TEMA 5 Contenidos importantes para la dirección espiritual.
Por: Mayra Novelo de Bardo | Fuente: Catholic.net
“No existe un auténtico conocimiento de Dios sin enamorarse de Él”. Benedicto XVI
Esquema del contenido
A. El contenido principal de la dirección espiritual es el amor a Cristo.
1. Enseñara a orar
2. Expresiones de oración
B. ¿Cómo iniciar al dirigido en la vida de oración?
C. Principios que hay que inculcar al dirigido
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TEMA 5.1 Conocer a Dios (vida de oración)
En el trabajo educativo propio de una dirección espiritual hay que evitar dos extremos viciosos: el moralismo y la falta de realismo.
El primero consistiría en reducir la vida espiritual a un conjunto de normas y prácticas de piedad a seguir, como si estas actividades tuvieran en sí mismas la eficiencia suficiente para obtener la perfección. Por el otro extremo hay también el peligro de dejar indeterminado el plan de trabajo y crecimiento espiritual, confiando en la buena voluntad del dirigido, dejándole que actúe sencillamente como mejor le vaya, esto sería una falta total de sentido realista.
Hay que dar a la vida cristiana su sentido sustancial fundado en el amor, en la caridad, pero al mismo tiempo hacerlo realidad en lo concreto.
En esta sesión trataremos de uno de los contenidos esenciales de la dirección espiritual que es El amor a Cristo y la forma concreta de vivirlo.
A. El contenido principal de la dirección espiritual es el amor a Cristo.
La vida espiritual se desarrolla en el seguimiento personal a Cristo.
Este debe ser el contenido principal de la dirección espiritual: La dirección espiritual trata de obtener la perfección en la caridad; trata de desarrollar y llevar a plenitud el amor, que con la gracia, se ha infundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rom 5,5).
La vida en Cristo, la vida cristiana, es fruto de la Gracia divina en aquellos hombres que se prestan con generosidad y colaboran activamente con ella. Y la forma concreta de vivir en esta perfección es el cultivo asiduo de la vida de gracia, entendida fundamentalmente como la relación de amistad con Dios nuestro Señor, o mejor aún, como la relación personal de amor con Jesucristo.
Es esta relación de amor con Jesucristo la base y sostén de la vida espiritual en el creyente. Así se desprende de la llamada alegoría de la vid, que nos ha llegado a través del evangelio de San Juan “Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí” (Jn 15, 4), y “el que permanece en mi y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí, no podéis hacer nada” (Jn 15, 5).
Existe en la mentalidad de muchos la idea de que la vida de gracia se identifica sin más con lo que se llama “estado de gracia”; y el estado de gracia, para efectos prácticos, no vendría a ser otra cosa más que la simple ausencia de pecado. De este modo, el esfuerzo de muchos cristianos se reduce a un propósito, más o menos sincero, de no cometer pecado y acudir a la confesión de cuando en cuando, para estar en paz con Dios y con la conciencia.
Pero la vida de gracia va mucho más lejos ya que entraña una verdadera relación personal de amor con Jesucristo.
La vida de gracia, presentada así por el director espiritual al dirigido, lleva al cristiano a un esfuerzo continuo por agradar a Jesucristo, por medio del cumplimento de su voluntad y por el ejercicio asiduo de las virtudes evangélicas. Cristo por su parte ofrece dones como la participación en su vida divina y la asistencia segura del Espíritu Santo, que es el verdadero artífice de toda la vida sobrenatural del creyente y por lo tanto, el autor de la santidad.
¿Cómo cultivar la vida de gracia en medio de las actividades de todos los días? ¿Cómo cultivar la relación de amistad con Jesucristo? Hay sobre todo dos medios que el director espiritual debe proponer a todo el que quiera de verdad emprender el camino de crecimiento continuo en la vivencia de su fe y seguimiento a Cristo: la oración y la recepción de los sacramentos.
1. Enseñara a orar
Uno de los puntos importantes al dirigir espiritualmente a un alma es enseñarle a orar.
¿Qué es la oración? Es el encuentro íntimo del hombre con Dios en la interioridad del alma. Un encuentro en el que el espíritu humano contempla la belleza, la armonía, la grandeza de su Creador y redentor, descubre en esta contemplación, la senda de la voluntad de Dios y recibe la luz y la fortaleza para recorrer ese sendero, traduciendo en actitudes y en acciones aquello que ha contemplado.
