Está escrito que Cristo tenía que padecer y tenía que resucitar de entre los muertos al tercer día
Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net
La Resurrección de Jesús viene a cambiar todos los sentimientos y las actitudes de sus discípulos. Atrás quedan los miedos y las dudas, atrás quedan las huidas y los abandonos. Ahora escuchan atentos las palabras de Jesús y resuenan en su corazón. Ya han escuchado los relatos de las mujeres y de los discípulos de Emaús y ahora se encuentran todos reunidos y expectantes por lo que se avecina. Y en medio de ellos, con su nueva forma de ser y aparecer, llega Jesús y da su saludo que llena de alegría y optimismo su corazón.
“La paz esté con ustedes”. Son las palabras iniciales. La paz que era la promesa mesiánica que llegaba a lo profundo del corazón. Paz interior del hombre que está en perfecta concordancia consigo mismo, con la naturaleza, con sus prójimos y con Dios. Es la promesa cumplida. Es la promesa que el Resucitado hace realidad.
También nosotros hoy queremos encontrar la verdadera paz. Hemos roto la armonía interior por nuestras ambiciones, por nuestra lucha encarnizada por el poder, por haber roto la recta escala de valores y colocar en primer lugar el poder, la ambición, por la lucha de supremacías. Queremos vivir en paz, no en la violencia.
El Resucitado nos viene a ofrecer esa verdadera paz. Ha resucitado y ha roto la muerte que es el peor de los enemigos. Escuchemos hoy las palabras de Jesús. Abandonemos los temores y las angustias y miremos con esperanza el futuro porque contamos con la presencia de Jesús. Es muy real su presencia.
Nos invita a tocar las llagas que ha padecido, como las padecen los pequeños y heridos, nos invita a resucitar y salir adelante de esas heridas. Con Cristo podemos caminar en una nueva vida, en un nuevo camino. Que con Cristo Resucitado encontremos nuestra paz. Esa será nuestra oración, nuestro regalo y nuestra tarea de construcción.