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TEMA 7 Discernimiento
¿Cuál es la voluntad de Dios para mí en esta situación? ¿Qué quiere Jesucristo? Nuestra misión como orientadores consistirá en ayudar a las almas a discernir qué les pide Dios en las situaciones concretas de sus vidas.


Por: Mayra Novelo de Bardo | Fuente: Catholic.net




La vida humana comporta una gran cantidad de opciones, pues Dios nos creó libres, y puso nuestra propia realización en nuestras manos. No está exento de dificultades el camino de nuestra santificación. Todos nos encontramos ante problemas y situaciones cuya solución no se vislumbra fácil, acertada, clara y rápida. Se nos presentan dilemas. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué debo hacer? Para el no creyente, o para la persona con una fe que no afecta su vivir diario, la decisión suele basarse únicamente en la razón, pesando los pros y los contras de las opciones, o en la intuición, fruto muchas veces de las emociones, caprichos o preferencias. Sin embargo, para quien posee una fe viva y operante, la pregunta «¿Qué debo hacer?» se convierte en: ¿Cuál es la voluntad de Dios para mí en esta situación? ¿Qué quiere Jesucristo? Nuestra misión como orientadores consistirá en ayudar a las almas a discernir qué les pide Dios en las situaciones concretas de sus vidas.

Para esta sesión del curso nos apoyamos en el estudio del P. Miguel Ángel Fuentes, V.E. sobre “El discernimiento de espíritus”.

Esquema de esta lección:

A. Introducción: ¿Qué entendemos por discernimiento de espíritus?
B. El conocimiento de los diversos espíritus
C. Fenomenología de las mociones interiores
D. Modo habitual de proceder de los espíritus
E. Indicaciones para discernir mociones concretas
F. Modo de comportarse ante uno y otro espíritu

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A. ¿Qué entendemos por “Discernimiento de espíritus”?

“Por discernimiento de espíritus se significa el proceso por el cual nosotros examinamos, a la luz de la fe y en la connaturalidad del amor, la naturaleza de los estados espirituales que experimentamos en nosotros y en los demás. El propósito de tal examen es decidir lo más posible cuáles de los movimientos que experimentamos nos llevan al Señor y a un servicio más perfecto de Él y de nuestros hermanos, y cuáles nos apartan de este fin... Cuando hablamos de connaturalidad del amor nos referimos a un conocimiento de fe y amor, es decir, no se trata tanto de un razonamiento y de un análisis, sino de ese conocimiento que procede de la experiencia de alguien a quien amamos .” (Thomas H.. Green. La cizaña en el trigo, Narcea, 1992, p. 51).

Según su origen hay dos tipos de discernimiento:

1. El discernimiento adquirido.

Se posee por medio del ejercicio y del conocimiento de las personas, por la oración, el estudio y la experiencia propia.

2. El discernimiento infuso.
Éste es un don de Dios. Un carisma dado para ayudar a los demás. Hay sacerdotes, religiosos o seglares que, sin una gran formación teológica o espiritual, tienen sin embargo una gran capacidad de discernimiento y consejo. San José de Cupertino, San Juan María Vianney (mejor conocido como el santo Cura de Ars), Santa Teresa de Jesús, por mencionar algunos, son ejemplos de esta capacidad infusa.

3. La capacidad para discernir los espíritus es una gracia del Espíritu Santo, unida al don de consejo y de entendimiento.

Para poder comprender mejor la necesidad del discernimiento, partamos de un primer hecho: somos creaturas amadas por un Dios que ha querido compartir con nosotros su vida, su amor, y quiere que lleguemos a la plenitud de felicidad para la cual nos ha creado en la eternidad. Siendo tan bello su plan, ¡cuán importante resulta discernir los caminos que nos llevan a cumplir su voluntad! Dios no se desentiende de nosotros, vino para habitar entre nosotros y dentro de nosotros. No sólo se encarnó, además, por nuestro bautismo nos hemos convertido en su morada. La Santísima Trinidad habita en nosotros por la gracia santificante. Somos «templos del Espíritu Santo», y gozamos de sus inspiraciones en nuestra conciencia.

Vayamos a un segundo hecho: debido a nuestra condición de creaturas caídas (pecadoras), a nuestra inteligencia obscurecida se le dificulta conocer la voluntad de Dios, y a nuestra voluntad debilitada le molesta seguir esta voluntad aunque la conozca. Nuestras pasiones y sentimientos se han desordenado; muchas veces parecen niños caprichosos, como bien los describe San Juan de la Cruz, nunca satisfechos y siempre buscando obtener cuanto nos piden.