Si el dirigido no aprende a orar, a dialogar con Dios, a consultarle antes de la toma de las decisiones más difíciles, terminará viviendo como todos los demás preocupado en satisfacer sus propios intereses, sin consideración de aplicaciones morales, sociales, religiosas. Es necesario acudir a la oración y allí y pedir al Señor pedir luz y gracia para discernir cristianamente y obrar en consecuencia.
2. Expresiones de oración
Hay una oración sencilla, asequible y benéfica: la recitación de plegarias hechas. Cuando se vive con la mente dispersa en mil preocupaciones, es útil acudir a estas oraciones y hacerlas lugar de encuentro con Dios. Hay plegarias verdaderamente sublimes, que la Iglesia ha realizado a lo largo de los siglos como por ejemplo: el padre Nuestro enseñado por el mismo Jesucristo, el Avemaría, inspirado en el evangelio y la tradición y los santos ofrecen un sin número de oraciones para ofrecer el día, en la mañana y para agradecer la jornada de la noche. Son oraciones que si “se rezan” hay que saber darles su importancia y su lugar.
Hay también otro tipo de oración, quizá más difícil, pero deja sin duda un fruto más hondo y duradero en el alma. Es la llamada Meditación. En ella el hombre recoge su mente, su voluntad, su corazón, su memoria, su imaginación, para dialogar con Dios, como cuando conversa con un amigo, acerca de un pasaje del evangelio, algún tema de la vida cristiana, o de alguna situación personal.
Para quien busca crecer en la santidad, debería poder encontrar cada día un espacio de 10 a 15 minutos para entregarse a este diálogo con Dios y sacar de allí luz, determinación y ayuda para recorrer la jornada según la voluntad de Dios. Puede ser un cuarto de hora al levantarse, antes de salir hacia el lugar de trabajo, o por la noche antes de retirarse a descansar, o hacer alguna pausa durante el día.
Ciertamente no es fácil el ejercicio diario de la meditación, sobre todo cuando la mente se halla solicitada por un sinfín de asuntos, ideas, distracciones, proyectos, problemas que tiene que resolver. Sin embargo el anhelo sincero y profundo de buscar a Dios, y el esfuerzo repetido día con día, irán proporcionando una facilidad creciente y un gusto cada vez más mayor hacia esta actividad tan necesaria para la vida espiritual.
¿Cómo hacer la meditación? Buscar un sitio idóneo, de preferencia aislado, donde uno no esté perturbado por ruido o personas, actuar la conciencia de que Dios está presente allí, un acto de fe en Dios para ponerse delante de él con sencillez y naturalidad con las palabras que broten espontáneamente, pedir su ayuda para sacar el fruto que se busca en ese rato de oración.”Señor, tú que me escuchas y quieres el bien de tus hijos, te pido que me ayudes en este día a ser como el buen samaritano: ayúdame a descubrir las necesidades de mi prójimo, y dame la generosidad para prestarme a remediarlas con alegría y prontitud”.
Se sugiere tomar un texto del evangelio, hacer una lectura pausada tratando de imaginar la escena, viendo que hacen los personajes, escuchando que dicen, leyendo sus sentimientos íntimos, etc. Después de esta primera lectura hay que tomar el texto nuevamente desde el inicio, para reflexionar con más profundidad su sentido y sobre todo para tratar de descubrir las lecciones prácticas que tiene para la vida concreta. Por ejemplo si se medita en buen samaritano: - aquel hombre asaltado, era uno cualquiera, un desconocido, podía haber sido el vendedor de la esquina, el chofer del taxi, o el compañero de asiento en el avión. Lo dejaron medio muerto. En ese momento no podía valerse por sí mismo. Si nadie lo hubiese auxiliado, ahí abría muerto lejos de los suyos. Ahí quedó el pobre hombre y ninguno lo sabía. ¡Cuánto sufrimiento, cuánta necesidad, material o moral, sufre tal vez esta persona con quien hoy me cruzo, y nadie a su alrededor lo sospecha!-.
Lo más importante, al ir haciendo estas reflexiones es ir dialogando con Nuestro Señor preguntarle con sinceridad y disponibilidad, qué es lo que uno tiene que cambiar en su interior, pedir la gracia para ser generoso y modificar las actitudes contrarias. La verdadera oración no es la que sabe de sutilezas y elucubraciones, sino la que transforma la voluntad y el corazón.
