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Estamos inmersos en la cultura de la increencia
Sin negar que existen brotes de


Por: Ángel Gutiérrez Sanz | Fuente: Catholic.Net



Sin negar que existen brotes de “cristofobia”, lo característico de nuestra sociedad occidental es la indiferencia religiosa, la ausencia de fe que hace que grandes sectores de la población vivan sumergidos en la apatía, sin preocuparles lo más mínimo el hecho de que Dios exista o no. En todo caso, piensan que esto sería un problema personal suyo que a los demás no les afecta para nada, ni les importa. En realidad, no es que se niegue a Dios abiertamente, simplemente se le ignora, se prescinde de Él y lo más triste del caso es que los creyentes nos hemos dejado contagiar de esta apatía y no sentimos la pasión de hacerlo presente en nuestro mundo secularizado. Nos hemos vuelto tan condescendientes y contemporizadores, que hemos llegado a pensar que la tolerancia ciudadana está por encima de nuestro compromiso cristiano, olvidando el mandato evangélico que nos dice: “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Triste es reconocer que el humanismo cristiano hoy en uso, aunque sigue abierto a la trascendentalidad, está saturado de laicidad, por eso, hoy como nunca se necesitan cristianos auténticos que den la cara en defensa de su fe.

Ante la actual situación que estamos viviendo, urge preguntar ¿Cómo del “teocentrismo”, tan profundamente arraigado en occidente se haya pasado al “homocentrismo”? Ello ha sido posible después de recorrer un tortuoso camino, que tiene su punto de partida en la modernidad. Los hijos de la ilustración, aunque siguieron hablando de Dios con respeto y consideración, su dios ya no era el Dios de la fe y la revelación, sino el dios de la razón y de la filosofía, que es creador, pero no interventor, arquitecto y constructor del mundo y las leyes que le rigen, pero no se ocupa ni preocupa de sus moradores. Para ellos la razón lo era todo, sin que la fe contara para nada, ni la revelación, ni los dogmas religiosos. Lo suyo no pasaba de ser una religión natural, fundamentada en el deísmo.

  1. sería el comienzo de lo que vendría después, un ateísmo beligerante, que tiene su expresión a finales del siglo XIX y comienzos del XX. La obra de Feuerbach, titulada “La esencia del cristianismo”, fue el detonante para que se desataran las furias políticas y filosóficas contra la religión. Ya no es Dios quien creó al hombre, sino exactamente al revés, ha sido el hombre el que ha creado a Dios y lo ha hecho proyectando sus mejores cualidades sobre ese ser que el mismo ha creado, de modo que cuanto más se enriquecía Dios más se depauperaba el hombre, llegando así a una alienación y pérdida de su soberanía. Para poder recuperar la soberanía humana, se pensó que era preciso negar a Dios, convertir la teología en una antropología y atribuir al hombre todo lo que afirmamos de Dios. Solo por este camino llegaríamos un día, según Feuerbach, a ver realizado nuestro sueño, plasmado en la expresión: “Homo hominis deus est” (El hombre es un dios para el hombre). Esta crítica del cristianismo sería recogida con entusiasmo por no pocos, entre ellos Marx, dotándola de una proyección comunitaria, que tanto impacto social había de tener. Al final, todo ha resultado ser una desoladora utopía, que nos ha dejado un amargo sabor de boca.

Desde otra vertiente, a comienzos del XX Nietzsche, nos trasmite un mensaje parecido, al decirnos que es necesario que Dios muera para que surja el “super-hombre”. Una vez desaparecido Dios de nuestro horizonte humano, habrá desaparecido la cultura en Él fundamentada, también desaparecía toda autoridad, que daba sentido a los valores y a la existencia, dejando el campo libre para que el hombre pudiera convertirse en el creador de sus propios valores. El “super-hombre” vendría a representar el sustituto de Dios, un paradigma llamado a alcanzar esa humanidad plena y dotar de auténtico sentido a la existencia humana, fuerte y vigoroso, lleno de vida, esa vida que lo era todo para Nietzsche y que ha de ser entendida como voluntad de poder, una fuerza que destruye y crea por encima de todo. Un genial disparate.