Reconozcamos un tercer hecho, hoy muy rebatido, pero que permanece como una verdad en nuestra fe católica: existe el demonio y sentimos su influencia en nosotros mismos y en el mundo. Él es el “padre de la mentira”, odia a Dios, y cifra su único interés en apartarnos de Él, utilizando diversas estrategias.

Por tanto, concluimos lógicamente en la necesidad de recibir ayuda para discernir la voluntad de Dios para nosotros; cuáles movimientos en nosotros nos llevan a verla con más claridad y a cumplirla, y cuáles nos apartan de ella.

También tenemos necesidad de discernir cuáles «espíritus» son buenos y cuáles son malos, pues a veces sentimos en nuestro interior varias voces que nos pueden confundir. Veamos algunos ejemplos. Una joven siente en sí el llamado a hacer algo más con su vida. Se siente atraída por la vida religiosa, pero por otra parte siente también el deseo de ser enfermera como su madre, de ser profesora, como su tía… quiere darse a los demás pero se pregunta: ¿Qué querrá entonces Dios? ¿Cómo discernir? Una mujer consagrada, ha estado viviendo bien, de pronto los problemas la asaltan, todo lo ve negro, oye voces de “deja esto y sal al mundo” u otros ‘comentarios’ semejantes. Ella se siente dividida interiormente ¿qué hacer?

4. Para poder discernir auténticamente, necesitamos unas predisposiciones:

a) Deseo de hacer la voluntad de Dios.
Necesitamos querer lo que Dios quiere, si no, es imposible el discernir. El director espiritual debe querer cuanto Dios quiera para esta persona en concreto y el orientado también debe adoptar una actitud de «firmar el cheque en blanco» a Dios.

b) Apertura a Dios. Viene implícito en la primera disposición, sin embargo, en ocasiones queremos elegir según nuestro propio gusto queriendo que sea el gusto de Él. Deseamos trabajar para Él, pero en el fondo, no nos gusta que sea de verdad el jefe. Dios tiene sus misterios, en ocasiones resulta desconcertante y «escribe derecho con líneas torcidas».

c) Conocimiento experiencial de Dios. Conocer a Dios significa conocer sus gustos, conocer lo que le agradaría más. Por eso, también se acude al director espiritual en busca de alguien que, además de la gracia de estado, tiene tal experiencia de Dios que les puede ayudar a discernir sus gustos. (Thomas H. Green)

San Ignacio de Loyola señala la materia sobre la cual no se debe discernir:

a) Las elecciones inmutables y las decisiones ya tomadas debida y ordenadamente. Opciones de vida tomadas con seriedad y validez. El demonio suele tentar y hacer la vida imposible susurrando el replantearse una y otra vez las opciones serias de la vida: matrimonio, vocación consagrada o sacerdotal. Si se han hecho con madurez y poseen un carácter de validez, generalmente no pueden tomarse como materia de discernimiento.

b) Lo malo en sí. Jamás podremos discernir opciones moralmente ilícitas, por ejemplo si tener un aborto o no, fornicar o no, mentir o no, etc. Nunca deben elegirse acciones intrínsecamente deshonestas so pena de ofender gravemente a Dios. Ciertamente, en ocasiones resulta difícil tener una idea sobre la bondad o malicia de una acción determinada, en esos casos, consultaremos a personas competentes y sólidos en la doctrina moral.
B. El conocimiento de los diversos espíritus.

El “discernimiento de espíritus” es una de las funciones más importantes del director de almas.
El discernimiento sobrenatural es obra de la virtud de la prudencia iluminada y elevada por la fe y también de un carisma que a veces Dios infunde en algunas personas. Sólo sabiendo practicar el auténtico discernimiento puede uno ser “enseñado por Dios”, es decir, llegar a ser lo que San Juan y San Pablo llamaban theodídacta (cf. 1 Tes 4,9; 1 Jn 2,27). Escribía a este respecto Balduino de Cantorbery: “Está escrito: ‘Cree uno que su camino es recto y va a parar a la muerte’. Para evitar este peligro nos advierte San Juan: ‘Examinad los espíritus si provienen de Dios’. Pero, ¿quién será capaz de examinar si los espíritus provienen de Dios, si Dios no le da el discernimiento de espíritus, con el que pueda examinar con agudeza y rectitud sus pensamientos, afectos e intenciones? Este discernimiento es la madre de todas las virtudes, y a todos es necesario, ya sea para la dirección espiritual de los demás, ya sea para corregir y ordenar la propia vida”.

