Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, San Cirilo de Alejandría
La casa edificada sobre roca y la casa edificada sobre arena
Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net
Todos hemos sido testigos de cómo los temblores o simplemente las borrascas y los vientos, destruyen las viviendas que no tienen solidez. Todos sabemos que la casa construida sobre arena se la lleva el viento o el agua. Pero también todos somos conscientes de que en nuestra vida seguimos construyendo “sobre arena”, en las prisas, en las necesidades urgentes, en lo aparente y que no somos capaces de cimentar nuestra vida en Cristo que es nuestra roca. Así cualquier pequeña dificultad nos hace derrumbarnos.
No estamos centrados en Cristo sino en nosotros mismos: una enfermedad, una tentación, la ambición, nos pueden hacer caer. Para hacer una casa fuerte y consistente se requieren planos, se necesita un arquitecto, poner fuertes cimientos y los albañiles que se dediquen a hacer la tarea. Para construir la propia vida, se requieren también todos estos elementos, pero sobre todo estar bien cimentados en Cristo que es nuestra roca.
Hoy parecemos más bien veletas que nos dirigimos a donde nos lleva el viento, que nos hace cambiar de rumbo cualquier brisa y que nos derrumba el más leve soplo. ¡No tenemos cimientos! ¿Qué hay en nuestro corazón para sostenernos en las dificultades? Jesús habla claramente a quien quiere ser su discípulo y afirma que no todo el que diga: “¡Señor, Señor!” entrará en el Reino de los cielos, sino aquel que cumpla la voluntad de mi Padre. Es fácil la palabra, es fácil decir que sí, es difícil que nos comprometamos.
Alguien decía por qué los mexicanos somos tan contradictorios sobre todo en relación con nuestra religión y con nuestras amistades. Parecería que somos todos muy religiosos, bautizados en un alto tanto por ciento, con algunas prácticas religiosas, pero no llevamos nuestras creencias hasta sus consecuencias últimas. El Papa Francisco en sus mensajes cuando visitó a México nos insistía en poner a Cristo como la base de todo lo que hacemos, pero sobretodo en las obras, no tanto en la palabra, si no caemos en contradicción.
No se puede, nos dice con frecuencia, comulgar y vivir una vida de pecado, de egoísmo, de desprecio a los demás. Y sin embrago muchos hacemos eso. Tenemos que reconocer que estamos a merced del pecado, pues nuestra espiritualidad queda en sentimentalismos más que en compromisos y acciones. Es triste que amparándonos en las imágenes o en aparentes actos de alabanza a Dios, justifiquemos injusticias, violaciones y asesinatos.