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«No hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí»
Reflexión del domingo XXVI del Tiempo Ordinario - Ciclo B


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Pero Jesús dijo: “No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros. Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar”» (Mc 9,39-40. 42).

Celebramos hoy el domingo XXVI del Tiempo Ordinario, que no deja de ser un tiempo totalmente extraordinario dada la riqueza que nos regala y nos ha regalado el Señor en este tiempo a través de la Iglesia. Nos da hoy el Señor una Palabra seria en la que vuelve a hacer hincapié en la necesidad de definirse uno como su discípulo, o el irse por otros derroteros, porque la responsabilidad de seguir a Jesucristo es muy grande.  Seguir a Jesucristo no es un juego. Es algo muy serio. Ya es bastante el hecho de seguir a Cristo por amarle, por ser UNO CON ÉL, pero además es que si nuestra vida está llamada a ser sacramento de Cristo, el Señor hace una advertencia muy seria si en vez de mostrarle a los demás a Cristo, lo que hacemos es cerrarle las puertas al acceso al Padre. Es uno de los momentos en que Cristo se muestra más duro e implacable.

 La Palabra de hoy nos hace una llamada a tomarnos en serio nuestro seguimiento de Cristo, porque Cristo nos dirá hoy las consecuencias del escándalo que podamos producir en cualquier persona que desee ser cristiana y que a causa de nuestros pecados, no quiera saber nada ni de la Iglesia, ni de Cristo ni de Dios. Como dirá San Pedro: «Tomad en serio vuestro proceder en esta vida, sabiendo que habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo» (1 Pe 1,17-19).

Siempre digo en la semana de oración por la Unidad de los Cristianos y en la Fiesta de Pentecostés, que si tan necesario es el ecumenismo entre las diversas confesiones cristianas, tan necesaria y urgente es la Comunión entre los diversos carismas de la Iglesia Católica, que ciertamente es un don del Espíritu Santo. Ya dirá Jesucristo: «No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,20-21), Palabra que, como veremos, está muy relacionada con lo del escándalo al que Cristo hace referencia en el Evangelio de hoy.

Todos estamos llamados a SER UNO CON CRISTO A TRAVÉS DEL ESPÍRITU SANTO. Así, dirá San Pablo: «Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo». (1 Co 12,12). Y dirá también Pablo con una nitidez extraordinaria: «El que no tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece» (Rm 8,9). Porque es el Espíritu Santo el que hace que seamos UNO CON CRISTO Y CON LA IGLESIA. Se puede ser obispo, cardenal, cura, religioso, catequista, monaguillo, que si no se tiene el Espíritu de Cristo no se es de Cristo. Es terrible y lamentable ver tantas realidades de la Iglesia que no viven en comunión ni en espíritu ni en doctrina, etc. Y es tan edificante cuando uno encuentra y vive en comunión con miembros de otras realidades de la Iglesia, con el mismo Espíritu.



Cuando Felipe le pregunta a Cristo: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.» Le dice Jesús: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”?» (Jn 14,8-9).

Cristo y Dios Padre son UNO (Jn 10,30). Y cada uno de nosotros, como miembros de la Iglesia, estamos llamados a hacer presente a Cristo, a ser sacramento de Cristo, que a la vez, hace presente a Dios Padre. Cuando Saulo persigue a los cristianos, y oye la voz de Cristo, Cristo le dice lo siguiente: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?» (Hch 9,4). No dice: «¿Por qué persigues a mis discípulos?», sino que se identifica con ellos. Recuerdo la oración del Cardenal inglés John Newman, que rezaba la Santa Madre Teresa de Calcuta, que decía: «Que, al verme a mí, no vean a mí, sino a ti en mí».

Esta es una de las principales misiones de la Iglesia hoy, hacer presente a Dios Padre en este generación incrédula y perversa: «Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones para que seáis irreprochables e inocentes, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación tortuosa y perversa, en medio de la cual brilláis como antorchas en el mundo» (Flp 2,14-15).

Por ello, pide el Señor una opción radical por Cristo. No se puede estar a medias tintas, con una vela a Dios y otra al diablo, sino haciendo presente esa palabra y esa misión tan seria que nos ha dado el mismo Jesucristo: «Que, al verme a mí, no me vean a mí, sino a Ti en mí». Así, dirá San Pablo: «No contristéis el Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis sellados para el día de la redención» (Ef 4,30). Y aquí encaja la segunda parte del pasaje del Evangelio de hoy, el relativo al escándalo, que el Catecismo de la Iglesia Católica coloca dentro del mandamiento «NO MATARÁS». Dice el Catecismo:

2284 El escándalo es la actitud o el comportamiento que induce a otro a hacer el mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte espiritual. El escándalo constituye una falta grave si, por acción u omisión, arrastra deliberadamente a otro a una falta grave.



2285 El escándalo adquiere una gravedad particular según la autoridad de quienes lo causan o la debilidad de quienes lo padecen. Inspiró a nuestro Señor esta maldición: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar” (Mt18, 6; cf 1 Co 8, 10-13). El escándalo es grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o por función, están obligados a enseñar y educar a otros. Jesús, en efecto, lo reprocha a los escribas y fariseos: los compara a lobos disfrazados de corderos (cf Mt 7, 15).

Por ello, el Señor llama a estar vigilantes, a buscar no sólo la propia salvación personal, sino a estar unidos por el Espíritu Santo a la Iglesia y a Cristo, evitando matar el alma de los débiles por medio del escándalo. La misión que nos ha concedido el Señor es una misión preciosa. Y no nos deja solos con ella porque sabe que solos no podemos (Jn 15,5). Nos da el Espíritu Santo. Por tanto, pidamos el don del Temor del Señor, como digo, no sólo por nuestra propia salvación personal, sino para que el que nos vea, no nos vea a nosotros, sino que a través del Espíritu Santo, vea a Cristo, y a su vez, a Dios Padre. Feliz domingo.







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