El “discernimiento” es fundamentalmente un acto de dos realidades: un acto de la virtud de la prudencia y un carisma del Espíritu Santo.

1) El discernimiento como acto de la prudencia
La prudencia,
llamada por los antiguos “diákrisis”, La Carta a los Hebreos se refiere a esto cuando habla del discernir lo bueno y lo malo (Hb 5,14). Santo Tomás recuerda las palabras de San Agustín quien afirmaba que “la prudencia es un amor que discierne bien aquellas cosas que ayudan a tender a Dios de aquellas que nos impiden ir a Él”, es decir, comenta el Aquinate, “amor que mueve a discernir”. Este juicio discretivo no es un acto puramente intelectual y especulativo sino un juicio eminentemente práctico que se realiza en gran medida por connaturalidad, es decir, por cierta comparación con la propia naturaleza perfeccionada por la gracia. De aquí la necesidad de tener en uno mismo los hábitos virtuosos que nos connaturalizan con el bien (natural y sobrenatural). En este sentido explica Santo Tomás aquellas palabras de San Pablo: El hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios; son para él locura y no puede entenderlas, porque hay que juzgarlas espiritualmente. Al contrario, el espiritual juzga de todo, pero a él nadie puede juzgarlo (1 Cor 2,14-15).

En cuanto parte de la prudencia el discernimiento es un “arte” difícil de adquirir, especialmente por el origen sobrehumano de algunas mociones que agitan el alma. Aun cuando se juzgue a partir de reglas infalibles (por estar, por ejemplo, inspiradas en la Sagrada Escritura), el juicio siempre es falible, pues es un juicio sobre circunstancias concretas, variables, sujetas a error por parte nuestra. De aquí la obligación grave para todo director espiritual de poner los medios necesarios para adquirir este discernimiento y luego para llevarlo a madurez. Los medios son:

–El primero, la oración ante cualquier juicio y dictamen que se deba realizar.

–El segundo, el estudio de la Sagrada Escritura, de los Padres y teólogos, de la teología moral, ascética y mística. Estudio significa también la permanente preocupación por mantener en acto los conocimientos y por profundizarlos.

–El tercero, la experiencia que, si no es totalmente personal, al menos debe apoyarse en la ajena, es decir, en los escritos de los grandes maestros de la vida espiritual (como San Juan de la Cruz, San Ignacio, Santa Teresa, etc.).

–El cuarto, la práctica de las virtudes,< pues el juicio discrecional es un juicio por connaturalidad. El que no es virtuoso no tiene connaturalidad con la virtud ni con el bien, y se engaña en los intrincados caminos del Espíritu Santo.

–El quinto, evitar los obstáculos que impiden el verdadero discernimiento: la falsa confianza en sí mismo, el juicio propio, la falta de humildad por la que no se consulta a los demás, la necedad.

–El sexto, gran prudencia al emitir cualquier juicio, evitando tanto la fácil credulidad cuanto la terca incredulidad.

2) El carisma de discernimiento

San Pablo enumera entre los carismas que distribuye el Espíritu Santo en su Iglesia, el discernimiento de espíritus
(1 Cor 12,10). Este carisma es ordinariamente reservado a los santos y excepcionalmente puede ser acordado a algunos pecadores. Es una gracia gratis data, y como tal se da, según Santo Tomás y el Magisterio de la Iglesia, para la utilidad común de la Iglesia .Da al que discierne una luz, una “manifestación cognoscitiva” de lo que se refiere a los espíritus por los que somos inducidos al bien o al mal. El carisma de discernimiento se relaciona con el del profecía y lo completa. Por el de profecía se revela la existencia de los secretos del corazón; por el de discernimiento se descubre la fuente última de cada uno de esos secretos o movimientos del alma (es decir, si vienen de Dios, de la carne o del diablo).
C. Fenomenología de las mociones interiores
((1. Dos realidades psicológicas distintas

