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La tarea que nos dejó encomendada el Señor
"Cuando el Espíritu descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza y serán mis testigos... hasta los últimos rincones de la tierra." (Hch 1,8)


Por: Rafael Moya | Fuente: Catholic.net



Cristo en la Ciudad: Testigos en los rincones que duelen y esperan

“Cuando el Espíritu descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza y serán mis testigos… hasta los últimos rincones de la tierra.” (Hch 1,8)

No dijo “serán mis turistas” ni “mis admiradores”. Dijo: mis testigos.

A los primeros discípulos, Jesús les encomendó esa misión al ascender al cielo. A nosotros, los cristianos de hoy —que caminamos entre avenidas ruidosas, prisas cotidianas y noticias que duelen— nos toca lo mismo: ser testigos en todos los rincones… incluso en los que nadie quiere ver.

Porque también hay rincones en la ciudad:



– En la casa donde viven nuestros ancianos, en soledad ruidosa, esperando una visita que no llega.
– En la cama donde el amor conyugal se llenó de rutina y polvo, y el diálogo se volvió susurro.
– En el aula donde se enseña sin alma, y en el hogar donde ya no se reza.
– En la fábrica donde el respeto se ha tercerizado, especialmente con quienes callan más y cargan más: las mujeres.
– En el transporte público, donde nadie cede el asiento… ni la mirada.
– En la esquina donde jóvenes venden lo que nadie debería comprar para sobrevivir al olvido.
– En la oficina donde la verdad se archiva, y la responsabilidad se delega.
– En el barrio donde el civismo se mudó, y votar, cuidar la vida o participar ya no “vale la pena”.

Cristo sigue caminando por esta ciudad. Y no lo hace desde las alturas ni los titulares. Lo hace desde esos rincones. Nos pide que seamos su voz, su abrazo, su mirada compasiva. Nos pide que encendamos una luz donde otros ya no esperan amanecer.

  • Ser sus testigos hoy es salir del anonimato espiritual.
  • Es dar testimonio donde nadie espera una buena noticia.
  • Es dejar que el Espíritu nos transforme primero… para luego transformar lo que nos rodea.


 No es fácil. Pero no estamos solos. Si lo pedimos, el mismo Espíritu que sopló en Pentecostés soplará sobre esta ciudad. Y con Él, renacerá la esperanza.







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