Este año, aprendamos a vivir en el presente
Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net

Dicen que los temores que tenemos pueden resumirse en cuatro: miedo a la muerte, miedo a pérdidas, miedo a afrontar lo que hay que hacer, miedo a que no nos quieran. Son cosas que no han pasado, pero que en el futuro podrían pasar, y eso nos da miedo. Junto a los miedos del futuro, también pueden preocuparnos los remordimientos de pensar en el pasado: ¿y si en lugar de eso hubiera hecho esto otro? ¿y si pudiera volver a escoger, en lugar de aquella decisión haber tomado otra distinta? Dejarse llevar por esos miedos al futuro, o remordimientos del pasado, es seguramente lo que con más frecuencia nos hace perder la paz.
La noche de fin de año en Italia solía ser escenario de una cosa insólita: la gente tiraba por la ventana las cosas viejas, en esa noche de san Silvestre llovían las calles los trastos inútiles; eran las cosas que sobraban aquella noche de alegría y optimismo. Era una noche de mirar el pasado con despego, quemar las naves, para estar libres de cara al futuro.
Sin embargo, al terminar un año y comenzar otro, es también tiempo de hacer balance, y hay quien se deja llevar por las angustias del "ay, ¿y si hubiera estudiado esta otra cosa?" "¿y si en lugar de casarme...?" todos podemos sentir en algún momento la comezón del remordimiento o de los miedos (el que quiere preocuparse siempre encontrará motivos...) pero ante todo, hay que convencerse de que el pasado ya no existe, sólo ha quedado en la memoria como experiencia.
Y el futuro tampoco existe, y por tanto tampoco caben esos miedos de "¿y si pierdo el trabajo, o no saco esta oposición, o cojo la enfermedad de las vacas locas, y si se cae la casa...?" Entre los miedos del pasado y del futuro muchos no viven, pues la vida sólo existe en presente, sólo se nos ha sido dado el presente, y éste es el que hemos de vivir sin perdernos en quimeras. Sólo existe el "aquí y ahora", como dice Nowen en uno de sus libros; lo demás es previsión del futuro o recuerdo del pasado, pero lo que de aprender es disfrutar del momento presente. Los días parecen iguales, pero cada uno es único, irrepetible. Las grandes cosas y las pequeñas suceden un día y a una hora concreta, cada momento es especial. No dejemos pasar la oportunidad.
Se cuenta de un hombre que se hallaba en el tejado de su casa durante una inundación y el agua le llegaba hasta los pies. Pasó un individuo en una canoa y le dijo: "-¿quieres que te lleve a un sitio más algo?" -"No, gracias -replicó el hombre-. He rezado a mi Dios y él me salvará". Pasó el tiempo y el agua le llegaba a la cintura. Entonces llegó una lancha a motor. -"¿Quieres que te lleve a un sitio más alto?" -"No, gracias -volvió a decir-. Tengo fe en Dios y él me salvará". -"Tú te lo pierdes", dijo el de la lancha, y se fue. Más tarde, cuando el agua le llegaba al cuello, pasó por encima un helicóptero y con un altavoz oyó que le decían: "-¡Agárrate a la cuerda, que te subiré!" -"No gracias, tengo fe en el Señor y él me salvará". Desconcertado, el piloto dejó en el tejado a aquel hombre, que poco después moría ahogado y fue a recibir su recompensa y al presentarse ante Dios le dijo: -"Señor, yo tenía total fe en que Tú me salvarías y me abandonaste. ¿Por qué?" A lo cual Dios respondió: -"¿Qué más querías? Fuiste tú que no quisiste salvarte, pues yo te mandé una canoa, una lancha a motor y un helicóptero!"