Hay que tomar conciencia de dos realidades psicológicas interiores diversas que se dan en todo ser humano. Son verdaderas mociones, fuerzas internas de acción, impulsos espirituales. Suele llamarse “espíritus” y es “un impulso, un movimiento o una inclinación interior de nuestra alma hacia alguna cosa que, en cuanto a la inteligencia es verdadera o falsa, y en cuanto a la voluntad es buena o mala”. Estos impulsos espirituales se perciben en dos grados:

a) Un grado común: como tendencias o impulsos de la naturaleza. Fenomenológicamente aparece constituida por un apetito natural que actúa con la presentación del objeto apto para que se actualice, es decir, como una tendencia connatural. Puede ser connatural con la naturaleza humana caída o connatural con la gracia.

b) Un grado intenso: como tendencias o impulsos particularmente penetrantes. Fenomenológicamente se designa como algo que viene de fuera. Se percibe como una realidad que no entra en el juego normal de las tendencias o impulsos connaturales. Tiene un carácter de solicitación, que parece recibirse de manera personal aguda, como efecto de la acción explícita y pretendida de un agente exterior personal. A veces lo expresan diciendo: “me viene esta idea”, “no me deja en paz este pensamiento”, “es como si me repitieran continuamente en el corazón tal o cual cosa”...

2. Dos modos de actuar de las mociones interiores

Según que el hombre coopere con cada uno de estos grados actúa de un modo diverso:

a) Cuando el hombre sigue las tendencias de grado común actúa como dueño de su comportamiento; nota que el proceso interior comienza en él, se desarrolla y acaba según las fuerzas naturales, según sus hábitos, temperamento, carácter, virtudes, y disposiciones naturales. Estos actos empiezan suave y espontáneamente y van creciendo de modo gradual con la fuerza que normalmente corresponde al objeto, a la disposición personal y a los hábitos del sujeto.

b) Cuando actúa impulsado por las tendencias intensas lo hace como intervenido, como forzado, como condicionado por impulsos en grado intenso; se dan en la conciencia elementos que no encajan de lleno dentro del proceder natural psicológico. Al tomar conciencia de ellos, la persona tiene dificultad en gobernarlos; en ocasiones puede cortarlos, pero con trabajo muy grande; a veces no puede cortarlos y no le queda más que tener paciencia y aguardar que cesen por sí mismos. No se someten a leyes psicológicas naturales.


3. Contenido de las mociones interiores

Podemos distinguir los siguientes contenidos posibles:

a) En la imaginación e inteligencia:

Fantasías: presentación vívida de placeres, pecados, satisfacciones de las pasiones, hambre de venganza, odios vivaces; o, por el contrario: visión de la grandeza del fin del hombre, atractiva presentación de la virtud heroica, belleza del seguimiento de Cristo.

Pensamientos: criterios persistentes y obsesivos de la inutilidad del esfuerzo ascético, de la necesidad de prudencia para no estropearse la salud con la mortificación; o bien: necesidad del sacrificio de la cruz, de gastar la vida por los demás.

b) En los sentidos interiores: voces, palabras, locuciones, visiones, manifestaciones de tipo diverso.

c) En el apetito: coloco aquí lo que se denominan consolaciones y desolaciones, que merecen una atención especial porque es uno de los tópicos fundamentales sobre los que se ejerce la discreción de espíritus.

– La consolación espiritual: es una moción interior que la persona siente como venida de fuera y que se percibe vitalmente en el campo de la conciencia inflamando al hombre en amor a Dios y haciéndolo incapaz de amar nada creado en sí mismo; en su experiencia interior el consolado siente que sólo en Dios puede amar lo creado. Puede ser espiritual-sensible, o puramente espiritual, o espiritual con redundancia en lo sensible.

– La desolación espiritual: es una moción interior que también se siente como venida de fuera, con sensación fuerte de opresión, de oscuridad del espíritu, de ennegrecimiento del horizonte y de la vida; con turbación, inclinación pasional a lo terreno y carnal; con impresión de necesitar poner la confianza en lo creado y gozar de ello. Puede ser espiritual-sensible o puramente espiritual.

4. Estados posteriores

A las consolaciones y desolaciones suele seguir un “estado”: estado de consuelo o de depresión, de paz o de inquietud, de serenidad o de turbación. No se deben confundir. Las mociones son transeúntes; los estados son efectos de aquéllas y tienen un carácter más duradero.


5. Orígenes posibles de las mociones


Todas las mociones pueden reducirse a tres: la diabólica, la natural y la divina.

1. La naturaleza


La naturaleza humana tiene tendencias connaturales al bien propio de cada una de las potencias del hombre: la verdad, el bien espiritual, el bien concupiscible y el bien arduo. Pero la naturaleza del hombre se encuentra herida por el pecado; por eso experimenta tendencias desordenadas hacia el bien, especialmente al bien sensible. Estas tendencias desordenadas –cuando no son combatidas– constituyen los “vicios capitales”.

