Trataban de capturar a Jesús, pero aún no había llegado su hora
Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net

Hay sentencias en nuestro pueblo llenas de sabiduría, pero a veces parecen también llenas de fatalismo. Si alguien se libró de un fuerte peligro y logró salir con vida, decimos: “Es que aún no le había llegado su hora”; por el contrario, si alguien aparentemente estaba libre del peligro, pero a pesar de todo fallece, afirmamos: “Es que nadie puede pasar de la raya que le tienen señalada”.
Son formas de hablar en las que se entremezcla la libertad y la responsabilidad de la persona y el sentido de la providencia y de la dependencia de Dios que tenemos todos los hombres y los acontecimientos. Hoy San Juan nos habla de la “hora de Jesús”. Pero no lo habla en ese sentido determinista y que no tiene escapatoria.
Habla en el sentido de una entrega plena, consciente y libre para ponerse en manos de su Padre y entregarse al sufrimiento por amor a los hombres. Es curiosa la forma en que lo hace San Juan: la hora de Jesús, aun en los peores sufrimientos, aparece como una hora de glorificación y de reconocimiento. Así une la entrega y la glorificación.
La fiesta de los Tabernáculos o de los Campamentos, es una de las más populares que se celebraban en Jerusalén y recordaba el paso del pueblo de Israel por el desierto. Jesús se presenta en la fiesta, aunque ya iniciada la fiesta y con una prudencia lógica frente a las hostilidades de los judíos. Pero Jesús no se calla, sino que predica abiertamente escudado en la multitud que lo escucha y lo atiende. No se arriesga imprudentemente pero tampoco elude sus compromisos.
Se muestra abiertamente como el enviado del Padre, aunque los judíos afirmen que no saben de dónde viene. Así es Jesús libre y profético. Así nos enseña también no sólo su misión sino también la actitud prudente pero comprometida. No es el miedo a lo que han de decir, pero tampoco son las bravuconerías o los riesgos innecesarios.
Es saber que cada momento y cada instante se debe vivir plenamente en presencia del Padre, pero sin hacer los alardes providencialistas que a nada llevan. Descubramos hoy también nuestro tiempo como la hora y el momento que Dios nos regala para, con esperanza y responsabilidad, llenarlo de sentido.
