XXIV Domingo Ordinario. Caminaré en la presencia del Señor
Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net
Hemos llegado a una situación donde siempre buscamos comodidad o placer, y evitamos a toda costa el sufrimiento y el esfuerzo. La tres lecturas de este día nos lanzan por caminos difíciles y hostiles para quien se decide a buscar la voluntad de Dios. Isaías reconoce que el dolor y la incomprensión han sido su compañía al momento de buscar la voluntad de Dios y se abraza a Él como a su roca de salvación. Santiago, exigente, pide obras que hagan creíble la fe y nos reta: “¿Cómo sin obras demuestras tu fe?”.
Jesús en el evangelio también nos cuestiona seriamente. Él y sus discípulos van de camino y ahí, caminando, es donde se presentan los problemas y las crisis, donde se cuestionan sobre la meta, donde se revisa el camino andado. Ya nos encontramos a la mitad del Evangelio de San Marcos… Jesús ha realizado prodigios en pro de la vida y del pueblo oprimido. Ha liberado a enfermos y endemoniados, ha restituido dignidad y valor a los marginados. Ha denunciado las actitudes hipócritas y serviles de los escribas y fariseos. Ha anunciado por todo Galilea y más allá de las fronteras su Buena Nueva y llega el momento de preguntarse qué se ha logrado. Parece poca cosa: la ceguera de los fariseos, la alabanza de un pueblo que busca respuestas inmediatas a sus necesidades, los intereses de sus discípulos, el escándalo y el alejamiento de su familia. ¿Es el camino que quiere Jesús? Entonces viene la pregunta a los cercanos: “¿Quién dice la gente que soy yo?”, y las respuestas no se dejan esperar. Lo comparan con los personajes más importantes que conoce el judío, y se esperaría que Cristo estuviera muy contento con estas respuestas… pero sigue otra pregunta más incisiva: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. No es una pregunta accidental o sin importancia, sino la pregunta fundamental en la vida
Nuestras respuestas no estarían muy lejanas de las que dicen los discípulos. Ciertamente hay una admiración por Cristo como hombre, como persona, como fundador de una religión, como el gran maestro. Hay millones que se dicen sus seguidores y que en una u otra forma están bautizados y se reconocen cristianos. Pero ¿esto es lo importante para Cristo? También que hay quienes lo atacan y buscan enlodar su nombre, hay quienes quisieran destruirlo, o que pasara ignorado… pero Cristo sigue insistiendo en su pregunta: “y tú, ¿quién dices que soy yo?” No espera confesiones ni monumentos, no pregunta si llevas una medalla en el pecho o si tienes una bella imagen en tu cuarto, sino pregunta por tu vida. No por tus palabras, con tu vida, quién dices que soy yo. Claro que somos multitudes los que nos decimos cristianos, pero quizás recibiríamos el mismo reproche dirigido a Pedro: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”. Porque a pesar de llamarnos sus seguidores, nos acomodamos más a los criterios de los hombres que a los criterios de Jesús, porque buscamos los primeros lugares, porque luchamos denodadamente por el poder, porque mentimos y robamos, porque damos la espalda al prójimo, porque ¡no hemos entendido lo que quiere Jesús! Usamos su nombre para nuestros propios fines.
Al igual que Pedro, nosotros ahora le daríamos algunos consejos muy prácticos a Jesús sobre su forma de ser Mesías porque nos parece absurda su propuesta en un mundo moderno. Le diríamos que tiene que adaptarse, que tiene que renovar sus esquemas. Que no es posible seguir soñando con un mundo donde todos sean hermanos, que hay sus diferencias y debemos aceptarlas, que el sacrificio y la lucha por los pequeños y los pobres no lleva al triunfo, que los grandes éxitos se logran de otra forma… y Jesús nuevamente nos diría que esos no son sus caminos, sino los caminos de los hombres. Si miramos con atención a los discípulos, veremos que siguen a Jesús pero no han cambiado de idea ni de mentalidad. Se resisten a perder sus proyectos de triunfo, y ahora Jesús les presenta una nueva forma de seguirle. Ya no se trata solamente de acompañarle y compartir la misión de curar y predicar. Ahora seguirle representa un conflicto, sufrimiento y muerte. Sólo así se defiende la verdad y la vida. Por eso, aunque corre el riesgo de quedarse solo, replantea con toda claridad su propuesta: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga”. Es la misma propuesta que Jesús nos hace a nosotros. No hay otra forma de ser su discípulo que tomar su cruz. Hay que renunciar a los proyectos propios de poder, de intereses personales, de satisfacciones y ambiciones. Cristo es radical. La única forma de seguirlo es cargando con la cruz, la única forma de conservar la vida es perderla por él y por el Evangelio.
No son superficialidades, no es una religión para vestirse, no son apariencias, es una entrega completa y definitiva a su evangelio. Es tocar con su palabra todos los aspectos de nuestra vida, es abrir los oídos y el corazón y dejarse invadir por sus criterios. No se puede dejar a un lado la pregunta de Jesús. Hoy tenemos que tener una actitud de escucha. Debo empaparme de lo que Jesús me dice. Rumiarlo y asumirlo en todos los momentos de mi vida, aún en los más pequeños. Hoy necesito hablar con toda honestidad con Jesús sobre mis sentimientos, mis deseos y preguntarle si no son erróneos, si no es una forma de pensar a estilo de los hombres. Hoy necesito confrontar mi vida con el evangelio y hacerme preguntas en serio: ¿Quién es Jesús para mí? ¿Hasta dónde estoy dispuesto a seguirlo? ¿Vale la pena vivir la vida como lo estoy haciendo?
Míranos, Señor, con ojos de misericordia y haz que experimentemos vivamente tu amor, para que podamos seguirte con sinceridad y servirte con todas nuestras fuerzas. Amén.