2. El diablo

La naturaleza corporal obedece a los espíritus angélicos en cuanto al movimiento local y en tal sentido el espíritu diabólico puede actuar sobre nuestros sentidos materiales, ya sea sobre nuestra imaginación, ya sea sobre el apetito suscitando algunos movimientos pasionales. Es también a través de su influencia sobre los sentidos que puede llegar –indirectamente– al entendimiento.

3. Dios

Su acción es directa y lo afirma la misma Escritura: Es Dios quien opera en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito (Fil 2,13); El corazón del rey es un curso de agua en la mano de Yahvéh, Él lo inclina hacia donde quiere (Prov 21,1). Dios obra directamente por sí o bien mediante sus ángeles.

En definitiva, como el diablo usa o potencia las tendencias desordenadas de la naturaleza los autores espirituales sintetizan sus reglas hablando tan sólo de dos espíritus, el bueno y el malo o el angélico el diabólico.)


D. Modo habitual de proceder de los espíritus

Los modos de proceder del buen y del mal espíritu son en algunas cosas totalmente diversos y en otras guardan cierta semejanza, lo que dificulta, precisamente, su discernimiento.


1) El mal espíritu procede de la siguiente manera:

a) En las personas que viven en pecado mortal: el mal espíritu trata de conservarlos en tal estado; para ello propone placeres aparentes, haciendo imaginar delectaciones y placeres sensuales (EE, 314).

b) En las personas que van adelantando en la vida espiritual: el mal espíritu trata de disuadirlos de la vida espiritual emprendida; para esto causa desolación: muerde con escrúpulos, entristece, turba, pone obstáculos, inquieta con falsas razones (como, por ejemplo, el miedo a las dificultades de la perseverancia) (EE, 315-317). Si la persona va aprovechando en la vida espiritual usará de “razones aparentes” (razones destituidas de todo fundamento, como los miedos al futuro, a las dificultades que podrán surgir si se intenta vivir la gracia), “sutilezas” (razones traídas de los pelos, como, por ejemplo, los escrúpulos sobre confesiones pasadas), “falacias” (razones a las que se le da un sentido que no viene al caso, como por ejemplo, negarse a misionar en tierras lejanas amparándose en que “la caridad empieza por casa”) (EE, 329).

c) Para ambos tipos de personas:

Trabaja siempre en el secreto, es decir, que tiene éxito en la medida en que las dudas, escrúpulos y temores no se consultan con el director espiritual o con un confesor. Su triunfo depende de que el alma se quede a solas con sus tentaciones (EE, 326).

Ataca siempre por el lado más débil: el defecto dominante, los vicios principales (EE, 327).

Aumenta su fuerza cuando la persona tentada se achica y empieza a ceder a la tentación. Su fuerza disminuye si la persona se agranda o se pone firme (EE, 325).

Sus toques y mociones suelen ser estrepitosos, sensibles y perceptibles (EE, 335).

– De modo extraordinario puede causar consolación (lo ordinario es que cause desolación): esta “consolación” apunta a distraer al alma y tiene como objeto un bien aparente ; pero esta consolación es siempre “con causa”, es decir, responde a una causa, estímulo u objeto que explica “naturalmente” por qué se ha originado (EE, 331).


2. El buen espíritu procede de la siguiente manera:

a) En las personas que viven en pecado mortal: el buen espíritu trata de apartarlos de la mala vida; para esto los punza con remordimientos (EE, 314).

b) En quienes van progresando en la vida espiritual: da ánimo, consolaciones, inspiración, quietud. En general puede reconocérselo en que:

Empuja a la mortificación exterior, pero regulada por la discreción y la obediencia. Y hace comprender que la principal es la mortificación del corazón y del juicio.

Inspira una humildad verdadera, que conserva en silencio los favores divinos, los cuales no niega ni rechaza sino que por ellos da toda la gloria a Dios.

Nutre la fe con lo más simple y elevado del Evangelio y da una gran sumisión al Magisterio de la Iglesia.

Reaviva la esperanza haciendo desear las aguas vivas de la oración, pero recordando que allí se llega pasando por los sucesivos pasos de la humildad y la cruz.

