María y la fuerza de la humildad
Por: Redacción | Fuente: Catholic.net
En un mundo donde el éxito y la grandeza a menudo se miden por la visibilidad y el reconocimiento, la catequesis del Papa Francisco del 22 de mayo de 2024 nos invita a contemplar la humildad como la verdadera fuente de la vida cristiana. La historia de la Anunciación, que tiene lugar en la humilde aldea de Nazaret, nos recuerda que Dios elige lo pequeño y lo insignificante a los ojos del mundo para realizar sus obras más grandes.
María, la Madre de Dios, es el ejemplo supremo de esta humildad. No era una reina ni una figura de poder, sino una joven sencilla cuya grandeza no provenía de su estatus, sino de su capacidad para recibir y aceptar con asombro la voluntad de Dios. Su respuesta al anuncio del ángel, “Mi alma canta la grandeza del Señor”, es un testimonio de su reconocimiento de la bondad de Dios hacia la pequeñez.
La humildad de María es activa. Tras recibir la noticia de su maternidad divina, su primera acción es servir a su prima Isabel. Este acto de servicio, realizado en el anonimato y sin buscar reconocimiento, es un modelo para todos nosotros. Nos enseña que la verdadera humildad se manifiesta en el servicio desinteresado a los demás.
La humildad también se refleja en la disposición a permanecer en el “escondimiento”, como lo hizo María. A pesar de ser proclamada bienaventurada, ella no busca la atención ni la alabanza. Jesús mismo enfatiza que la verdadera bienaventuranza no viene de los honores externos, sino de “oír la Palabra de Dios y guardarla”.
La vida de María muestra que la humildad no es una debilidad, sino una fortaleza. En los momentos más oscuros, cuando la fe parece tambalearse, la humildad proporciona una base sólida que no se deja llevar por las tormentas de la vida. Es una “virtud granítica” que sostiene y da forma a nuestra relación con Dios y con los demás.
La pequeñez de María no es una limitación, sino una libertad. Libre de ambiciones y pretensiones, ella puede seguir plenamente el camino que Dios le ha trazado. Su pequeñez es su “fuerza invencible”, que le permite estar presente en los momentos cruciales de la historia de la salvación, como al pie de la cruz y durante la espera de Pentecostés.
La humildad cristiana, entonces, no es una renuncia a nuestra identidad o valor, sino un reconocimiento de nuestra verdadera posición ante Dios. Es saber que somos amados no por lo que hacemos o logramos, sino por lo que somos: criaturas de Dios llamadas a vivir en su gracia.
La humildad nos invita a mirar más allá de nosotros mismos y a encontrar la grandeza en el servicio y el amor. Nos desafía a ser como María, que, aunque era la Madre de Dios, nunca usó este hecho para su propio beneficio, sino que vivió una vida de entrega y obediencia a la voluntad de Dios.
En nuestra propia vida, podemos practicar la humildad aceptando nuestras limitaciones y fracasos, y viéndolos no como barreras, sino como oportunidades para crecer en la fe y la dependencia de Dios. La humildad nos enseña a valorar las pequeñas cosas y a encontrar alegría en ellas, sabiendo que son a menudo los medios a través de los cuales Dios obra en el mundo.
Que esto nos inspire a seguir el ejemplo de María, viviendo una vida marcada por la sencillez, el servicio y la alabanza a Dios. Que podamos decir con ella: “Mi alma canta la grandeza del Señor”, y encontrar en nuestra propia pequeñez la presencia y la acción de Dios en nuestras vidas.
Tres propósitos concretos para la vida diaria:
1. En la familia: Cultivar la humildad en el hogar
Fomentar un ambiente de servicio y apoyo mutuo en la familia, recordando el ejemplo de María al servir a Isabel. Cada miembro puede comprometerse a realizar una acción desinteresada al día para otro miembro de la familia, fortaleciendo así los lazos de amor y humildad.
2. En el trabajo: Ser testigos de la sencillez
Practicar la humildad en el lugar de trabajo, evitando la competencia desmedida y la búsqueda de reconocimiento a toda costa. En su lugar, enfocarse en la calidad del trabajo y en cómo este puede contribuir al bien común, inspirándose en la discreción y la pequeñez de María.
3. En los estudios: Aprender con un corazón humilde
Abordar los estudios con una actitud de aprendizaje constante y reconocimiento de nuestras limitaciones. Esto implica pedir ayuda cuando sea necesario, valorar las contribuciones de los demás y buscar la excelencia no para sobresalir individualmente, sino para servir mejor a los demás con los conocimientos adquiridos.