Para que ese rato de oración no sea estéril y el fruto no quede sólo en buenas intenciones, es conveniente enseñar al dirigido a terminar con una resolución concreta, un propósito práctico a realizar en ese día: - como una expresión de mi amor al prójimo, esta tarde al salir del trabajo, voy a visitar a ese empleado de la oficina, que está internado en el hospital- Resulta de mucho provecho ayudar a fijar una serie de temas para la meditación, de manera que cada día al llegar el momento reservado para el encuentro con Dios, ya se sepa que se va a meditar; de otra forma es muy fácil exponerse a improvisar en cada ocasión, con peligro de divagar y perder minutos preciosos mientras se busca y se decide algo.
Hemos mencionado dos tipos de oración: el rezo de las plegarias y la meditación. Hay todavía otra, en cierto sentido más sencilla, aunque requiere mayor finura en el alma. Es la oración que se prolonga a lo largo de la jornada, haciendo una especie de trasfondo, de todas y cada una de las actividades del día. Es una oración eminentemente espontánea: un diálogo permanente en el interior del alma, en el que uno va comentando y compartiendo con Jesucristo las cosas que piensa y hace, los proyectos y las realizaciones, los deseos y las intenciones; le ofrece los buenos éxitos de sus iniciativas, y pide luz y ayuda para resolver las cuestiones difíciles, le agradece las incontables bendiciones con que Él se hace presente continuamente: el nuevo día, el sol, la sonrisa de la esposa, el abrazo del hijo, el negocio bien logrado, la lectura provechosa, la velada amena con los amigos, etc., etc. La sucesión interrumpida del acontecer diario es el tema de esta conversación interior, con la que uno busca incrementar la amistad con Jesucristo y trata de parecerse cada vez más a Él. Este tipo de oración supone, y a la vez alimenta, el amor a Dios nuestro Señor. Así como dos personas que se aman entrañablemente, pasan la mayor parte del tiempo pensando en la persona amada y se desviven por complacerse una a otra, así el alma que ama a Jesucristo, no solo piensa en Él, sino dialoga continuamente con Él, buscando agradarle en medio y precisamente a través de las actividades cotidianas.
La oración es un instrumento precioso para fomentar la vida de gracia, esto es, para incrementar la amistad con Jesucristo. Hay también otros medios como los sacramentos que de ellos no hablaremos en esta sesión.
Nota: para el desarrollo de los puntos B y C presentamos en resumen las ideas principales sobre este tema del libro “Dirección espiritual. Teoría y práctica” del padre José María Mendizábal. S.J.
B. ¿Cómo iniciar al dirigido en la vida de oración?
Todo el problema que se nos presenta se puede reducir a esto: ayudar a esta persona concreta para que ore más y con más verdad, mejor y con más profundidad, con más autenticidad. Y, junto a esto, conjeturar el paso inmediato al que la gracia le mueve, prestarle ayuda; de tal manera, que se vaya elevando poco a poco según las exigencias que vayan apareciendo. Este es el problema.
Para ayudar a una persona iniciándola en la oración, el director, ante todo, tiene que tener idea de las experiencias de oración de esa persona en el tiempo precedente. Toda persona que se acerca a la dirección, ya ha tenido experiencias de oración, aunque sean muy rudimentarias. No le imponga, por tanto, un esquema premeditado, sino vea primero qué oración ha hecho, quizá desde su infancia. Será oración de súplica, u oración de adoración al Santísimo, u oración por sus necesidades personales o por las de los demás. Conocerla para insistir más en aquella línea donde esta misma persona ha encontrado mejor acogida espiritual, y, partiendo de ahí, llevarle a que ore más profunda y verdaderamente.
Si resulta que el dirigido ha practicado antes ya la meditación, si está ya introducido en ella, hay que respetar su oración. Únicamente habría que intervenir para corregir defectos que se hubiesen introducido o para completar elementos importantes que falten. El director tiene que tener sumo respeto al modo de oración propio de la persona que se pone en sus manos; de tal manera, que no se empeñe en llevarle por una forma determinada; ni siquiera por aquella que el director ha experimentado como buena para sí; sino que debe respetar muchísimo el camino que la persona concreta va siguiendo, siempre que no haya contraindicaciones ni se tengan motivos suficientes para pensar que ha errado en su camino. En este último caso, se corrigen los errores que existan.