Acrecienta el fervor de la caridad infundiendo celo por la gloria de Dios y el olvido total de uno mismo. Hace desear que el Nombre de Dios sea santificado, que venga su Reino, que se haga su Voluntad.

Finalmente, da la paz y el gozo interior y fructifica en lo que San Pablo llama los frutos del Espíritu Santo: el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre (Gál 5,22-23).

En cuanto a las consolaciones, el buen espíritu puede consolar con causa o sin causa. “Con causa” quiere decir que consuela sirviéndose como medio de causas humanas (con ocasión de una buena lectura, en medio de la meditación o contemplación o presenciando una solemne y emotiva ceremonia litúrgica, etc.); en esto hay que estar atentos pues también el mal espíritu puede “consolar con causa” aunque se trata de consolaciones aparentes (EE, 331). En cambio “sin causa” sólo Dios puede consolar porque Él es dueño del alma y por tanto puede entrar, salir, tocarla y llevarla a un enorme grado de amor de Dios, sin que haya habido ejercicio alguno preparatorio para ello; se trata de toques de la gracia divina (EE, 330).

E. Indicaciones para discernir mociones concretas

Indicaciones para discernir las distintas mociones concretas (EE, 313)

Para discernir el origen de los impulsos, mociones y consolaciones que una persona percibe en su alma hay que atender al modo, la materia, las circunstancias, el desarrollo y los efectos de tales fenómenos


1) El modo

Primero hay que atender al modo como se producen; aunque esta norma no tiene valor absoluto es ya un importante indicativo. Así, por ejemplo (EE, 335):

–El buen espíritu: actúa suavemente, sin ruido, ni choque, sin estridencia, porque Dios entra en el alma en gracia como en casa propia. Es claro y fácilmente entendible.

–El mal espíritu actúa generalmente de modo estrepitoso, sensible y perceptible, como forastero en el alma en gracia.

2) La materia

En segundo lugar, hay que atender a lo que se propone. Cuando lo que se propone es algo malo no hay dificultad alguna en identificarlo como proveniente del mal espíritu. El problema es cuando lo que se propone es algo bueno: esto puede ser propuesto por el buen espíritu o por el malo para conseguir sus propios fines. El mal espíritu puede, perfectamente engañar incluso con razonamientos “teológicos”. Dice Gersón: el demonio a veces hace teología. Testimonio de esto son las tentaciones de Cristo en el desierto, para las cuales el diablo usa e interpreta de modo sofístico la Sagrada Escritura. Es necesario, por eso, hacerse cargo de su “teología” que si no empieza, al menos termina siendo contraria al verdadero sentido de la Revelación. ¿Qué observar para hacer un juicio?

–Cuando mueve a algo substancialmente menos bueno de lo que ya tenía determinado hacer el alma ante Dios, aunque sea bueno no viene del espíritu bueno.

–Si mueve a algo igualmente bueno o mejor y no perjudica los propósitos de vida ya tomados bajo la luz de Dios, sino que por el contrario los completa y eleva, entonces puede ser del espíritu bueno, si las circunstancias son buenas.

3) Las circunstancias

Hay que ver si lo que se propone es algo consonante con las obligaciones de estado de la persona, con las tendencias de la gracia tal como ya se han mostrado en la vida de esa persona, con la vocación que Dios le ha mostrado. Así, rara vez es de Dios:

–El impulso a cambiar un estado de vida ya elegido ante Dios.

–El impulso a realizar cosas extraordinarias y singulares o desproporcionadas al estado, edad, fuerzas, dotes y formación.

–El impulso a puestos u ocupaciones que traen riqueza, honores, poder, independencia.
Para estos casos habría que pedir una evidencia basada en la confluencia de signos no ya ordinarios sino extraordinarios. Indica, por eso, San Juan de la Cruz, que la resistencia a estos impulsos es agradable a Dios.

4) El desarrollo

En cuarto lugar, y especialmente para las consolaciones, hay que atender al desarrollo:


a) En las consolaciones con causa San Ignacio recomienda examinar todo el proceso de nuestros pensamientos (EE, 322-323):

–Los que vienen de Dios son buenos en su principio, su medio y su fin.

–Los que vienen del mal espíritu, en algún momento del proceso no son buenos: ya sea en su comienzo, en su medio o en su fin. San Ignacio advierte que es propio del demonio entrar con la “nuestra” para salir con “la suya”, es decir, sacar provecho incluso con cosas aparentemente buenas.

b) En las consolaciones sin causa hay que examinar el “segundo momento” de la consolación. Porque Dios puede tocar el alma y dejarla inflamada, pero en un segundo momento puede también mezclarse la influencia del mal espíritu, ya sea:

–Haciéndonos ver dificultades e inconvenientes en cumplir lo que Dios nos ha mostrado como voluntad suya en la consolación.

