5 de agosto
Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor
Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.Net

Hoy, la Iglesia celebra con gozo la dedicación de una de sus joyas más antiguas y queridas: la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma. Es el primer templo del mundo occidental consagrado a la Virgen María, expresión visible del amor de los cristianos hacia la Madre de Dios.
Este santuario mariano se alza en el monte Esquilino, donde, según la tradición, una prodigiosa nevada en pleno verano romano —la noche del 4 al 5 de agosto— señaló el lugar donde debía erigirse el templo. Por ello, a María se la venera en esta fiesta también como Nuestra Señora de las Nieves, una advocación que recuerda cómo, en medio del calor de la vida, puede irrumpir lo inesperado, lo fresco, lo puro: la gracia.
La Basílica está íntimamente unida al Concilio de Éfeso (año 431), que proclamó solemnemente a María como Theotokos, Madre de Dios. Esa verdad, creída y celebrada ya por el pueblo cristiano, quedó así escrita con letras de oro en la historia de la fe. San Cirilo de Alejandría describe con emoción cómo el pueblo de Éfeso iluminó la ciudad y acompañó a los Padres conciliares con antorchas: la fe no era entonces un ejercicio privado, sino una alegría compartida.
María es bienaventurada por haber llevado en su seno al Hijo de Dios, pero también —como dijo Jesús— por haber escuchado la Palabra y haberla puesto en práctica. Es Madre en cuerpo y en alma, en la carne y en la fe. Y por eso sigue siendo para nosotros estrella del camino, guía en medio de las noches, consuelo en los momentos de tribulación.
Hoy, al recordar este templo mariano, resuena también aquella súplica de San Bernardo que la tradición ha grabado en tantos corazones: “Mira a la estrella, llama a María”. No es solo poesía; es camino seguro. Quien se deja conducir por Ella no se pierde, no desespera, no naufraga.
¿Y tú, cómo tratas a María? ¿La ves como una figura del pasado o como una presencia viva en tu vida? Ella desea ser tu Madre, caminar contigo, acoger tus gozos y tus miedos, tus luchas y tus anhelos. No basta con hablar de Ella: es necesario hablarle. No basta con admirarla: es preciso amarla.
En este día especial, pidamos la gracia de vivir una relación filial con María, hecha de confianza, ternura y compromiso. Que Ella, Salud del Pueblo, nos guíe siempre hacia su Hijo y nos enseñe, como en Caná, a hacer lo que Él nos diga.
Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la estrella, llama a María. Si eres agitado por las olas de la soberbia, de la detracción, de la ambición o de la envidia, mira a la estrella, llama a María. Si la ira, la avaricia o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María (...) No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón (...). No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía: llegarás felizmente a puerto, si Ella te ampara (San Bernardo, Homiliae super "Missus est" 2, 17)
















