An interview with Dr. William
Coulson”, The Latin Mass Jan-Feb 1994, p. 18.
7 ALASDAIR MACINTYRE, Tras la virtud. Trad. es., Crítica, Barcelona 2001, 322.
8 Ibid., p. 242.
9 Ibid.
10 Ibid., p. 290
11 ERICH NEUMANN, Storia delle origini della coscienza. Trad. it., Astrolabio, Roma 1978, p. 119.
12 CARL R. ROGERS, Potere personale. La forza interiore e il suo effetto rivoluzionario. Trad. it.,
Astrolabio, Roma 1978, p. 218.
13 Ibid., p. 219.
14 Ibid., 212.
15 Ibid., 211.
16 Ibid., 236.
17 Ibidem., p. 239.
18 ERICH FROMM, Tener o ser. Trad. es., Fondo de Cultura Económica, Madrid 1987, p. 41.
19 HERBERT MARCUSE, Ragione e rivoluzione. Hegel e il sorgere della “teoria sociale”. Trad. it., Il
Mulino, Bologna 1966, p. 158.
20 Ibidem., p. 169.
21 Ibid.
22 ERIK H. ERIKSON, Introspezione e responsabilità. Saggi sulle implicazioni etiche dell’introspezione
psicoanalitica. Trad. it., Armando, Roma 1968, p. 102.
23 Ibid., p. 103.
24 Ibid., p. 99.
25 Ibid., p. 103.

 

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