En general, se advierte que el proceso pedagógico de la oración suele seguir la línea del padrenuestro, invertida. Hay que respetarla. Es como si Jesucristo nos hubiera enseñado el padrenuestro bajando él de la altura de su oración hasta la bajeza de la nuestra, y el proceso nuestro suele ir subiendo desde un comienzo más terrestre de oración hasta la elevación de Cristo. Por eso, de ordinario, lo que pide el fiel sencillo es «líbranos del mal», de lo que ve como mal: de la enfermedad, de la muerte, de las desgracias, de la pobreza; y ésa es su oración normal. Después ve como mal el pecado; y de ahí empieza a pedir: «no nos dejes caer en la tentación», líbranos del pecado, que ya supone una cierta elevación mayor al considerar el pecado como mal del que Dios tiene que librarle. Siguiendo más adelante, pide la purificación de los pecados: «perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos»; de ahí llega a la providencia actual, contentándose con «el pan de cada día»; y de ahí, a la voluntad del Señor: «hágase tu voluntad»; al, «venga tu reino» y «santificado sea tu nombre». Es decir, que es una elevación de niveles, del estado interior que uno advierte como indigencia, y para cuyo remedio invoca la asistencia de Dios.
El trabajo de elevación ha de ser lento y oportuno. Quizá la petición que hace el fiel en la oración, aparentemente, no ha tenido el efecto deseado en alguna ocasión. Es posible que esto desencadene una crisis de oración y piense que la oración es inútil. Es el momento de elevar más la visión de oración; que no se pretende simplemente que se cumpla nuestra voluntad. Aprovechando esa crisis que ha brotado en este camino normal, se trata de elevarla, de dar una visión más alta, de enseñarle a pedir abandonándose a la voluntad de Dios; no imponiéndole la suya, sino reconociéndose criatura de Dios, sometido a su voluntad, ignorante de los planes del Señor en muchas cosas. Habrá afinado su oración. En otra ocasión puede llevársele a que comprenda la importancia de la pureza de corazón para la misma eficacia de la petición.
Como contenidos para la oración que se puede sugerir al principiante son los ejercicios espirituales, porque contienen una serie de principios que se pueden dar en común y una guía personal de cada uno, controlando cómo actúa, qué disposiciones va alcanzando, si se va volviendo rígido o blando a la acción de la gracia. Esta es la verdadera introducción a la oración. Se descubre prácticamente, vitalmente, lo que significa sequedad, fidelidad, consuelo de Dios, tentación, etc. Se le enseña a discernir y se le ayuda a seguir el camino que Dios va mostrándole. Se corrigen también inmediatamente los defectos que van manifestándose: inconstancias, falsas valoraciones, adhesión excesiva a ciertas experiencias y gustos, etc.
Ni permita el director que el alumno descuide las materias fundamentales de los novísimos: pecado, muerte, juicio, infierno, cielo. Unidas a la pasión del Señor. Ayudan mucho a las personas que sinceramente desean avanzar en el camino de la vida espiritual. La actitud ante Dios debe asentarse sobre el convencimiento de lo poco que es el hombre ante él y de lo mucho que le debe.
También puede ofrecer buena materia la introducción a una lectura del Evangelio inteligente y espiritual. La lectura de obras espirituales es también excelente camino. Pero ha de ser un libro de verdadera lectura espiritual, no de estudio. Una lectura espiritual que no se reduzca a ocupar amenamente el tiempo, sino lentamente rumiada, interrumpida meditativamente, mientras se mantienen las actitudes fundamentales oracionales.
Mientras en la dirección se introduce a estas formas de oración meditativa, no hay que descuidar nunca la oración vocal. Estimarla en mucho y comunicar esa estima; la oración vocal, sencilla: la de la mañana y de la tarde, las jaculatorias, el rosario, las oraciones aprendidas de niño, el padrenuestro, oraciones de la liturgia, hechas con suave recogimiento, lentamente recitadas; dichas con amor, con actitudes interiores correspondientes. La oración es vida, y, por tanto, suele resultar vitalmente una mezcla espontánea de todas las formas, según el movimiento de la gracia interior.
De esta manera, poco a poco se le introduce al dirigido en las formas diversas y posibilidades varias de tratar con Dios, para que se detenga en aquella en que Dios le sale al encuentro. En todo el ejercicio espiritual y a lo largo de la vida hay que ir siempre tanteando para dar con el camino que entonces Dios señala. Y donde el Señor se comunica con sus dones interiores, allí debe insistir humildemente el cristiano.