–O haciéndonos perder todo el fervor recibido inclinándonos a hablar y a manifestar a los demás, sin pudor espiritual, la gracia recibida.

–O bien poniéndonos respetos humanos de obrar en consonancia con las gracias recibidas durante la consolación (EE, 336).

5) Los efectos y los fines

Por último, hay que atender a los efectos, es decir, al estado espiritual que sigue a la determinación tomada. En general hay que decir que:

–A la obediencia al buen espíritu sigue serenidad y paz.

–Al prestar oído al mal espíritu sigue un estado interior de inquietud, oscuridad, turbación. Escribía Dom Columba Marmion a un dirigido: “En general debe considerar como obra del enemigo todo pensamiento que la agite, que arroje perplejidad en su espíritu, que disminuya la confianza o que le encoja el corazón”.

Todo esto puede resumirse con la comparación de los diversos espíritus o señales que indicaba De Guibert de modo esquemático:

A. Signos de uno y otro en el entendimiento

El Espíritu divino: Enseña cosas verdaderas; Enseña cosas útiles; Da luz y discreción; Da flexibilidad; Da pensamientos de humildad


El Espíritu diabólico: Enseña falsedades; Enseña cosas inútiles, vanas, ligeras; Da oscuridad, indiscreción; Siembra obstinación; Da pensamientos de soberbia o vanidad


B. Signos de uno y otro en la voluntad


El Espíritu divino se caracteriza por: Paz, humildad, firme confianza en Dios, temor de sí mismo, docilidad y obediencia, rectitud, pureza de intención; paciencia y deseo de cruz; abnegación voluntaria; sinceridad y sencillez; libertad de espíritu; deseo de imitar a Cristo; caridad benigna y desinteresada.

El espíritu diabólico se caracteriza por: Inquietud, turbación; Soberbia; Desesperación, desconfianza; Presunción; Desobediencia, dureza y fijación; Torcida intención; Impaciencia y quejas; Excitación de las pasiones; Ocultamiento y doblez; Apegos y esclavitud; Desafección hacia Cristo; Falso celo, amargo e impaciente.


C. Señales que hacen dudar y poner en guardia: (son ordinariamente signos de mal espíritu o disposiciones naturales que predisponen a la intervención del mal espíritu)

–Después de haber elegido un estado, querer pasar a otro.
–Tendencia a singularidades o cosas impropias de su estado.
–Afición a cosas extraordinarias o a grandes penitencias exteriores.
–Apego a las consolaciones sensibles.
–Estado perpetuo de consolación y deleite espiritual.
–Las lágrimas.
–Los deseos de visiones y revelaciones.

F. Modo de comportarse ante uno y otro espíritu

Finalmente hay que ver los modos de comportarse una vez identificado el espíritu del que provienen las mociones o consolaciones del alma.

1) Las mociones del mal espíritu

Las mociones del mal espíritu son para nuestro mal; consecuentemente hay que resistirse a ellas. El alma conseguirá esto:

a) En las mociones que empujan al pecado (tentaciones): el alma tiene que resistir con los medios ordinarios: huir de las ocasiones de pecado, recurrir a la oración y a la mortificación, desviar la atención psicológica del alma hacia objetos diversos de los que el mal espíritu usa para tentar, etc.

b) En las desolaciones del mal espíritu:
–Nunca hacer cambio; hay que mantener firmes los propósitos tomados con anterioridad a la desolación (EE, 318).

–Obrar contra la misma desolación (agere contra), por ejemplo instar más en la oración, meditación, examinar la conciencia y alargarse en la penitencia (EE, 319).
–Considerar que son pruebas y confiar que el auxilio divino nunca faltará (EE, 320. 324).
–Trabajar con paciencia sabiendo que la desolación pasará presto y será consolado (EE, 321).
–Examinar las causas posibles de la desolación para poner remedio si de nosotros depende. Las causas de la desolación pueden ser tres: la tibieza y pereza en la vida espiritual; la prueba divina para ver cuánto somos y podemos; el hacernos ver, puesto que no podemos causarla cuando queremos, que la consolación no viene de nosotros sino que es don de Dios. Por tanto: si proviene de nuestra tibieza debemos reaccionar con fervor; si proviene del habernos atribuido las consolaciones, debemos humillarnos ante Dios (EE, 322).

c) Cuando se constata que el mal espíritu ha conseguido infiltrarse en nuestros pensamientos: examinar cómo y cuando ha conseguido meterse en el discurso de nuestra mente, para sacar experiencia y guardarse en adelante (EE, 334).

