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1 de agosto

San Alfonso María de Ligorio
Pastor, teólogo y maestro del pueblo fiel


Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.Net



La Iglesia celebra hoy a san Alfonso María de Ligorio, obispo, doctor de la Iglesia, fundador, y uno de los grandes pastores que supo responder, con lucidez y ternura, a las necesidades espirituales de su tiempo. Su vida es un mensaje vivo para todos los cristianos, y en particular para pastores, confesores, catequistas y evangelizadores.

Un hombre brillante que eligió perderlo todo… para ganarlo todo

Nacido en Nápoles en 1696, de familia noble, fue un prodigio de talento: a los 12 años ingresó en la universidad y a los 16 ya era doctor en Derecho. Triunfaba como abogado, pero un proceso injusto le hizo abrir los ojos a la vanidad del mundo. Comprendió que su vida no podía seguir ese camino. "Mundo falaz, hoy te he conocido; en adelante nada serás para mí", exclamó. Y lo dejó todo para abrazar el sacerdocio.

Su promesa el día de su ordenación resume su vida entera:
"La Iglesia me honra concediéndome este don; yo procuraré honrar a la Iglesia trabajando incansablemente por ella, con mi pureza, con mi santidad."

Un corazón encendido por tres amores: la oración, la Eucaristía y María



San Alfonso es uno de esos santos cuya doctrina espiritual es tan rica como su ejemplo. Su vida y su enseñanza giran en torno a tres amores que configuran también la vida de todo cristiano:

  1. La oración, no como discurso elevado sino como trato íntimo y confiado con Dios. Enseñaba que quien reza se salva, y quien no reza se condena.
  2. La Eucaristía, fuente de amor y alimento del alma: promovió la adoración, escribió meditaciones, y vivía cada Misa como un encuentro personal con Cristo.
  3. La Virgen María, a quien dedicó su famosa obra “Las glorias de María”, una síntesis de ternura, doctrina y fe confiada. Alfonso veía en la Virgen a una Madre que guía a cada alma al cielo.

Maestro del pueblo, guía de los pecadores

La vida de san Alfonso es también un ejemplo admirable de inculturación del Evangelio: no hablaba desde un púlpito lejano, sino desde el corazón del pueblo. Escribió sermones, catecismos, meditaciones, tratados de teología moral. Supo unir la firmeza doctrinal con una misericordia inmensa, especialmente en el acompañamiento de los pecadores. Su moral no era la del rigorismo ni del laxismo, sino la del amor que busca la verdad del alma concreta.

Fundó la Congregación del Santísimo Redentor (Redentoristas) para continuar esa misión de anunciar el Evangelio a los más necesitados. Más tarde, como obispo de Santa Águeda, fue un verdadero padre: austero consigo mismo, pero siempre disponible, siempre ocupado en formar y cuidar a su grey.

Un legado que no pasa de moda



Alfonso murió a los 91 años, el 1 de agosto de 1787. Su mensaje sigue vivo porque brota del Evangelio y responde a una sed que todos compartimos: vivir en gracia, con sentido, con amor, con verdad.

En un mundo que corre, que dispersa, que seduce… san Alfonso nos recuerda la importancia de no perder el tiempo, de vivir con intensidad, de darlo todo por Cristo. Nos enseña que el alma vale más que el mundo entero, que la oración no es opción sino necesidad, que la misericordia es la medicina del alma… y que María nos conduce siempre a Jesús.







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