 

Esa realidad radical, que fue la vida para Nietzsche, lo sería la libertad para el existencialismo ateo, personificado en Sartre y Camus. El hombre por sí mismo no es nada, sino que se va haciéndose así mismo a través de una libertad que no está bajo los auspicios de un Dios legislador, ni sujeta a ningún tipo de normativa moral o de cualquier otro tipo. Nacimos libres a la fuerza, sin que nadie nos preguntara si queríamos serlo o no. Nada se nos da hecho, todo tiene que ser inventado. A cada paso nos vemos condenados a cargar con la responsabilidad de tener que decidir por nosotros mismos, sin que nadie pueda ayudarnos y sin disponer de un faro luminoso que puede orientarnos, estamos solos frente a esa enorme responsabilidad que nos abruma y ahí tiene su origen la angustia existencial, que nos coloca al borde del abismo y del suicidio. Pasados los momentos de gloria, el existencialismo sartriano hoy es visto como el "quietismo de la desesperación"



En resumidas cuentas, podemos decir que, los humanismos ateos en sus distintas versiones, nos han dejado en herencia la desolación y la desesperanza; es como si en el firmamento se hubieran apagado todas las luces. Estos humanismos, al dejar morir a Dios, abrieron las puertas al nihilismo y sobre todo dejaron sembrada la duda y la sospecha de que toda religión es una farsa. Ello explica que estemos viviendo unos tiempos marcados por el agnosticismo. Cansados ya de tantas especulaciones, el hombre moderno haya optado por desentenderse de las grandes cuestiones, haya dejado de hacerse preguntas y trate de vegetar, porque lo único que le motiva es vivir a tope y disfrutar del momento presente.

Tal como lo entendiera Romano Guardini, al quedarnos sin Dios, nos hemos quedado también sin hombre, con la consiguiente crisis de humanismo, que se traduce por una deshumanización en toda regla. Hoy, en tiempos de la técnica y la superabundancia, podemos tenerlo todo, pero si no tenemos a Dios de nuestra parte nos falta lo fundamental y es como si no tuviéramos nada. Por eso, a la época que nos ha tocado vivir se la conoce como la época del vacío, sin verdades, sin referencias seguras, sin una brújula que nos oriente en nuestro caminar. El vacío dejado por la religión ha sido ocupado por la política. Todo está politizado e ideologizado. Asistimos a un espectáculo vergonzoso, en el que las cosas no son ya lo que son, sino lo que parecen, lo de menos es tener razón, sino que lo importante es que se la den a uno para seguir manipulando. La misma libertad, a la que como valor supremo se apela en favor de la dignidad del hombre, ha quedado desvirtuada y en muchas ocasiones no pasa de ser un libertinaje camuflado.

La reconstrucción que occidente necesita, tendría que venir de la mano de la dignificación del hombre. No es suficiente con lograr una vida cómoda y confortable, hay que aspirar a una plena realización humana, que nos invite a pasar del hombre viejo al hombre nuevo. El hombre moderno necesita a Dios como el respirar, pero no es consciente de ello. Sus ojos están puestos en un mundo tecnificado, del que el propio hombre ha entrado a formar parte. La cadena de la evolución, se nos dice, no ha concluido y estamos a dos pasos de que el “homo sapiens” sea sustituido por un “cyborg” ese ser hibrido, dotado de inteligencia artificial, mitad humano, mitad robot. ¿Qué estamos haciendo…? Hemos dejado de aspirar a ser personas, dotadas de consciencia y libertad para convertirnos en sujetos vivenciales encadenados a la máquina. Este tipo de transhumanismo, en manera alguna podrá sacarnos del estado de postración a la que nos condujeron los humanismos sin Dios.

Hoy, en tiempo de frustraciones y de profunda crisis humanista, necesitamos recuperar esa noble aspiración que apuesta por la presencia del espíritu en un mundo materializado. Si algo está necesitando occidente es abrirse a la verdad del hombre, lo cual no es posible sin abrirse también a la verdad de Dios, revelada en los evangelios, porque el misterio humano forma parte del misterio divino. En la historia de la salvación puede ocurrir que, deje de lucir el sol y aparezcan negros nubarrones, tal como está sucediendo en el mundo hoy, pero hay algo cierto y de ello podemos estar seguros. El plan de Dios acabará cumpliéndose.

 



 







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