2) Las mociones del buen espíritu


a) Ante las consolaciones del alma:
–Pensar que no duran siempre sino que a la consolación sucede la desolación; fortalecerse para ese momento (EE, 323).
–Procurar humillarse y abajarse pensando cuán poco vale y puede uno en tiempo de desolación (EE, 324).

b) Ante las inspiraciones o inclinaciones del alma: secundarlas con toda docilidad y prontitud. ¿Cómo?:
–Sometiéndonos plenamente a la voluntad de Dios que conocemos ya por los preceptos y consejos conformes con nuestra vocación. Haciendo buen uso de las cosas que ya conocemos, el Señor irá haciendo conocer otras nuevas.
–Renovando con frecuencia la resolución de seguir en todo la voluntad de Dios.
–Pidiendo sin cesar al Espíritu Santo luz y fuerza para cumplir la voluntad de Dios.
–Siguiendo la inspiración de la gracia en el mismo instante en que se produzca, sin hacer esperar un segundo al Espíritu Santo, no cayendo en las tentaciones más comunes contra la docilidad: la tentación de la dilación (dejar las cosas para más adelante), la tentación de dar menos de lo que Dios nos pide y la tentación de recuperar lo que ya le hemos dado.

Cuestionario y participación en los foros

Cuestionario personal: (para uso personal, no se publica en los foros del curso)

¿Estoy convencido prácticamente de la necesidad de la vida de oración para cultivar la vida de gracia? ¿Tengo bien ubicados los lugares, las personas, los momentos que pueden hacer peligrar mi vida de gracia? ¿Me alejo de ellos rápidamente? ¿Me pongo a discutir con la tentación?
¿Qué progresos he notado en mi vida espiritual hasta el momento? ¿Me repugna la mediocridad, tanto en lo espiritual, como en lo intelectual y humano? ¿Por qué?
¿Mi vida se caracteriza por el dinamismo de quien quiere alcanzar algo? ¿Hay algo que la anima?¿ O soy más bien un alma amorfa. Inútil, sin intereses, sin ambiciones? ¿Está vivo en mí el impulso hacia la santidad?
¿Acepto conscientemente caer en pecados veniales? ¿Siento remordimiento por ello? ¿Siento desgana, disgusto por las cosas espirituales de manera habitual? ¿Soy superficial en ellas? ¿Las hago más por rutina que por amor? ¿Se discernir entre rutina y aridez espiritual?
¿Acudo y aprovecho la dirección espiritual para crecer en el camino de la santidad?

Discute en los foros del curso las dos preguntas que te formulamos a continuación (la respuesta sí se publica en los foros del curso)

1. ¿Qué entendemos por discernimiento de espíritus?
2. En cuanto parte de la prudencia el discernimiento es un “arte” difícil de adquirir, especialmente por el origen sobrehumano de algunas mociones que agitan el alma. De aquí la obligación grave para todo director espiritual de poner los medios necesarios para adquirir este discernimiento y luego para llevarlo a madurez. ¿Cuáles son estos medios? ¿Cuáles las consecuencias cuando el director espiritual no pone los medios necesarios para discernir según el parecer de Dios en el alma?
3. Espiritualmente ¿Cuáles son las principales señales de que algo procede de Dios? ¿Cuáles son las señales de que algo es fruto del espíritu del mal? Y en el mundo y la realidad de nuestros días ¿cómo podríamos saber que algo conduce al bien o es obra del bien? ¿cuándo es lleva al mal o es fruto del mal?
4. ¿A qué compromiso como director espiritual o dirigido, te invita el estudio de este tema?
5. Algún comentario o sugerencia…


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Textos para profundizar en el tema

Reglas de discernimiento de los espíritus Autor: Horacio Bojorge s.j.

El discernimiento de espíritus Autor: P. Miguel Ángel Fuentes, V.E.

Reglas de discernimiento de los espíritus Autor: Luis María Mendizabal


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Preguntas o comentarios a Hna. Roxanna. Misionera, acompañamiento espiritual.

 


 

 







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