La misericordia de Dios es un milagro que cambia nuestro corazón
Por: Redacción | Fuente: Catholic.net
La Cuaresma es un tiempo de gracia, de conversión y de renovación. Es una oportunidad para acercarnos más a Dios y a los hermanos, especialmente a los más necesitados y sufrientes. Es una invitación a vivir la misericordia, que es el rostro del amor de Dios, que nos perdona, nos sana y nos transforma.
La misericordia de Dios es un milagro que cambia nuestro corazón, que nos hace experimentar su fidelidad y su ternura, que nos capacita para ser misericordiosos con los demás. La misericordia de Dios es una luz que se irradia en nuestra vida, que nos impulsa a amar al prójimo como a nosotros mismos, que nos anima a practicar las obras de misericordia corporales y espirituales.
Las obras de misericordia son el lenguaje de nuestra fe, son los gestos concretos y cotidianos que expresan nuestro compromiso cristiano, son los criterios por los que seremos juzgados al final de nuestra vida. Las obras de misericordia son el modo de tocar la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan de nuestra ayuda, de nuestro consuelo, de nuestro respeto, de nuestra educación.
Las obras de misericordia corporales son aquellas que atienden las necesidades materiales de las personas: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir al enfermo, visitar al preso, enterrar a los muertos. Estas obras son una expresión de la caridad, de la solidaridad, de la justicia, de la compasión.
Las obras de misericordia espirituales son aquellas que atienden las necesidades morales y religiosas de las personas: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar las ofensas, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, rezar a Dios por los vivos y los difuntos. Estas obras son una expresión de la sabiduría, de la prudencia, de la verdad, de la misericordia.
Las obras de misericordia corporales y espirituales no se pueden separar, sino que se complementan y se enriquecen mutuamente. Ambas nos ayudan a salir de nuestra alienación existencial, de nuestro egoísmo, de nuestro pecado. Ambas nos conducen a la conversión, a la reconciliación, a la santidad. Ambas nos hacen partícipes del misterio pascual de Cristo, que murió y resucitó por amor a nosotros.
Que esta Cuaresma sea para nosotros un tiempo de camino, de reflexión y de acción. Que nos dejemos sorprender por la misericordia de Dios, que nos abramos a su gracia, que nos dispongamos a su voluntad. Que seamos testigos de su misericordia, que compartamos su amor, que seamos instrumentos de su paz. Que la Virgen María, Madre de la Misericordia, nos acompañe y nos proteja.