Padre, que ellos sean uno, como nosotros
Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net
En las dos despedidas que encontramos en los textos de este día, aparecen las amonestaciones sobre los posibles peligros que tendrán los seguidores de Jesús. Pablo, con lágrimas y súplicas, se despide de los presbíteros de Éfeso y sus consejos son tan válidos en aquel tiempo como en el nuestro. Sus palabras se asemejan mucho a las palabras que con dolor pronuncia el Papa Francisco en muchos momentos de intimidad y reflexión.
Hay dentro de la Iglesia y dentro de los seguidores de Jesús quien se ha equivocado y ha cometido el pecado y esto destruye y ofende a toda la comunidad. Los ataques y agresiones son más dolorosos cuando provienen de dentro. San Pablo los llama lobos rapaces e invita a estar a alerta. Nadie quedamos exentos del pecado y el Papa nos invita a una seria reflexión, arrepentimiento y conversión.
En el evangelio Jesús hace una bella oración donde confía a sus discípulos en las manos de su Padre Dios. Al mismo tiempo que es una petición es el reconocimiento de la realidad en que permanecerán sus discípulos: en medio del mundo. Para San Juan el mundo significa la tentación, la exposición al mal, la influencia del maligno.
Nadie está exento y todos podemos caer. Jesús pide a su Padre que los santifique en la verdad y hoy sería nuestra tarea y nuestra misión: buscar la verdad y buscar la santidad. No es la santidad de quien se aparta del mundo y es indiferente a las miserias humanas. No es la santidad de quien vive aislado y se oculta ante los problemas. Es la misma santidad que vivió Cristo en el riesgo, en el acompañamiento, en el compromiso, en la búsqueda de verdad, de justicia y de amor. La santidad no consiste en huir del mundo, sino en no dejarse llevar por los criterios del mundo.
Hoy hay en medio de nosotros muchos hombres y mujeres santos. Trabajadores santos, sacerdotes santos, papás y mamás que realmente son santos, dan vida a sus hijos, los llevan por el camino de la verdad, les enseñan la honestidad y los conducen a vivir la Palabra. No es fácil, pero es la misión que nos deja Jesús. No temamos, Él intercede por nosotros para que no sucumbamos ante los embates del mundo.