A veces estamos ahogados u obsesionados por un problema y la solución está al alcance de la mano, no nos enteramos y buscamos la felicidad de modos equivocados, en lugar de disfrutar con lo que se nos da, acomodarnos a ello. Por ejemplo, ciertas aprensiones ante las dificultades que prevemos que tendremos en el futuro, el temor de fallar en algo importante, de no llevar a cabo tal o cual proyecto, etc. Lo malo es que ante una sociedad competitiva, queremos estar “a la altura de las circunstancias” y eso nos provoca estrés, cuando en realidad solamente hemos de procurar en cada momento “dar lo mejor de nosotros mismos”, sin preocuparnos por los resultados. Eso sí, prepararnos para dar lo mejor. Es ese espíritu de servicio lo que nos da serenidad y paz. Podemos tomar cualquier aspecto de nuestra vida: temas de salud, de la vida familiar y profesional, de la conducta moral o la vida espiritual. En cada uno de estos campos, no podemos escandalizarnos de cómo somos. Dios nos ha hecho así, y como dice la Escritura, “las obras de Dios son perfectas”, sería una blasfemia querer cambiar esos planes divinos, pues “desde antes de la constitución del mundo” –sigue diciendo la Escritura- “Dios nos ha amado en Cristo”, y nos ha hecho a imagen de Él, con las características oportunas para llevar a cabo nuestra misión. Solo hemos de descubrirla, a través del aprendizaje que adquirimos a través de las dificultades que nos encontremos, que son las oportunidades de crecimiento.
Es lógico que esperemos realizar nuestros proyectos. Y esto, en aspectos de abundancia de bienes materiales para poder vivir (como es el dinero, sin caer en la codicia, que esclaviza), cultivar el ejercicio físico y la alimentación para tener salud y fuerzas para desarrollar). También en aspectos morales como son desarrollar las aptitudes humanas (lo que se llaman ahora fortalezas), cultivar el amor (la estima y el afecto hacia las personas y toda la creación). Y en el ámbito espiritual, tanto en la comprensión del desarrollo de nuestra alma, como en las prácticas de meditación para poder tener una sabiduría experiencial de todo ello.
Todas esas cosas serán un bien que deseamos porque nos favorecen ese aprendizaje, lo consideramos necesario, pero no hemos de atarnos a los resultados, pues entraríamos en los miedos, y a nosotros se nos pide el desarrollo de esas aptitudes y actitudes sin esperar nada a cambio, sin el miedo de perder, de no conseguir, o de no cambiar en lo que pensamos que carecemos realmente. Eso genera inquietud: por la falta de esas cosas, o el temor de fallar.
Cada día tiene su afán, no pensar en el mañana
Cuentan de un chino que tenía un caballo. Le dijeron “hay que ver qué suerte tienes”, y él siempre decía: “no todo es como parece...” El caballo se le escapo y los vecinos fueron a consolarle “por la desgracia”: “¿Quien dice que sea una desgracia?”, comentaba. A la semana siguiente el caballo volvió, trayendo detrás una manada preciosa de caballos. Los vecinos le felicitaron por “la suerte”... “¿quien dice que sea una fortuna?” A los dos días su hijo iba a caballo y cayendo quedó cojo. Volvieron para “consolarle”: “¿quien dice que sea una desgracia?”, les dijo también. Al cabo de poco hubo una guerra y el primogénito por estar cojo se libró de tener que ir a pelear...