Una cosa es importantísima en la iniciación: no tener ninguna prisa por pasar adelante. En la vía de la oración hay que proceder lenta y pacientemente. Sólo hay que subir al grado superior cuando uno se mueve ya fácilmente en el grado precedente. Suele ser un paso espontáneo y maduro.
La meditación, la oración mental es el camino para asimilar el mundo de la fe viviéndolo a la luz de Dios. Es rumiar la Palabra de Dios para que el corazón se empape de ella... Más allá de una emotividad superficial, tiene que ir alcanzando y formando el centro personal del hombre. Las mismas consolaciones que el Señor envía tienen como objetivo grabar más profundamente las verdades fundamentales. La fe no es sólo aceptar teóricamente unas afirmaciones, sino además vivir según esas afirmaciones. Y vivir no sólo en fuerza de unas secas determinaciones de la voluntad, sino vivir porque el hombre reacciona cordialmente según esa realidad. Esto es lo que se va actuando en la oración mental. Por eso hace falta calma, paz, insistencia serena, aun sin particulares emociones
C. Principios que hay que inculcar al dirigido
El director tiene que tener muy claro que la oración es obra del Espíritu Santo.
Recogemos aquí algunos principios que hay que ir infundiendo en este trabajo introductorio. Se refiere a los elementos estructurales constitutivos de la oración que el dirigido tiene que penetrar y asimilar lentamente. Conforme se habla con el dirigido que va entrando en la oración, se van repitiendo estos principios, dejándolos caer en la conversación oportunamente.
1. En la vida cristiana, desde el principio aparece una doble oración: una solemne de alabanza, adoración, petición, que generalmente se dirige al Padre en la liturgia. Tal es el prefacio, el canon de la misa, las oraciones solemnes litúrgicas. Así también San Pablo se expresa escribiendo a los efesios: «Por eso doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo». En la estructura de la vida cristiana, junto a esa forma de oración solemne aparece otra de familiaridad con Jesucristo. Así San Pablo habla con Jesucristo, como lo refiere él mismo escribiendo a los corintios: «Por tres veces rogué al Señor que me quitara el estímulo de mi carne» (2 Cor 12,8). En el texto griego 66 original, el término rogué significa la sugerencia amigable que se hace en el trato entre amigos: «Le pedí por favor».
En la ayuda de dirección hay que procurar mucho que el dirigido recurra familiarmente durante el día a Jesucristo como amigo, suplicando su auxilio y asistencia constante. Que se mantenga vivo el recuerdo permanente de la propia miseria de criatura y de la divina omnipotencia, llena de misericordia.
2. La importancia de la fidelidad al tiempo prefijado habitual de oración mental no debe reducirse a su valor de gimnasia metódica de la voluntad y su constancia. Pero junto a la fidelidad hay que desarrollar las actitudes interiores de la oración. Solo la fidelidad no es oración.
Hay que llevar al gusto de la oración y a sus riquezas interiores.
3. El director no debe maravillarse ni extrañarse de que
pronto se presenten luces interiores, consuelos, sentimientos; pero no crea por eso que el dirigido ha llegado a la oración
infusa.
(En el ámbito oracional hay que distinguir entre la oración como postura humana y los contactos de comunicación divina que pueden darse en el tiempo de la oración. La oración como actitud humana abarca la atención activa, la consideración, la contemplación diligente, el esfuerzo sensato. El contacto de comunicación divina se recibe pasivamente como iluminación, paz, afecto, gozo del Señor. Es normal que estas comunicaciones en grado diverso se den en la oración y humildemente se pretendan en ella. Este fruto se recibe pasivamente, de manera infusa. Pero ello no hace que la oración sea infusa. La oración se dice infusa cuando la actitud oracional humana es comunicada pasivamente. Cuando se da esta oración infusa, el hombre no tiene que hacer esfuerzo para atender a Dios; se le da hecho el estar en atención amorosa a Dios; le recogen los sentidos desde dentro, sin esfuerzo, como el silbido del pastor, que recoge automáticamente las ovejas).
4. El mero hecho de no haber obtenido un fruto tangible concreto o de no haber sacado un propósito determinado, no significa que la oración ha sido inútil. Dios no siempre manifiesta su voluntad precisamente en el tiempo de la oración. Lo normal es que en la oración se vaya creando la disposición dócil para que cuando el Señor, a lo largo del día y en las circunstancias más diversas, manifieste su voluntad, la pueda reconocer y aceptar.
