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Dar limosna no es algo uniforme ni estereotipado.
Es una participación en la misión de Cristo, que vino a servir y no a ser servido.


Por: Redacción | Fuente: Catholic.net



La Cuaresma es un tiempo de conversión, de volver el corazón a Dios y de abrirse a los hermanos. Es un tiempo de gracia, de misericordia, de perdón. Es un tiempo de limosna, de compartir lo que tenemos con los que no tienen. Pero ¿qué significa dar limosna? ¿Es solo dar dinero a los pobres? ¿Es una forma de aliviar nuestra conciencia? ¿Es una obligación o una opción?

La palabra limosna viene del griego “eleemosyne”, que significa misericordia. Dar limosna no es solo dar algo material, sino dar algo de nosotros mismos, de nuestro tiempo, de nuestra atención, de nuestro amor. Dar limosna es un gesto de compasión, de solidaridad, de fraternidad. Dar limosna es reconocer al otro como un hermano, como un hijo de Dios, como un miembro de la misma familia humana.

Dar limosna no es algo fácil ni superficial. Requiere un examen de conciencia, una actitud de humildad, una disposición de generosidad. Requiere salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo, de nuestra indiferencia. Requiere mirar a los ojos al que sufre, al que necesita, al que nos pide ayuda. Requiere escuchar su historia, sus problemas, sus deseos. Requiere dialogar, acompañar, consolar.

Dar limosna no es algo uniforme ni estereotipado. Hay muchas formas de dar limosna, según las circunstancias, las posibilidades, las necesidades. Hay limosnas materiales, como el dinero, la comida, la ropa, el techo. Hay limosnas espirituales, como la oración, el consejo, el perdón, la amistad. Hay limosnas sociales, como la defensa de la justicia, la promoción de la paz, la protección de la vida, el cuidado de la creación.

Dar limosna no es algo aislado ni ocasional. Es una forma de vida, una actitud permanente, una virtud cristiana. Es una respuesta al amor de Dios, que nos ha dado todo lo que somos y tenemos. Es una expresión de nuestra fe, que nos hace ver a Cristo en el rostro de los pobres. Es una manifestación de nuestra esperanza, que nos hace confiar en la providencia de Dios y en la recompensa eterna.



Dar limosna no es algo privado ni secreto. Es una dimensión de la caridad, que nos une a la Iglesia y a la humanidad. Es una participación en la misión de Cristo, que vino a servir y no a ser servido. Es una colaboración con el Reino de Dios, que es justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo.

Dar limosna no es algo opcional ni voluntario. Es un mandamiento de Dios, que nos pide amar al prójimo como a nosotros mismos. Es una exigencia del Evangelio, que nos dice: “Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. Es una condición para la salvación, que nos advierte: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber”.

Dar limosna, por tanto, es mucho más que dar una moneda. Es dar misericordia, es dar amor, es dar vida. Es dar a Dios, que se nos da en los pobres. Es dar a los pobres, que nos dan a Dios. Es dar y recibir, es bendecir y ser bendecido, es dar gracias y ser agradecido. Es vivir la Cuaresma, es prepararse para la Pascua, es caminar hacia el cielo.

(Esta reflexión está basada en la catequesis del Papa Francisco del 9 de abril de 2016).









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