Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá»
Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net
«El, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: “Effatá”, que quiere decir: «¡Ábrete!» Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente» (Mc 7,33-35).
En este domingo, aunque es día 8 de septiembre y no tenía seguridad de si se celebraba el domingo o la Natividad de la Virgen, después de consultarlo en el calendario litúrgico de la Conferencia Episcopal Española, veo que celebramos el domingo XXIII del tiempo ordinario, en el que nos regala el Señor a través de la Iglesia una Palabra de esperanza y de alegría, ya que nos revela a Cristo como el Mesías esperado, tal y como se nos dice en la primera lectura, que tiene poder sobre el pecado y la muerte, llevándolo a cabo en el Misterio Pascual de su Muerte y Resurrección.
Me llama la atención esta Palabra porque uno de los grandes engaños del maligno en esta generación es conducirnos al aislamiento, al egocentrismo, a lo que el Papa Francisco ha denominado la «Globalización de la indiferencia» (Papa Francisco, Mensaje de Cuaresma 2015: Poner fin a la globalización de la indiferencia), en la que como el sordomudo del pasaje del Evangelio de hoy, uno se queda aislado de los demás, sin oír los lamentos ni los sufrimientos de los demás.
Por otra parte, otro engaño del maligno no es ya que seamos indiferentes al sufrimiento de los demás sino que nos vamos quedando sordos a una Palabra de esperanza, a la Palabra de Dios. Nos vamos aislando, encerrándonos en nosotros mismos, quedándonos esclavos de nuestro ego, y no oímos la Palabra sanadora de Dios.
Pero la Palabra de hoy es una Buena Noticia, una palabra de esperanza, tal y como nos dice Isaías: «Decid a los de corazón intranquilo: ¡Animo, no temáis! Mirad que vuestro Dios viene a salvaros; es la recompensa de Dios, él vendrá y os salvará. Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo. Pues serán alumbradas en el desierto aguas, y torrentes en la estepa, se trocará la tierra abrasada en estanque, y el país árido en manantial de aguas. En la guarida donde moran los chacales verdeará la caña y el papiro» (Is 35,4-7).
Ante las nuevas situaciones que uno se puede encontrar en este mes de septiembre, el Señor repite la palabra: «¡Animo, no temáis!» El Señor no ha permanecido impasible ante el sufrimiento producido por el pecado, ante la sordera y la incapacidad para hablar bien de Dios que muchas veces el maligno hace germinar en nosotros. Al igual que el resto de las criaturas de Dios, hemos sido creados para alabar y bendecir al Señor. Pero, al no oír al Señor, no podemos bendecirle, permanecemos mudos para bendecir y alabar al Señor, a merced del maligno. Pero Cristo ha venido a rescatarnos, a liberarnos. Como le dirá el Ángel a San José: «Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21).
Es la gran noticia que nos expresa la Palabra de hoy con la sanación del sordomudo y que celebramos en la Eucaristía: El amor y la fidelidad de Dios con nosotros: «A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en Él» (2 Co 5,21); «Y sabéis que él se manifestó para quitar los pecados y en él no hay pecado» (1 Jn 5,21).
El Señor tiene poder de sanar nuestra sordera y hacernos hablar bien de Dios por lo bueno que es. No tengamos miedo. Un abrazo. Feliz domingo.