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De la ceniza a la vida: una invitación a la conversión
Este es el camino que nos propone el Señor en esta Cuaresma.


Por: Redacción | Fuente: Catholic.net



El miércoles de ceniza es el inicio de la Cuaresma, un tiempo de preparación para la Pascua, la fiesta más importante del año cristiano. En este día, los fieles reciben la ceniza sobre su cabeza, como signo de penitencia y conversión. Pero, ¿qué significa realmente este gesto? ¿Qué nos quiere decir el Señor con esta ceniza?

La ceniza nos recuerda que somos polvo, que nuestra vida es breve y frágil, que estamos expuestos a la muerte y al pecado. La ceniza nos hace tomar conciencia de nuestra pequeñez y de nuestra necesidad de Dios. La ceniza nos llama a la humildad, a reconocer que sin Dios no somos nada, que todo lo que tenemos y somos se lo debemos a Él.

Pero la ceniza no es solo un símbolo de tristeza y de luto, sino también de esperanza y de alegría. Porque la ceniza nos recuerda que Dios nos ama con un amor eterno, que Él no nos abandona ni nos deja perecer, que Él nos salva y nos da la vida. La ceniza nos recuerda que Dios nos creó del polvo, pero nos dio su aliento, su imagen y su semejanza. La ceniza nos recuerda que Dios nos redimió por medio de su Hijo, que murió y resucitó por nosotros. La ceniza nos recuerda que Dios nos santifica por medio de su Espíritu, que nos renueva y nos transforma.

La ceniza, entonces, nos invita a redescubrir el secreto de la vida, que no está en las apariencias, en las riquezas, en el poder, en el placer, sino en el amor de Dios, que nos llena de sentido y de felicidad. La ceniza nos invita a quitarnos las máscaras, las corazas, las armaduras que nos impiden ser nosotros mismos, que nos aíslan de los demás, que nos alejan de Dios. La ceniza nos invita a abrir nuestro corazón, a mirar nuestro interior, a reconocer nuestras heridas, nuestras debilidades, nuestras faltas, pero también nuestras virtudes, nuestros dones, nuestros deseos.

La ceniza, finalmente, nos invita a la conversión, a cambiar nuestra vida, a seguir a Jesús, a vivir el Evangelio. La ceniza nos invita a la oración, al ayuno, a la limosna, como medios para acercarnos a Dios y al prójimo, para purificar nuestro espíritu y nuestro cuerpo, para compartir nuestros bienes y nuestro tiempo, para practicar la justicia y la misericordia. La ceniza nos invita a la alegría, a la paz, a la esperanza, a la gratitud, a la alabanza, como actitudes que brotan de un corazón que se sabe amado por Dios y que ama a Dios.



De la ceniza a la vida: este es el camino que nos propone el Señor en esta Cuaresma. Un camino que no es fácil, pero que es posible, con la ayuda de su gracia. Un camino que no es triste, sino alegre, porque nos lleva a la Pascua, a la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio, de la luz sobre las tinieblas. Un camino que no es solitario, sino comunitario, porque lo hacemos con nuestros hermanos y hermanas, con la Iglesia, con el Papa, con María. Un camino que no es en vano, sino que tiene un sentido, un destino, una meta: la vida eterna, la comunión plena con Dios, la felicidad sin fin.

Que el Señor nos bendiga y nos acompañe en este camino. Que la Virgen María nos proteja y nos anime. Que el Espíritu Santo nos ilumine y nos fortalezca. Amén.

(Una reflexión basada en la homilía del Papa Francisco para el Miércoles de Ceniza 2024).







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