5. El recogimiento propio de la meditación consiste en una sencilla y sincera apertura del corazón a la acción de Dios, retrayendo la mente de lo creado y elevándola a Dios. Para efectuar una conversación telefónica, hay primero que establecer comunicación. Sin tenerla sería absurdo comenzar a hablar. Y es evidente que establecer comunicación no es lo mismo que concentrarse en pensar reflejamente que hay una persona al otro lado del hilo telefónico. De manera análoga, el ponerse ante Dios no va por una línea de puro pensar o concentrarse, sino por una apertura del corazón a la luz de Dios, a la manera que se abre una ventana para que entre el sol. Debe ser una actitud personal abierta; el Señor está presente, y el hombre ante él con la actitud de su ser entero, que le adora de verdad.
6. Al controlar la marcha de su oración hay que instruir al dirigido a que debe prestar
mucha atención a la pureza de corazón. La preparación a la oración hay que obtenerla, sobre todo, por la pureza del corazón, mantenida en el trato familiar y fiel con el Señor durante el día, deseo de oración y contacto con él.
7. La oración buena no se identifica con pasar el tiempo de ella sin distracciones. En el principiante suele ser fuerte la preocupación de no distraerse: Incluso no es raro que conciba la oración como «estar una hora sin distraerse», cosa que no le sucede en ninguna otra actividad humana profesional. Esto puede desenfocar el esfuerzo de la oración. Hay que formar al dirigido a que esté pendiente de Dios y no de las posibles distracciones.
8. En el progreso de la oración se presentan muchas veces períodos de aridez y depresión, desgana y falta de fe. Es
momento peligroso para el principiante, cuya virtud más difícil es la constancia, sobre todo cuando falta el auxilio de los consuelos espirituales. Por eso hay que sostener su perseverancia fiel en la oración prefijada, por más que le parezca aburrida e inútil en medio de su aridez. No entrará nunca de verdad en los caminos de la oración quien no esté decidido a aburrirse largamente en ella. En cambio, pretender hacer oración sólo cuando sienta ganas o devoción sensible, significa dejarse llevar de la flojedad humana y resignarse de antemano a tener cada vez menos ganas de oración. Hay que decidirse y mantenerse con perseverancia.
9. Tiene que aceptar la ausencia de Dios. La ausencia de Dios sentida es una forma de presencia de Dios y de oración. No se puede sentir la ausencia de algo que no está de algún modo en el corazón. Lo que se recibe conscientemente en la oración es sólo una sombra de lo que se recibe en ella sin que el interesado caiga en la cuenta. Recibe aun cuando no tenga conciencia de estarlo recibiendo, sin que sepa la mano izquierda lo que hace la derecha (cf. Mí 6,3). En muchas ocasiones sería un verdadero remedio de la aridez el llegar a comprender, como Santa Teresa, que ese mismo no entender es un tesoro precioso.
10. A veces hay personas que en la oración se encuentran
bien con el Señor en una quietud serena. Pero surge la preocupación de que necesitan penetración sólida en las verdades
de la fe. En consecuencia, se les quita de la oración serena y
cordial con el Señor y se les hace meditar en las verdades de
la fe para asimilarlas sólidamente. Es un procedimiento demasiado expeditivo.
Tenga presente el director que la oración mental no es el único camino para penetrar en esas verdades. Por lo tanto, no siempre hay que quitar a esa persona de una oración que puede ser auténtica. Hay otros medios de formar en la fe, como la lectura apropiada o el estudio sabroso. No habría nada que objetar a esa oración más afectiva, con tal de que se provea de otra manera a la formación sólida del entendimiento, que es necesaria.
11. La oración debe estar fundada en espíritu y verdad. No es conveniente recurrir al sistema de ocupar el tiempo de
manera entretenida, presentando en forma de petición al Señor cuanto uno ha experimentado durante el día. No porque
esto sea malo, sino porque no debe ser un método de entretenimiento habitual para hacer soportable el tiempo de oración. Conviene promover en el dirigido, más bien, la verdad de estar sinceramente con el Señor. Y progresivamente habituarle a dejar todas las preocupaciones terrestres, aunque buenas, para sumergirse en Dios. Muchas veces sucede que el hombre está estrechado con preocupaciones profesionales, apostólicas, económicas; llega a la oración, y, en lugar de esponjar el corazón desde su estado de angustia y estrechez mantenido, sigue dando vueltas a sus mismas preocupaciones con la misma estrechez de corazón. Por ese camino no llegará nunca a dilatarse según las dimensiones de Dios. Al llegar a la oración conviene que lo deje todo para entrar en la nube con Dios (cf. Ex 24,16), a fin de que luego se acerque a la realidad del mundo y del hombre con un corazón como el de Dios.
