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Los pasos para curarse
Delante de Dios y conmovidos por su misericordia no hacen falta grandes discursos, sino acercarse al Señor.


Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong | Fuente: Semanario Alégrate



El Salmo 31 viene a encaminarnos hacia el tiempo penitencial que estamos por iniciar: “Perdona, Señor, nuestros pecados”. Será siempre una súplica urgente y necesaria para que podamos aspirar a una vida plena y auténticamente cristiana.

Por supuesto que no nos podemos pasar toda la vida hablando del pecado, en detrimento de la gracia y la misericordia del Señor. Sin embargo, es necesario referirnos a esta realidad que nos afecta de muchas maneras y nos aleja del Señor.

No podemos irnos al extremo de hablar siempre del pecado, ni al otro extremo de dejar de hablar de él, de minimizar su existencia. Para no irnos a los extremos, la Iglesia nos la da el tiempo de cuaresma que es un tiempo de cuarenta días que iniciaremos el miércoles, recibiendo el signo de la ceniza

La cuaresma es un tiempo propicio para saber llevar esta lucha espiritual contra el pecado y las tentaciones. La Iglesia nos invita durante este tiempo para que seamos conscientes que todos necesitamos ser sanados y liberados de la esclavitud del pecado.

Seguramente todos hemos intentado superar defectos, caídas y pecados, aunque nos damos cuenta de la dificultad de esta empresa. Llegamos a tomar conciencia que no basta la buena intención, sino que se necesita disciplina, confianza en la gracia de Dios, un camino pedagógico y una actitud humilde, como la del leproso, para que reconociendo nuestro pecado podamos decir al Señor en nuestras oraciones: “Si tú quieres, puedes curarme”.



Seguramente hemos intentado luchar para superar las distintas situaciones de pecado, aunque no siempre hemos logrado nuestro propósito. Por eso, tenemos delante de nosotros el camino y la espiritualidad cuaresmal que la Iglesia nos propone, a fin de ejercitarnos en esta lucha, confiando siempre en la gracia de Dios.

Conviene para este propósito, en vísperas de la cuaresma, retomar las actitudes del leproso que destaca el santo evangelio, para que lo que no hemos logrado con las buenas intenciones y con las propias fuerzas humanas, lo alcancemos por la misericordia y la gracia de Dios.

En primer lugar, dice el evangelio que el leproso se acercó a Jesús. En su penosa situación tuvo el valor de romper con el aislamiento que le imponía la lepra para llegar hasta la presencia de Jesús. En efecto, por esta enfermedad tenía que soportar una triple marginación: la física, la social y la religiosa.

Ante esta situación miserable no se resignó a gritarle de lejos, o verlo pasar a la distancia, sino que su fe lo puso en movimiento para ir al encuentro de Jesús que lo curó de su enfermedad.

El pecado nos ha venido marginando y postrando de muchas maneras. Por lo que es necesario tomar conciencia de esta situación y acercarse a Jesús que pasa cerca de nosotros, tener el valor de reconocer nuestro pecado para que Jesús llegue a liberarnos.



En segundo lugar, dice el evangelio que el leproso le suplicó a Jesús. La súplica es propia de las personas humildes que, desde el dolor de su corazón, quieren tocar el corazón de Dios. La súplica conlleva el reconocimiento humilde de la propia miseria y el reconocimiento sublime de la misericordia de Dios.

Pedir perdón no es una cuestión piadosa o simplemente ritual. El dolor, la tristeza y la desesperanza que acarrea una vida de pecado nos llevan muchas veces a gritarle al Señor, a suplicarle con todo nuestro corazón que se apiade de nosotros y venga en nuestra ayuda.

En tercer lugar, el leproso se arrodilló. Si la súplica expresa la sinceridad de una oración, ponerse de rodillas proyecta la humildad de una persona cuando reconoce que se encuentra en la presencia de Dios. Seguramente había preparado otras palabras y otra manera de dirigirse a Jesús, pero la gloria de Dios lo cubrió en la persona de Cristo Jesús y sólo alcanzó a decir: “Si quieres, puedes curarme”.

En cuarto lugar, es necesario destacar el testimonio y la alegría que quedan en una persona agradecida. Jesús le había pedido que no contara a nadie lo sucedido. Pero fue muy difícil que él contuviera la alegría, por lo que comenzó a divulgar agradecido esta curación.

También nuestros hermanos enfermos acuden a la Virgen María no sólo para exponerle sus padecimientos, sino para manifestarle su amor y gratitud, pues no pueden estar sin la madre que en el nombre de su Hijo Jesús nos ayuda a superar esas tres marginaciones que impone la enfermedad y el pecado: la física, la social y la religiosa.

Invocando a la Virgen de Lourdes nos unimos a la Jornada Mundial del enfermo y presentamos nuestras plegarias animados por el ejemplo del leproso. Delante de Dios y conmovidos por su misericordia no hacen falta grandes discursos, sino acercarse al Señor, decir una oración desde el corazón, una súplica humilde y confiada, como la del leproso, una jaculatoria como ésta donde va nuestra fe, esperanza y gratitud para decirle al Señor que solo él puede sanarnos, liberarnos, perdonarnos y quitarnos este peso de encima que hace indigna nuestra vida.

Ya lo decía Santa Bernardita Soubirous con sus palabras llenas de inocencia y de bondad: “Yo no hice estudios y soy muy ignorante, pero sé rezar mi Rosario y con él logro comunicarme con Nuestro Señor y con la Virgen Santísima”.







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