Publicas una foto en Instagram o un video en TikTok y, sin darte cuenta, pasas el día revisando cuántos “likes” tiene. Si son muchos, te sientes bien… si son pocos, dudas de ti mismo. ¿Te suena conocido?

Uno de los problemas más comunes entre los jóvenes hoy es sentir que no valemos lo suficiente, que nuestra identidad depende de lo que otros opinan o del número de seguidores que tenemos. Vivimos en un mundo de competencia constante: en la escuela, en el trabajo, incluso en la familia. Y esa carrera por la aprobación termina robándonos la paz.

La mentira que crece en nuestro corazón es peligrosa: “Si no cumplo con los estándares que dicta la sociedad, no soy nadie”. Y eso genera ansiedad, depresión, adicciones y un cansancio emocional que nos aplasta.

Pero la Palabra de Dios nos recuerda una verdad que rompe cualquier comparación. En Isaías 43,4 leemos: “Eres precioso a mis ojos y yo te amo”.

Déjame decírtelo claro: eres hijo(a) amado de Dios, y nada ni nadie puede quitarte ese valor. Para el mundo quizá “no das la talla”, pero para Dios ¡lo tienes todo!

Eres un partidazo, una obra maestra única, un último modelo creado con tanto amor que si lo supieras, dejarías de compararte con cualquiera. No eres lo que otros piensan de ti, eres lo que Dios soñó cuando decidió crearte.

Jesús mismo nos recuerda nuestra dignidad cuando dice: “Ya no los llamo siervos, los llamo amigos” (Jn 15,15). No eres un número en una red social, eres un amigo de Cristo.

Te invito a que la próxima vez que te sientas menos, repitas en tu interior: “Soy precioso(a) a los ojos de Dios”. No vivas desde la identidad que el mundo intenta imponerte, vive desde la identidad que ya tienes: la de ser hijo(a) amado de Dios.

Porque cuando sabes quién eres en Dios, todo lo demás sobra.

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