12. En la oración se plantea pronto el problema de la autenticidad de los dones de Dios. Es buen criterio el no establecer nunca una separación entre el juicio sobre la oración y el cuadro general de la vida del dirigido. Si una oración es auténtica y va elevándose, el cuadro general de la vida debe elevarse igualmente. Por lo tanto, en orden a un juicio de autenticidad, más que el contenido experiencial de una oración concreta, interesa examinar el cuadro de la vida: el nivel de bondad de corazón, de salida de sí, de servicialidad para con los demás, de mansedumbre y paciencia.
Con todo, sería equivocado concluir que no pueden darse auténticas gracias de oración sin que antes se haya elevado el nivel de vida. Pueden aparecer gracias de oración en comunicaciones elevadas incluso pronto, cuando no está aún muy elevado el nivel de vida. Es perfectamente compatible que esté lleno de defectos y fallos espirituales, y que, con todo, el Señor le conceda grandes gracias; sólo que entonces estas gracias pondrán en su espíritu un impulso de purificación y santidad. Hay que ayudar a esa persona a que eleve su vida al nivel de las gracias que recibe.
Un buen signo de que las comunicaciones son de Dios suele ser la prontitud y facilidad que comportan para dejarse juzgar y conducir por la Iglesia en sus ministros. Las gracias auténticas llevan dentro una necesidad de ser confirmadas por quien tiene autoridad para ello en la Iglesia. Es decir llevan el sello de la obediencia.
Cuestionario y participación en los foros
Las siguientes preguntas son de uso personal, NO SE PUBLICAN EN LOS FOROS. Tiene el objetivo de analizar nuestras disposiciones para vivir en la práctica el camino de la perfección cristiana, contenido principal de la dirección espiritual.
¿Qué es para mí la oración? ¿Hay gratitud, adoración, reparación? ¿Oro con frecuencia?
¿Es para mí la oración una necesidad de vital? ¿Siento que es un deber, una obligación?¿trato día a día de orar mejor?¿Hago de mi oración un diálogo íntimo con Dios, a quien amo y sé que me ama?¿Dedico el mejor tiempo de mi día a la oración?
¿Qué frutos obtengo de mi oración? ¿Cómo va cambiando mi vida? ¿Se nota mi transformación sobre todo en el trato con mi prójimo?¿saco siempre propósitos concretos y prácticos?
¿Pido consejo a mi orientador cuando se me dificulta la oración? ¿Sigo sus consejos?
Para compartir en los foros del curso
Si la oración es “el encuentro íntimo del hombre con Dios en la interioridad del alma. Un encuentro en el que el espíritu humano contempla la belleza, la armonía, la grandeza de su Creador y redentor, descubre en esta contemplación, la senda de la voluntad de Dios y recibe la luz y la fortaleza para recorrer ese sendero, traduciendo en actitudes y en acciones aquello que ha contemplado”.
¿Podrías resumir según el Catecismo de la Iglesia Católica, cuales son los tipos, las fuentes, las expresiones de la oración y algunas de las dificultades que con frecuencia se encuentran en la vida de oración?
¿Por qué es importante para el director espiritual conocer lo que dice la doctrina, el magisterio de la Iglesia y la experiencia de los santos sobre la oración cristiana?
¿Cuáles son los principales peligros que se pueden presentar cuando falta una correcta “introducción” al mundo de la oración?
Comentario o sugerencia…
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Orando se aprende a orar
Autor: Lucrecia Rego de planas
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La oración cristiana
Autor: Catecismo de la Iglesia Católica
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Disposiciones necesarias para orar
Autor: Catholic.net
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Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana
Autor: Joseph Cardenal Ratzinger
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Preguntas o comentarios al P. Llucià Pou Sabaté Dr. en Teología Moral
Preguntas o comentarios al P. Alberto Mestre Carbonell, Licenciado en Teología Moral.
Preguntas o comentarios a Hna. Roxanna. Misionera, acompañamiento espiritual.