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Viajar con propósito: "cuando la fe se convierte en destino"
"Al final, todos somos peregrinos hacia el cielo… y cuando caminas con Dios, el camino se vuelve más ligero, más alegre y, sin duda, mucho más divertido."


Por: Alejandro Patrón | Fuente: Catholic.Net



 

Hace unos días tuve la oportunidad de platicar con Bibí María Lixa, una amiga que desde el 2021 ha dedicado su vida a organizar viajes religiosos. Pero más que viajes, ella los llama “peregrinaciones del alma”.

Desde que comenzamos a hablar, me di cuenta de que no se trataba solo de “visitar” lugares santos, sino de descubrir a Dios en cada paso del camino.

Te compartiré un poco de la plática que tuve con ella:

—Bibí, ¿cuál es la diferencia entre unas vacaciones normales y un viaje religioso? —le pregunté con curiosidad, esperando una respuesta práctica.
Ella sonrió y dijo algo que me dejó pensando:
—En realidad, toda nuestra vida es un peregrinaje. Cada día es una oportunidad para caminar hacia Dios. Cuando lo ponemos a él en medio de nuestros planes, todo cambia, las personas reflejan su amor y los momentos cotidianos se llenan de sentido.



Me gustó cómo lo dijo: no se trata del lugar, sino del corazón con que lo vives.
—Incluso unas vacaciones pueden ser un peregrinaje si aprendemos a mirar con fe. Y sí, los viajes donde involucras a Dios son más divertidos, más plenos, más vivos… porque hay una alegría distinta cuando viajas con propósito.

Escuchar a Bibí hablar de este apostolado con tanta pasión me hizo querer seguir preguntándole más cosas. Así que le pregunté: ¿por qué recomendaría a otros hacer este tipo de viajes?
—Porque conocer lugares santos te cambia el corazón —respondió con seguridad—. No se trata solo de ver monumentos, sino de encontrarte con Dios a través de historias y personas que dejaron que Él actuara en su vida.

Comenzó a hablar de santos como si fueran viejos amigos:
—San Agustín nos enseña que Dios habita dentro de nosotros; San Francisco, que vale más amar que poseer; San Juan Diego, que la humildad abre los cielos; San Maximiliano Kolbe, que el amor es más fuerte que la muerte; y San Juan Pablo II, que nos mostró cómo confiar en medio del dolor.

Y claro, no podía faltar la Virgen de Guadalupe.
—Ella quiso quedarse con nosotros —dijo con ternura—. En 2031 celebraremos 500 años de su aparición, y ese será un Jubileo lleno de gracia para el mundo entero.

Mientras la escuchaba, me di cuenta de que su trabajo no es solo organizar viajes… es acompañar almas.
—He visto conversiones, sanaciones, reconciliaciones familiares… —me compartió emocionada—. Muchos peregrinos regresan distintos, con más esperanza, con más gratitud. Algunos me dicen: fue el viaje más importante de mi vida.



Le pregunté si tenía un destino favorito, y su respuesta me sorprendió:
—No tengo uno —respondió sonriendo—. Cada lugar tiene su historia y su enseñanza. Tierra Santa es especial, claro, porque allí el Evangelio está vivo. Pero también amo Fátima, Roma, Polonia, el Camino de Santiago… todos me recuerdan que Dios se manifiesta en muchos caminos.

Su mirada se iluminó cuando habló del sentido profundo de este apostolado:
—Organizar peregrinaciones es una forma de evangelizar viajando. Me ha enseñado a ver a Dios en todo: en los caminos, en la gente, en los momentos simples. Cada viaje es una misión, y cada peregrino, una historia de amor.

Terminamos la charla con una frase que me quedará grabada siempre y quiero compartírtela:

“Al final, todos somos peregrinos hacia el cielo… y cuando caminas con Dios, el camino se vuelve más ligero, más alegre y, sin duda, mucho más divertido.”

 







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