Tenemos idea de lo que es bueno y lo malo, pero no tenemos la perspectiva, visión de conjunto de la historia del mundo y cada uno de nosotros. Nos parece muchas veces que la vida es una carrera de obstáculos, que hay una serie de problemas ante nosotros, cada día, y que se trata de irlos superando. En cierto modo es así, pero no podemos agobiarnos con lo que está más adelante, pues el mucho mirar los obstáculos del mañana, el obsesionarse por lo que está aún lejos, puede hacer que caigamos en el obstáculo que tenemos delante, el único que existe y en el que nos hemos de fijar, para no caer: sólo existe el “aquí y ahora”, el presente, y hemos de aprovechar la memoria del pasado como experiencia, y la previsión del futuro como deseo o esperanza. Una de las causas de inquietud que tenemos en nuestro mundo es ésta: que la vida es ir solucionando problemas, a veces agobiantes porque no está en nuestra mano el resolverlos, ir con la lengua fuera corriendo hacia una paz que nunca se alcanza... En realidad, no es ésta la finalidad de nuestra existencia, sino ver en lo de cada día una oportunidad para desarrollar nuestra vocación al amor, al encuentro con Dios. Entonces, en lugar de estar inquietos, veremos la cruz de cada día, como dice el Evangelio: “Por eso os digo: No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento y el cuerpo que el vestido? Fijaos en las aves del Cielo, que no siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros, y vuestro Padre Celestial las alimenta. ¿Es que no valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Quién de vosotros por mucho que cavile puede añadir un solo codo a su edad? Y acerca del vestir, ¿por qué preocuparos? Contemplad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan, y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como uno de ellos. Si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios la viste así, ¡cuánto más a vosotros, hombres de poca fe! No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer, qué vamos a beber, con qué nos vamos a vestir? Por todas esas cosas se afanan los paganos. Bien sabe vuestro Padre Celestial que de todo eso estáis necesitados. Buscad, pues, primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os preocupéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su contrariedad” (Mateo, 6).
Mirar los lirios y los pájaros quiere decir saber contemplar, tener fe en las palabras de Jesús, que es nuestro modelo, Camino, Verdad y Vida, que lo que de veras cuenta es participar en esta aventura divina que es la vida. No podemos perdernos en amarguras de pasados y miedos del futuro. La vida es un regalo de Dios continuo, y hay que vivirla en presente, disfrutarla. Pero esto es duro para quien se deja llevar por dos peligros o tentaciones que hemos señalado más arriba: el remordimiento del pasado y el miedo por el futuro. El pasado, con sus remordimientos de "hubieras debido actuar de manera distinta a como actuaste, hubieras debido decir otra cosa de lo que dijiste": en determinados momentos de la vida, el casado piensa si debería haber hecho otra elección o haber escogido otra persona... y así en todo; es el sentimiento de culpabilidad de "hubiera debido"; pero aún peor que nuestras culpas son nuestras preocupaciones por el futuro, esos miedos que llenan nuestra vida de "¿qué pasaría si?"... "¿y si perdiera mi trabajo?, ¿y si mi padre muriera?, ¿y si faltara dinero? ¿y si la economía se hundiera? ¿y si estallara una guerra?"... Son los "si" que junto con los "hubiera debido" perturban nuestra vida, como decía Henri J. M. Nouwen: "ellos son los que nos tienen atados a un pasado inalterable y hacen que un futuro impredecible nos arrastre. Pero la vida real tiene lugar aquí y ahora.
Dios es Dios del presente...": no existe ni el pasado (queda sólo en la memoria, es la experiencia de la vida) ni el futuro (que forjaremos con lo de ahora), sólo existe una realidad, la presente, y ésta es la que hemos de afrontar. El stress famoso no viene con la abundancia de trabajo, sino con el estado psicológico de agobio ante el trabajo: es decir no es causado por la materialidad de tener muchas cosas que hacer sino por la sensación subjetiva de no llegar: lo que agobian son las cosas “pendientes”. Pienso que algunas personas, más bien perfeccionistas, tienden a esta “saturación”... una búsqueda de la perfección enfermiza, que genera inquietud; un compararse con los demás, hacer siempre más... Más bien deberíamos pensar que no importa ser perfecto, que la vida no es un circo en el que hay que hacer el “¡más difícil todavía!” sino que se trata de hacer las cosas lo mejor que podamos. No competir con los demás, en la búsqueda del éxito, sino sacar lo mejor de nosotros mismos. Hacer lo mejor que podamos esto que traigo entre manos, sabiendo que “lo mejor es enemigo de lo bueno”.














