¿Y si Dios no me habla?
Por: Alejandro Patrón | Fuente: Catholic.Net

Rezaba con mucha devoción (a veces con dolor y tristeza) y, ¿qué recibía a cambio? Silencio.
Le preguntaba sobre qué decisiones tomar o cómo abordar ciertas cosas, pero nunca escuchaba una voz clara que me respondiera. No esperaba que el cielo se abriera ni que bajara una paloma blanca, pero al menos quería escuchar un “sí” o un “no”.
Muchas veces pedí señales: “Señor, si me escuchas, dame una señal clara.” “Señor, si existes, deja que un pajarito se me acerque.” Me inventaba mil formas para comprobar que Él realmente me escuchaba.
Y claro, ¿cómo no esperar eso si a veces conoces personas que dicen hablar con Dios y recibir respuestas claras? O lees la Biblia y ves tantos ejemplos de gente que conversó directamente con Él. Viéndolo desde ese punto, llegué a pensar que tal vez le caía mal a Dios, porque parecía que me ignoraba todo el tiempo.
Conforme pasó el tiempo y fui madurando en la fe, entendí que el silencio también es una respuesta. Una respuesta que exige docilidad, paciencia y un corazón dispuesto a escuchar.
Recuerdo una historia que escuché en una serie:
Un hombre estaba atrapado en el techo de su casa durante una terrible inundación. Rezaba con fervor a Dios pidiendo auxilio. Llegaron unos rescatistas en una lancha, pero él respondió:
—No se preocupen, mi Dios me salvará.
Luego llegaron otros en helicóptero, pero contestó lo mismo.
Al final, el hombre no sobrevivió. Al llegar al cielo, le preguntó a Dios:
—Señor, ¿por qué no viniste a salvarme?
Y Dios le respondió:
—Te envié una lancha y un helicóptero, pero no quisiste ser salvado.
A veces esperamos tanto una respuesta a nuestra manera que no nos damos cuenta de todas las formas en que Dios sí nos habla: a través de nuestros padres, del consejo de un amigo, en la homilía de un sacerdote, en una lectura… incluso en una serie, como me pasó a mí.
Cuando alcanzas cierta madurez espiritual y humildad en el alma, aprendes a escucharlo.
Mientras tanto, no caigas en la mentira de que Dios no te habla.
Dios siempre responde: en el silencio, en una tormenta o en una palabra de amor que no esperabas.
Solo hay que escuchar con atención, no con los oídos, sino con el alma y con el corazón.















