III Domingo de Pascua.
Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net
¿Qué hacer para experimentar la resurrección? Dejar que Jesús se coloque en medio de nosotros, que abra nuestras puertas y ventanas. Escuchar en silencio, fijando los ojos en Jesús y descubrir qué es lo que nos está diciendo, compartir el pan, contemplar sus cicatrices y dejarnos invadir de la paz que nos ofrece. Tendremos que desenmascarar los fantasmas que nos intimidan y atrevernos a ser sus testigos ¡Cristo vive!
Ahora que le toca a San Lucas presentarnos una escena de Cristo resucitado, nos hace ver a los discípulos reunidos hablando de Jesús. Empiezan apenas a asimilar que Cristo ha resucitado y se quedan asombrados ante los relatos de los discípulos de Emaús que les cuentan cómo lo han reconocido al partir el pan. Ellos les explican que no acaban de comprender cómo podían tener tanta desilusión y tanto temor hasta abandonar la comunidad y todos los sueños del Reino, para regresar a sus vidas ordinarias. Sin embargo, un pan partido y compartido les ha devuelto la esperanza y los ha hecho regresar en la oscuridad, pero con el corazón iluminado. En eso están, cuando nuevamente se presenta Jesús con el saludo que más ofrece después de la resurrección: “La paz esté con ustedes”. Y tiene razón Jesús porque su crucifixión y su muerte les ha hecho perder la paz. Les ha traído miedo y confusión. No pueden entenderlo porque no conciben un Mesías en la cruz. Por eso los saluda una y otra vez con la misma expresión, buscando que recobren la paz. Pero tanto es su temor que ahora creen ver un fantasma.
Hoy que nosotros también hemos perdido la paz, a pesar de que sabemos que Cristo ha resucitado, necesitamos experimentar su presencia en medio de nosotros, abrir nuestro corazón a sus palabras y recobrar la verdadera paz. Me gusta imaginar a Cristo en medio de nosotros y contarle que estamos sumidos en la angustia y en la desesperanza ¿Qué nos contestaría Jesús? Necesitamos que abra nuestras puertas y ventanas y descubra lo que hay en nuestro interior; que penetre su luz a lo más profundo de nuestra oscuridad para iluminarla y disipar nuestros fantasmas. Escuchar cómo pronuncia con seguridad y confianza aquellas palabras: “No tengan miedo, no pierdan la paz, que no tiemble su corazón”. A partir de estas palabras los cristianos podemos aprender la lección de no tener miedo, a nada ni a nadie. El miedo paraliza y nos deja impotentes frente a las dificultades y peligros. Por eso Jesús nos invita a recobrar la paz y vencer los miedos.
Y como si quisiera infundirnos más seguridad, nos presenta también a nosotros, igual que a sus discípulos, las llagas de su cuerpo, de sus manos y de sus pies. Es el mismo que fue crucificado y que ha vencido a la muerte. No, no se trata de que no haya dolor ni heridas, se trata de que a pesar de esos dolores y heridas se pueda triunfar y construir su Reino. Es de carne y hueso, no es un Mesías angelical que ofreciera solamente aleluyas y alegrías, presenta las huellas que ha dejado su entrega y por eso sabemos que el miedo y el dolor se pueden vencer. A veces nuestras vidas se llenan de fantasmas que nos atan y empequeñecen, que nos impiden vivir con alegría y en libertad. Jesús desenmascara esos fantasmas actuales con su presencia liberadora. Por su resurrección también nosotros somos capaces de vencer. Hoy nos invita a ser sus testigos y a llevar esta verdadera paz a nuestros ambientes y a nuestro corazón.
Ante la duda y dificultades que presentan sus discípulos para creer, Jesús recurre al símbolo de la comida para demostrarles que no es ningún fantasma. Si Cristo comparte el trozo de pescado asado, busca mucho más que saciar su hambre; quiere hacer comprender a sus discípulos la misión de un Mesías que comparte la vida a plenitud con todos los hombres, en sus más básicas necesidades: el hambre, el miedo y la inseguridad. La comida, la mesa, el pan o la tortilla compartida forman parte substancial de todas las culturas para mostrar la comunión y la verdadera fraternidad. El comer supone algo más que satisfacer una necesidad biológica. Comer juntos, compartir la abundancia o pobreza de alimentos, donde hay sitio para todos, es símbolo y figura del reino. Por eso Cristo comparte con sus discípulos y con nosotros un trozo de comida, Él que es el verdadero alimento que da vida.
Aquí surgen muchas preguntas a nuestra forma de vivir la fe. La primera sería si hemos superado los miedos para enfrentarnos a las injusticias sabiendo que Cristo está de nuestra parte, o si preferimos cobardemente dejar que siga reinando la maldad y la mentira, mientras nos agachamos murmurando y renegando, pero sin atrevernos a luchar por una vida más justa. También debemos cuestionarnos si nuestras Eucaristías significan y crean espacios para compartir, para construir fraternidad, si tenemos apertura para que todos puedan sentarse a la mesa de la vida, sin limosneros, sin marginados que tengan que esperar a ver si caen migajas de nuestra mesa para poder saciar su hambre. ¿Cómo somos testigos de Jesús en nuestros tiempos?
Señor, tú que nos has renovado en el espíritu al devolvernos la dignidad de hijos tuyos, concédenos que, superando nuestros miedos y sintiendo la presencia de Cristo Resucitado, construyamos la verdadera paz como testigos de tu Hijo Jesús. Amén.